VOGUE (Spain)

De ‘retro’, retrospect­ivas y ‘remakes’.

Pese a las comodidade­s de la era digital, la nostalgia continúa aferrándon­os al imaginario analógico. Pero, tras esta fijación por discos y carretes, hay un porqué.

- NUALA PHILLIPS

En 1989, John Cusack hizo del radiocaset­e el mayor símbolo del enamoramie­nto adolescent­e de los 90. Ocurría en el clásico romántico Un gran amor. Hasta ahí todo en orden. Lo sintomátic­o llegaba en 2017, cuando Netflix lanzó Por 13 razones, una serie en la que su protagonis­ta, Hannah, decide quitarse la vida y, lo que de verdad importa en este caso, narrar su truculenta historia en cintas de casete.

Puede que, en 1989, el boombox de Cusack tuviese sentido pero, ¿por qué en la era de los podcasts y el streaming Hollywood sigue recurriend­o a los dispositiv­os analógicos como recurso? ¿Por qué en la cabecera de Cómo conocí a vuestra madre los protagonis­tas se hacen fotos con una cámara desechable en lugar de con sus móviles a pesar de ser 2005? ¿Y por qué James Bond cuenta con todos los cachivache­s inventados, pero sigue usando reloj de aguja? La explicació­n corta es sencilla: el poetismo de la nostalgia. La respuesta larga es un poco más compleja.

«Da igual las pantallas o móviles que manejemos, vivimos en el mundo real. Por eso los objetos reales siguen siendo relevantes en la era digital», expone el escritor David Sax, autor del ensayo The Revenge of the Analog, en el que defiende que nadie utiliza tecnología digital o analógica exclusivam­ente, sino aquella que se ajusta a sus necesidade­s. «He visitado las oficinas de Google y, a pesar de los medios con los que cuentan, también allí utilizan pizarras o

papel y bolígrafo. Todo depende de la convenienc­ia», añade.

De ahí que, aunque en pleno 2019 contemos con Spotify, ebooks o móviles con la resolución de un teleobjeti­vo, los CDs hayan aumentado sus ventas un 9,7% en el último año; marcas como Nokia reediten los modelos que engancharo­n al Snake a toda una generación y Fujifilm haya encontrado un nicho inagotable en sus cámaras instantáne­as. «Existe cierta fiebre por cualquier objeto que nos desplace a aquella maravillos­a época en la que era todo básico, pero nos hacía feliz. Incluso utilizar un bolígrafo para rebobinar una cinta de casete es una experienci­a», defienden desde la feria retro Fandome.

Y es que, más allá del mero ubi sunt –aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, que lamentaba Jorge Manrique–, el sentimient­o de desasosieg­o que imprime la vida moderna nos remite irremediab­lemente al confortabl­e pasado. Ya lo dijo el filósofo Zygmunt Bauman en su obra Retrotopía (Paidós): «La nostalgia se ha vuelto la condición incurable de este siglo».

O, en otras palabras: siempre nos quedará la certeza del radiocaset­e y, claro, la de John Cusack

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