‘Sanación’, el debut de la cantautora María José Llergo.
En las canciones de la cordobesa MARÍA JOSÉ LLERGO habita una música que une compromiso, conciencia, poesía y verdad. ‘Sanación’, su debut discográfico, es un elogio a la naturaleza y a la familia que ilustran sus raíces, y la constatación de un talento q
Canta, trabaja y cobra, pero nunca te vendas». José Sánchez Muñoz obsequió con este consejo a su nieta María José Llergo (Pozoblanco, 1994) cuando apenas era una niña, pero esas palabras son hoy un mantra que domina su cabeza como una brújula. Entre los campos de olivares y encinas de Pozoblanco, donde este labraba la tierra, Llergo aprendió a cantar antes que a llorar, hasta donde alcanza su memoria. «Él tarareaba melodías y yo aprendía por imitación, jugando a evadirnos de la realidad en mundos abstractos. El sueño de su vida siempre fue cantar, pero en los años cincuenta tuvo que mudarse a Barcelona en busca de trabajo y, de alguna manera, se resignó a sobrevivir. Los años que vivieron allí, se escapaba a pasear por los teatros de la avenida del Paral·lel, y de algún modo se sentía más cerca de su sueño. Mi triunfo, por llamarlo de algún modo, sería realmente suyo». Con la mirada empañada y los ojos recorridos por un negro que se afila al ritmo de sus párpados, escuchar a esta cantautora es entender por qué su nombre truena desde hace tres años como la esperanza más pura de la música española. A sus 25 años, la voz de Llergo ha sembrado una prolífica cosecha artística que la ha llevado por los mejores foros de la geografía española con una voz que parece ejercer de nexo entre la vida y lo abstracto. «Me gusta pensar que soy un filtro, un cristal que refleja lo que hemos sido para cantar lo que somos, y que mi arte quede para el mundo cuando yo ya no esté aquí». Sorprende oír a María José Llergo, una cantante y autora en pleno nudo de la veintena, descifrar asuntos como el dolor, la muerte, la soledad o el racismo, raras veces incluidos en la manida industria musical que impera en España. «Ni de pequeña se me daba bien obedecer, ni tampoco planeo hacerlo ahora. Sé muy bien lo que quiero cantar, solo espero que alguien me escuche».
De momento, su anhelo ha superado en 2019 las expectativas de esta cordobesa que con diez años recitaba de memoria los poemas de Federico García Lorca, los fandangos de Juan María Blanco o los tangos flamencos de la cantaora La Niña de los Peines. Tras hechizar al público del festival EMAC de Castellón, llenar el Corral de Comedias de Alcalá de Henares y cantar en la sala 85 del Museo del Prado frente a los lienzos de Goya, el pasado mes de mayo hizo que más de 3.000 personas aparcaran el rito de baile del Primavera Sound para escucharla en directo en el auditorio Rockdelux del festival. Fue, probablemente, la actuación más multitudinaria de su carrera desde que en 2016 lanzara su primer sencillo, el alegórico Niña de las dunas, seguido de Ya se sabe la luna y Nana del Mediterráneo. El final de su actuación, que incluyó temas populares y reliquias como Volver, tuvo al público en pie durante más de seis minutos, pero Llergo rechaza usar cualquier cifra como símbolo de su éxito reciente. «Esa tarde fue muy especial, pero me recuerdo contenida y abrumada. Disfruto más de los conciertos que suelo dar en salas pequeñas, donde si me gritan ‘¡guapa!’ yo digo: ‘¡Tú también!’. Y me asusto cuando veo a mucha gente porque pienso que no soy para tanto. Estoy más cómoda en la intimidad porque creo que mi música es muy personal, pero será precioso acostumbrarme», exclama desplegando una emotiva sonrisa.
Con una franqueza y honradez que trascienden la frecuente hipocresía de una industria tantas veces encorsetada por el dinero, recuerda el día de su noveno cumpleaños como uno de los que más han condicionado su vocación. Esa tarde, recibió como regalo un ordenador con el software de la enciclopedia Encarta. «Llegué a la letra B y pulsé sobre un audio que se titulaba blues. Al escucharlo me quedé enganchada, porque sentí que estaba ante un canto con el mismo significado que el flamenco tiene para los gitanos. Y empecé a comprender», arguye. Aquel hallazgo hizo que quisiera convertir pasión en formación, iniciándose en violín en el conservatorio de su ciudad con solo ocho años para más tarde mudarse a Barcelona, a los 19. «Ese año había estado trabajando en bodas y bautizos, y pequeños bolos en el Gaultier, un pub de mi ciudad, versionando desde Amy Winehouse hasta Beyoncé. Cuando aprobé Selectividad, mis padres al principio querían que estudiara Derecho, Periodismo o alguna carrera convencional. Pero, como dice García Lorca, ‘cuando las cosas llegan a los centros, ya no hay quien las arranque’. Con el dinero que había ahorrado, hice las maletas y decidí dos cosas: una, la ciudad a la que me mudaría. La otra: atreverme, por fin, a cantar flamenco frente al público». Ha transcurrido más de una hora de conversación, pero es al susurrar este género cuando su gesto se muestra más serio. «El flamenco era, para mí, algo sagrado hasta ese momento que solo compartía con mi abuelo. Antes de presentar mi música, he meditado cómo hacerlo sin perder el respeto. Porque hoy ignoramos de dónde procede y creemos que ya no está estigmatizado, pero es un género que nace como reflejo de la sociedad, en este caso de la desigualdad, que morirá siéndolo. De la misma manera que el blues lo es en Estados Unidos. Por ponerte un ejemplo flagrante: Billie Holiday fue una eminencia del jazz en la primera mitad del siglo XX, pero no podía sentarse en la parte delantera de un autobús por el simple motivo de su color de piel. Esto quiere decir que solo era valiosa cuando cantaba, pero no valía nada fuera del escenario. Y así pasa en España con el pueblo gitano, como si solo fuera loable cuando hace arte, pero el resto del tiempo es reducido a estereotipos».
El talento de la María José pura, ingenua y apasionada que llegó a la Escuela Superior de Música de Cataluña con 19 años fue esculpido, según confiesa, por un salvador llamado José Miguel Vizcaya.
Apodado Chiqui de la Línea, este cantaor y profesor de flamenco sería clave en los mismos años en la formación de Rosalía, alumna de la escuela también por entonces. «Fue casi un milagro poder acceder a una plaza en esa facultad, porque solo hay una por especialidad y no tenía dinero para ir a ninguna otra escuela. Esta escuela es pública y tenía una beca del ministerio que me lo ponía un poco más fácil, así que fue eso, cosa del destino. Pero también encontrarme a Chiqui, que fue bastante más que un maestro, porque yo estaba en una fase muy difícil lejos de los míos en un momento que, por causas familiares, fue más complejo aún. Él me ayudó a profundizar en el flamenco tradicional, pero también a priorizar lo importante», cuenta con la mirada vidriosa y la voz quebrada. De su primer curso como alumna nació Niña de las dunas, un debut autoproducido que la puso en un mapa de nuevas generaciones donde también figuraban Rocío Márquez, Soleá Morente o Rosalía, que en varias ocasiones ha elogiado el carisma de Llergo, fascinación mutua desde que coincidieran en la escuela. Aquel sencillo era la primera declaración de su cosecha, limitada hasta entonces a un vídeo de YouTube en 2016 versionando Canción de soldados, un tema popular que apela a los soldados a no luchar contra su pueblo.
En Niña de las dunas, cuyo videoclip suma 300.000 reproducciones y donde mezcla el chándal con mantones de Manila heredados de su abuela, María José entregó «un elogio a mi tierra con tintes trágicos, que habla de un suicidio porque, sencillamente, hubo un momento en que yo soñé morir por algo muy difícil que se cruzó en mi vida». Después vendrían Ya se sabe la luna, un tesoro oculto que ni siquiera existe en las fauces de Spotify, cuya letra parece obra de un Lorca resucitado en estado de gracia, o la estremecedora Nana del Mediterráneo, desvelada en septiembre de 2018. «Esta última es el primer single del EP, bautizado Sanación, porque me parecía importante hablar de lo que ha pasado en Europa. En el último año se nos han muerto miles de personas en el Mediterráneo, y nadie parece interesado ya en ello. Escribí esta canción hace cuatro años y, lejos de haber quedado obsoleta, la letra está ahora más vigente incluso», explica sobre el primer tema que firma junto a Sony Music, discográfica responsable de este «disco chico» como prefiere llamarlo, que saldrá en enero. De momento, la portada de esta trágica melodía muestra el dibujo de un astrolabio, instrumento de navegación para orientarse, como cara y cruz de nuestra sociedad. «Por un lado, la ruta de navegación turística, donde se otea en el horizonte la noria del puerto de Málaga. Por otro, la de la emigración procedente de África, nacida de la más cruda supervivencia y representada por el horizonte de una aldea de Bali. Alrededor del marco redondo se dibujan las doce estrellas de la Unión Europea, marchitas, rotas y maltrechas. ¿Con qué orgullo podemos seguir hablando de una Europa que sigue permitiendo estas atrocidades? No es un ataque ni una crítica, pero es una invitación a reflexionar sobre lo que estamos haciendo desde nuestro privilegio».
En su discurso se vislumbra una conclusión a la que acude cada vez que tiene que explicar sus convicciones: para entender por qué hemos llegado hasta aquí, debemos preguntarnos por nuestro pasado. Algo que cobra incluso más sentido en su último sencillo, Me miras pero no me ves, donde fusiona el folclore patrio con la vanguardia electrónica para acompañar a una letra que habla de la invisibilidad de las mujeres en los entornos rurales. «Pensé en mi abuela, que ha estado trabajando toda su vida como mi abuelo, o más, y sin embargo no podía sacar dinero de la cuenta corriente sin el permiso de él, igual que hoy no puede cobrar una pensión como trabajadora, sino compartir la de mi abuelo ya que el trabajo de ellas no contaba en absoluto durante los años cincuenta. El poco poder que tengo, de ahora en adelante, quiero usarlo para cambiar algo en este mundo. Si no lo hago, siento que mi voz no sirve para nada. Y eso no quiere decir que vaya a estar protestando siempre, porque también cantaré sobre el amor y la belleza, pero necesito expulsar todo esto para sanarme de la impotencia que siento». Producido junto a Lost Twin y escrito por ella misma, será el segundo de siete temas que parten del flamenco pero no pretenden, vaya por adelantado, actualizarlo o modernizarlo. «Yo escribo mis canciones, no estoy intentando hacer avanzar un género capaz de ser eterno como este. No le hago ningún favor, ni tampoco le resto. Simplemente tengo esa raíz, gracias a la que cierro los ojos y sueño la vida de mis ancestros. Sería muy pretencioso decir que se puede revolucionar un género que es pura revolución en sí mismo», zanja.
Lleva tres horas hablando enfundada en un traje de María Magdalena, una firma que resume su gusto por la moda española –que reconfirma con otros creadores patrios como Manuel Bolaño y Playa de Anza– en un estilo propio que aún sigue descubriendo. La única premisa, insiste, es que sea ella quien tome las decisiones. «Mis redes sociales las llevo yo, como la ropa que elijo, mi maquillaje o los colores de la portada del disco. Todo tiene un porqué, más ético que estético. Cuando me reuní con las discográficas, no tenía nada que perder, pero tampoco quería nada. Lo que yo tengo no tiene precio, y el dinero nunca me ha tentado. A todas les dije lo mismo: ‘Yo soy esto, y si os gusta podemos iniciar el camino juntos. Pero si me queréis por un potencial que veis moldeable, estáis equivocados. Porque yo mi rumbo lo voy a andar, con o sin vosotros’. Eso no era negociable», argumenta encendida. Ese rumbo, ya junto a su discográfica, ha tenido su escala más reciente en el concierto que ofreció el pasado octubre en beneficio de Open Arms. Resulta casi un acto de justicia poética que el espacio elegido para la cita fuera la sala Apolo, en la misma avenida del Paral·lel que su abuelo recorrió hace medio siglo, jugando a rozar sus sueños