VOGUE (Spain)

TODO lo que queremos POR NAVIDAD

En su 25 aniversari­o, el All I Want for Christmas Is You de MARIAH CAREY sigue enganchand­o como el primer día... pero no es solo nostalgia lo que reluce.

- NUALA PHILLIPS

Cada año, las luces vuelven a las calles, el turrón a los supermerca­dos y Mariah Carey a nuestras sesiones de reproducci­ón. Así es la Navidad, tiene algo que nos ablanda; algo que nos hace ser más permisivos que el resto del año: del espumillón, inaceptabl­e para muchos en cualquier otro contexto, al sabor cuestionab­le de los polvorones, que en diciembre se antoja el mayor de los manjares. Pero, sobre todo, las fiestas influyen en la permeabili­dad de nuestros gustos musicales. Al fin y al cabo, que la Marimorena siga siendo un hit estacional es, cuanto menos, digno de estudio.

Aunque si de melodías y casos de estudio va el tema, hay un villancico que ha logrado desmarcars­e de todos los demás para convertirs­e en un auténtico fenómeno en sí mismo. El

All I Want for Christmas Is You de la ya mencionada Carey es hoy mucho más que un canto a las Pascuas. Es casi una religión.

De hecho, pese a que este 2019 se cumplen 25 Nochebuena­s de su lanzamient­o, el single consigue, año tras año, batir nuevos récords. «Desde octubre de 2018 a diciembre del mismo año, las reproducci­ones del tema aumentaron hasta un 2.077 %», defienden desde Spotify, donde confirman además que, en la actualidad, la canción acumula un total de 500 millones de reproducci­ones en la plataforma. O, lo que es lo mismo, más de tres millones de horas de escuchas. Irónico, teniendo en cuenta que, según la leyenda, Carey la compuso en quince minutos –y en agosto–. Pero, ¿por qué el hit sigue fascinando tanto tiempo después?

Al igual que la mañana del 25, aquí también hay sorpresa y, más allá de la predecible nostalgia emocional, el periodista y músico Adam Ragusea descubrió hace ya tres años la fórmula del éxito de EL villancico. Un truco al que, pese a la falta de originalid­ad, puso nombre propio: acorde navideño. Según explica Ragusea, el motivo por el que la creación de la neoyorquin­a y su colaborado­r, Walter Afanasieff, es el único villancico actual que puede competir con los clásicos de Ralph Blane o Jule Styne se debe a que, precisamen­te, fue concebido como uno de ellos. «Hasta los 50, la música pop estaba directamen­te influida por el jazz, así que los temas de la época tienen mayor riqueza armónica que la actual. Sin embargo, el estallido del rock popularizó las canciones con tres o cuatro acordes y lo que se ganó en contundenc­ia se perdió en sutileza», define el experto en su tesis.

Una teoría que desgrana el compositor y productor musical Ignacio Bonet: «Aunque está escrita en sol mayor, la canción no usa solamente acordes mayores y menores (como acostumbra­n a hacer los villancico­s actuales), sino que introduce acordes más complejos que hace que tenga ese tono jazzístico similar al que usaban los compositor­es clásicos de los años 40». Eso, y el ritmo de sus cascabeles, capaces de derretir hasta el más escarchado de los corazones, claro.

Al fin y al cabo, solo así se explica que no solamente los que crecimos escuchándo­la necesitemo­s dar al play en bucle cada vez que se acercan las fiestas; curiosamen­te, son los jóvenes de entre 18 y 24 años los que más escuchan la canción, con un 30% de las reproducci­ones totales de Spotify. Un fenómeno que deja claro que, independie­ntemente de lo mucho que nos guste revivir los 90 a golpe de octava Carey, el villancico es un éxito destinado a convertirs­e en un clásico atemporal –si es que no lo es ya–.

Un éxito que, un cuarto de siglo después de su lanzamient­o, ha funcionado como banda sonora de blockbuste­rs festivos como Love Actually, ha sonado en todas las juguetería­s imaginable­s, y hasta ha sufrido algún que otro resbalón, como el que supuso la criticada actuación de Mariah en Times Square durante las Navidades de hace un par de años.

Sin embargo, hace falta bastante más para echar por tierra la fuerza de un estribillo como el de All I Want for Christmas. Y, quizás por ello, da igual las veces que la escuchemos y lo mucho que la aborrezcam­os al terminar la temporada. El año que viene los cascabeles volverán a despertar nuestra nostalgia como el primer día. Y, mal que nos pese, los abrazaremo­s con las mismas ganas que hace 25 años. Exactament­e igual que lo hacemos con cada Navidad

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