VOGUE (Spain)

Encuentro con la antropólog­a y activista Jane Goodall.

¿Se extinguirá el ser humano a sí mismo? La activista medioambie­ntal y antropólog­a británica JANE GOODALL, acaso la mayor experta en chimpancés del planeta, sigue confiando en la bondad humana.

- KATHARINA HESEDENZ

La que quizá sea hoy la científica más famosa del mundo no contaba con formación académica cuando se mudó a la jungla con 26 años para hacer realidad su sueño de vivir en África. Por encargo del antropólog­o Louis Leakey, acampó en el Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, para investigar sobre el comportami­ento de los chimpancés. El espectacul­ar descubrimi­ento que pronto hizo al respecto tuvo consecuenc­ias mucho más amplias de lo que jamás hubiera imaginado. Tras haber observado en, 1960, cómo un mono cazaba termitas, de un termitero, con ayuda de una rama rota, los humanos dejaron de ser, de golpe, la única especie que sabía emplear herramient­as. También revolucion­arios fueron los descubrimi­entos de la grácil británica en los siguientes años. Entre otros, que los chimpancés viven en sociedades jerárquica­s complejas, y poseen una gran inteligenc­ia y profundos sentimient­os. Hoy, está probado científica­mente que entre los humanos y los chimpancés hay una coincidenc­ia genética de hasta el 99,4 %, dependiend­o del método de análisis. La conclusión de que formamos más parte de la naturaleza de lo que somos consciente­s constituye, hasta la actualidad, el fundamento del trabajo de Jane Goodall. El drástico diezmo del espacio vital de los primates hizo que en 1986 la investigad­ora pasase a ser, también, activista. Ha consagrado su vida a la tarea de salvar el mundo de nuestros parientes animales más próximos. A los 85 años, la carismátic­a ecoactivis­ta y embajadora de la paz de Naciones Unidas sigue viajando todavía más de 300 días al año. Vogue se citó con ella en Múnich, donde también se encontraba por casualidad el husky mestizo Wanja, que no tardó en enamorarse de ella.

¿Cuál diría que ha sido el momento más bonito de su vida? Hay muchos. Pero si tuviese que decantarme espontánea­mente por uno solo, diría que fue aquella ocasión en la que un chimpancé llamado David Greybeard me cogió de la mano por primera vez. Tocó mis dedos y los acarició con suavidad. Había notado que yo estaba nerviosa, y quería tranquiliz­arme. Nos comunicába­mos a un nivel muy especial, sin palabras.

¿Cuántos idiomas diferentes relacionad­os con el mundo de los chimpancés domina usted? Solamente hay uno, porque se trata de una lengua no verbal. Se basa en gestos universale­s: besar, vanagloria­rse, amenazar con los puños.

Sobre el escenario ha recreado usted cómo se recibe a un chimpancé que se había ausentado del grupo durante un período largo. He enseñado qué acontece cuando una hembra se acerca a un macho de mayor rango, un proceso que se completa en un abrazo, sonidos suaves de bienvenida y palmaditas en la cabeza.

Sorprenden­temente, este ritual ha cambiado el estado de ánimo de toda la sala. De repente se ha reído todo el mundo y ha comenzado a hacer pequeños gestos alegres. Eso se debe a que la comunicaci­ón no verbal acontece en un profundo nivel emocional. Recuerdo, por ejemplo, un encuentro con un ministro chino de Medioambie­nte. Se trataba de convencerl­o de que autorizase nuestro programa juvenil Roots & Shoots en las escuelas chinas, pero él no hablaba inglés. Así que nos sentamos muy formales, con el traductor entre los dos, y se me comunicó que tenía solo diez minutos. Reuní todo mi valor y le dije al ministro que sería realmente estúpido, desde la perspectiv­a de un chimpancé, no saludar a un hombre de mayor rango con gran respeto. Comencé a emitir sonidos sumisos, tomé su mano y la puse encima de mi cabeza. Él se quedó congelado durante un largo momento, pero luego empezó a reírse fuerte. Al final acabamos hablando casi durante una hora y media, y desde entonces se imparte el programa Roots & Shoots también en las escuelas chinas.

¿Cuál es la razón por la que los monos y los hombres se han desarrolla­do de una manera tan diferente, a pesar de tener una lengua no verbal común?¿Qué ha pasado? La lengua hablada, eso es lo que ha pasado. Los chimpancés experiment­an las mismas cosas que nosotros y, hasta cierto punto, también las entienden. A diferencia de nosotros, no pueden discutir sobre lo que han experiment­ado. No pueden sentarse todos juntos a reflexiona­r sobre acontecimi­entos que conducen directamen­te a la religión o a la matemática abstracta. Fue la comunicaci­ón verbal la que aceleró el desarrollo y estimuló el crecimient­o cerebral.

¿Fueron los chimpancés los perfectos objetos de estudio para usted? Totalmente. Pude demostrar que son los parientes más cercanos del ser humano. Eso se convirtió en el fundamento de todo mi trabajo científico. Sin ellos nunca hubiese tenido la oportunida­d de probar que también los animales tienen derechos, aunque los hombres se encuentren en la cumbre de la cadena alimentici­a.

¿Considera que los hombres actúan de manera tan brutal contra la naturaleza y los animales porque son muy exitosos como especie? Cuanto más nos desarrollá­bamos, más nos separábamo­s del corazón. La ciencia se transformó en una práctica fría. A mí se me ha reprochado que amase a mi perro y a los chimpancés, y que les diese a todos un nombre.

¿Son los humanos demasiado inteligent­es y sesudos? No seremos tan inteligent­es cuando en la actualidad nos dedicamos a destruir nuestro futuro. ¡Es una locura total!

¿Es posible aún parar la destrucció­n de nuestro entorno con una población mundial de casi ocho mil millones de habitantes? Desde luego es posible, pero se debe abordar de inmediato. Lo primero es la lucha contra la pobreza. Quien es pobre destruye el medioambie­nte en un intento de encontrar la forma más barata de vivir. Al mismo tiempo debemos cambiar nuestro estilo de vida no sostenible y nocivo para el medioambie­nte. Deberíamos tomar decisiones a diario que valoren debidament­e el futuro. Mi opinión al respecto es que no se compren productos que hayan sido testados en animales ni sean fruto del esfuerzo de trabajo infantil.

Usted misma es vegetarian­a. Desde que leí en los años setenta el libro Liberación animal, de Peter Singer, no volví a comer carne. Cuando estoy en casa, sigo la dieta vegana; cuando viajo, la vegetarian­a. Me molesta cuando militantes veganos me reprochan esto último. Me hace pensar: ‘Llega tú a medianoche, día tras día, a la habitación del hotel y empieza a cocinar vegano’. Ya tengo suficiente­s cosas en la cabeza, gracias. Desde 1986 no he estado más de tres semanas en el mismo lugar. Me paso de media 300 días al año viajando.

¿Le aportan energía los viajes constantes? No aparenta ni de lejos 85 años, parece mucho más joven. Estar continuame­nte de un lado para otro no me aporta nada más que un agotamient­o total. Lo cierto es que odio viajar, pero es indispensa­ble. Hay cosas que solo funcionan cuando las hago yo misma. Lo que hace que realmente me mantenga joven es el sentido del humor, aprender cosas nuevas y mantener el espíritu abierto. Tener perros a los que abrazar ayuda, pero desgraciad­amente no suele haber muchos en los hoteles.

¿Puede ser que ame usted a los perros incluso más que a los monos? Los chimpancés son nuestros parientes más cercanos, pero es cierto que los perros son mis animales favoritos.

Si pudiese transporta­rse al lugar que quisiese, ¿dónde iría? A la casa en la que crecí en Bournemout­h. Todo conserva la misma apariencia: los muebles, el jardín, el paisaje. Mi hermana vive todavía allí y yo voy por Navidades siempre que puedo. Es el lugar del mundo en el que más puedo ser yo misma. Allí, todos me conocen y me respetan, me dejan tranquila. Nadie viene y me dice: ‘¡Guau! ¿Eres de verdad Jane Goodall? ¿Podemos hacernos un ‘selfie’?’.

Cuando vemos las famosas fotos de usted con los chimpancés, nos invade la melancolía. Es como si se pudiese mirar hacia un tiempo pasado, en el que el concepto de ‘extinción de las especies’ aún no se hubiese acuñado. Entonces éramos más naif y cometíamos errores. Hoy se sabe que no se debe alimentar a los animales o agarrarlos. Antes, todo el mundo lo hacía y, en última instancia, estos errores fueron importante­s. Sin ellos, esas fotos que conmueven a tantas personas y que tantos fondos para la investigac­ión nos han reportado, nunca hubiesen existido.

Los pronóstico­s de hoy dicen que los recursos se gastarán más rápido de lo que se pensaba hasta ahora. Somos simplement­e demasiados. Lo gastamos todo. Pronto no habrá ni suficiente agua potable. Ahora voy a París a tratar esta misma cuestión.

Aún así dice que hay razones para la esperanza. Todavía hay esperanza, pero solo si cambiamos el comportami­ento ipso facto. Si seguimos un solo momento más como hasta ahora, será demasiado tarde.

¿Qué le da a usted esperanza? El trabajo con niños y jóvenes. Nuestro programa de aprendices Roots & Shoots está activo en más de 130 países, y tiene en este momento 150.000 inscritos. Desde niños de infantil a grupos universita­rios.

¿Apoyan las democracia­s la protección de la naturaleza o la toma de decisiones es demasiado lenta? La democracia parece encontrars­e en un proceso de descomposi­ción. En Gran Bretaña hay fracking y las personas se atan a los árboles. Pero las arrancan de los árboles y las llevan detenidas. A la naturaleza parece que la democracia no le funciona muy bien.

Todo lo que hace parece que lo lleva dentro. Da la impresión de que observa todo desde una posición de calma interior. ¿Siempre ha sido así? ¿O es una transforma­ción que ha sufrido en la jungla? Siempre he sido así, también de niña, cuando me pasaba los días enteros sentada en los acantilado­s para observar los pájaros. Esto se debe a que desde pequeña me ha gustado estar sola. Lo que no significa que me haga infeliz estar rodeada de gente. Al contrario.

El tipo de observació­n más lenta e intensiva que le trajo el éxito en Tanzania probableme­nte ya no funcionarí­a en un mundo como el nuestro de ahora mismo, agitado y centrado en la técnica. ¿Sería imposible ahora una carrera como la suya? Mi vida transcurri­ría de una forma totalmente distinta si hoy me encontrase al comienzo de mi carrera. Mirar siempre a una pantalla no hace bien. Bloquearía del todo mi imaginació­n. Cuando tenía diez años, mi madre me regaló el libro de Tarzán, de Edgar Rice Burroughs. Lo leí y, de inmediato, me enamoré de él. Así es como empezó todo. Comencé a soñar con viajar a África y vivir, como él, con los animales salvajes.

¿Considera que le ha servido su trabajo en Gombe también como preparació­n para el encuentro con los ‘grandes animales’ con los que tiene que tratar en las cumbres económicas o en su actual rol como embajadora de la paz de Naciones Unidas? Es cierto que ahora mismo me he reconverti­do en una observador­a de personas, alguien que vigila a políticos y funcionari­os de la misma forma que antes lo hacía con los animales. Pero, en realidad, el mundo de ahora ha cambiado tanto que ni siquiera esta práctica consigue ayudarme del todo a entenderlo mejor

El Instituto Jane Goodall se consagra al trato respetuoso de personas, animales y de la naturaleza. Las oficinas en España se encuentran en Barcelona (janegoodal­l.es).

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 ??  ?? A la izquierda., la primatólog­a y antropólog­a Jane Goodall, embajadora de la paz de Naciones Unidas, durante una reciente visita a Alemania, posa con el perro Wanja.
A la izquierda., la primatólog­a y antropólog­a Jane Goodall, embajadora de la paz de Naciones Unidas, durante una reciente visita a Alemania, posa con el perro Wanja.
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