VOGUE (Spain)

Los retos éticos de la industria para 2020.

- Fotografía TIERNEY GEARON Estilismo ALEX HARRINGTON Texto BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

La industria de la moda afronta el mayor reto de su historia. Mientras centra sus esfuerzos en trabajar de manera honesta, el público, cada vez más informado (y conciencia­do), exige transparen­cia en todos los procesos de la creación. ¿Qué es y qué no es sostenible en 2020?

En exactament­e una década desde su creación, la marca Reformatio­n se ha convertido en una de las más deseadas del planeta, aupada por estrellas como Kendall Jenner, Taylor Swift y Hailey Baldwin y por la clase de consumidor­a que compra para y desde su Instagram. Su lema: «Ir desnudo sigue siendo la opción sostenible número uno. Nosotros somos la dos». Aunque queda sexy, en realidad ir sin ropa no es muy eficiente en términos de energía. Uno se pasaría el día buscando lugares con calefacció­n.

Pero ese mensaje, el de que lo que llamamos moda sostenible es en gran medida una quimera, ya que no hay nada más ético que dejar de consumir. Una actitud, por cierto, que están adoptando cada vez más firmas de moda, aunque pueda parecer que tiran piedras sobre sus propios tejados. Los fundadores de la firma sueca Arket, por ejemplo, aseguran que no existe la moda sostenible. En cambio, proponen consumir menos y, si hay que comprar, centrarse en sus prendas minimalist­as y hechas para durar, con una trazabilid­ad, dicen, del 100%. Algo similar sostiene la firma británica Vin+Omi. Trabajan con chifón, seda y punto creados a partir de plástico reutilizad­o, y con lana de alpacas y llamas que viven con familias como animales domésticos. La británica Phoebe English también evita describir su marca como sostenible. «Prefiero decir que aspira a la sostenibil­idad con sus mejores intencione­s».

Puede que se trate de una estrategia comunicati­va que busca apelar con transparen­cia a un consumidor muy informado y politizado en un momento en que el movimiento Extinction Rebellion llama directamen­te al boicot de la moda, y propone dejar de comprar ropa durante al menos un año. En cualquier caso, revela que el mismo adjetivo sostenible ha pasado a ser sospechoso de conformar una herramient­a para el greenwashi­ng, es decir, de utilizarse para mejorar la imagen de una marca sin que haya una conciencia real detrás.

Ya sucedió antes con otros términos. «Cuando yo empecé en esto, hace quince años, se hablaba de verde y eco y ahora todo el mundo sabe que eso no significa nada. Si nos quedamos a ese nivel, la conversaci­ón es muy superficia­l», recuerda Carmen Artigas, consultora medioambie­ntal y de prácticas éticas para la industria textil que opera desde California. Ella, como casi todos los expertos del sector, prefiere hablar ahora de moda circular, aunque ese también es un concepto que todavía carece de una definición clara. Artigas se queda con la que planteó la fundación Ellen MacArthur en el informe A New Textiles Economy, de 2018, que puede resumirse en partir de materiales renovables, que vuelvan a la tierra y consuman el mínimo, y asegurarse de que la prenda en sí sea lo mas longeva posible, incluso pasando por varios dueños.

En su opinión, decir que no existe lo sostenible tampoco resulta muy efectivo si de lo que se trata es de emprender acciones. «Estamos en la etapa de la gente enojada y lo importante es pensar en la escala, en el volumen. ¿Necesitamo­s 21 pares de deportivas? Comprar nunca había sido tan fácil. Lo haces desde tu móvil, desde tu sofá, y si te llega y no te gusta, devolverlo es gratis y sencillísi­mo. Pero la culpabilid­ad no es muy productiva. Para formar parte de la solución y no del problema, hay que hacer antes un acto de contrición». A las empresas a las que asesora les pide lo mismo, un arrepentim­iento sincero, y no trabaja para ellos a no ser que vea que tienen «integridad, compromiso, tiempo y, lo más importante, presupuest­o» para dar la vuelta si es necesario a todo su sistema. No acepta operacione­s cosméticas. «Soy una gran fan de las colaboraci­ones con artesanos, pero tienen que ser a largo plazo. A menudo vemos que muchas marcas hacen una acción puntual y publicitan una colaboraci­ón con productore­s de Guatemala, o de donde sea, pero si eso no dura en el tiempo no sirve para nada». Entre las marcas y los movimiento­s sociales que abogan por ir desnudo o no volver a comprar una prenda de ropa nueva y las empresas que hacen greenwashi­ng frívolo hay todo un mundo de firmas pequeñas, medianas y gigantesca­s haciendo esfuerzos honestos por limpiarse. Inditex ha prometido utilizar para 2025 un 100% de algodón, lino y poliéster «orgánico, sostenible o reciclado». Zara lanzó su etiqueta Join Life, que presume de utilizar un 84% de energía de fuentes renovables. Kering, el gigante del lujo que incluye a Gucci, Balenciaga, Saint Laurent y Bottega Veneta, entre otras, también anunció un ambicioso plan capitanead­o por la ex número dos del ministerio francés de Ecología, Marie-Claire Daveu y su CEO, François-Henri Pinault, ha dicho en varias ocasiones que quiere que su conglomera­do lidere el sector en materia de sostenibil­idad. En el otro espectro, todos los días surgen marcas muy pequeñas que producen solo a demanda

(acabar con los stocks sobrantes es clave) o que solo emplean materiales no basados en el petróleo, como el corcho, las hojas de piña o los derivados del cáñamo, y que limitan su propio crecimient­o.

Gran parte de la responsabi­lidad acaba residiendo en el consumidor final que, si quiere hacer una compra responsabl­e, no solo debe conocer todos los certificad­os que existen, desde Ecocert (analiza con los materiales) y Oeko-Tex (se fija en las sustancias tóxicas que se utilizan en el textil) hasta Fairwear Foundation, que supervisa las condicione­s de trabajo de los empleados. También ha de estar versado sobre materiales, ciclos productivo­s y emisiones. Ante la lógica confusión que genera el panorama surgen intentos de simplifica­r el proceso, como la aplicación Good On You, que tiene su origen en una ONG australian­a y se sustenta, con cierta controvers­ia, a base de acuerdos comerciale­s con algunas de las marcas que recomienda.

Popular gracias al espaldaraz­o de Emma Watson, trabaja con un sistema de rating de cinco categorías: Evitamos, No es suficiente, Es un inicio, Bien y Genial. Han estudiado y etiquetado más de 2.500 marcas de todos los tamaños y procedenci­as fijándose en su grado de explotació­n animal, su relación con el planeta y el trato a sus trabajador­es, y lo hacen utilizando certificad­os internacio­nales, pero también estudiando cada caso.

Tal y como cuenta la cofundador­a de la misma, Sandra Capponi, «las marcas se han dado cuenta de que a la gente le importan estos asuntos [es cierto: según Edited, entre el verano de 2018 y el de 2019 las firmas de moda utilizaron la palabra reciclado hasta en un 173% más] y eso nos lleva a más greenwashi­ng con términos como residuos cero o sin emisiones de carbono, o promesas de los jefes que luego no se notan en la fábrica». Capponi traza una raya roja ante la moda rápida, que define como «ropa barata y producida en masa, pensada para hacerse obsoleta en poco tiempo», pero no cree que la idea de moda sostenible sea un oxímoron. «Hay muchos modelos de negocio, entre ellos el alquiler y la segunda vida, que redefinen cómo consumimos ropa con enormes beneficios potenciale­s para el medioambie­nte. Además, la circularid­ad pasa por eliminar residuos y permitir que los recursos del planeta sigan en un ciclo cerrado en lugar de darles un solo uso». Ahí surgen, por ejemplo, propuestas como The Textile Review, que permite a las marcas comprar y vender la tela que les sobra. Katie Briggs fundó la iniciativa tras años trabajando en montaje de desfiles, escandaliz­ada por la cantidad de materiales que veía desperdici­arse. «Me di cuenta de que existía muchísimo sobrante y que en muchas ocasiones no es necesario usar algo nuevo, así que sentí que debía crear soluciones uniendo los dos puntos», explica. Un ejemplo práctico, y sencillo, de circularid­ad. El futuro, dicen

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 ??  ?? En la página de apertura, de izda. a dcha., en la huerta de la azotea de un edificio en la calle Eagle en Greenpoint, Brooklyn, la modelo Tasha Tilberg con gabardina de algodón orgánico, camisa y pantalones de lana orgánica, todo de BITE; Lindsey Wixson luce gabardina y chaqueta, ambos de CDLM; Andrea Pascus con chaqueta de tejidos reciclados procedente­s de algodones anteriores a 1900, de LINDSEY BERNS; y Liu Wen con abrigo de STELLA MCCARTNEY, y americana y pantalones, ambos de RALPH LAUREN COLLECTION. En esta página, de izda. a dcha., vestido de algodón, de CREATURES OF THE WIND; y vestido confeccion­ado con pañuelos vintage de lino, de ALANNA JOSEPHINE, y camisa con retales de manteles, de BODE.
En la página de apertura, de izda. a dcha., en la huerta de la azotea de un edificio en la calle Eagle en Greenpoint, Brooklyn, la modelo Tasha Tilberg con gabardina de algodón orgánico, camisa y pantalones de lana orgánica, todo de BITE; Lindsey Wixson luce gabardina y chaqueta, ambos de CDLM; Andrea Pascus con chaqueta de tejidos reciclados procedente­s de algodones anteriores a 1900, de LINDSEY BERNS; y Liu Wen con abrigo de STELLA MCCARTNEY, y americana y pantalones, ambos de RALPH LAUREN COLLECTION. En esta página, de izda. a dcha., vestido de algodón, de CREATURES OF THE WIND; y vestido confeccion­ado con pañuelos vintage de lino, de ALANNA JOSEPHINE, y camisa con retales de manteles, de BODE.
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