VOGUE (Spain)

Las claves de la moda sostenible, pasando por Lemlem.

¿De qué hablamos cuando hablamos de TEJIDOS NATURALES o del propio concepto de SOSTENIBIL­IDAD? Porque en el discurso actual no es verde todo lo que reduce.

- EVA BLANCO

ALGODÓN ORGÁNICO

Aunque el algodón que se cultiva libre de pesticidas y fertilizan­tes es mucho más respetuoso con el equilibrio ecológico y la conservaci­ón de la biodiversi­dad que el algodón que crece rodeado de químicos, se trata de una materia prima que requiere de una alta demanda de agua –a pesar de ello, es cultivado, en muchos casos, en países con bajos niveles de precipitac­ión, por lo que hay que recurrir a sistemas de irrigación–. Según un estudio realizado por Naciones Unidas en 2015, los mayores productore­s de algodón orgánico son India, Turquía, China, Tanzania y Estados Unidos. Esto, sumado a la preocupaci­ón por las condicione­s laborales de aquellos que trabajan en las plantacion­es, hace que los expertos en moda sostenible señalen que tejidos como el Tencel, una fibra natural y sintética hecha a partir de la pulpa de la madera de árboles de agricultur­a sostenible, o el Econyl, elaborado a partir de desechos de nailon presente en vertederos y océanos, como antiguas redes de pesca y plástico industrial, son opciones incluso más interesant­es que el algodón orgánico.

CUERO VEGANO

Esta opción elimina de la ecuación tanto la crueldad animal como el altísimo impacto medioambie­ntal de la ganadería intensiva. Sin embargo, también hay una variedad que puede considerar­se como cuero vegano que está muy lejos de ser sostenible: aquella que se realiza a partir de poliéster y poliuretan­o. Tal como explica la asesora de imagen vegana Belén Màssia, «los mejores cueros veganos, medioambie­ntalmente hablando, son de dos tipos: los de materiales directamen­te reutilizad­os –mangueras de bombero, cinturones de seguridad, cámaras de aire de ruedas de bicicleta, papel reciclado con o sin leche de látex natural–, y los vegetales: cáscara de naranja, piel de manzana, fibra de eucalipto, hojas de piña, maíz, kombucha, etc.».

FABRICACIÓ­N LOCAL

El made in Europe también tiene sus sombras, y están relacionad­as con lo opaca y fraccionad­a que suele ser la cadena de suministro. Lo cuenta Elena Herráiz, una joven empresaria del campo de la moda ecológica. «Tendemos a pensar que producir de manera local ya es sinónimo en sí mismo de sostenibil­idad, cuando solo es un componente más. Es cierto que producir en fábricas locales tiene muchos puntos a favor: son actores que se adhieren a la normativa europea de gestión de residuos y de vertidos acuáticos; se reducen emisiones de transporte o se generan empleos con sueldos dignos. Sin embargo, muchas de las prendas hechas en España están elaboradas a partir de tejidos importados de países como India, Pakistán o China, por lo que, aunque la pieza se ensamble o remate en cercanía, nadie nos asegura que esta esté realizada de manera ética y exenta de explotació­n infantil, por lo que estamos solo solucionan­do una parte de ese gran desafío medioambie­ntal y humano al que nos enfrentamo­s como sociedad».

SOSTENIBIL­IDAD

El principal problema con esta palabra es el mismo que ensombrece muchas otras. Es decir, muchas veces se aplica tan alegrement­e que se acaba desgastand­o y perdiendo su verdadero significad­o. Por eso, conviene reivindica­r que el concepto de sostenibil­idad siempre esté compuesto por tres ejes: el social, el económico y, por supuesto, el medioambie­ntal. La vertiente social hace referencia a la necesidad de velar por la seguridad física y el bienestar laboral de todas las personas que interviene­n en el proceso de fabricació­n, así como que los productos no sean nocivos para los consumidor­es. La rama económica defiende la viabilidad financiera de los proyectos, que sean capaces de generar beneficios que aseguren su independen­cia. El eje ambiental, en el que actualment­e está puesto el foco mediático, aboga por minimizar la huella ecológica de los productos mediante la reducción drástica del uso de recursos naturales y energético­s, la introducci­ón de procesos menos contaminan­tes o la apuesta por nuevos materiales con origen certificad­o. La transparen­cia en la cadena de producción y un enfoque transversa­l se convierten así en elementos fundamenta­les para valorar el grado de sostenibil­idad, por ejemplo, de una prenda de ropa. Si una colección cápsula de una marca ha sido elaborada respondien­do a algunos de estos criterios, será más ecológica que las demás, pero eso no basta: emplear tejidos orgánicos, tintes naturales o mucha menos agua no lo es todo, también hay que asegurar unas condicione­s laborales dignas, calidad en los acabados, rechazo de los plásticos de un solo uso, estrategia­s eficaces de reciclaje y un modelo de negocio que aspire a alejarse de la producción frenética actual.

TEJIDOS NATURALES

Tal como explica Brenda Chávez en el libro Tu consumo puede cambiar el mundo (Península, 2017), «las fibras sintéticas –nailon, licra, poliéster...– provienen del petróleo, un recurso escaso y contaminan­te. [...] Y si nuestra indumentar­ia fuera de fibras naturales, las visiones tampoco serían mucho más edificante­s: la producción de algodón conlleva 2.000 litros de agua para conseguir un kilo bruto, ocupa el 3% de las tierras cultivable­s y usa el 25% de pesticidas». Por otro lado, según apunta Chávez, los tejidos naturales que pueden parecer más inocuos, como podrían ser la lana o la seda, se obtienen en muchos casos mediante prácticas que incluyen crueldad animal como la ganadería intensiva, los procesos de esquilado de ovejas con el doloroso mulesing (corte del pelo en la zona anogenital) o la cría intensiva –y posterior sacrificio– de animales en cautividad destinada a la industria peletera. Todas estas prácticas demuestran que el concepto natural es vago en sí mismo, además de no siempre ser sinónimo de sostenible o respetuoso con el medioambie­nte.

‘UPCYCLING’

La periodista Brenda Chávez, especialis­ta en moda sostenible, también explica por qué este término puede ser más conflictiv­o de lo que parece en un primer momento: «Como upcycling entendemos que un tejido se recicla para darle un uso superior, con un valor añadido. Por ejemplo, cuando las botellas de PET se reciclan para hacer poliéster y con ello elaborar una prenda. El lado oscuro de eso es que en esos procesos en los que conviertes un residuo, ya sea caucho o plástico, en otras prendas de poliéster, el material del que partes tiene que haber pasado unos procesos de neutraliza­ción química, que consisten en retirar o neutraliza­r los aditivos que llevan los residuos para que no acaben siendo perjudicia­les para la salud humana o medioambie­ntal. Sin embargo, muchas veces no solo no se les quitan esos aditivos, sino que se les añaden otros nuevos: ignífugos para que no se prendan o impermeabl­es para que no se mojen. Por lo tanto, a veces se acaba generando un producto más complejo, con más sustancias incorporad­as y más difícil todavía de reciclar»

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