VOGUE (Spain)

La modelo Steffy Argelich afronta un 2020 lleno de proyectos.

- Fotografía NICO BUSTOS Estilismo JUAN CEBRIÁN Texto BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

A punto de dar a luz a su primer hijo, fruto de su relación con el cineasta GREAR PATTERSON, la modelo barcelones­a STEFFY ARGELICH arranca 2020 con su estreno en la maternidad y una agenda llena de nuevos proyectos.

Steffy Argelich ha trazado una línea roja durante su embarazo: los pantalones con cinturilla elástica. «No, no, no, es que me niego a la gomita esa», se ríe. Todas las gestantes primerizas se enfrentan a una serie de sorpresas que no sospechaba­n, pero las modelos añaden algunas nuevas al repertorio. «Sinceramen­te, yo estaba acostumbra­da a que todo me quedase perfecto, y ahora... De repente esta barriga, estos pechos, ¡este culo!». La catalana espera un bebé para febrero. Se llamará Cy, como el artista Cy Twombly y como el amigo que le presentó a su pareja, el artista y cineasta Grear Patterson, que ha rodado su primera película, Giants Being Lonely, junto a Olmo Schnabel. Llevan juntos un año y no habían planeado tener familia tan pronto –Steffy tiene 26 años– pero están ilusionado­s y curiosos ante la llegada del bebé que, de manera inevitable, les cambiará la vida. «No existe el momento perfecto para tener un niño, así que dijimos: venga, adelante». Ha pasado el embarazo viajando y trabajando –aparece, por ejemplo, en la campaña del perfume 212 Vip de Carolina Herrera, junto a Hailey Bieber y el influencer Cameron Dallas– y ahora toca parar durante un tiempo y hacer un nido, aunque sea portátil.

Patterson tiene su casa en Nueva York, en el Bronx, y la idea de la pareja es que el bebé nazca en Barcelona, donde viven la hermana y la madre de la modelo, para instalarse después en París. «Nueva York no me parece apropiada para criar a un niño. Demasiado intensa, demasiado sucia. París es un buen lugar y está a solo hora y media de vuelo de Barcelona. Viví allí cinco años, en el Marais, y tengo muchos amigos». Dice que le gustaría que el niño hablase muchos idiomas, pero más allá de eso no tiene muchos planes para la crianza. «Lo importante es que sea feliz. Me gusta cómo lo hizo mi madre [que enviudó siendo muy joven]. Su método consistió en darme mucha libertad, mucho amor y empujarme a que me sintiera bien con lo que hago, sin reparar en las voces críticas».

Argelich se instaló en París con 17 años, sin hablar una palabra de francés y recién salida de los escolapios de la calle Balmes. En realidad su carrera en la industria empezó mucho antes, cuando era un bebé de un año y rodó su primer anuncio para Freixenet. A los tres, participó en su primera campaña de moda, a las órdenes de Benetton, y siguió trabajando sin enterarse hasta que decidió hacer de esto su profesión. «Mi primer año en París fue muy duro, como el de muchas chicas. Primero intenté vivir en un piso compartido de modelos, pero no duré ni un mes. Hacía 200.000 castings». No duró mucho la odisea en el desierto. Nicolas Ghèsquiere la escogió para su primer desfile al frente de Louis Vuitton y, a partir de ahí, su carrera despegó. Su estilo, que recuerda a las modelos británicas de los noventa, y su icónico flequillo setentero – «Los peluqueros nunca saben que hacer con él», se queja–, entre Debra Winger y Maria Schneider, le han servido para colarse en las campañas de H&M, Mango, Emilio Pucci y APC. Ha trabajado con Juergen Teller, Steven Meisel, Alaisdair McLellan, Collier Schorr y Peter Lindbergh, para el que posó en muchas ocasiones en los últimos años del fotógrafo. «Sentí mucho su muerte. Aparte de un fotógrafo enorme, Peter era una persona especial. El típico que abre la puerta a sus asistentes. Era como un padre», dice. Si eso destacaba de Lindbergh, es porque las cosas no siempre van así. Durante mucho tiempo en la industria de la moda el fotógrafo, casi siempre hombre, tenía bula para comportars­e como un pequeño tirano en el set. El paradigma inició un lento cambio hace dos años, cuando estalló el #MeToo también en el sector y muchas modelos empezaron a contar experienci­as de abusos y a asociarse en iniciativa­s como The Model Alliance. «Yo nunca he vivido situacione­s así, ni me las han contado. Las vi en Instagram y las leí como todo el mundo, pero es importante que las modelos estemos unidas para que estas cosas no vuelvan a pasar», concede.

Argelich tiene todavía mucha carrera por delante, como modelo y como empresaria emergente. Está ultimando el lanzamient­o de una marca de accesorios junto a su amiga, la diseñadora de joyas Kim Mee Hye. La criatura se llamará Carmen, el nombre que le hubiera puesto a su bebé de haber sido niña. «Serán piezas de lujo, pero de precio asequible. La idea es volver a la belleza, como un Gucci de Tom Ford en los años 90. Que puedas ir con vaqueros, zapatillas, y unos pendientes preciosos. Y no vamos a seguir el calendario loco de la moda. Lo haremos a nuestro ritmo». Por cierto, ese código es justo el que ha seguido para vestirse durante su embarazo. Conjurada contra los famosos pantalones de cintura elástica, ofrece una opción alternativ­a: «Un pantalón de chándal, una camisa y unos buenos mocasines Gucci»

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En la doble página de apertura, Steffy Argelich lleva vestido de chifón de seda con detalles de encaje, de ETRO. En esta página, abrigo de pelo sintético, de MANGO; y sombrero vintage. En Steffy lleva capa de seda, de VALENTINO; y braga de biquini, de CALZEDONIA. Grear viste jersey de lana, de MANGO MAN; y pantalón de ACNE STUDIOS. la página siguiente,
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En la página siguiente, él con cardigan y polo de algodón, camisa, pañuelo, pantalón vaquero y botas de piel, todo de PRADA; y calcetines de canalé, de CALZEDONIA. Steffy con manta de mohair, de LOEWE; vestido lencero, de ZARA; botas de piel, de MANGO; y joyas propias.
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