VOGUE (Spain)

Ángela y Olivia Molina comparten serie por primera vez.

- Fotografía PEPE LÓBEZ Estilismo ISABEL LLANZA Texto MARIO XIMÉNEZ

Pertenecie­ntes a uno de los mayores clanes del cine y la música en España, ÁNGELA y OLIVIA MOLINA coinciden por primera vez en una ficción para la pequeña pantalla. Madre e hija debaten sobre valores como la urgencia climática, la maternidad o su pasión común por el cine, y demuestran por qué es importante que las mujeres tengan el poder de escribir sus propias historias.

Descalza sobre el suelo de terrazo, Olivia Molina (Ibiza, 1980) asiente ligerament­e mientras una peluquera maneja varias horquillas que han de embrollar su pelo en un sutil recogido. Susurra un par de frases en francés dirigidas a su madre, enfundada en un holgado vestido que se despega de su figura. Aunque Ángela Molina (Madrid, 1955) no está acostumbra­da a la silueta, el consejo de su hija hace que agarre un pedazo de melón, vuelque su pelo cano hacia el lado derecha y tras un par de negociacio­nes, acabe resignándo­se. «Si tú lo ves, yo lo veo», replica cómplice. Su hija le suelta un beso en la frente y el aparente conflicto de lo que han de vestir en esta sesión de fotos para Vogue España se resuelve en menos de un minuto. Una escena que, según todo pronóstico, refleja bastante bien cómo funcionan las negociacio­nes entre estas dos mujeres. A ambas las une, entre muchos vínculos, un apellido que en este país es sinónimo de artes escénicas. Antonio Molina, abuelo de una y padre de la otra, marcó con su voz y su rostro la copla española en la segunda mitad del siglo XX, hasta su fallecimie­nto en 1992.

Con todo, su herencia más palpitante está en el legado sanguíneo de sus ocho hijos, de entre los que Ángela ha sido el tallo más florido en lo que a cine atañe. «No me dio mucho tiempo a soñar: el sueño me cogió por banda», recuerda sobre su estreno en la actuación cuando arañaba la mayoría de edad. Se estrenó en 1974 con el filme de César Fernández Ardavín, No matarás. Es, curiosamen­te, la misma edad a la que Olivia empezaría a plantearse su debut como actriz, materializ­ado en la película Jara (Manuel Estudillo), en 2000. Aquel sería su estreno en solitario, pero también trabajando junto a su madre frente a una cámara, algo que no ha vuelto a ocurrir en casi dos décadas de carreras paralelas. Hasta ahora. «No todos los días se usa la ficción para alertarnos de lo mal que tratamos la realidad. Este era un proyecto que debíamos aceptar casi por obligación moral», razona Ángela refiriéndo­se a La valla, la serie de Antena 3 que se estrenará el próximo trimestre, ambientada en un futuro distópico donde la urgencia climática ha convertido a las democracia­s occidental­es en regímenes dictatoria­les. «Mientras la vida en el campo se ha hecho imposible, la ciudad queda dividida en dos regiones», añade Olivia. «Por un lado, el sector donde vive el gobierno y la clases privilegia­das; y, por otro, donde vivimos los demás. La única forma de pasar de un lado a otro es esa valla, que simboliza todo lo que nos separa».

Un primer vistazo a la ficción, creada por Daniel Écija y producida por Atresmedia, es suficiente para acordarse de otras series como la británica Years and Years (HBO) o la estadounid­ense Black Mirror (Netflix), capaces de ponernos en jaque con nuestra sociedad a través de distopías futuristas, donde la sociedad está sumida en las consecuenc­ias de sus lastres actuales. En La valla, Ángela y Olivia interpreta­n a Emilia y Julia, madre e hija que han quedado atrapadas en el lado desfavorec­ido de esta nueva jerarquía. «Cuando leí la historia me pareció radicalmen­te distinta a cualquier cosa que me hubiera imaginado en 2019 en televisión, y me capturó principalm­ente por el poder de transforma­ción que muestran sus protagonis­tas cuando el poder nos arrebata los derechos fundamenta­les. Muestra un tipo de posguerra diferente a la que vivieron mis padres, habla de una posguerra ideológica, filosófica, que cada día nos acecha más», señala Ángela, a la que Olivia pide paso en busca de un apunte. «Es curioso que hablemos de futuro y distopía, porque es ahora cuando muchos derechos y libertades que hemos tardado siglos en obtener están de nuevo en riesgo».

Madre e hija charlan en una sala de profesores de la Escuela Superior de Arquitectu­ra de Madrid, tras una mañana posando ante la atónita mirada de alumnos intrigados. Cogidas de la mano, recorren la escalinata ajenas al interés que despierten. Agarradas y charlando en su código francés, transitan como envueltas en una burbuja de protección mutua. «Existe una herencia, de mi abuela hacia mi madre y de esta hacia mí, que siempre he intentado pasarle a mis hijos. La importanci­a de la ética por encima del poder, de la riqueza moral por encima del dinero, y de la naturaleza como un gran ente que nos sobrevivir­á a todos, por lo que no hay motivo para maltratarl­a». Olivia, Mateo, Samuel, Antonio y María son las cinco felices consecuenc­ias de sus dos matrimonio­s, legado coral de una vida que combinó familia y trabajo desde que se iniciara en el cine con directores como Eugenio Martín, Antoni Ribas o Jaime Camino, hasta que Luis Buñuel le ofreciera ser la protagonis­ta de su última película, Ese oscuro objeto de deseo (1977), cuando acababa de cumplir los 22 años. Ya entonces, con España celebrando sus primeras elecciones generales tras cuatro décadas de dictadura, el personaje de Ángela clamaba frases disruptora­s para su tiempo: «No soy de nadie, soy de mí misma y me guardo bien. No tengo nada más preciado que yo». Una señal inequívoca de cómo la actriz, reacia entonces a resignarse al imperante cine del destape, ha elegido voces arriesgada­s en su trayectori­a. «Siempre nos ha hecho muy partícipes de su valentía», aclara Olivia. «Hemos viajado con ella y nos ha mostrado cosas que ninguna clase podría enseñarnos. Recuerdo ver, de muy pequeña, una escena de la película Camada negra (Manuel Gutiérrez Aragón, 1977), en la que acaban matándola a pedradas. Estuve semanas en las que no me separaba de su falda para que no se fuese a trabajar, porque estaba convencida de que la mataban. Son situacione­s que marcaron mi adolescenc­ia, pero creo que también mi futura vocación».

Olivia asomó su pulsión por el cine en Jara, como avanzaba su madre, pero fue en 2000 cuando su rostro ocupó la pequeña pantalla durante 406 tardes, en la longeva serie Al salir de clase. «Nunca me planteé hacia donde me estaba dirigiendo, me limité a hacer lo que era natural para mí. Han sido el paso de los años y la huella de la maternidad, lo que me ha hecho preguntarm­e por qué me dedico a esto, desde dónde lo hago y quién puedo llegar a ser», razona. Tras su paso por televisión, que combinó con películas como School Killer (2001) o Ausiàs March (2002), se estrenó sobre las tablas con su progenitor­a en 2005, adaptando la película de Mike Nichols El graduado en el teatro Coliseum de Madrid, bajo las órdenes de Andrés Lima. «Hemos tenido la suerte de atravesar momentos vitales juntas sobre las tablas o frente a una pantalla, y eso nos ha hecho madurar juntas», incide Ángela. «Nos hemos encontrado en diferentes contextos y somos muy distintas, pero Olivia es la persona que más me reta a cambiar mi forma de ver el mundo». Su hija coincide: «Nos conocemos tanto y nos hemos vuelto tan cómplices que podemos discutir acaloradam­ente sobre el más pequeño detalle, y acabar partiéndon­os de la risa un segundo después. No hay magia mejor que esa». Entre los tiernos hilos de tensión que se han tejido en su universo, se cuelan temas como el medioambie­nte, los sacrificio­s que implica su profesión, el machismo que la ha impregnado durante décadas. Mientras Olivia es más combativa –«hay que luchar con la energía de una guerra para ganar una pequeña batalla»–, Ángela confiesa que su solución pasa por idear y poner en marcha relatos femeninos. «Hay mucho desequilib­rio y una gran necesidad de contar historias sobre nosotras, sin que nadie nos quite la voz o la autoría. De hecho, querría adaptar una obra de Pirandello con la que llevo soñando años», le espeta a su hija. «Solo falta que aceptes, claro: la protagonis­ta serías tú». Sonrojada, Olivia le tapa la boca con dulzura para darle un beso en la mejilla y volver al francés, de nuevo en sus personalís­imos códigos

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 ??  ?? En la doble página de apertura, a la izda., Olivia lleva gabardina de MICHAEL KORS COLLECTION; y pendientes de DINH VAN; Ángela lleva vestido de VALENTINO. A la dcha., Olivia con vestido de PRADA; y Ángela con abrigo de CHLOÉ, y camisa de FENDI.
En la doble página de apertura, a la izda., Olivia lleva gabardina de MICHAEL KORS COLLECTION; y pendientes de DINH VAN; Ángela lleva vestido de VALENTINO. A la dcha., Olivia con vestido de PRADA; y Ángela con abrigo de CHLOÉ, y camisa de FENDI.
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En esta página, Olivia lleva mono de DIOR; y pendientes bañados en oro blanco, de BOTTEGA VENETA.
En la página anterior, Ángela lleva jersey de lana, de MIU MIU; y camisa de CHLOÉ. En esta página, Olivia lleva mono de DIOR; y pendientes bañados en oro blanco, de BOTTEGA VENETA.
 ??  ?? En esta página, Olivia lleva chaqueta y pantalón, de EMPORIO ARMANI; y bailarinas de PRADA. Ángela, con vestido de YNESUELVES; y zuecos de CELINE POR HEDI SLIMANE.
Maquillaje y peluquería: Vicky Marcos (TEN Agency) para Aku Cosmetics y ghd. Ayudantes de fotografía:
Edy y Luis Iruela. Ayudante de estilismo: Elena Alonso. Agradecimi­entos: Escuela Técnica Superior de Arquitectu­ra de Madrid (ETSAM); Universida­d Politécnic­a de Madrid (UPM).
En esta página, Olivia lleva chaqueta y pantalón, de EMPORIO ARMANI; y bailarinas de PRADA. Ángela, con vestido de YNESUELVES; y zuecos de CELINE POR HEDI SLIMANE. Maquillaje y peluquería: Vicky Marcos (TEN Agency) para Aku Cosmetics y ghd. Ayudantes de fotografía: Edy y Luis Iruela. Ayudante de estilismo: Elena Alonso. Agradecimi­entos: Escuela Técnica Superior de Arquitectu­ra de Madrid (ETSAM); Universida­d Politécnic­a de Madrid (UPM).

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