CASA El retiro en Southampton (Nueva York) de Lauren Santo Domingo.
Evocadora de la casa y los paisajes de su niñez, el retiro estival de la gurú digital de la moda LAUREN SANTO DOMINGO en Southampton (Nueva York) es un auténtico ejercicio de nostalgia, donde caben jardines mágicos, antigüedades y obras de arte.
Antes de Pinterest, estaban los álbumes de recortes», recuerda Lauren Santo Domingo. «Yo los he tenido desde la escuela: docenas y docenas». Efectivamente, aquí están, dispuestos en la biblioteca de su casa de Southampton, primorosamente encuadernados en lino por el maestro Paul Vogel junto a numerosos volúmenes de World of Interiors y Lapham’s Quarterly. «Es divertido ver cómo han cambiado mis gustos, pero también como, en muchos sentidos, siguen siendo los mismos», continúa. Santo Domingo admite que su última aventura en tareas hogareñas es, de hecho, un ejercicio de nostalgia, un intento de recrear preciados recuerdos de la infancia para sus propios hijos –Nico, de ocho años, y Beatrice, de seis–. Porque la cofundadora y directora de marca de Moda Operandi creció en una señorial propiedad georgiana de 1902 en Old Greenwich, Connecticut, con un bucólico laberinto de azaleas y lilas, inmemoriales árboles para escalar y cenadores para jugar a las casitas.
Cuando Lauren y su esposo, el empresario de sensibilidades estéticas similares Andrés Santo Domingo, comenzaron a buscar un lugar para echar raíces con sus retoños querían «algo histórico», en palabras de ella. Hasta que descubrieron que las edificaciones históricas en Southampton eran «muy grandes o diminutas. Así que decidimos construir desde cero». Con el fin de hacer eco de la arquitectura vernácula de Nueva Inglaterra, Lauren trabajó con el arquitecto clasicista Gil Schafer. «Estamos de acuerdo en que amamos las casas antiguas, ¡pero preferimos que sean nuevas!», añade. Al final, los Santo Domingo encontraron una casa de campo de 1790, «pequeña y acogedora», que una vez fue centro comercial del pueblo. «La normativa local no nos permitió añadirle nada».
Afortunadamente, la propiedad contigua también estaba disponible y, al unirlas, Lauren tuvo una visión: una serie de chalés y pérgolas que servirían para el entretenimiento al aire libre de la pareja. No existe comedor: «Siempre pienso que si quieres arruinar una fiesta, todo lo que tienes que preguntar es: ‘¿Pasamos al comedor?’», dice riendo. Eso sí, el sendero arbolado que conduce a la piscina, por ejemplo, tiene capacidad para 40 personas, y una docena más cabe en la mesa bajo las parras del cenador. Si llueve, la velada puede trasladarse al luminoso porche, con muebles de mimbre inspirados en Marella Agnelli y persianas de ratán de la mítica Lilou Marquand. Lauren y su suegra peregrinaron hasta el estudio en la rive gauche parisina de la que fuera socia de Coco Chanel para elegir ribetes de sari antiguos con los que adornarlas.
Los jardines lucen más suntuosos en agosto, que es cuando tan nómada familia (con casas en Nueva York, París y la natal Colombia del padre) pasa la mayor parte del tiempo en la propiedad. Para lograrlo, recurrieron a la paisajista –y colaboradora de Vogue– Miranda Brooks. Lauren había admirado su trabajo en el jardín de una amiga en Long Island, y su visión inglesa y romántica parecía el complemento ideal para la arquitectura y los interiores que imaginaba. Preocupada por que la propiedad se sintiera asfixiada entre las casas contiguas, Brooks enfocó su diseño en la creación de «pequeños mundos, una tierra de fantasía». Y se ciñó al mandato de que todo fuera orgánico.«¡Es una batalla constante contra
la maleza!», exclama la paisajista. El resultado, para el caso, es un jardín vivo, todo susurrante zumbido de abejas y trinos.
La construcción principal proyectada por Schafer parece haber sido concebida como una modesta casa de campo en el siglo XVIII, a la que se le hubieran ido añadiendo elementos generación tras generación. «Los contratistas debieron pensar que yo era un poco peculiar», dice Santo Domingo. ¿Aire acondicionado? Lo omitió en favor de la brisa y las corrientes de aire (cuyas virtudes conoció en el internado, «tratando de fumar marihuana sin que se dieran cuenta»). E insistió en puertas y ventanas con mosquitero, que sus constructores no instalaban desde los ochenta. Quería una sala de juegos en el ático (inspirada en la habitación de Lee Radziwill) que, eventualmente, se convertirá en guarida para adolescentes («¡Cualquier cosa para mantenerlos conmigo el mayor tiempo posible!»); baños de 1930 con azulejos marcados y un recibidor a la antigua. «En las noches invernales podemos cenar allí», informa. Un anodino garaje se convirtió en un festivo granero de techos altos, rodeado por paredes cubiertas con glicinias y un par de pérgolas concebidas para evocar la casa de juegos de la infancia de Santo Domingo (una sirve como el reino de cuento de hadas de Beatrice, la otra alberga el amado horno de pizza de Andrés). La decoradora Virginia Tupker tuvo tres vertiginosas semanas para acabar los interiores, inspirándose en el albatros de yeso de Alberto Giacometti, que una vez colgó sobre la majestuosa chimenea en la solemne casa de campo de Hubert de Givenchy, Le Jonchet, y el trabajo de Axel Vervoordt y Bunny Mellon. La casa principal recoge todo, desde la geometría de los años setenta del decorador David Hicks hasta los ensayos de Madeleine Castaing y Renzo Mongiardino sobre el revivalismo proustiano.
«Siempre es divertido trabajar con un cliente tan visualmente culto como Lauren», piropea Schafer. «Te mantiene alerta». El dinámico gusto de la pareja mezcla ayer y hoy: en el salón, bellamente escalonado, una mesa de la firma de vanguardia Green River Project, por ejemplo, proporciona lo que Lauren describe como «el perfecto empujón de moderninad» junto a jarrones venecianos del siglo XVII y de Guido Gambone, y mobiliario de maestros del siglo XX como Marc du Plantier, Jean Michel Frank, Jean Royère, Axel Einar Hjorth, Samuel Marx y Diego Giacometti. «No hay prisa», dice Santo Domingo sobre sus espacios en constante evolución: lleva trabajando en la casa de París ocho años y aún no está terminada. «Nos encanta ir a las subastas, a las ferias de arte, a las galerías», confiesa. Su esposo es un voraz e informado coleccionista, con gustos que abarcan desde los exquisitos bodegones botánicos y de insectos del artista holandés del siglo XVII Jan van Kessel hasta las audaces obras de impasto de Kazuo Shiraga, uno de los artistas del colectivo Gutai nipón de mediados del pasado siglo. A menudo, Lauren recibe llamadas de casas de subasta de todo el mundo preguntando dónde deben enviar sus adquisiciones. «¡Parte de mi trabajo es encontrar sitio para todo!», bromea.
Los van Kessels, sin ir más lejos, han terminado en el tocador de invitados; una colección de cráneos de netsuke japonés –una vez propiedad de Yves Saint Laurent y Pierre Bergé– se ha unido recientemente a un gabinete de curiosidades en el club de ébano lacado en el piso inferior («No hay vida nocturna en Southampton, así que tenemos que ingeniárnosla nosotros»). «Cuando se trata de interiores, tengo muchas opiniones», admite la empresaria. El jardín es otro cantar. «Me veía al estilo Bunny Mellon, con mis tijeras de podar y mi sombrero de jardinera. El primer día sufrí un golpe de calor... y se acabó. ¡Tenía el atuendo, pero no la paciencia!». Con Brooks, se enfrentó al desafío de establecer un plan radical para los espacios que todavía estaban en la mesa de dibujo. «La mayoría de las otras propiedades de por aquí terminan pareciéndose unas a otras», señala Lauren, «con las hortensias alrededor de la piscina y la tierra plana y uniforme». Brooks graduó el terreno para que la piscina ovalada reposara en un valle, creando un efecto protector, y concibió los jardines como una serie de experiencias diferenciadas. Hay arbustos de frutas que los niños pueden recoger, y un jardín de piedra de mica moteada de Massachusetts para remachar. «Miranda es un genio», afirma Santo Domingo. «Espero haber hecho algo que resulte atemporal», concede por su parte la paisajista, que con sus pérgolas, senderos, árboles frutales y hierbas silvestres puede estar orgullosa de haberlo logrado. El entusiasmo de la dueña lo confirma: «Es aún más mágico de lo que imaginaba»