CARTA DE LA DIRECTORA
La idea fue de Óscar Germade, director de arte de Vogue España, quien a la vuelta del verano pasado imaginó un viaje por la España rural. Todos nos enamoramos de la propuesta y soñamos con un número que combinara la herencia de la austeridad poética de Ortiz Echagüe con la moderna impronta de los fotógrafos españoles contemporáneos para retratar nuestros paisajes, pueblos y tradiciones. Seis meses después, en tus manos está el resultado. Una revista protagonizada por lugares y rostros alejados de las ciudades –y, por lo tanto, menos recurrentes– que queremos celebrar con un punto de vista Vogue, es decir, con una mirada llena de fantasía, vanguardia, belleza, sorpresa y, claro, moda.
Es curioso cómo a veces un sentir que está en el aire cristaliza al mismo tiempo en varias manifestaciones. Es un fenómeno que siempre me ha parecido particularmente fascinante de la moda y que, en cierta forma, se ha dado aquí. Cuando en esos primeros días de septiembre de 2019 decidimos embarcarnos en este proyecto para nuestro número de febrero, las colecciones de primavera/verano 2020 no se habían presentado aún. Entenderéis mi sorpresa al ver multiplicarse sobre las pasarelas internacionales las referencias al estilo español. Más todavía al tratarse de una concepción rica, profunda y poco folclórica de nuestra tradición y nuestra cultura que comprende desde las referencias historicistas de Loewe o Dries Van Noten, pasando por el homenaje a Picasso de Moschino hasta una omnipresente Rosalía, quien desde luego tiene toda la razón al cantar «Tó lo que me invento me lo trillan / chándal, oro, sellos y mantilla». Este tributo tiene mucho que ver con la esencia de la conversación que desde Vogue España mantenemos con nuestro legado, un compromiso presente en todo lo que hacemos y no solo en este número. Vuelvo a esta misma carta, pero en mayo de 2017, cuando escribía: «¿Cómo rendir tributo a los valores y a la singularidad del carácter español? Para mí se trata de evocar la pasión, la fortaleza y el genio que trazan un vínculo (¿imposible?) entre algunas de las mejores manifestaciones de lo español: de Picasso a Balenciaga, de Goya a Buñuel, de Chillida a Sybilla».
Cuando empezamos a trabajar en estos contenidos, tampoco estaba escrito el manifiesto Los valores de Vogue, firmado por todos los directores de la cabecera en el mundo a primeros de diciembre de 2019. Una declaración de principios a la que dedicamos el primer número de 2020 y que sigue muy viva en estas páginas, sobre todo, por su foco en la artesanía, la creatividad y la tradición. Me enorgullece que a lo largo de esta revista aparezcan, de una forma u otra, más de un centenar de firmas españolas con tamaños y vocaciones tan dispares como Zara, Leandro Cano, Camper o Mantas Ezcaray. Y me gusta que compartan escaparate –y así se tuteen– con los mejores creadores y marcas internacionales. También me impresiona que el equipo de Vogue España haya cubierto tantos kilómetros con sus historias, de Cadaqués a Fragas do Eume y de Lanzarote a Tajueco. Ahora mismo tengo frente a mí un mapa fijado sobre corcho en el que hemos ido señalando con chinchetas de colores cada punto que aparece en el número: sea como localización de una producción de moda, para recomendar un restaurante o porque allí trabaja el último de un oficio. Todas las Comunidades Autónomas cuentan, al menos, con una muesca.
Pero este número no puede ni quiere ser una guía exhaustiva. Afortunadamente existen muchos más artesanos, diseñadores, pueblos, paisajes, lugares, recuerdos y sensaciones a lo largo y ancho de nuestra geografía de los que aquí tienen cabida. Nuestro deseo es que este número sea más bien una invitación. Un punto de partida para que cada uno trace su propio viaje histórico, biográfico y sentimental para descubrir la belleza, la emoción y el legado de nuestro país