VOGUE (Spain)

El legado de Pepa Flores: la leyenda de Marisol.

Coincidien­do con el Goya honorífico que recibe en su Málaga natal y 35 años después de su desaparici­ón de la vida pública, una exposición desgrana el incombusti­ble atractivo de PEPA FLORES, la mujer tras el legado de MARISOL.

- Fotografía CÉSAR LUCAS Texto MARIO XIMÉNEZ

Caso cerrado. Con tamaña metáfora se daba carpetazo al astronómic­o paso de Pepa Flores (Málaga, 1948) por la cultura española. Este juego de palabras sirvió para titular la última película de la actriz, a las órdenes de Juan Caño, en 1985, y también para constatar una despedida de pantallas y escenarios que habían vivido fascinados con su talento desde que, en 1959, su mirada ingenua fuera descubiert­a por el productor Manuel Goyanes y catapultad­a a la fama con la película Un rayo de luz (1960), estrenándo­se con el nombre artístico de Marisol y ganándose el premio a la mejor actriz infantil en la Mostra de Venecia. Durante un cuarto de siglo, los ojos de Marisol fueron el reflejo de un país que engullía sus cintas con devoción y observaba su metamorfos­is de niña prodigio –sobrenombr­e que siempre odió– en entregas como Ha llegado un ángel, Tómbola o Marisol rumbo a Río a la joven adolescent­e de Cabriola, Las cuatro bodas de Marisol o Solos los dos, hacia el final de la década de los sesenta. «La magia de Marisol contaminó a toda una generación, e impregnó también a los hijos de las generacion­es venideras», sentencia el fotógrafo César Lucas, que compartió junto a ella viajes, comidas y confidenci­as, haciendo de su complicida­d una relación laboral que le convirtió en su retratista durante más de una década.

Él es, de hecho, el autor de las cuarenta imágenes que aterrizará­n en febrero en una muestra organizada por la Academia de Cine y comisariad­a por la maquillado­ra de cine Sylvie Imbert. «Hace cuatro años, en 2015, ya descubrimo­s el interés que sigue despertand­o la figura de Marisol en el siglo XXI, con la exposición El resplandor de un mito, que le dedicamos en La Térmica de Málaga. Este año, cuando se anunció su elección como Goya de Honor de la 34 edición de los premios, empezamos a trabajar en una fórmula para hacer justicia a su legado, que conectara también con el público que sigue admirándol­a», cuenta Imbert. Y, si en el mes de enero su rostro ha habitado en 34 instantáne­as la calle Alcazabill­a de Málaga –ciudad en la que, por primera vez en su historia, los Premios Goya tienen lugar este año–, las mismas imágenes se mudarán a la sede de la Academia en la calle Zurbano de Madrid, desde la última semana de febrero hasta finales de marzo. «Son fotos que respiran una modernidad tremenda pese a datar, la última de ellas, de 1974. Muestran a una Pepa adulta, ya en su veintena, con una mirada menos ingenua pero igual de cautivador­a que la niña de los primeros sesenta. Su expresión es atemporal, y eso hace que las imágenes no hayan quedado obsoletas», explica el fotógrafo.

César Lucas trabajaba para el diario Pueblo cuando Marisol se cruzó en su camino. «Fue en 1963, en la entrega de los premios Fiesta de la popularida­d donde este periódico galardonó a personajes como Pepa o Cayetana de Alba. Habían pasado unos meses

desde el estreno de Un rayo de luz, y ella estaba en un pico de fama enorme. Tuve que hacerle unas fotografía­s para el diario, y tuvimos una conexión al instante. Cuando abrí mi propia agencia, Cosmo Press, en 1965, empecé a hacerle los retratos que luego se distribuía­n a prensa con motivo de los estrenos de sus películas. Era, en cierto modo, el proveedor de retratos oficiales para los medios que necesitaba­n ilustrar sus historias», recuerda. «Organizába­mos cada una de estas sesiones de posados buscando una idea, un concepto, porque de esa batería de imágenes ofrecíamos contenido no solo a España, sino a toda Europa y Estados Unidos, cuando su fama fue escalando. Ella era muy inteligent­e y sabía perfectame­nte cómo conseguir una buena imagen, por eso volver a estos retratos hoy es increíble, ya que no parecen de hace medio siglo, sino de este mismo año», arguye Lucas.

La selección, su responsabi­lidad junto a la labor de Sylvie Imbert, abarca desde 1963 en su primer culmen mediático hasta 1974, un año después de estrenar La chica del molino rojo junto a Mel Ferrer y Renaud Verley. Esa sería la última interpreta­ción en la que Pepa cantara o bailara frente a la cámara, y una década antes de que plasmara su rostro en Caso cerrado por última vez para abandonar definitiva­mente el mundo del espectácul­o y dedicarse a la crianza de sus tres hijas, la actriz María Esteve, la cantante Celia Flores y la psicóloga Tamara Esteve. «Pepa había logrado trascender todos y cada uno de los papeles que había interpreta­do, consiguien­do que pudiéramos creer sus actuacione­s, pero también que la viéramos tras el rol que encarnara. Me cuesta trabajo encontrar las palabras para definir una fuerza tan potente como la suya, pero supongo que sentía que era el momento de comenzar otra vida», asegura Lucas. Pese a sus intencione­s entonces, que ha mantenido hasta ahora, su huella es imborrable y su leyenda sigue siendo objeto de transmisió­n de abuelos a padres y nietos. «Lo comprobé con la muestra que le orquestamo­s en Málaga, a la que acudieron más de 10.000 personas: iba gente de cuatro generacion­es distintas. Los que se enamoraron de ella en los antiguos televisore­s de la España franquista, los que vieron como niños sus películas, ya adultos, los que repasaron junto a sus abuelos su filmografí­a y los que ahora, cuando aparece en una reposición, se quedan preguntánd­ose quién es esa muchacha de ojos azules y pelo rubio. Ha sido uno de los mejores valores culturales de nuestro país, y lo más insólito es que seguirá siéndolo para siempre»

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 ??  ?? «Su personalid­ad, encanto y mirada ayudaron a forjar un estilo que contaminó a toda una generación que la convirtió en un mito», recuerda César Lucas, que la fotografió desde un primer encuentro en 1963 hasta 1974 en múltiples sesiones fotográfic­as como las que acompañan a este reportaje, parte de la exposición que llega ahora a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematogr­áficas (Zurbano 3, Madrid).
«Su personalid­ad, encanto y mirada ayudaron a forjar un estilo que contaminó a toda una generación que la convirtió en un mito», recuerda César Lucas, que la fotografió desde un primer encuentro en 1963 hasta 1974 en múltiples sesiones fotográfic­as como las que acompañan a este reportaje, parte de la exposición que llega ahora a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematogr­áficas (Zurbano 3, Madrid).

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