La vida neorural como respuesta al estrés urbanita.
Las grandes ciudades se están convirtiendo en factor de desequilibrio vital, insatisfacción y estrés. Cada vez más urbanitas se plantean un cambio de vida en un entorno rural, pero la decisión ha de tomarse desde la racionalidad, nunca desde el estrés.
Está demostrado científicamente: en la actualidad en las ciudades hay muchos más casos de ansiedad y depresión que hace unos años», asegura Juan G. Castilla, psicólogo clínico y experto en inteligencia emocional, psicología positiva y coaching. Quizás por ello, la idea de abandonarlo todo e irse al campo parece que seduce cada vez a más gente, incluso entre los urbanitas más recalcitrantes. Y es que lo que un día fue una especie de tierra prometida, hoy se está convirtiendo en un terreno hostil. «Nuestro estilo de vida en las ciudades nos hace disfrutar poco de las ventajas o beneficios de las mismas. El incremento de coches, los atascos, el coste de la vida, la competitividad, los sentimientos de soledad, la falta de tiempo, la presión social... están provocando que estemos más ‘enfadados’ con nuestros entornos cosmopolitas», explica el psicólogo. El equilibrio entre vida profesional y personal resulta cada vez más complejo y en consecuencia aumentan los problemas psicológicos. Una idea que corrobora, Pilar Conde, psicóloga y directora técnica de Clínicas Origen, quien plantea que esos factores determinan una pérdida de la vida personal y de tiempo de asueto, a la vez que la masificación de las grandes urbes dificulta el acceso a las atractivas propuestas de ocio de las mismas. Pero aún hay más, Zayra Mo, experta en motivación e instructora de Udemy apunta otro elemento perturbador, la contaminación por ruido–«es uno de los problemas ambientales de los que menos se habla y más daño hace a los individuos»–. Todo ello se traduce en estrés. «Con síntomas físicos –irritabilidad, problemas de tensión, de sueño y apetito, taquicardias, tensión muscular y cefaleas–, y estados de ánimo bajos como apatía, abulia, anedonia –falta de disfrute de las cosas que antes divertían– e incluso depresión», resume Pilar Conde. Ante este panorama, «ciertas personas desean romper con sus estilos de vida y ‘escaparse’ a unos lugares más tranquilos o que les llenen más, para reinventarse como personas y profesionales», añade Castilla. Pero, tan importante decisión nunca debe tomarse desde la visceralidad del momento. «Cuando una persona opta por romper con todo, debe trabajar previamente las herramientas psicológicas para valorar la iniciativa y gestionar el malestar –es fácil terapéuticamente–, porque si esta se toma desde el estrés es posible que no se haga por el interés propio, sino para evitar la desazón que siente», dice Conde.
Según Zayra Mo, «los que se percatan de que ese estilo de vida no es el suyo, se activan para encontrar una solución de bienestar existencial fuera de la ciudad, porque el éxito proviene del grado de satisfacción de realizar una profesión alineada con tu propósito de vida. Si crees que debes renunciar a una carrera de éxito, hazlo si no está alineado con tu bienestar y tus valores». Como argumenta Juan G. Castilla, «se suele confundir la felicidad con conseguir cosas o reconocimiento, pero está demostrado que esta se alcanza disfrutando de experiencias que nos hacen ‘saborear’ el momento y compartirlo con esas personas que nos regalan lo más valioso que tienen, su tiempo. Y esto se complica bastante en el entorno urbano». Por ello, el cambio a una vida rural para muchas personas supone la conexión con lo sencillo, con la naturaleza, con su tiempo, su fisiología, «puede ser como un mindfulness constante», como define el psicólogo, pero ese cambio, por idílico que parezca, requiere de una adaptación que, como dice Pilar Conde, está determinada por las expectativas que cada uno tenga y el impacto que la decisión, siempre tomada desde la racionalidad, genere en uno mismo y su entorno. Y aconseja: «En la medida de lo posible, hacer una prueba antes del cambio definitivo»