Anna Torrents presenta Genyum, su marca de perfume. 100 LO NUEVO La cosmética que viene.
Fascinada desde siempre por los perfumes, ANNA TORRENTS ha hecho su sueño realidad: crear su propia marca, GENYUM, que une sus dos pasiones, las fragancias y el proceso artístico, con una concepción absolutamente original.
De pequeña estaba obsesionada con los perfumes y las esencias. Cuando mi madre se iba de viaje, le pedía que me trajese muestras y las coleccionaba. No tendría más de ocho o nueve años. Y esa obsesión nunca me abandonó. También, cuando iba a casa de mis amigos entraba en sus baños para oler las fragancias de sus madres. Era capaz de reconocerlas por sus perfumes y las clasificaba. Aún lo hago.
Me divierte intentar definir a las personas según las esencias que utilizan y no suelo equivocarme demasiado». Así refiere Anna Torrents (Barcelona, 1982) el poso sobre el que ha construido uno de los universos olfativos más originales de la perfumería española de autor. Se trata de una colección de fragancias, ‘cocinadas’ a fuego lento y con la paciencia y el mimo de un artesano, ligadas al mundo del arte, pero con una aproximación diferente. «Yo busco relacionar el arte con el perfume, pero de otra forma. Más vinculado a las personas, a los artistas y a su modo de trabajo. Lo que quiero es construir personalidades a través del olfato». Transformar en un olor la esencia de estos oficios, su forma de vida bohemia y el aroma de sus espacios creativos no ha sido tarea fácil. Había que encontrar la coherencia entre el concepto y el olor. «He
trabajado cada fragancia con un perfumista distinto. Al principio, el briefing era algo alocado y las propuestas aunque eran muy creativas y fantásticas, no acaban de ser lo que yo me imaginaba. Tuvimos que reconsiderar el proceso». Este suele partir de una conversación entre el artista, que debe definir los elementos clave de su trabajo (por ejemplo, los olores del óleo, las acuarelas, las espátulas de madera gastadas o el aguarrás que impregnan el ambiente del estudio de un pintor o los del polvo, el hierro o la piedra, tan propios del taller de un escultor), y el perfumista, que debe ser capaz de interpretarlos en unos perfumes exquisitos. «La idea –explica– nunca fue fijarme en la obra final, sino hacer de la marca una plataforma para homenajear el talento de los artistas y todo lo que hay detrás de su proceso creativo». En un primer momento, además, Anna se planteó que las fragancias pudiesen llevar el sello ‘bio’. Sin embargo, pronto se dio cuenta que esa premisa podía comprometer la creatividad, la calidad y la sofisticación que buscaba. Hubo que dar un giro al proyecto. «Aposté entonces por la sostenibilidad de los ingredientes, desde su cultivo hasta el salario de las personas que los trabajan, pasando por no usar materias primas en peligro de extinción». Casi todo el proceso es bastante manual.
Hace un año, el proyecto se materializaba en tres perfumes que evocaban los entornos del pintor, el escultor y la bailarina. Ahora, se incorporan las personalidades del músico, el escritor y el tatuador. «La idea final es crear una suerte de tertulia bohemia que dé olor, en vez de voz, a estos genios», dice. Pero llegar hasta aquí le llevó a Anna muchas noches de dar vueltas. Su periplo laboral se había iniciado en el mundo de las finanzas y las auditorías, para luego tomar una dirección más creativa junto a la fotógrafa Roxanne Lowit, en Nueva York. De vuelta a España, trabajó en una agencia de comunicación y se especializó en consultoría de marketing digital, hasta incorporarse a Puig, en Carolina Herrera, donde, por fin, empezó a visualizar su proyecto. «Allí aprendí cómo los perfumes son capaces de hacer soñar a las personas y hacerlas entrar en nuevos universos». Lo definitivo fue conocer a su marido, escultor: «Percibí un un estilo de vida más libre y bohemio, era posible aspirar a otro tipo de vida, menos estructurada. Entonces, me lancé. Ese día volví a nacer»