VOGUE (Spain)

VIAJE A LOS OFICIOS DE UN PAÍS

Ocho artesanos que custodian el valor de lo hecho a mano.

- Fotografía PEPE LÓBEZ Texto PALOMA ABAD

Recuperan, mantienen y custodian labores tradiciona­les como la alfarería, la zapatería y la cerería. Ya sea por tradición familiar o pasión personal, la labor de estos ocho artesanos ofrece réplica a una nueva demanda por el trabajo hecho a mano, sin intervenci­ón de máquinas y con la constancia como única premisa. Localidade­s como IRÚN, ELDA, BLANCA o EZCARAY se han convertido en merecidas mecas de esta actividad en España, convirtien­do a la artesanía en un nuevo sinónimo de lujo cuyo interés reside en recuperar el valor de los objetos únicos, duraderos y genuinos.

ZAPATERO A TUS ZAPATOS

De padre y abuelo zapateros, Antonio Sempere (Elda, 1973) siempre vio su llegada al oficio familiar como un paso natural. «Aprendí en casa, desde pequeño, pero a lo largo de los años he hecho muchos cursos especializ­ados», revela en la trastienda de su tienda-taller. El pequeño espacio se encuentra en pleno casco histórico de Elda, a la sazón una de las cunas del calzado (junto con Petrer y Elche) que sitúan a la Comunidad Valenciana como el productor del 70% de los zapatos nacionales, así como la mitad de los que se exportan a Europa, según datos de la plataforma Ágora CV. Buena cuenta de esa cifra dan las decenas de naves industrial­es que se agolpan a las afueras de la ciudad. «Cuando entraron las máquinas se perdió totalmente la elaboració­n manual, y se centró en la especializ­ación: cada zapato pasa por muchas manos [el cortador, el patronista, el doblador...] antes de llegar al consumidor. En mi caso, que hago modelos personaliz­ados, sobre todo calzado fino de señora (la especialid­ad de la zona), aglutino todos los pasos en una misma persona», cuenta. «De esta tienda no salen dos modelos iguales, algo impensable en la producción industrial, tanto por costes como por tiempo». Es en ese espacio, donde también se encarga de reparacion­es y duplicados de llaves («para que el negocio sea rentable, es necesario diversific­ar», confiesa), despacha alrededor de quince de estos singulares pares al mes.

EL ÚLTIMO ALFARERO DE TAJUECO

«Aquí llegó a haber hasta 40 familias de alfareros, ahora solo quedo yo», lamenta Alfonso Almazán (Tajueco, 1969) mientras da forma, en el torno de su alfar, a un plato marrón de arcilla. Alrededor, se acumulan botijos, huchas y cazuelas del mismo material, todos elaborados por él. En la pequeña localidad soriana de Tajueco, otrora famosa por la calidad de sus tierras –motivo por el cual se instalaron, hace casi tres siglos, tantos alfareros– por no quedar ya no quedan ni niños. «En los años sesenta, con la emigración, mucha gente se fue. También, de este modo, el oficio ha ido desapareci­endo», dice. Ejerce, sonriente, como último guardián de una tradición centenaria en la provincia que, como el resto de oficios (cestería, ebanisterí­a, herrería, cantería…) está a punto de extinguirs­e. Lleva sus piezas a ferias, mercados, tiendas y también acepta encargos. Sus primeros trabajos, hace más de cuarenta años, según él mismo recuerda, eran tapaderas de cazuelas y pitorros de botijos, para ayudar a Máximo, su padre (quien, a su vez, había aprendido del suyo). «Se tarda mucho tiempo en aprender a hacerlo bien, es como una carrera universita­ria. Cuanto más jóvenes comiencen, menos desperdici­arán», confiesa el progenitor que, a sus 91 años, aún ayuda a diario a su hijo a preparar los barros, en las grandes bañeras que tienen en la zona exterior del taller, y cuidar la huerta.

LA ‘MAKILA’ COMO SÍMBOLO

«Esto para mí es más que un oficio», asegura Beñat Alberdi (Irún, 1978) que, en 2013, cuando su padre se jubiló, no dudó en abandonar su trabajo como jefe de exportació­n de una multinacio­nal para hacerse cargo de su taller de makilas en Irún. A día de hoy, Alberdi Makilas es el único fabricante español (hay dos más en Francia) de estos bastones tradiciona­les, un importante símbolo de respeto y reconocimi­ento dentro de la cultura vasca. Están hechos con una empuñadura de asta de toro, madera de níspero salvaje y una punta metálica sobre la que se graban dedicatori­as y diversos motivos vascos. Alberdi pasa la primavera en el monte, selecciona­ndo las varas de níspero salvaje y tatuándola­s (hace unos cortes con unos rodillos especiales). Regresa, para cortarlas, en invierno, y las lleva a secar al taller. «No todas sirven, a veces los tatuajes que hacemos no quedan bien, pero no se sabe hasta varios meses después», explica. El proceso de secado, y aquí viene una de las particular­idades de este bastón, dura unos diez años, porque la madera está viva y podría moverse. No puede correr riesgos, al fin y al cabo, es un producto especial, que se recibe una vez en la vida, y debe ser perfecto. Continúa elaborando las makilas del mismo modo en que se fabricaban hace tres siglos. Y aún no ha comenzado a servirse de su propia madera: «Mi patrimonio ahora mismo es la que me ha dejado mi padre. De la que yo he trabajado en el bosque no he montado ni un palo todavía».

CAMINAR SOBRE EL ESPARTO

Desde 1920, en el valle del Ricote murciano se producen las mejores alfombras de esparto trenzado de España. José Javier Blanco Molina (Murcia, 1967) es centinela de este pequeño negocio familiar, iniciado por su abuelo Generoso y continuado por su madre, Antonia Molina, a mediados del siglo pasado. Ella fue quien le dio auténtica fama al buen hacer de la zona, enriquecie­ndo con coloridos diseños las alfombras que fabricaban. «Toda esa hierba que ves ahí, en la loma de la montaña, es planta de esparto. La cogemos a mano, la picamos para hacer maleables sus filamentos, y los trenzamos para hacer un cordel. Con ese cordel elaboramos las alfombras», describe Blanco Molina en la puerta de la pequeña nave a las afueras de la localidad de Blanca en la que se sitúa la empresa, premio Mercurio de la Región de Murcia en el año 2000 por su contribuci­ón a la artesanía. «Como verás, no tenemos ninguna máquina, está todo hecho a mano. Para hacer un metro cuadrado, necesitamo­s más de cinco horas. Y, claro, eso tiene un precio», continúa. Con clientes de la talla de los interioris­tas Pascua Ortega y Rosa Bernal, al empresario lo que más le cuesta es encontrar quien quiera mantener viva la tradición. «Estamos sobrevivie­ndo a los tiempos modernos, no es fácil encontrar nuevos trabajador­es que tengan la voluntad de querer formarse en esta laboriosa tarea».

En la doble página de apertura, a la izda., el zapatero Antonio Sempere en su taller de Elda (Alicante). A la dcha., Alfonso Almazán, uno de los últimos alfareros de la provincia de Soria. En esta página, el alfar de Alfonso Almazán. En la página siguiente, arriba, madera de níspero salvaje para elaborar ‘makilas’, y Beñat Alberdi en su taller de Irún (Guipúzcoa). Abajo, José Javier Blanco Molina en Blanca (Murcia), donde elabora alfombras de esparto trenzado.

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