MUCHO RUIDO... Y ¿CUÁNTAS? NUECES
Vegana, eco, orgánica, clean (limpia), wild (salvaje)…. Todos estos adjetivos, a cada cual más natural, parecen disputarse el honor de añadir valor a las etiquetas cosméticas. Si estas además incorporan el término ‘sin’ (parabenos, siliconas, conservantes...) son ya el paradigma de la honestidad cosmética. La quimiofobia está de moda y lo ecológico se ha arrogado la potestad de la seguridad. Los nuevos talentos del marketing han encontrado un filón y el mensaje ha calado hondo en la industria de la belleza. Sin embargo, «el origen natural o sintético no implica que un compuesto sea más o menos seguro. Otra cosa son los valores de cada marca», señala Eva Raya, cosmetóloga y cocreadora de Alice in Beautyland, que, aunque milita en las filas de lo verde, pone sentido común a tan encarnizado debate. «En la Unión Europea existe una legislación en materia de seguridad de igual cumplimiento para todos». Es más, muchos cosméticos sintéticos tienen detrás años de investigación, científicos de gran altura o laboratorios con las últimas tecnologías. ¿Por qué dudar de su honestidad? ¿Porque llevan conservantes? «No son ingredientes que ‘aporten’ sino que ‘evitan’, y no encontrarlos en muchas fórmulas sí debería ser motivo de preocupación», explica Raya. Por su parte, el doctor Ricardo Ruiz, director de la Clínica Dermatológica Internacional alude a una sobrevaloración de lo natural en cosmética. «Suele irritar y producir más alergias en la piel que las fórmulas sintetizadas y testadas en laboratorio. Es frecuente ver pacientes con eccemas producidos por productos con aloe vera o aceite de árbol de té», declara. En cualquier caso, la seguridad no es moneda de cambio en cosmética y sembrar dudas resta ética a quienes tanto presumen de ella