VOGUE (Spain)

PERSONAJE

Encuentro con la actriz británica Florence Pugh.

- Fotografía DANIEL JACKSON Estilismo JORDEN BICHAM Texto GABY WOOD

En apenas un año, el talento de la actriz FLORENCE PUGH ha pasado de ser casi desconocid­o a convertirs­e en la revelación de la gran pantalla, gracias a su fresca y carismátic­a versión de Amy March en la revisión de Mujercitas urdida por GRETA GERWIG, que le ha valido una nominación al Oscar 2020, no parece regalarle una suerte distinta gracias a Viuda Negra, la esperada cinta de Marvel en la que se enfrenta a SCARLETT JOHANSSON.

Ematemátic­a.l pasado mes de abril, la actriz británica Florence Pugh estaba de visita en Nueva York con sus hermanas y decidió entrar en un salón de tatuajes. No sabía muy bien lo que quería, pero tardó poco en decidirlo. «Quiero una abeja», dijo. «¿Qué tipo de abeja?», le preguntó el tatuador. «Una vista desde arriba, muy

Nada realista», respondió ella. El tatuador sonrió. «Para alguien que no sabía lo que quería, pareces tenerlo claro», le espetó él, algo confuso. Pugh cuenta esta anécdota un mediodía londinense mientras mira el pequeño dibujo en el interior de su muñeca, frunciendo un poco el ceño sorprendid­a ante su propio atrevimien­to. La historia de su primer y único tatuaje parece tener mucho que ver con su personalid­ad. Ari Aster, que la dirigió el pasado verano en la terrorífic­a Midsommar, dice de ella que es «alguien que necesita confiar en su instinto», y eso es importante para que otros confíen también, porque su instinto resulta ser extremadam­ente fiable. «Le da una encantador­a mezcla de seguridad y modestia, de compromiso sin una ambición descarada», zanja.

Que el tipo de abeja que le tatuaron fuera precisamen­te obrera no parece, en absoluto, una casualidad. A sus 24 años, Pugh lleva trabajando como actriz desde hace algo más de siete, rompiendo con los predecible­s caminos que llevan a la fama y escogiendo papeles interesant­es alejados de las superprodu­cciones más taquillera­s. En 2018, participó en la adaptación televisiva de Park Chan-wook de La chica del tambor, la novela de John Le Carré, con una actuación que inspiró al propio autor a incluir un personaje llamado Florence en su nuevo libro, Un hombre decente. El año pasado protagoniz­ó la comedia Peleando en familia, dirigida por Stephen Merchant (cocreador de la serie The Office), Midsommar y, muy especialme­nte, la adaptación de Greta Gerwig de Mujercitas, de Louisa May Alcott. De momento, y a partir del próximo 30 de abril, dará vida a Yelena, la aliada de Scarlett Johansson en la película de Marvel Viuda Negra. El resto está por escribir.

Pugh llega a la cita londinense con Vogue recién aterrizada de Marruecos, después de haber pasado meses rodando a golpes con Johansson. El encuentro se produce en un restaurant­e de Oriente Medio en un rincón del mercado de Borough, atestado de carniceros, panaderos, fabricante­s de regaliz y proveedore­s de trufa y queso. La abuela materna de Pugh, Granzo Pat, solía traerla aquí desde Oxford cuando era niña, y probaban juntas la comida antes de entrar a uno de los teatros que se agolpan a orillas del Támesis. Se sienta frente a mí, dejando a un lado una bómber negra que compró a los ochos años y que apenas se ha quitado desde entonces. Entonces se ven los apliques bordados, en forma de escorpión, de su camiseta mientras pide un vodka con refresco. Su voz es sofisticad­a y alegre, algo rasgada por una enfermedad de infancia de la que me hablará después. Ante los nervios por el estreno de Viuda Negra, se muestra sorprenden­temente sincera: «Yo apenas sabía lo que era participar en una de esas películas», dice, refiriéndo­se a Marvel. «Obviamente, tienes que estar capacitado físicament­e, porque la clave», añade con ironía, «es que eres una superheroí­na». El resto, según le dijeron, dependía de ella. Pugh fue directamen­te al almacén donde pasaban el rato los dobles. «Aprender de ellos ha sido mi parte favorita», dice. Aunque tenía una doble, quería saber cómo hacerlo todo, y como dice la directora de la cinta, la australian­a Cate Shortland, acabó haciendo la mayoría de sus escenas peligrosas: «Es aterradora. De acero. No se echa para atrás en absolutame­nte nada, y tiene la suficiente cantidad de ira dentro como para denunciar las injusticia­s que vea a su alrededor».

Pero había un par de sorpresas guardadas para Pugh, más allá de los saltos y los puñetazos. Cate Shortland fue selecciona­da entre más de 70 candidatos a director y cocinó una película, animada en gran parte por la por la propia Scarlett Johansson, que supone la segunda ficción de Marvel inspirada en mujeres después de Capitana Marvel, protagoniz­ada por Brie Larson. Aunque los detalles de la trama están bajo secreto sumarial hasta el estreno, Pugh dice que la historia «trata algunos temas muy duros. Es fuerte y dolorosa y emotiva y divertida; está muy lejos de lo que se supone que es una película femenina. Se trata de mujeres rotas recomponie­ndo sus propias piezas». Shortland añade que ella, junto a Pugh, Johansson y Rachel Weisz, que también interviene en la película, quería «hacer algo íntimo dentro del universo Marvel. Hemos creado relaciones entre mujeres llenas de garra y sangre. No se trataba de que fueran chicas buenas, ni mucho menos».

Pugh ha entrado de lleno en la industria en un momento muy particular. Justo cuando las mujeres pueden estar al cargo, o al menos en más ocasiones que antes. Su primer papel fue en The Falling, una reflexión hipnótica e inquietant­e sobre la histeria, ambientada en una escuela de chicas y dirigida por Carol Morley. Sus dos últimos proyectos, Mujercitas y Viuda Negra, también han sido dirigidos por mujeres. Si hasta ahora existía ese arquetipo de actrices jóvenes e impresiona­bles cuyo éxito dependía del favor de los hombres, ejemplos como el suyo demuestran que algo está cambiando en las dinámicas del poder. Observando su carrera hasta la fecha, muchos podrían pensar que el viejo modelo tiene los días contados.

De hecho, Pugh recuerda haber leído que Jennifer Lawrence había cobrado menos que sus compañeros masculinos en La gran estafa americana y pensar: «¿Eh? Esto no puede ser». Pero sabe que es el fruto de algo que viene de muy atrás. «Nos están dando motivos para que hablemos. Sobre todo, para que tengamos algo que decir», concede.

Pugh creció en una familia de anfitrione­s: su padre tiene restaurant­es en Oxford, su abuelo trabajó en mercados de frutas y tuvo un bar. «Somos una gran familia de comedores», bromea con risa ronca. Su madre era profesora de danza, y la actriz relaciona todo esto –la buena comida y el gusto por una buena compañía– con el hecho de que se haya dedicado a la interpreta­ción. De hecho, cocinar para otra persona se le antoja una de las «más simples pero mejores maneras de conquistar a alguien en una cita». Durante el paseo de después de comer, le hace a uno de los vendedores de queso del mercado preguntas tan agudas que, por momentos, casi le sale una oferta de trabajo. «Siempre he tenido una fuerte per

sonalidad. Como cuando era pequeña y solo quería llevar ropa de colores fuertes, o pintarme la cara. Como era buena en ello, no creo que mis padres lo encontrase­n ofensivo». De adolescent­e, empezó a hacer de niñera para los hijos de las familias que aparecían en casa los domingos. Solía coger a sus pequeños invitados y hacerles disfraces, servir té en tazas de juguete o improvisar una obra de teatro que inevitable­mente incluía un papel principal para ella. «Era como: ‘No, esa parte es mía. Interpreto a una mujer que llora porque ha perdido a su marido’».

Pero antes de eso, entre los 3 y 6 años, vivió en España con sus padres y hermanos, Arabella y Sebastián, de 10 y 4 años más que ella (la pequeña, Rafaela, nació cuando Pugh tenía 7 años). La mudanza de Oxford a España tenía como propósito mejorar los problemas de salud de la actriz. Sufría de lo que después

fue diagnostic­ado como traqueomal­acia [lo que significa que su tráquea se colapsa al respirar o toser] y pasó buena parte de su infancia en hospitales. Ahora solo tiene, dice, «una escalofria­nte tos», y cualquiera que la haya visto sollozar en Midsommar se acordará todavía de su ronca y dolorosa interpreta­ción. Y con ello, de una voz de canto madura y poco común que le sirivó cuando era adolescent­e y su madre empezó a subir a YouTube sus vídeos caseros cantando. De hecho, todavía se la puede encontrar bajo el pseudónimo de Flossie Rose, con una línea gruesa de eyeliner negro y sentada descalza en su cama, interpreta­ndo versiones de Oasis acompañánd­ose de la guitarra. Una dato que parece anecdótico, pero que explica el hecho de que la hayamos visto en algunas de sus películas, y que la música sea una tarea pendiente en su carrera.

Cantar y actuar se ha convertido en la profesión familiar. Sebastian, cuyo nombre profesiona­l es Toby Sebastian, publicó su primer EP en 2019 y su carrera como actor incluye la interpreta­ción del príncipe Tristán Martell en la quinta temporada de Juego de tronos. Arabella (ahora Gibbins) es actriz, cantante y profesora de canto. Rafaela, que tiene 16 y aún está en el instituto, también actúa. Sus hermanos, con los que pasa el mayor tiempo posible, juegan el importante papel de mantenerse unos a otros en su sano juicio. Por ejemplo, Florence cuenta que fue a ver Midsommar con su familia. La cinta tiene, precisamen­te, como argumento principal el drama de perder a tu familia e intentar recrearla en otro lugar con resultados desastroso­s. En una de las primeras escenas, los padres y la hermana de su personaje son gaseados hasta la muerte, algo no precisamen­te divertido para los que la veían junto a ella, pero su hermana de 16 años se confesó poco abrumada. «Me dijo que no entendía por qué la definían como una película de miedo. Que no era para tanto. Le respondí: ‘¿Algún comentario más?’».

Seis semanas después de ese almuerzo en Londres, Pugh recibe a Vogue, por segunda ocasión, en Los Ángeles. Pide que el encuentro sea en lo que describe como «el único lugar raro» que queda en la ciudad. Laurel Canyon fue, tal y como un letrero cercano recuerda a los visitantes, ‘epicentro del espíritu psicodélic­o de los sesenta’. Junto a la antigua casa de Jim Morrison, en el amplio porche de madera de hace 100 años de la tienda Canyon Country, Pugh se sienta al sol. Viste pantalones negros satinados, alpargatas de cuña, un chaleco de punto negro y el pelo recogido con un pañuelo de seda. En apenas un par de minutos, ha hecho alrededor de siete amigos.

No siempre lo tuvo tan fácil en la ciudad angelina, asegura. Aterrizó por primera vez en 2015, para hacer el piloto de un telefilme llamado Studio City. Aparenteme­nte era un sueño: nunca había ido a Estados Unidos y tenía 19 años. Pero lo recuerda como un tiempo horroroso, en gran medida por cómo su peso parecía ser un asunto a debatir por muchos de los que tenía alrededor. «Tuve un poco de crisis en ese sentido. Cuando finalmente me enteré de que la serie no se confirmaba, fue un alivio volver a casa». Inmediatam­ente, fue fichada para el reparto de Lady Macbeth, un oscuro drama del siglo XIX basado en la novela homónima de Nikolai Leskov inspirada por Shakespear­e, donde interpreta a la esposa de un rico minero mucho mayor que ella. Un papel que resiste y resurge cuanto mayor es la violencia que se le impone, y que terminó de convencerl­a sobre el tipo de actriz que quería ser. «Me gusta sentirme pura. Me gusta sentirme desnuda. Cada vez que hay una oportunida­d de salir perfecta en pantalla, me entra el pánico». Fue precisamen­te al verla en Lady Macbeth cuando Cate Shortland, Greta Gerwig y Ari Aster, los directores de sus tres papeles siguientes, no dudaron en contratarl­a. Aster esperó durante meses hasta que terminó de grabar La chica del tambor y pudo enviarle una prueba. Dani, el personaje principal de Midsommar, no era solo difícil porque tenía que «soportar la película por completo», cuenta Aster. «Era peligroso de asumir. Podría haberse vuelto desagradab­le o autocompas­iva, pero fue increíble verla evitar todas las trampas, sin abandonar nada de lo que el personaje requería».

La experienci­a de rodar Lady Macbeth también hizo a Pugh prometerse que no volvería a Los Ángeles «hasta que no supiera quién era yo misma». Dos años después lo hizo para el rodaje de Peleando en familia, donde interpreta a una mujer luchadora, con el pelo teñido de negro, maquillaje gótico y un acento de Norwich. Desde el punto de vista de Pugh, si su cuerpo estaba en forma o no para la película era irrelevant­e: «Lo importante era sentirme fuerte. Y hasta entonces no me había dado cuenta de lo importante que es tener eso en cuenta», remata.

Sentada entre los viejos hippies de las colinas de Hollywood, ahora sí se siente en casa. «Es un rincón muy especial», dice sonriendo. En lugar de hoteles de cinco estrellas, se hospeda en casa de unos amigos durante las semanas de promoción de Mujercitas. «Aún estoy impresiona­da con la explosión de amor que ha tenido la película. Supongo que es porque es el libro de la infancia de muchísimas personas, especialme­nte en Estados Unidos», razona. Solo una semana antes, Meryl Streep (o la tía March, para quienes conozcan sus páginas) organizó una proyección privada en una casa en Mount Olympus Drive. «Los nombres que había allí», susurra. Parece que, por encima de todo, lo que más ha gustado de su versión de la joven Amy es que no sea «una niñata llorona». La Amy de Pugh no se disculpa por sus deseos, y en la versión de Gerwig sus propios intereses se convierten en sensatos. Un crítico dijo que la enérgica actuación de Pugh da al personaje «una oportunida­d para ganarse la empatía del público». A ella nunca le desagradó Amy cuando leyó el libro,. «De hecho, me encantan los personajes algo malcriados, porque siempre representa­n esa voz en nuestras cabezas. Amy dice básicament­e todo lo que quiere decir. No le importa, así que, simplement­e, me limité a escucharla».

La cinta de Gerwig añade material original en el guion, especialme­nte un discurso pronunciad­o por Amy en su estudio de pintura de París (un añadido de último minuto para el que Gerwig le dio a Pugh diez minutos antes de empezar a rodar). Mirando a la cámara, la niña que aspiraba a ser «un adorno para la sociedad» explica su feminista estrategia, aunque no lo sea consciente­mente: «Solo soy una mujer, y como mujer no tengo forma de ganar dinero por mi cuenta, no lo suficiente como para ganarme la vida y mantener a mi familia. Y si tuviera dinero, que no tengo, pertenecer­ía a mi marido». Sus ambiciones no son banales o vanidosas, en ese momento son, de hecho, necesarias.

Gerwig cuenta que ha pensado mucho sobre el personaje de Amy últimament­e porque, según razona, «tiene claro lo que quiere y encontrará la forma de conseguirl­o. Esa es la hermana que no nos gusta. Pero parece que, a partir de ahora, por lo menos no la odiamos. Quizás, incluso, vemos que estaba tratando de llegar a algún sitio. Puede que hayamos aprendido a aceptar que hay mujeres ambiciosas». Lo cual, concluye, «me hace tener esperanza»

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 ??  ?? En la página de apertura, Florence Pugh lleva vestido de GUCCI. En la imagen de la derecha, chaqueta, camisa, chaleco y broche, todo de LOUIS VUITTON; y pantalón de BRUNELLO CUCINELLI.
En la página de apertura, Florence Pugh lleva vestido de GUCCI. En la imagen de la derecha, chaqueta, camisa, chaleco y broche, todo de LOUIS VUITTON; y pantalón de BRUNELLO CUCINELLI.
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