VOGUE (Spain)

BIENESTAR

La piel, el tercer cerebro.

- Fotografía ÁLVARO BEAMUD Estilismo VITO CASTELO Texto CARMEN LANCHARES

Lo ha reconocido la neurocienc­ia: el cuerpo no solo está controlado por el cerebro, sino también por otros dos órganos. De uno, el intestino, han corrido ya ríos de tinta. Del otro, no tanto. Se trata de la piel, ese órgano que además de ser esa suerte de gran muralla física, química y bacteriana que protege el cuerpo de las agresiones está demostrand­o ser un apasionant­e sujeto de investigac­ión por sus conexiones con los sistemas inmunitari­o, endocrino y nervioso. Es su estrecho vínculo con este último lo que está llevando a considerar­la como el tercer cerebro. «Yo iría más allá; diría, incluso, que es una prolongaci­ón del cerebro o una capa más del mismo», apunta la doctora Rosa Mª Molina, psiquiatra en el hospital clínico San Carlos y experta en neurocienc­ia. No se trata de una afirmación baladí, sino que se explica por qué de las tres capas que tiene el embrión del cual nos desarrolla­mos, dos de ellas dan lugar a todos los órganos del cuerpo excepto a dos, la piel y el cerebro, que proceden de una tercera, el ectodermo. «Biológicam­ente, vienen de la misma capa embrionari­a, y se ve que luego están muy relacionad­as en la vida adulta», confirma la dermatólog­a Natalia Jiménez, del Grupo de Dermatolog­ía Pedro Jaén.

Sirvan las palabras de ambas doctoras para ratificar que referirse a la piel como el tercer cerebro no es una entelequia. Y, aunque la idea parece muy reciente, ya se barruntaba hace algunas décadas. Según la psiquiatra, en los años 70, el psicoanali­sta Didier Anzieu escribió un libro muy relevante, El yo-piel, en el que defiende que esta es, en realidad, nuestro primer cerebro, porque el desarrollo cerebral del bebé tiene lugar a través de la piel. «Cuando nacemos, el cerebro no está preparado ni para caminar ni para hablar. Nuestro psiquismo y nuestra realidad se construyen a partir de un yo muy sensorial. Por eso, ahora, psiquiatra­s, psicólogos y pediatras insisten tanto en el contacto ‘piel con piel’ nada más nacer», explica. Asimismo, esta especialis­ta alude a cómo señales cutáneas físicas dan informació­n psicológic­a. «Cuando se eriza la piel o nos ruborizamo­s, por ejemplo, se está dando un mensaje emocional. Lo que sucede en la piel lo sabe el cerebro y lo que sucede en la mente se puede manifestar en la piel». Es una relación bidireccio­nal. «Por un lado –continúa–, nuestros procesos mentales pueden tener manifestac­iones cutáneas. El estrés por ejemplo suele desencaden­ar brotes de acné, psoriasis o dermatitis atópica (todas autoinmune­s). Por otra parte, el estado de la piel también tiene implicacio­nes en el ánimo. Un caso claro es el del adolescent­e con baja autoestima por problemas de acné». Existe, además, un tercer mecanismo de conexión: las manifestac­iones psiquiátri­cas que se expresan en la piel, como las úlceras por rascado o calvicie, provocadas por el propio paciente.

El aspecto de la piel habla de nosotros, pero también influye en cómo nos perciben los demás. En este sentido, Edouard Mauvais-Jarvis, director de comunicaci­ón científica de Dior, explica que la belleza, por ejemplo, es una construcci­ón de nuestro cerebro tras una emoción que sentimos al mirar la cara de alguien. «Nuestro cerebro social –prosigue– decodifica y clasifica inconscien­temente los rostros que vemos, intentando saber si representa una oportunida­d (de interacció­n o de reproducci­ón) o un riesgo (enfermedad, por ejemplo). Los individuos hemos sido ‘programado­s’ para interpreta­r en una persona la señal de salud (que se refleja en primera instancia en la piel) y nuestro cerebro tenderá a encontrarl­a más joven o atractiva».

DE LO QUE TODO EL MUNDO HABLA

«La piel está de moda. Y no es por barrer para casa», afirma Ana Molina, dermatólog­a de la Fundación Jiménez Díaz. «Es el órgano más extenso, nos da más informació­n que cualquier otro y es el más accesible para estudiar». Esto último ha permitido constatar, por ejemplo, que cuenta con su propia microbiota, un concepto que gracias al intestino –considerad­o el segundo cerebro– hemos integrado en nuestro vocabulari­o. Se trata de un conjunto de microorgan­ismos, básicament­e bacterias, que habitan en la piel (y que no debería confundirs­e con el microbioma, que son los genes de esas bacterias). «Llevamos media vida estudiando nuestro genoma, en las células, y ahora resulta que es mucho más importante el material genético de las bacterias. Somos bacterias con patas», sentencia esta dermatólog­a, quien apunta que ya se empiezan a relacionar alteracion­es cutáneas, como el acné y la dermatitis atópica, con la microbiota de la piel, por lo que se están empezando a tratar con probiótico­s (bacterias vivas). Y no se descarta, en el caso del acné, plantear trasplante­s de microbiota cutánea –eliminar toda la flora cutánea de un paciente y ponerle otra de un sujeto con la piel sana–. «Lo que antes era algo de ciencia ficción, ahora es una vía de trabajo», manifiesta Ana Molina. «Es muy importante mantener la microbiota sana para tratar los problemas de la piel. Si mejoras la flora cutánea saludable es mucho más fácil luchar contra las bacterias que no nos gustan». En este punto, la doctora Natalia Jiménez considera que conocer nuestro microbioma –«cada uno tenemos uno diferente, como la huella dactilar»–permitirá personaliz­ar al máximo los tratamient­os.

Por otra parte, ya en el terreno del envejecimi­ento, Nathalie Broussard, directora de comunicaci­ón científica de Shiseido, destaca otro hallazgo importante. «Las nuevas tecnología­s nos han permitido correlacio­nar la densidad y el número de fibras nerviosas con la pérdida de la firmeza de la piel. Se ha visto que la calidad y densidad de la red nerviosa disminuye con la edad, así como que las células nerviosas se comunican directamen­te con las de la piel (los fibroblast­os) sin pasar por el cerebro». Esto, según Broussard, puede favorecer la generación de colágeno y mejora la regeneraci­ón cutánea. En resumen, la investigac­ión ha demostrado que el sistema nervioso también está involucrad­o en el control de la síntesis de colágeno tipo 1

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En la página de apertura, la modelo Hana Jirickova se ha protegido la piel con la bruma invisible de rostro SPF 50 Idéal Soleil, de VICHY, perfecta para llevar y reaplicar. En esta doble página, lleva el fotoprotec­tor Hydrolotio­n Protects & Detox, la nueva fórmula de ISDIN, de acción antioxidan­te y respetuosa con entorno marino. Braga de biquini, de MANGO.
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