VOGUE (Spain)

LAS ARMAS DE LA GUERRERA

Ana de Armas y el minimalism­o de los noventa.

- Fotografía THOMAS WHITESIDE Estilismo JUAN CEBRIÁN Texto MARIO XIMÉNEZ

Reinventar el concepto de chica Bond, introducir­se en la piel de MARILYN MONROE o poner rostro a campañas de moda suenan, a ojos del público, como las misiones de futuro más ambiciosas de ANA DE ARMAS. Pero detrás de la cortina de humo y de un imponente desembarco en Hollywood, se esconde una actriz dispuesta a marcar sus tiempos.

Un vistazo a la carta es suficiente para que Ana de Armas (Santa Cruz del Norte, Cuba, 1988) se decida. «Jamón serrano. ¡Con pan y tomate, por favor!», exclama pletórica ante la idea de volver a comer, por primera vez en los últimos seis meses, uno de sus platos favoritos. La camarera le sonríe, cómplice, simpatizan­do con su antojo, y vuelve a las cocinas del madrileño hotel Villa Magna que servirá de improvisad­o hogar a la actriz cubana los próximos tres días. «Me acosté a las cinco de la mañana, directa del avión, y acabo de despertarm­e. Querían traerme algo de desayuno, pero esto es lo que me pide el cuerpo», confiesa frotándose las manos. La primera parada que la trae a Madrid este año no es, aunque le gustaría, personal. En cuestión de horas se habrá trasladado junto a un equipo de cien personas al campo toledano, donde grabará la campaña de primavera de El Corte Inglés que dejará su rostro en las marquesina­s de medio país. «Me hace mucha gracia porque hace diez años El Corte Inglés era básicament­e mi pasatiempo favorito, me tiraba horas allí aunque no acabara comprando nada. Es muy surrealist­a ser yo quien ponga cara a su imagen», murmura.

Sorprende oír hablar de surrealism­o a la joven hispanocub­ana, que a sus 31 años luce un currículo con el que soñaría cualquier actriz de su generación. Solo con un repaso a su vida laboral de los últimos meses se entiende el estatus que está amasando. Con residencia en Los Ángeles desde 2017, son pocas las noches que ha dormido en casa, con honrosas excepcione­s, como los Globos de Oro de este enero, donde acudió nominada por Puñales por la espalda (Rian Johnson) o la jornada que pasó junto al equipo de Vogue España, posando en su primera portada para esta revista. De hecho, según asume, su único hogar en los últimos meses han sido una maleta y su perro Elvis, un bichón maltés que desde hace ocho años la acompaña allí donde puede. «En un viaje que hice a Londres, tuve que dejarlo en Cuba por la cuarentena. Al volver, me perdieron el equipaje y me vi en una ciudad extraña, sin ninguna de las dos cosas que me recuerdan un poco a tener una casa. Tardé cuatro días en recuperarl­o pero cuando llegó, ya había decidido que me tenía que replantear mi vida», confiesa. Algunos pensarán que el relato suena algo dramático, pero el periplo no ha sido escaso: tras terminar el rodaje de La red avispa en Cuba, junto a Penélope Cruz y Edgar Ramírez, se enfrascó en un drama biográfico sobre Sergio Vieira de Mello, un funcionari­o de Naciones Unidas asesinado en Irak en 2003. Posteriorm­ente, viajó a Nueva Orleans para la adaptación de la novela Deep Water, de Patricia Highsmith, junto a Ben Affleck; y, antes de confirmars­e como la Marilyn Monroe de Andrew Dominik, en Blonde, inspirada en la novela de Joyce Carol Oates, terminó en Londres su incursión como primera chica Bond de nacionalid­ad española en No Time to Die, la quinta y última entrega de Daniel Craig como agente 007. «Al principio, me hacía ilusión vivir cada semana en un rincón del mundo, pero no te voy a mentir: me toca recalibrar», zanja, llevándose a la boca una loncha de ibérico.

«Precisamen­te por cosas como esa, Ana es una actriz brillante», exclama Ben Affleck desde el otro lado del Atlántico. El actor california­no encarna en Deep Water a un esposo que permite a su mujer romances extramatri­moniales para evitar el divorcio, hasta que acaba siendo el primer sospechoso del homicidio de sus amantes. «La primera vez que leímos juntos las escenas de la película, me quedó bastante claro que iba a hacer algo excepciona­l con un papel muy complejo. Su personaje es el motor de la historia y requería moverse entre la tragedia y la ironía o entre el realismo y la comicidad más absurda. No solo sabe hacerlo con soltura, también consigue sorprender­te en cada toma. Su talento es infinito», concede. Affleck es el último nombre en una horda de estrellas de Hollywood que han alabado su talento después de trabajar con ella, de Ryan Gosling a Keanu Reeves pasando por Denis Villeneuve, que la dirigió en Blade Runner 2049. Son nombres con los que ella, admite, ni habría alcanzado a soñar cuando decidió instalarse en Madrid en 2007, año en que conoció el estrellato gracias a El internado, el fenómeno de Antena 3 que llegó a rozar una audiencia de cinco millones en sus siete temporadas. «Después de una infancia en Cuba opuesta a todo eso, los primeros años en Madrid fueron un impacto que no sé si supe afrontar muy bien. Yo acababa de cumplir la mayoría de edad y no conocía a nadie aquí, pero tuve suerte de que mis compañeros de trabajo se convirtier­an en mi familia», recuerda sobre actores como Elena Furiase o Martiño Rivas, con los que entabló una amistad que a día de hoy le sirve cuando aún cuesta asumir el éxito al que se asoma. «Cuando la serie empezó a tener éxito, no podíamos ni andar por la calle. Elena, que lleva toda la vida acostumbra­da a la fama, me llevaba de la mano y sabía sortear mejor que yo una pregunta incómoda o un fotógrafo siguiéndom­e. Y su madre, Lolita, fue también una madre para mí. Los días que yo estaba mal, llorando y echando de menos a mis padres en Cuba, nos tirábamos las tres en la cama y me hacían partirme de risa. Creo que sigo en deuda con lo buenas que fueron conmigo».

En un formato que tantos compañeros de profesión utilizan para soltar un discurso aprendido y discutido con sus agentes, es insólito que su frescura sea a sus ojos una debilidad. «Me cuesta mucho hacer prensa», interrumpe cuando cae en la cuenta de la sinceridad de sus respuestas, o relata un capítulo más sombrío de un camino cuyas luces ya muchos conocen. «Lo cierto es que no sé ser de otra manera», tercia, para volver a las raíces de su infancia. Ana Celia de Armas Caso nació hace 31 años en La Habana, aunque, por motivos laborales de su padre, Ramón, la familia se mudó a la pequeña ciudad de Santa Cruz del Norte al poco de nacer. «Mi padre trabajaba en la Asamblea Popular y mi madre en recursos humanos del Ministerio de Educación, pero estuvieron muy presentes. Esos fueron los años más felices de mi vida, supongo que por eso vuelvo a La Habana siempre que las cosas se ponen un poco feas», relata. Lejos de las alfombras rojas o los vuelos privados que ahora intercala en su rutina, hasta los 14 años iba al colegio descalza y su mayor preocupaci­ón era conseguir el papel de Emma Bunton cuando se reunía con sus amigas para imitar a las Spice Girls. «Ellas eran de lo poco que llegó a Cuba de la cultura popular que brotaba en Occidente. Aunque empecé a entender las letras hace apenas dos años», confiesa bromeando. Esa falta de recursos fomentó una obsesión por inventarse personajes y memorizar diálogos de telenovela que encontró una esperanza de futuro cuando, con 14 años, sus padres le hablaron de la Escuela Nacional de Teatro. Tras meses peleándose con su tutora para que pensara en carreras con más salidas, se matriculó en interpreta­ción. «No estaba muy segura de que fuera lo correcto, pero no habría podido hacer otra cosa».

A tenor de lo visto en los últimos años, su decisión fue un acierto. De Armas se plantó junto a su madre en la Escuela Nacional

de Teatro el día que se celebraban las audiciones y fue selecciona­da entre más de 500 niños, tras diez horas de espera. Pasó cuatro años matriculad­a y, en su segundo año de carrera, en 2006, el director cántabro Manuel Gutiérrez Aragón la contrató para su debut profesiona­l en Una rosa de Francia, junto a Jorge Perugorría. «Fue Jorge quien se acordó de mí, meses después de coincidir con sus hijas en un cumpleaños. La escuela era muy estricta y tuve que abandonar ese curso para poder filmar la película, aunque me dejaron volver para acabar el título. Yo ya empezaba a descubrir que había más mundo del que había creído hasta entonces».

El relato de cómo llegó hasta Madrid con apenas 300 euros en el bolsillo es una de las muchas leyendas que la prensa ha alimentado, tanto como el hecho de que su personaje en Yesterday, de Danny Boyle, fuera eliminado después de que el público que la vio en los pases de prueba la prefiriera como novia del protagonis­ta, frente al que encarna Lily James. Rumorologí­a aparte, los pesos cubanos que se trajo a España apenas le valieron para un puñado de almuerzos, y tuvo que sobrevivir en el sofá de una amiga durante varios meses. «Aparte de Una rosa de Francia solo había hecho otras dos películas, Madrigal y El edén perdido. Cogí lo poco que tenía y me vine con ese dinero a Madrid, pero no calculé bien lo que valían aquí mis ahorros», espeta, riendo. «Unos cuantos sofás caritativo­s fueron mi salvación». Otro rescate más claro y efectivo fue El internado, emitido entre 2007 y 2010, gracias al que su rostro se hizo tan reconocibl­e que enamoró al público de la ficción y le valió un lugar en la pequeña pantalla patria, pero también hizo creer a muchos que estaban en posesión de escrutar minuciosam­ente sus cambios de aspecto físico o su vida amorosa (estuvo casada con el actor Marc Clotet entre 2011 y 2013). «Al principio, me hacía gracia sentirme importante, porque tu ego se acostumbra a ese tipo de atención, pero luego entendí que aquello era un espejismo. Comencé a pasarlo mal y cuando había tomado la decisión de escaparme a Nueva York unos meses, mi agente de entonces me llamó para que aceptara un papel en la serie Hispania (Televisión Española). Me lo vendieron como el trabajo de mi vida y volví a Madrid para hacerlo, pero me decepcionó muchísimo. Acabé sintiéndom­e culpable por aceptarlo, pensando que era un retroceso en mi carrera. Entonces me di cuenta de que El internado había influido mucho en cómo me percibían los directores de cine, y la única manera de cambiarlo era con un salto radical». Sería un salto al cine, en 2014, como protagonis­ta del drama adolescent­e Por un puñado de besos, de David Menkes, quien ya la había dirigido en Mentiras y gordas (2009). «Estaba tan desesperad­a porque los directores y productore­s me vieran por fin, que decidí teñirme el pelo de fucsia para el papel, pero apenas recibí ofertas hasta un año después, cuando hice Manos de piedra con Jonathan Jakubowicz. Sentí que había desapareci­do por completo para la industria de este país».

Suena irrisorio que, seis años después, su filmografí­a no baje de las cinco películas por año y su nominación a los Globos de Oro se celebrara en España como fiesta nacional, pese a que Awkwafina le arrebatara el galardón por The Farewell. «La única manera de conseguir las oportunida­des que esperaba era dejar de esperar, y salir a buscarlas yo», razona. En cuatro meses, había pasado de no saber decir una frase en inglés a sonar bilingüe, conseguir un apartament­o decente en Los Ángeles y firmar su contrato para Toc, toc (Eli Roth, 2015), sacudiéndo­se la fama que había logrado en España. «No era la primera decisión de ese tipo que me tocaba tomar, pero fue mucho más duro de lo que esperaba. Ahora no pienso dar nada por sentado, voy a luchar cada día por acercarme a mi sueño».

Charlar con esta mujer de mirada verde oliva y franqueza sin complejos es un antídoto refrescant­e a la parafernal­ia que suele envolver a cualquier actor que ha penetrado el Olimpo de Hollywood. Después de varios cambios de fecha, hora y ciudad para esta entrevista, es ella quien ha insistido en una cita para charlar sin cronómetro­s y ninguna línea roja en cuanto a los temas. «Es una de las cosas que he aprendido este tiempo: ser sincera, no fallarme y escuchar lo justo a los que opinan sobre cómo ha de ser mi futuro», devuelve. Se intuye en sus palabras cierta actitud de defensa, que reconoce al asumir que vive en una ciudad donde hasta la camarera de una cafetería sueña con acabar en los carteles junto al legendario hotel Chateau Marmont. «He luchado por salir del estereotip­o de latina con carácter todo lo que he podido y más, pero el cine está lleno de clichés y no puedes bajar la guardia. Lo cual no significa que no haga de cubana, como ocurre en No Time to Die. Y que mi personaje, Marta Cabrera, sea guapa, elegante, y camine enjoyada y en tacones. Esa es la fantasía del mundo de James Bond. Pero, gracias al guion de Cary Fukunaga y a los diálogos de Phoebe Waller-Bridge, mi personaje no está ahí para complement­ar la historia de Bond», razona ante el riesgo de que el concepto de chica Bond pueda quedar obsoleto en el siglo XXI.

Con Marilyn Monroe, leyenda que encarnará a finales de este año, los conflictos internos fueron similares. «El director, Andrew Dominik, llevaba diez años intentando adaptar Blonde, de Joyce Carol Oates. Había barajado a varias actrices pero por algún motivo, el proyecto nunca salió adelante. Cuando vio Toc, toc, consiguió mi contacto y me mando el guion. Poco después hice el proceso de pruebas, y a las pocas semanas me dijeron que era para mí», recuerda. De momento solo se ha visto cómo le queda la peluca oxigenada en algunas localizaci­ones de Los Ángeles, pero Ana promete que el papel de Norma Jean Baker ya le ha cambiado la vida. «Lo primero que pensé al leer el texto es que era una película de terror, una historia oscura y muy triste que no casaba con lo que yo conocía de ella. Por eso creo que será una cinta difícil de asimilar, y que va a ser violento ver lo que tuvo que pasar hasta su muerte. Después, estuve un año trabajando su acento, viendo su filmografí­a una y otra vez y, no te voy a mentir, acabé obsesionad­a con ella». Cuando volvió a Nueva Orleans para terminar de rodar Deep Water, el propio Ben Affleck se quedó observándo­la después de la primer toma y le dijo: «Te fuiste siendo una actriz, y acabo de hacer una escena junto a alguien completame­nte distinto. Eres otra persona, y eso para un actor es casi un milagro».

Esa sensación es, junto a comer lo que le plazca o aburrirse de verdad, una de las cosas que más aleja sus anhelos del típico sueño americano. «Tengo ganas de leer un libro, de terminar de amueblar la casa que compré hace poco en Cuba, escaparme dos semanas a algún sitio perdido. No tengo un solo día libre en el calendario durante los próximos meses, y me da miedo que eso me queme y me acabe cansando. De hecho, según hablo contigo, voy a bloquearme una escapada pronto», tercia, mientras agarra el móvil para anotarse el propósito con firmeza. En plena puja por alcanzar la cima de Hollywood, hasta la guerrera más feroz necesita enfundar su espada para recordar que su mayor lucha es ella misma

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la izda., Ana de Armas luce top asimétrico, de ALL SISTERS; falda de talle alto con fruncido lateral, de A.W.A.K.E.; pulsera Écrou de oro amarillo, de CARTIER. A la dcha., vestido con escote en georgette de seda; pendientes de metal; y anillo doble con tres tachuelas redondas metalizada­s, todo de SAINT LAURENT por ANTHONY VACCARELLO. En esta página, vestido de seda en dos tonos, de MAX MARA; pulsera y anillo Le Cube de oro amarillo de 18 quilates con diamantes, ambos de DINH VAN. En la página siguiente, vestido de satén de THE ROW (en YOOX); pulsera y anillo Écrou de oro amarillo, ambos de CARTIER.
En la doble página de apertura, a la izda., Ana de Armas luce top asimétrico, de ALL SISTERS; falda de talle alto con fruncido lateral, de A.W.A.K.E.; pulsera Écrou de oro amarillo, de CARTIER. A la dcha., vestido con escote en georgette de seda; pendientes de metal; y anillo doble con tres tachuelas redondas metalizada­s, todo de SAINT LAURENT por ANTHONY VACCARELLO. En esta página, vestido de seda en dos tonos, de MAX MARA; pulsera y anillo Le Cube de oro amarillo de 18 quilates con diamantes, ambos de DINH VAN. En la página siguiente, vestido de satén de THE ROW (en YOOX); pulsera y anillo Écrou de oro amarillo, ambos de CARTIER.
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esta página, Ana de Armas lleva vestido midi con espalda abierta, de BOSS; zapatos de piel acharolada, de STUART WEITZMAN; pendientes, pulsera y anillos Le Cube Diamant de oro amarillo de 18 quilates y diamantes, todo de DINH VAN.
En la página anterior, jersey de punto con apertura trasera, de SALVATORE FERRAGAMO; pantalón de satén, de HELMUT LANG (en YOOX); zapatos con lazo delantero, de BY FAIR. En esta página, Ana de Armas lleva vestido midi con espalda abierta, de BOSS; zapatos de piel acharolada, de STUART WEITZMAN; pendientes, pulsera y anillos Le Cube Diamant de oro amarillo de 18 quilates y diamantes, todo de DINH VAN.
 ??  ?? En esta página, luce vestido lencero largo en satén strech, de THE 2ND SKIN CO.; pendientes y anillos de oro amarillo y diamantes engastados, todo de CHOPARD. En la página siguiente, top de punto con ribete blanco, de HERMÈS; y anillo Clash de oro rosa, de CARTIER.
En esta página, luce vestido lencero largo en satén strech, de THE 2ND SKIN CO.; pendientes y anillos de oro amarillo y diamantes engastados, todo de CHOPARD. En la página siguiente, top de punto con ribete blanco, de HERMÈS; y anillo Clash de oro rosa, de CARTIER.
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 ??  ?? Maquillaje: Mélanie Inglessis (Forward Artists). Peluquería: Rob Talty (Forward Artists). Manicura: Jolene Brodeur (The Wall Group).
Ayudante de estilismo: Laura Sueiro.
Diseño del ‘set’: Jacqueline Cingolani.
Producción en el ‘set’: Tommy Romersa (Joy Asbury).
Maquillaje: Mélanie Inglessis (Forward Artists). Peluquería: Rob Talty (Forward Artists). Manicura: Jolene Brodeur (The Wall Group). Ayudante de estilismo: Laura Sueiro. Diseño del ‘set’: Jacqueline Cingolani. Producción en el ‘set’: Tommy Romersa (Joy Asbury).

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