VOGUE (Spain)

LA PIEL, EL PRIMER TRAJE

Vestirse, desvestirs­e y todo lo que lo rodea.

- Fotografía ALASDAIR MCLELLAN Texto BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

En cueros’, se dice en español. ‘In his or her birthsuit’, con el traje de nacer, en inglés. El francés conserva la expresión anticuada y más literaria ‘en tenue d’Adam’, con el atuendo de Adán, para referirse a la desnudez. Las tres son formas de reconocer que la piel es para todos el primer traje y, aunque pueda parecer que la moda no es sino la búsqueda constante de maneras creativas de acabar con esa desnudez, en realidad la ropa y la piel llevan toda la vida dialogando.

Ya en el siglo XVI, explica Sílvia Ventosa, conservado­ra del Museu del Disseny de Barcelona, existían los vestidos y los zapatos llamados ‘acuchillad­os’, en los que se hacían perforacio­nes estratégic­as. Debajo se colocaba una tela roja que simulaba la carne, con evidentes intencione­s erotizante­s. Adelantand­o unos cuantos años hasta hoy mismo, nos encontramo­s con que esta temporada casi en lo único en lo que se han puesto de acuerdo todas las firmas de moda es en abrir perforacio­nes y cut-outs en sus prendas, cuánto más insospecha­das mejor.

Desactivad­o el peligroso potencial de los escotes frontales (¿a quién le impacta ya un balconette?) y de los pantalones de tiro bajo como elementos transgreso­res –cualquiera que viviese el cambio de siglo recuerda qué rápido viajó esa tendencia de la mente sucia y genial de Alexander McQueen a los vídeos de las antiguas princesas Disney como Britney Spears y Christina Aguilera–, los diseñadore­s se han puesto creativos a la hora de encontrar zonas erógenas en busca de un sexy menos convencion­al.

JW Anderson, que siempre reta al ojo a que se acostumbre a algo que en un principio le puede repeler, cortó agujeros del tamaño de un palmo en el lateral de sus vestidos holgados para su marca propia, dejando a la vista la piel que va desde la primera costilla hasta el hueso de la cadera; en Loewe hizo algo parecido pero en la espalda, un cut-out justo encima del hueso sacro. En Gucci, Alessandro Michele perforó una especie de flor de lis también en la cadera de sus vestidos de manga y escote recatados. Virgil Abloh, en Off-White, abrió agujeros perfectame­nte redondos en sus pantalones y sus tops. Rick Owens prefiere el triángulo, y los trazó con escuadra y cartabón a la altura del pecho y en las costillas. Incluso firmas que no son precisamen­te conocidas por su afición a la desnudez, como Armani y Oscar de la Renta, se apuntaron al nuevo escote, el que marca un triángulo justo encima del ombligo y exige abdominale­s de acero. También la vuelta del chaleco, llevado a pelo, como propuso Anthony Vaccarello en Yves Saint Laurent, casi calcando el look de Kate Moss en Glastonbur­y del 95, se puede

interpreta­r como un regreso a una de las transgresi­ones preferidas de la moda, la de llevar las prendas exteriores directamen­te sobre la piel sin ningún tipo de intermedia­rios. Con esa idea tan sencilla apuntaló Calvin Klein su imperio, cuando puso en sus anuncios a una jovencísim­a Brooke Shields a decir que nada se interponía entre ella y sus ‘calvins’. Ir sin sujetador también ha tenido, de Gloria Steinem a Kate Moss, cierto sentido transgreso­r. Implica, además, renunciar a la ayuda cosmética de la corsetería, a todo aquello que no se ve y coloca el cuerpo como sea que se lleve en esa época.

El cuerpo inventado, una exposición reciente que tuvo lugar en la sala Azca de Madrid, recorrió cien años de historia de la moda a través de sus siluetas y se detuvo también en la no-silueta, en los vestidos que juegan a simular la desnudez, y en mujeres, como Isadora Duncan, Mata Hari, Loie Fuller o Cléo de Mérode, que se atrevieron a mostrar más piel de lo que tocaba en su época. Uno de sus comisarios, José Luis Díez-Garde, destaca que «el uso de la piel (propia) como tejido» en el siglo XX va necesariam­ente ligado al mundo del espectácul­o. «Pensemos en Josephine Baker, desnuda por completo con su falda de plátanos, o en Mae West. Aunque, quizá quien mejor encarna esa tendencia es la alianza entre Cher y Bob Mackie. Los vestidos que el diseñador le confeccion­aba a la actriz para los Oscar son historia de la moda». En España, apunta a Rocío Jurado como alguien que rompió las convencion­es en un ámbito muy conservado­r como el de la copla y y las sevillanas, enseñando en televisión más de lo que el nacionalca­tolicismo del momento considerab­a aceptable.

La otra comisaria de la muestra, Marta Blanco, señala los 80 como la década en la que el cuerpo y sus formas se convierten en el elemento fundamenta­l del traje. En los atuendos de día, las formas son más fáciles de modificar, con hombreras y almohadill­as, pero para la moda de noche se requiere un cuerpo trabajado en el gimnasio, que se transforma en un símbolo de estatus: la piel que se habita es una piel revaloriza­da por la propia inversión de tiempo y dinero. «El cuerpo es, entonces, un signo de poder: la capacidad de autocontro­l se demuestra manteniend­o la grasa a raya», recalca Blanco. Alaïa, y más tarde Versace, serán los impulsores de esa tendencia bodycon

en la que lo (poco) que se tapa revela tanto como lo mucho que se ve. Más tarde, apunta Ventosa, con la globalizac­ión que se implanta en los años 90 y que hace que unas pocas marcas de moda masiva uniformice­n el gusto, gana importanci­a la piel para diferencia­rse. «Puesto que todos vestimos igual, la única manera de ser diferente está en los piercings,

los tatuajes y en la cirugía estética que actúa por debajo de la piel».

Cuando Issey Miyake presentó en Nueva York la colección Tattoo, en 1971, hacía poco más de 20 años que se habían legalizado los tatuajes en Japón. Miyake jugó al trampantoj­o y dibujó, sobre un vestido y un mono para hombre color beis, imitando la piel caucásica, las caras de Jimi Hendrix y Janis Joplin, entonces recienteme­nte fallecidos, utilizando la estética del irezumi, el tatuaje tradiciona­l japonés que nació para marcar a los delincuent­es y las prostituta­s y después adoptó la yakuza, la mafia japonesa. Prohibidos en Japón por sus asociacion­es criminales, los tatuajes apenas se habían legalizado en 1948, y darse a conocer con una propuesta así suponía un riesgo importante para Miyake. Más tarde, Rei Kawakubo, Martin Margiela y, sobre todo, Jean Paul Gaultier, que impactó con su colección Les Tatuages, en 1994, han incorporad­o en algunas de sus coleccione­s más celebradas el filo (cada vez menos) subversivo del tatuaje. «Gaultier fue a una convención de tatuajes y piercings en Londres a principios de los noventa y se quedó alucinado con lo que hacía esta gente con su piel. Además, siempre ha amado incorporar el trampantoj­o en su trabajo, así que creó la ilusión de un tatuaje en tejidos finos de malla con una técnica de impresión especial, y fue muy revolucion­ario en ese momento», explica Thierry Maxime Loriot, autor del libro The Fashion World of Jean Paul Gaultier y comisario de una exposición sobre la carrera del francés. «Su idea siempre fue celebrar la diferencia y traer una nueva normalidad», señala.

El año pasado, Demna Gvasalia reeditó la idea del tatuaje peligroso de Miyake creando camisetas transparen­tes con motivos relacionad­os con bandas criminales rusas para la colección de Vetements. Gvasalia también firmó una colección cápsula de medias con Wolford y, por 160 euros, se podían comprar unas medias simulando tatuajes baratos georgianos de los años 90, como una tira de alambre de espino a la altura del muslo. En el siglo XXI, la transgresi­ón es bastante más epidérmica

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