EL FACTOR HUMANO
Los nuevos diseñadores de Jil Sander dan un nuevo impulso a la firma.
Con la llegada de LUKE Y LUCIE MEIER a su dirección creativa, hace apenas tres años, JIL SANDER ha conseguido recuperar la relevancia y el músculo comercial perdidos en la última década. Una nueva visión del minimalismo que apela al alma y la emoción del trabajo manual.
Una enseña tan fuerte como Jil Sander no necesita depender del nombre de un diseñador». Así sentenciaba Patrizio Bertelli el destino de la que, seguramente, ha sido la etiqueta alemana de culto más reverenciado de la que haya noticia. Sucedió hace ahora justo dos décadas, en un momento que puede considerarse como el año cero del proceso de deshumanización que, desde 2000, ha arrasado la industria del lujo indumentario. La diseñadora Jil Sander se despedía de la firma homónima que fundara en Hamburgo, en 1968, y su nuevo propietario (el Grupo Prada, merced al 75 por ciento de las acciones que había adquirido en 1999) sacaba pecho corporativo. Fue el golpe definitivo, o casi, a los días del creador estrella, de repente devenido pieza prescindible de un maquinaria cada vez más voraz e insaciable, susceptible incluso de perder su nombre (al menos con fines comerciales). Lo ocurrido en la casa teutona a partir de entonces resulta tan ejemplar como esclarecedor, porque al final quedó probado que sin el alma de un autor/a no hay marca/producto que persista. De hecho, ni siquiera el par de veces que la propia creadora volvió al que fuera su hogar, ya como simple asalariada en un desconcertante ir y venir (primero, de mayo 2003 a noviembre de 2004, y después, entre febrero de 2012 y octubre de 2013), ayudó a recobrar el valor y el músculo perdidos.
Tampoco sirvió de mucho el fichaje de Raf Simons, un año antes de que Bertelli vendiera la firma a la inversora de capital riesgo del magnate Luc Vandevelde, en 2006. En todo caso, sería el diseñador belga –poco menos que un desconocido para la mayoría– quien sacó en verdad provecho, al recibir el espaldarazo definitivo del negocio que lo aupó directamente a la jefatura creativa de Dior, en 2012. Lo cierto es que cuando Rodolfo Paglialunga, penúltimo peón creativo, salió por la puerta en 2017, después de tres años de ignota labor, Jil Sander bregaba con unos escurridos ingresos en ventas cifrados en 72,5 millones de euros (según datos de Onward Holdings, el conglomerado textil japonés dueño de la marca desde 2008). He ahí las consecuencias de perder relevancia en el mercado, en especial en uno que se desvive por complacer a esas nuevas generaciones de consumidores para las que el minimalismo es un cuento de mayores. Y entonces llegaron ellos.
La irrupción en escena de Luke y Lucie Meier tiene mucho de instinto empresarial ganador y un poco de milagro. Las credenciales que presentan son tan impecables como las de cualquiera de sus antecesores en la dirección creativa de Jil Sander, pero además resultan significativamente simbólicas para el momento que vive la industria del vestir. Él, canadiense de Vancouver (1975), empapado de adolescente en el grunge y la cultura skate de Seattle, estudiante de finanzas (Universidad de Georgetown, Washington) y moda (Fashion Institute of Technology, Nueva York), curtido durante ocho años como director del equipo de diseño de Supreme y cofundador de OAMC, dechado de funcionalidad sartorial lanzado en 2014 para jugar en la moderna arena del lujo (ojo a ese promedio del 65 por ciento de crecimiento continuado en los últimos cuatro años, que convenció a Onward Holdings para entrar con una pequeña participación en 2018). Ella, suiza de la alpina Zermatt (1982), formada para la moda entre Florencia y París, asistente de Marc Jacobs cuando reinaba en Louis Vuitton, de Nicolas Ghesquière a su paso por Balenciaga y de Raf Simons en Dior, donde quedaría al cargo de las colecciones femeninas junto a Serge Ruffieux tras el abandono de su jefe (2015) y hasta la llegada de Maria Grazia Chiuri (2016). No hay más preguntas, señoría. O no debería.
A una semana del desfile de mujer otoño/invierno 2020-2021 (su sexta colección ya de prêt-à-porter), los Meier comparecen en la sede milanesa de Jil Sander con pasmosa serenidad. Hace apenas un mes, presentaban la versión masculina en el salón Pitti Uomo de Florencia, la ciudad donde se conocieron, en 2001, mientras cursaban técnicas de sastrería y diseño de punto, él, y marketing, ella, en la prestigiosa Polimoda. «Fue un poco por casualidad. Quería dedicarme a la moda, aunque no tenía muy claro de qué manera. Mi madre conocía a alguien que había estudiado allí y me dije, bueno, empieza y veamos dónde te lleva. Era la primera vez que salía de Suiza...», recuerda Lucie. «Yo era estudiante de intercambio del FIT. Ya tenía mi licenciatura en Empresariales, pero la vibrante cultura urbana neoyorquina, con todos los patinadores, artistas y su atmósfera do it yourself me había capturado, así que me matriculé en diseño. En realidad, la moda en sí no me dice nada, es la forma en que la gente utiliza la ropa para expresarse lo que me interesa, por qué el logo de esta marca skater mola y el de aquella otra no, qué tipo de música es la que hace que vistas de esta forma...», cuenta Luke. Los Meier se ceden la palabra apenas sin interrupciones. Ni se pisan ni se terminan las frases. Los Meier son matrimonio, pero nunca discuten.
¿Cómo afrontáis vuestra misión como directores creativos de una firma tan peculiar como esta?
Lucie: Diría que es una aproximación autobiográfica. No necesitamos referir el pasado de la marca y, en ese sentido, no existe carga ni presión. Lo que proyectamos es lo que somos, nuestra manera de ver la ropa, cómo interactuamos con ella, con la gente... Luke: También tiene que ver con el momento, expresar aquello que es interesante en la actualidad, definir el ahora con una silueta, un look o la actitud precisos. No es algo que se pueda explicar, ni calificar. Nuestro compromiso con los materiales, los tejidos y las técnicas es muy intenso y nunca nos damos por satisfechos hasta que sentimos que el resultado es el que corresponde a su tiempo. Por eso muchas veces no nos gusta decir que una colección está completa o acabada, porque tendrá continuidad en la siguiente. No se trata de pasar página y empezar algo nuevo...
Ya, como soléis argumentar hoy casi todos los creadores de moda, es una narración que se va desarrollando con cada temporada. Luke: Exacto. Además, creo que esta es una etiqueta que no tiene un código estético restrictivo, lo que nos ayuda a diseñar con libertad, proyectándonos en lo que está por venir y pensando en el futuro.
Sin embargo, hay un hecho imposible de pasar por alto: Jil Sander es una marca que ha dado muchos bandazos, tanto empresariales como creativos, hasta casi desaparecer del mapa, al menos en términos de relevancia. ¿Cómo se la devuelve a primera línea? Luke: Aparte de lo que pueda significar como reto, es... Lucie: Una oportunidad.
Luke: Sí. Continuando un poco con la idea expuesta por Lucie, no nos preocupa en absoluto su pasado, no nos fijamos demasiado en lo que haya sido o no. Imagina si tuviéramos que estar considerando las ideas preconcebidas que puedan tener otros, o los intereses que se hayan creado con anterioridad... Lo que hacemos solo refleja nuestro punto de vista, aquello en lo que creemos, lo que nos preocupa y que resulta significativo en este instante. Por decirlo así, siento que es la única forma de construir algo auténtico: crear siendo fiel a quién eres, sin proyectarte en algo o alguien ajeno.
Entonces, si prescindimos de ese pasado y la vemos como un lienzo en blanco, el significado de Jil Sander ya no es cuestión de valor de marca, sino única y exclusivamente responsabilidad vuestra.
Luke: Evidentemente. Desde luego, la tarea es ingente, pero también muy emocionante. Esta es una firma que nos importa y pensamos que podemos hacer mucho por ella.
¿Y qué pasa con el tópico minimalista que la rodea, ese sambenito de reina de las líneas depuradas, del diseño frío y aburrido? Lucie: Para mí, esa es una percepción errónea. De hecho, nunca he relacionado Jil Sander con minimalismo, porque, volviendo al lugar común, querría decir que carece de alma. Y yo siempre he sentido mucha alma y emoción en ella, quizá por mi relación personal, ya que era la única firma de moda que compraba mi madre cuando yo era pequeña. No, no creo que minimalista sea el calificativo que merece. Sí, hay pureza, aunque puro no equivale a minimal. Así es como lo sentimos.
Luke: Minimalismo es un término peliagudo. No se puede reducir todo a una etiqueta, no es justo, se trate de música, arte o moda. No sé si en español las connotaciones serán iguales que en inglés, pero para los angloparlantes decir minimalista es un poco como referir frialdad, algo esterilizado e industrial...
Me temo que implica lo mismo en cualquier idioma...
Luke: Pero existe una gran diferencia entre esa manera de percibirlo y lo que Lucie ha explicado sobre la pureza. Que un objeto o una prenda no esté profusamente ornamentado no quiere decir que carezca de emoción. Supongo que, al final, de lo que se trata es de hallar el equilibrio perfecto entre trasmitir un sentimiento real, genuino, a partir de lo que es solo esencial y no abundar en detalles superfluos para conseguirlo. Al menos, es lo que buscamos nosotros. Y también es como apreciamos y entendemos el diseño en general, no solo Jil Sander. Por eso tiene sentido que estemos trabajando aquí. Nos resulta muy fácil a los dos, porque podemos hacer lo que queremos de manera natural.
Cuando una prenda se desnuda de trucos decorativos para mostrar su esencia, ¿qué importancia cobra el movimiento como vehículo de emoción? Lo pregunto porque vuestras últimas colecciones abundan en elementos cinéticos, ya sean flecos, borlas o pequeñas piezas metálicas que, en realidad, sí suman al proverbial ‘menos es más’.
Lucie: Es que el movimiento puede serlo todo.
Luke: También es una forma de referir algo preciosista desde la pureza de un trabajo hecho a mano. Las labores artesanales llevan mucho tiempo, tanto para aprender las técnicas como para luego realizarlas, y para mí ese es el auténtico lujo. Aunque muchas veces son detalles tan sutiles que ni se aprecian si no te fijas bien en la prenda en cuestión. Ese toque manual, orgánico, junto a la calidez del factor humano, aportan emoción, por eso nos gusta que esté presente en las colecciones.
Jamás se me habría ocurrido asociar Jil Sander y artesanía... Luke: Porque no estamos acostumbrados a pensar que la sastrería, con toda su precisión, es un trabajo artesano, por ejemplo. Un abrigo de cachemir de doble cara lleva una ingente labor manual, aunque lo veas con un acabado tan perfecto que parezca industrial.
Entiendo que la elección del tejido es especialmente determinante para vosotros a la hora de diseñar, ¿me equivoco?
Lucie: Es la base de todo, de hecho. Es lo que va a determinar el corte, que la prenda sea de una manera, que se mueva de una forma u otra. Puede influir toda la colección desde el principio. Es algo en lo que invertimos mucho tiempo, investigando y desarrollando tejidos, también de manera sostenible. Las dificultades vienen cuando tratas de conseguir la mayor información posible sobre la procedencia y la manufactura de los materiales para poder hacer la elección correcta. En ese sentido, necesitamos más transparencia, porque aún resulta complicado.
Luke: La cantidad de energía que ponemos en reunir datos, estar informados y despertar la conciencia entre la gente que colabora con nosotros para que cambien los modelos de producción siempre ha sido enorme, desde hace mucho tiempo. Es verdad que se están haciendo bien muchas cosas, pero aún sorprende que en pleno 2020 se vean tantas malas ideas. Si no queremos seguir fastidiándola, la industria de la moda debe transformarse por completo.
El lanzamiento de la línea unisex Jil Sander+, que debutaba este pasado otoño/invierno, ¿corresponde a ese talante de experimentación y búsqueda de nuevas alternativas?
Lucie: Es otra expresión de nuestro acercamiento autobiográfico a la marca. Ambos crecimos rodeados de naturaleza y nos sentimos muy afines a ese estilo de prendas de exterior tan técnicas y funcionales. El problema es que tampoco es fácil encontrar un tipo de ropa así que responda a unas expectativas estéticas altas, de moda. Por eso decidimos crear esta colección, que sirve igual para vestir en la ciudad y en el campo.
Luke: Eso es. ¿Por qué renunciar a llevar algo bonito para salir a la montaña o a esquiar?
¿Cuál es vuestro método de trabajo, cómo os repartís las tareas? ¿Tenéis funciones, responsabilidades individuales?
Lucie: Lo hacemos todo juntos. Aunque es verdad que mi voz quizá se note algo más en las colecciones femeninas. Al fin y al cabo, como mujer conozco mejor el producto, sé lo que me gusta ponerme y cómo quiero sentirme con la ropa que llevo. De la misma manera que Luke, como hombre, puede tener más influencia en la parte masculina. Pero, al mismo tiempo, que cada uno aporte su punto de vista al otro enriquece el proceso. Somos distintos, pero complementarios. Es posible que yo sea más intuitiva y él, más analítico... En cualquier caso, es una magnífica mezcla. Además, tenemos un diálogo muy fluido.
¿Ese diálogo se interrumpe cuando acaba la jornada laboral? Lucie: No [entre risas].
Luke: Solo los temas aburridos se quedan en la oficina. Si hablamos de creatividad, la conversación jamás termina. Es un placer y por ese motivo nos sentimos afortunados de tener un trabajo así. Entiendo que a la gente le produzca curiosidad nuestra particular circunstancia, marido y mujer compartiendo responsabilidad en una industria como esta, en la que el trabajo es continuo y tan intenso que parece que no puedas disfrutar una vida fuera de él. Pero a nosotros nos funciona. Siempre hemos mantenido conversaciones sobre los temas que nos interesan, las referencias que nos resultan cool... Trabajando juntos o no, el diálogo sería el mismo, no habría diferencia.
Sea como fuere, la realidad es que juntos sois el santo grial de la industria: uno con su cultura urbana y sabiduría streetwear y otra con su experiencia en las lides del lujo. ¿Alguna reflexión al respecto? Lucie: ¡Ja, ja, ja, ja!
Luke: Nunca hubiera imaginado que las zapatillas deportivas se iban a convertir en una cosa tan seria, me hace gracia. Aunque tampoco me parece que sea la idea más novedosa. La clave de muchos momentos en la moda siempre ha estado en la cultura juvenil, en los clubes, la música, en la manera en que los chicos combinan prendas y estilos. No hay mejor termómetro para medir la temperatura de lo que está pasando. Lo de ahora es una combinación comercial de ambos mundos. Otra categoría para vender