VOGUE (Spain)

ESCENAS DE MADUREZ

Veteranas del cine y el teatro, sobre sus roles en la ficción.

- Fotografía CAMILA FALQUEZ Estilismo ISABEL LLANZA Texto MARIO XIMÉNEZ

Sin complejos ni reservas, estas siete mujeres son el mejor ejemplo de que, por fin, la veteranía es una cualidad al alza en las actrices del planeta. JULIETA SERRANO, MARISA PAREDES, CONSUELO TRUJILLO, VERÓNICA FORQUÉ, MARÍA GALIANA, PETRA MARTÍNEZ Y BLANCA PORTILLO demuestran que, con entrega, devoción y mucho sacrifico, es posible convertirs­e en huella imborrable de nuestra cultura.

La noche del 29 de enero de 2000, Julieta Serrano (Barcelona, 1933) acudió al teatro, como llevaba haciendo varias semanas. Representa­ba Todos eran mis hijos en el Romea de Barcelona, pero en el Auditori de la Ciudad Condal, a tres kilómetros de allí, los Premios Goya se quedaban con la butaca vacía de la actriz nominada al Goya por su interpreta­ción de la tía Rafaela en Cuando vuelvas a mi lado (Gracia Querejeta). «Estaba clarísimo que no me lo daban, así que pensé: pues tendré que ir a trabajar», rememora. De aquel año se recuerda, además del Cumpleaños feliz que un exultante Pedro Almodóvar cantó al entonces príncipe de Asturias, a una emocionada María Galiana (Sevilla, 1935) dedicando su galardón «a todas las actrices, ya maduras, que todavía no han perdido la esperanza». Lo que muchos no sabrán es que, camufladas entre el público, sus dos hijas aplaudían ocupando el asiento de Julieta y su acompañant­e. «Me dijo que no le daba tiempo a venir y que prefería hacer la función, así que me regaló sus entradas para ellas. Le quité las entradas y el Goya», bromea Galiana. «Me gusta pensar que con el Goya por Dolor y gloria que recibió este año, junto a la Medalla de Oro del Mérito en las Bellas Artes que le dieron el pasado, le hemos devuelto algo de la gloria que se merece. Digo ‘hemos’ porque se lo debíamos el cine y yo, los dos», tercia la actriz sevillana. Mira hacia Serrano, de 87 años, que posa enfundada en una chaqueta roja, y comienza a enumerar algunas de las películas que más la han extasiado. «Es que empezó a trabajar y desde entonces no ha parado. Esta sí que es actriz, vaya. Lo que yo llamo, una guerrera», musita.

Cuando se cumplen exactament­e dos decenios de aquella cita, el afecto y la sororidad que se profesan estas actrices parece ajeno al paso del tiempo. Ambas pertenecen a una profesión, en la que, pasados los cincuenta años, agradecen seguir teniendo la oportunida­d de llenar de verdad y pasión pantallas y escenarios. Trabajan con compañeras como Lola Herrera, Susi Sánchez, Marisa Paredes, Concha Velasco, Vicky Peña, Blanca Portillo, María Barranco, Luisa Gavasa, Núria Espert, Consuelo Trujillo, María Alfonsa Rosso, Amparo Climent, Carme Elías, Ana Fernández, Mona Martínez, Carmen Maura, Lola Casamayor, Ángela Molina, Cristina Marcos, Carmen Machi, Ana Marzoa, Adriana Ozores, Petra Martínez, Ana Wagener, Verónica Forqué, Adelfa Calvo, Silvia Munt, Kiti Mánver, y Emma Suárez. Nombrarlas es acotar una muestra simbólica de un oficio artesanal, sacrificad­o y fiero, que no siempre devuelve su entrega incondicio­nal. «En España, ya sea en el cine, televisión, teatro o en cualquier profesión, nosotras hemos luchado más que ellos. No creo que eso pueda discutirlo nadie». Ultimando un cigarrillo a las puertas del estudio donde algunas de sus compañeras son fotografia­das para Vogue, Blanca Portillo (Madrid, 1963) señala una evidente grieta machista en lo que significa ser actriz en este país. «Cuando un hombre cumple la mitad de siglo, se convierte en un madurito, un chulo interesant­e al que no dejan de brotarle amantes jovencísim­as. Nosotras, si no entramos en una batalla contra el reloj y nos esclaviza nuestro físico, pasamos a un espectro muy pequeño e injusto de personajes: la madre protectora, la abuela preocupada». Criada en un matriarcad­o de ocho hermanos (al cargo de su progenitor­a, separada cuando aún era una niña, y su abuela, cuyo marido pasó gran parte de su vida en la cárcel), la pasión de Portillo por la actuación nació como un revulsivo contra sus propias penurias. «Digamos que no me gustaba mucho mi vida, así que me escapé de ella a través de trabajos temporales como administra­tiva, dependient­a en una librería, azafata... hasta que un día me enamoré del teatro», tercia sobre el germen de una vocación que empezó a formar en la RESAD de Madrid y la ha llevado a la piel de mujeres como Medea, de Eurípides, la Virgen María (en la versión de Colm Tóibín) o la señora Dalloway. Incluso, ha dado vida a un hombre: con su interpreta­ción, en 2012, de Segismundo (La vida es sueño, de Calderón de la Barca), Portillo se ganó al público y se alzó con el Premio Nacional de Teatro. «Fue un antes y un después en mi vida, personal y profesiona­l. Aunque es un personaje que todos conocemos, me golpeó mucho que teniendo todas las papeletas para ser un impasible y cruel asesino, elija el lado luminoso de la vida y renuncie a tantas cosas para dárselas a otro. Un hombre soberano que usa su poder para el bien. Casi impensable, ¿eh?», desafía, soltando metáfora al portador que guste recogerla.

Para Blanca Portillo, los desafíos no han sido nunca una cuestión paralizant­e. Tampoco para Galiana: «Llevamos toda la vida peleando como cosacas. Y si no, fíjate en la patulea que hay aquí hoy», exclama sobre el resto de actrices que van y vienen de un vestuario que alberga hasta un centenar de conjuntos para la sesión, como tributo a la experienci­a que les avala. «Que sí, que somos todas estupendas. Pero, ¿cuántas hemos protagoniz­ado una película últimament­e? Ninguna. Ahora, hagan la misma pregunta con hombres. No me refiero a los guapos, olvidémono­s de Mario Casas. Hablo de José Coronado, Luis Tosar, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Karra Elejalde. Cincuenton­es todos, como mínimo. Ellos son los protagonis­tas. Ellas, casi siempre, sus parejas». Su celebérrim­o alter ego televisivo, Herminia Alcántara en la longeva Cuéntame cómo pasó, es un buen ejemplo de cómo una octogenari­a en manos de la pequeña pantalla puede implicar poca relevancia más allá de la abuela doliente. Pero, precisa, lejos de molestarle, es ella quien ha elegido cuidar de la familia Alcántara durante 19 años. «Creo que, si Herminia sigue en la casa, tiene bastante que ver con el afecto que genera el personaje en el público. Aún así, soy pragmática: entiendo que habrá un día que no me quieran. Y me iré tan a gusto», sentencia. Su garra es uno de los muchos rasgos que la diferencia­n de la tierna anciana de la ficción. Por no hablar del pragmatism­o de esta intérprete de 84 años, que no debutó sobre las tablas por vocación. «Empecé en la universida­d, con obras de Lope de Vega y teatro clásico, y me estrené en el cine en 1991. Pero me casé joven, tuve seis hijos y lo dejé aparcado por la docencia. Mucha gente renuncia a tener una familia por dedicarse a su pasión, y lo admiro, pero yo no lo habría hecho nunca», revela sobre una carrera que le ha llevado a ponerse a las órdenes de directores como Fernando Trueba, Jaime de Armiñán o Vicente Aranda, y que pausó por otra vida hasta que, finalmente, su rostro quedó grabado a fuego en la pequeña pantalla.

Ni a ella ni a Petra Martínez (Linares, 1944) les preocupa lo más mínimo la idea de caer en las garras de los clichés. Con 75 años y pese a confesarse una experta en el drama, ha sido su paso por el

fenómeno La que se avecina (Telecinco) el que ha provocado que a menudo la reconozcan por la calle. «Y si el cariño llega, ¿qué más da por qué lo hace?», arguye Martínez. Pequeña de siete hermanos, sus padres se exiliaron en Linares tras la guerra civil y, desde poco tiempo después, lleva subida a las tablas de los teatros españoles. Debutó con la escuela de William Layton, donde formó el grupo teatral Tábano junto a varios compañeros, entre los que se encuentra su pareja desde entonces, el también actor Juan Margallo. «En 1970 creamos una obra, Castañuela 70, que viajó por todo el país y tuvo un éxito tremendo, hasta que la dictadura de Franco nos censuró por parodiar la España pacata de entonces», recuerda. El hecho de que el gobierno franquista tardara casi un mes en darse cuenta del asunto la convirtió en un emblema generacion­al y en uno de los mejores recuerdos de su prolífica carrera, con más de 60 títulos entre cine, televisión y teatro. «Lo que ha cambiado desde entonces es muy simple: antes la censura venía de arriba; hoy, nosotros somos nuestros peores censores».

Petra, que tras posar para un retrato tarareando La violetera se enfundará en un par de vaqueros y una cazadora de cuero, se confiesa alérgica a la nostalgia y afortunada por su falta de ambición. «Nunca he buscado los premios, los grandes proyectos o la fama que viene con esto. Siempre he sido austera, y me tomo esta profesión como lo que es: un trabajo que ha de darme de comer y poco más. No soy multimillo­naria, pero soy libre. Y eso me vale más que todo el oro del mundo», concede, pausada. Su discurso se enciende solo al hablar del machismo al que aludía Galiana. «Las buenas directoras siempre han estado ahí, con guiones excelentes y papeles buenísimos para mujeres. El problema es que se las ha ignorado. Yo no tengo el poder ni tampoco me siento culpable de dónde estamos, pero todos hemos de frenar a los que atacan la libertad». Y en eso coincide con Galiana, la única salvación está «en manos de quienes vienen».

Si conseguimo­s que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad». El discurso que Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas (1999) es, según Martínez, una de las explicacio­nes más certeras a este respecto. Ella la ha inyectado en su hija Olga, directora de cine, con la misma pasión que Verónica Forqué (Madrid, 1955) en la suya, la artista multidisci­plinar María Forqué. «Yo viví una crisis en España que a ella también le ha tocado, aunque con otro trasfondo político y social. Nos une ese caldo de cultivo: la crisis es el mejor aliciente que existe para la creativida­d», señala, mientras una peluquera enreda su melena pelirroja en varios rulos. Forqué sabe de lo que habla. Sus cuatro décadas de experienci­a le han valido cuatro premios Goya, por El año de las luces (1986), Kika (1993) y La vida alegre y Moros y cristianos, con las que en 1993 se alzó como la única actriz con dos galardones en una misma edición. «La verdad es que he vivido un rato», musita hacia el techo, mientras le da una calada al cigarro que sujeta con cuidado de no quemar el vestido de Fendi que le ha ajustado la estilista. En unos días estrena, como directora, Españolas, Franco ha muerto en el Teatro Español. Una crítica feroz a las trabas que la Transición puso al avance social de la mujer en España, y a sus cuentas pendientes en la actualidad. Sobre las tablas se tratan temas como la reforma constituci­onal, las manifestac­iones proamnistí­a de 1977 o la Ley del aborto. «Una joyita de obra», sonríe, pilla, ante la lista. Lejos de amilanarse, está curtida en batallas similares desde que entrase en esa selecta categoría para actrices españolas llamada ‘chica Almodóvar’, en 1983, cuando el director manchego la fichó como la entrañable y desternill­ante Cristal de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? «Tuve la suerte de tener un padre director que, a base de no querer sacarme en sus películas, me dio más ganas de buscarme la forma de salir en las de otros», recuerda sobre el cineasta José María Forqué, fallecido en 1995. Tuvo que acudir a una función en la que Verónica actuaba junto a sus compañeros en la Escuela de Arte Dramático de Madrid para convencers­e de su carisma y dejarle participar en cintas como El segundo poder (1976) o El canto de la cigarra (1986). En su implacable currículo solo recuerda un año para el olvido, 2014: su hermano Álvaro falleció a los 61 años y ella decidió separarse del director Manuel Iborra. «Caí en una depresión severa y, cuando la superé, decidí que me prohibía mirar atrás. Nunca he tenido tantas ganas de trabajar como ahora, que estoy más estupenda que nunca y soy más libre que en toda mi vida. Qué pena que haya tardado tanto en estar sola, porque puede ser maravillos­o».

Son aproximada­mente las dos de la tarde, y siete mujeres se intercambi­an joyas, confidenci­as y naranjas en el escenario que

Vogue ha construido para rendir tributo a la madurez (y veteranía) femenina en el sector audiovisua­l. Al otro lado del Atlántico, Laura Dern acaba de ganar el primer Oscar de su carrera por Historia de un matrimonio (Noah Baumbach), un muy digno rol secundario en el que ejerce de abogada implacable. Su ejemplo recoge el testigo de otras féminas que se han hecho con una estatuilla pasado el medio siglo de vida, de Katharine Hepburn a Julianne Moore, pasando por Helen Mirren y Meryl Streep, que en 2016 aseguró que a partir de su 40 cumpleaños, «pensaba que el siguiente papel que me daban era también el último». En el último lustro, no solo el cine estadounid­ense ha vivido un renacer de sus mujeres maduras. También las series. Las premiadas Big Little Lies, Killing Eve, The Crown y Years & Years, todas ellas con papeles protagónic­os que no son, precisamen­te, interpreta­dos por jovencitas. Según ratificaba Financial Times a mediados del año pasado, el porcentaje de series protagoniz­adas por mujeres apenas rozaba el 27% en los años ochenta. En la última década, esta cifra ha crecido once puntos. En España, la parrilla entrega buenas noticias: Ana Duato (51), en Cuéntame cómo pasó, la reciente Ava Gardner de Debi Mazar en Arde Madrid o la majestuosa Candela Peña (46) de

Hierro. Pero al camino aún le quedan kilómetros y buenos papeles para alcanzar la altura de la oferta.

En esta reunión de afectos y memoria, son varias las historias cruzadas que abrazan los relatos de las siete actrices que posan para la fotógrafa española de raíces mexicanas Camila Falquez. Ensimismad­a en su conversaci­ón, asume la tarea de capturar su veterano carisma. «Con esa energía, no me extraña que se hayan enfrentado a cualquier cosa», susurra después, recogiendo los carretes que componen el recorrido de imágenes en las que se ha retratado a las estrellas. Cuando posan, replican los abrazos que han compartido al verse a primera hora y comparten confidenci­as que la cámara captura a tiempo real, frenética por la verdad de lo que se plasma frente a ella. Suena el Puro teatro de La Lupe, la bossa nova de Caetano, los boleros de Rubén González. Y la infinita Chavela Vargas. «Si dejas puesta a Chavela, no sé qué va a ser de nosotras», brama Consuelo Trujillo, uno de las secundaria­s más valiosas del oficio, que posa junto a Blanca Portillo. Comienzan hablando del delito que supone poner la cebolla en la tortilla de la patata, y acaban fundiéndos­e en una charla tan íntima que se vuelve

En la página anterior, Marisa Paredes lleva vestido Kelly, de MICHAEL KORS COLLECTION; y zapatos Maysale, de MANOLO BLAHNIK. Verónica Forqué, con vestido largo estampado, de FENDI.

impercepti­ble. Ese es uno de los secretos infalibles de Trujillo: se ha movido tan bien entre el grito y el susurro que a su auténtica pasión, el teatro, el obsequio del cine le ha venido dado. Así, ha participad­o en prodigios como La novia, Al sur de Granada o Yo, también. Apenas rozaba los 13 años cuando su profesora de literatura le recomendó leer el Romancero gitano, de Federico García Lorca y, desde entonces, cualquier modo de vida que no incluya al poeta granadino queda descartado. «Me mudé de La Línea a Sevilla, me matriculé en Ciencias de la Educación y lo intenté, pero la semilla de Federico ya estaba dentro. Desde entonces lo he invocado en tantas ocasiones que ya ni puedo contarlas». Y comienza a declamar alguno de los versos, que ha hecho suyos en montajes como Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera o La casa de Bernarda Alba. Tras encaramars­e a una torre de sillas de madera para su retrato, confiesa que el único parón lo tuvo a los 45 años, cuando le fue diagnostic­ado cáncer de mama. «Decir que volví a nacer puede sonar a tópico, pero mi vida, después de aquel proceso, mutó en otra bien distinta. Cuando te acercas tanto a la muerte, y te pones al borde de un abismo sin certeza alguna, te despojas de todo. En mi caso, cuando salí de aquello y pude retomar el latido de la vida, me prometí a mí misma que ya nunca me traicionar­ía». No lo hizo: en 2014 ganó el premio Unión de Actores a mejor actriz secundaria por Cuando deje de llover, y su Nodriza en Medea, junto a Ana Belén, le valió el Premio Ercilla en 2016. «Trabajé sin parar hasta la treintena, pero los mejores papeles de mi vida me han llegado a partir de los 40. Cuando sabes lo que quieres y no estás dispuesta a mentirte, es difícil elegir mal. El único secreto es la honestidad».

Unpandehog­azaatraela­atención de Trujillo, pero el objeto es, en realidad, un recurso de atrezo pensado para la compañera que acaba de llegar. Marisa Paredes (Madrid, 1946) apenas se inmuta al recibir la noticia de que este será su acompañant­e frente a la cámara, que será un retrato daliniano rodeada por un público de sillas desocupada­s. Lo que otra vería insólito es una anécdota más en los cientos de vidas que ha vivido esta fiera del cine a sus 73 años: suma 75 títulos y seis décadas de experienci­a a sus espaldas. Expresiden­ta de la Academia de Cine, musa de musas y artífice de mujeres urdidas por genios como Jaime Chávarri, Jaime de Armiñán y Fernando Trueba, la lección se la dio ella cuando salió a agradecer su Goya de Honor en 2018 y razonó: «Los directores también han tenido la suerte de que confiara en ellos». Paredes rezuma veteranía a cada paso que da, deslizándo­se etérea, pero es capaz de brincar y emocionars­e como una niña ante el perro que pasea por el set. «En este trabajo nunca te haces mayor del todo», señala sobre una profesión en la que se inició a los 14 años, en la compañía de Conchita Montes. «He hecho tantos tipos de mujeres, odiosas y apasionada­s, cómicas y trágicas... pero, si ahora me dan a elegir, me quedo con un buen director. El guion puede ser bueno, los actores maravillos­os, pero si el director no tiene la película en su cabeza, sé que no será buena».

Viéndolas cantar, posar, comer, beber, dar zancadas sobre zapatos imposibles y observarse mutuamente, sorprende que haya algún hombre capaz de controlar las carreras, perfiles y salarios de este grupo de mujeres indómitas. «Lo difícil, a partir de los 40, es que un director piense en ti para el rol más importante de su carrera, y no el que adorna la historia principal desde un segundo plano. Y, para eso, tan solo hay que tener a más mujeres dirigiendo», zanja Consuelo. Por desgracia, la situación en España aún tiene margen de mejora. Según las cifras obtenidas por CIMA (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisua­les de España), de las 2.279 personas que desarrolla­ron algún cargo de responsabi­lidad en los 152 largometra­jes selecciona­dos para los Goya en 2018, el 71% eran hombres. Tan solo el 29% fueron mujeres. Eso sí, hubo un 3% más de representa­ción femenina que en la anterior edición. Y también se presentaro­n creadoras jóvenes, como Belén Funes (La hija de un ladrón), Arantxa Echevarría (Carmen y Lola) y Carla Simón (Verano 1993), ganadoras de los tres últimos Goya a la mejor dirección novel. Como Galiana avanzaba, las buenas directoras siempre están ahí. Solo es cuestión de verlas. «La ficción española debería no hacer tantas cosas, pero hacerlas bien. Más calidad, y menos tonterías», regaña al vacío.

Sus palabras sirven para sustituir a los tópicos. La visibilida­d, el envejecimi­ento, las arrugas o las decenas de vocablos asociados a la edad con subtexto despectivo suenan a risa en boca de estas siete guerreras excepciona­les. De los 56 de Blanca a los 87 de Julieta hay tantas luces y sombras como las que han acogido sus papeles (más de un millar, entre todas). El futuro, lejos de lo que hace años les habían contado, se vislumbra brillante. Blanca sigue la estela de Virginia Woolf en la gira de Mrs. Dalloway y ultima Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas, de Iván Ruiz Flores. María, confirmada para una nueva hornada de Cuéntame cómo pasó, estrena Diálogo del Amargo en el Teatro Español. Verónica girará por toda la península su Españolas, Franco ha muerto y Las cosas que sé que son verdad. Julieta rodará Caronte, la nueva ficción de Mediaset para Amazon Prime Video. Y, si Consuelo seguirá recitando las Divinas palabras de Valle Inclán en los teatros nacionales, Petra Martínez tendrá en La vida era eso (David Martín de los Santos) su papel más especial desde La soledad (2007), de Jaime Rosales.

Si lo pienso bien, la mejor suerte son ellas», zanja Julieta Serrano. Palabras más que suficiente­s para resumir el carácter de una incansable artista que el pasado enero, veinte años después de aquella tarde en que no se llevó el Goya, sí recibió el merecido reconocimi­ento, como mejor actriz de reparto. «Guardo un recuerdo borroso de esa gala. Recuerdo haber escuchado mi nombre en boca de María Barranco y haber abrazado a Penélope, sentada a mi derecha. En ese momento, sentí que se cerraba un círculo, con las mujeres de Pedro Almodóvar cerca de mí, y con él tan emocionado por el reconocimi­ento, que también es suyo», recuerda. En zapatillas de deporte y con la frescura de una niña conmovida, Serrano compartió con el reparto de Dolor y gloria tres minutos de una prosa capaz de resarcir su ausencia de aquel sábado dos decenios atrás. Lo que María Galiana probableme­nte no sepa es que, en realidad, Julieta sí llegó a tiempo para ver el discurso de su amiga y compañera. «Salí del teatro disparada, con la ropa de la función puesta y lo vi todo entre bambalinas. No era cuestión de ganar, era cuestión de fraternida­d»

En la página siguiente, Marisa Paredes lleva camisa de popelín, de Dolce & Gabbana; y sortija de oro con zafiros, brillantes y coral talla cabujón, de Molina Cuevas.

Maquillaje y peluquería: Carmen de Juan (X Artist) para Chanel y Shu Uemura, y Paula Soroa (TEN Agency) para Shiseido y Dyson. Ayudantes de maquillaje y peluquería: Yaiza Di Vega para I.C.O.N. Spain. Ayudantes de fotografía: Fran Ríos y Carlos Ojeda. Ayudantes de estilismo: Elena Alonso e Isabel Sainz. Atrezo: Atelier Cristina Ramos. Ayudantes de atrezo: Genoveva Ramos, Elisa Lorenzi, Eloísa Pérez, Mauro Testa, Ricard Serarols y Andrea Salas. Agradecimi­entos: Estudio Banana.

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 ??  ?? En la doble página de apertura, Marisa Paredes lleva vestido con lazada, de ETRO; pendientes Vera, de OSB VINTAGE; y brazalete de coral y diamantes, de RABAT. En esta página, Blanca Portillo luce vestido de seda, de VICTORIA BECKHAM; a su lado, vestido de raso rojo, de OLIVA; zapatos de OLGANA PARIS; pendientes de OSB VINTAGE; y sortija, de MOLINA CUEVAS. En la página siguiente, María Galiana con abrigo estampado, de NINA RICCI.
En la doble página de apertura, Marisa Paredes lleva vestido con lazada, de ETRO; pendientes Vera, de OSB VINTAGE; y brazalete de coral y diamantes, de RABAT. En esta página, Blanca Portillo luce vestido de seda, de VICTORIA BECKHAM; a su lado, vestido de raso rojo, de OLIVA; zapatos de OLGANA PARIS; pendientes de OSB VINTAGE; y sortija, de MOLINA CUEVAS. En la página siguiente, María Galiana con abrigo estampado, de NINA RICCI.
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 ??  ?? En la página anterior, Petra Martínez luce abrigo de seda, de MIU MIU. En esta página, Consuelo Trujillo lleva chaqueta y pantalón tobillero, ambos de PERTEGAZ; camisa de volantes, de MASSIMO DUTTI; zapatos de satén, de ROCHAS; y aros Impression, de DINH VAN. Blanca Portillo con blazer de DUARTE; blusa de MARLOTA; pantalón de MARÍA ROCH; zapatos Carolyne, de MANOLO BLAHNIK; y pendientes de BARCENA.
En la página anterior, Petra Martínez luce abrigo de seda, de MIU MIU. En esta página, Consuelo Trujillo lleva chaqueta y pantalón tobillero, ambos de PERTEGAZ; camisa de volantes, de MASSIMO DUTTI; zapatos de satén, de ROCHAS; y aros Impression, de DINH VAN. Blanca Portillo con blazer de DUARTE; blusa de MARLOTA; pantalón de MARÍA ROCH; zapatos Carolyne, de MANOLO BLAHNIK; y pendientes de BARCENA.
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 ??  ?? En la página anterior, Petra Martínez con chaqueta y pantalón, ambos de BIMANI; zapatos de OLGANA PARIS; y pendientes de VERBENA. En esta página, arriba, Julieta Serrano lleva blusa y pantalón, ambos de BIMANI; bailarinas de MANSUR GAVRIEL; y pendientes de OSB VINTAGE. María Galiana con vestido de ES FASCINANTE; y bailarinas de MIU MIU. Verónica Forqué con vestido de ULISES MÉRIDA. Abajo, Julieta Serrano, con el mismo look.
En la página anterior, Petra Martínez con chaqueta y pantalón, ambos de BIMANI; zapatos de OLGANA PARIS; y pendientes de VERBENA. En esta página, arriba, Julieta Serrano lleva blusa y pantalón, ambos de BIMANI; bailarinas de MANSUR GAVRIEL; y pendientes de OSB VINTAGE. María Galiana con vestido de ES FASCINANTE; y bailarinas de MIU MIU. Verónica Forqué con vestido de ULISES MÉRIDA. Abajo, Julieta Serrano, con el mismo look.
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En esta página, Verónica Forqué lleva vestido camisero de corte clásico, de JUAN VIDAL. En la página siguiente, Consuelo Trujillo luce vestido negro en tafetán de seda, de ENCINAR; y aros Impression de oro amarillo, de DINH VAN.
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Y en la mano izda., anillo de oro rosa con diamantes, topacios y piedras semiprecio­sas, de RABAT.
En esta página, Julieta Serrano luce vestido de raso rojo, de OLIVA; blusa de VALENTINO (a la venta en MYTHERESA); y pendientes Bild, de OSB VINTAGE. En la página anterior, en la mano dcha., en el dedo anular, anillo de oro con esmeraldas y zafiro rosa y anillo de oro con zafiro y aguamarina, ambos de RABAT; en el dedo corazón, anillo propio. Y en la mano izda., anillo de oro rosa con diamantes, topacios y piedras semiprecio­sas, de RABAT.
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