DRESS CODE
La exposición del Museo de Artes Decorativas de París, Marche et démarche. Une histoire de la chaussure, muestra un recorrido por la historia del calzado que nos invita a maravillarnos, pero también a reflexionar. Maravillarnos con los míticos zapatos rojos de Judy Garland en El mago de Oz, o los exquisitos chapines de aportación española, que elevaban el pie por encima de los excrementos de las calles, de época a. M. B. (antes de Manolo Blahnik), o las increíbles piezas fetichistas salidas de las ensoñaciones de David Lynch, solo aptas para la posición horizontal. Y reflexionar: el recorrido documenta cómo los tacones eran cosa de clase, no de género. Aristocrática, por supuesto; la plebe, varones y hembras, caminaba a ras de suelo. Porque los ancestros masculinos de Mario Vaquerizo y Palomo ya eran muy fans del tacón. Hace 250 años, los machos de las clases privilegiadas no conocían otra cosa que atusarse la peluca y correr (poco) tras las damas de la corte. Pero con la Revolución Industrial, incluso estos dandis tuvieron que bajarse de sus tacones, muy poco prácticos para perseguir el tranvía y salir ahí fuera a ganarse el pan.
Perdonen que ahora me ponga intensa, serán solo un par de líneas. ¿Es el tacón el nuevo corsé y no nos hemos dado cuenta? ¿Sacrificamos las mujeres salud y comodidad en aras de la estética? Porque, ¿quién no se ha acordado de la parentela de alguno de los genios
del marketing zapateril al estrenar unas de sus maravillosas (y, casi siempre carísimas) creaciones, y acabar con los pies pelados como un kebab, a punto del calambre y la ambulancia? Ya que, con contadas excepciones, los caballeros caminan a pierna suelta, ¿es el tacón el último instrumento de dominación hacia la mujer?
El calzado feminista sería, por definición, plano, tal y como nos propone Maria Grazia Chiuri en su último desfile para Dior. Aunque haya feministas con tacón, y muy alto, también las sufragistas se manifestaban asfixiadas en sus corsés. Yo me confieso sufridora en silencio. Hasta que un día, dije: basta. Los tacones, a partir de las nueve de la noche, y solo por imperativo legal. Y NUNCA si los zapatos ya hacen daño antes de salir de casa. Un sufrimiento tal no ha de soportarse ni por Brad Pitt – las que me leen ya se habrán dado cuenta de que trato de meterlo como sea en cada columna– otra vez con copas, facultades mermadas y abierto al amor (Brad). Así que, amigas feministas, o todos o ninguna. Reivindico la igualdad incluso en la tortura. O los señores se suben a los stilettos, o yo también me bajo