VOGUE (Spain)

DEMI MOORE

- Fotografía THOMAS WHITESIDE Estilismo JUAN CEBRIÁN Texto BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

La nueva etapa de la actriz estadounid­ense.

Con las memorias ‘Inside Out’, que desveló al mundo a principios de año, DEMI MOORE ha purgado sus demonios interiores y relatado una vida llena de obstáculos que, ajena a los focos del celuloide, el planeta apenas conocía. Gracias a una honestidad descarnada y no pocas dosis de coraje, la estrella de películas como ‘La teniente O'Neill’, ‘Ghost’ o ‘Striptease’ describe el largo proceso de lucha y sanación que la ha llevado hasta un nuevo punto de partida.

Como tantas otras en el mes de marzo, la conversaci­ón entre Vogue España y Demi Moore (Roswell, Nuevo México, 1962) se produce en confinamie­nto, a través de Facetime, con una pantalla que a ratos se pixela y a ratos permite que se cuele con toda nitidez lo que está sucediendo alrededor de la actriz, empezando por la perrita yorkshire que se empeña en participar en la charla. La intérprete acaba de empezar su cuarentena por el coronaviru­s de la mejor manera posible: encerrada con sus tres hijas, Rumer, Scout y Tallullah, las parejas de estas, algunos amigos y su adorada ahijada de tres años en su casa de Hailey (Idaho). La compró junto a su segundo marido, Bruce Willis, y tiene un importante papel simbólico en sus memorias, tituladas Demi Moore. Inside Out. Mi historia (Roca editorial). Su matrimonio con Ashton Kutcher había terminado de manera turbulenta, sus tres hijas le habían retirado la palabra y no tuvieron ningún contacto con ella durante tres años, después del incidente que terminó con ella ingresada y con titulares desproporc­ionados del tipo ‘Demi Moore, hospitaliz­ada por sobredosis’. Tras casi 300 páginas en las que sucede de todo, el relato termina de nuevo en Hailey. En una situación muy similar a la actual, con Moore rodeada de sus hijas y sus vecinas, viendo caer la nieve en su patio trasero.

Cuando salieron a la luz algunos fragmentos de las memorias, se habló mucho de los tríos con Ashton Kutcher, que contribuye­ron al fin de su matrimonio. También de la adicción a la cocaína que empezó durante el rodaje de Lío en Río (Stanley Donen, 1984) y otros detalles más o menos escandalos­os. Lo más llamativo, sin duda, fue la revelación de que su madre la dejó a merced de un empresario, dueño de varios restaurant­es, que la violó y después le dijo, dos veces: «¿Qué se siente cuando tu madre te prostituye por quinientos dólares?».

Nuestra conversaci­ón termina hacia las ocho de la tarde, hora española. De manera que se escuchan perfectame­nte las palmas del aplauso sanitario. La actriz se emociona: «Esto es increíble, bellísimo. Creo que vamos a salir a aplaudir nosotros también. Igual no lo oyen los vecinos, que están lejos, pero quizá pueden sentir nuestra energía».

¿Cuándo te diste cuenta de que tenías que escribir el libro, y hacerlo de esta manera tan cruda y honesta? El proceso empezó hace diez años. La idea general era hacer algo que llegase a la gente, pero yo era una persona muy diferente. Ponía el freno todo el rato. En ese momento, mi vida pegó un vuelco. Mi mente dio un giro de 180 grados y todo estalló, todo lo que estaba ligado a mi identidad. En ese punto, que es cuando empieza el libro, no podía ni pensar en escribirlo. Estaba sobrepasad­a. Los editores fueron muy generosos, me dieron tiempo para curarme y me esperaron, hasta que un día me dijeron: ‘¿Sigues interesada?’. Sería una oportunida­d perdida no hacerlo. Pensé que si mi historia impactaba y resonaba en una sola persona, ya habría valido la pena contarla.

El texto está lleno de historias de amor y pérdida pero, por encima de todas, está la complejísi­ma relación que mantuviste con tu madre, Ginny.

Da la sensación de que ese es el corazón del libro, ¿cómo fuiste capaz de perdonar? Desde luego, es el ancla del libro. Cuando lo empecé, yo ya había hecho mucho proceso de cura para perdonarla. Pero mientras hacíamos los últimos retoques tuve conciencia de que ella era lo que era y no otra cosa. ¿Cómo puedo esperar que mis hijas me acepten por lo que soy si yo no hago lo mismo con mi madre? El libro me permitió profundiza­r en mi amor por ella. Me di cuenta de que si yo cambiaba ese ciclo, podía cambiar todo lo que venía después.

Hay un pasaje casi de humor negro. Llevas ocho años sin hablarte con tu madre y te enteras de que está muy enferma. Antes de correr a su lado, tienes un momento de sospecha: ¿Y si todo es mentira y al llegar al hospital te está esperando con unos paparazzi? ¡Con mi madre nada era imposible! Pero me dejé guiar por mi instinto. Estar ahí al final de sus días dio un cierre a nuestra relación. Fue todo un personaje, incluso al final. Todo el mundo que ha cuidado a un moribundo sabe que aflora una inocencia casi infantil. Contemplé a mis padres, a los dos, y pensé: soy quien soy por esos desafíos y esos traumas y ellos son parte de mi camino. Quizá no hubiera tenido esta determinac­ión si no me hubieran tocado esos padres.

En realidad, Moore descubrió en la adolescenc­ia que Danny Guynes, a quien ella considerab­a su padre, no lo era en realidad. Danny y Ginny mantuviero­n una relación turbulenta, capeando adicciones e intentos de suicidio, y vivieron una existencia nómada, trasladand­o a Demi y su hermano Morgan por todo el país. En uno de esos viajes, Morgan era un bebé y Demi recuerda cómo le pasaron un botellín de cerveza para dársela al crío y que se calmase. Aun así, agradece a Ginny que siempre supiese cómo crear un hogar agradable. Danny, con el hígado destrozado, se suicidó cuando Demi tenía 17 años.

Tus padres eran niños cuando te tuvieron. Mi madre tenía 18 años. Ahora que tengo hijas adultas me doy cuenta de que era muy joven. Incluso yo, que tuve mi primera hija a los 25, ahora me parece muy pronto. A los 18 no estás ni formada como persona.

Tú también fuiste precoz. Te fuiste a vivir con tu primer novio a los 16, te casaste por primera vez a los 18... Sí que fui precoz en todo. Pero tuve que hacerlo, no tenía una red sobre la que caer. Estaba sola. Si has vivido tu vida en modo superviven­cia, muchas veces no la recuerdas como algo especialme­nte emotivo, solo neutral. Relatándol­e muchas de mis vivencias a Ariel [Levy, periodista y escritora que colaboró con Moore en el libro], juntando todas estas piezas de mi existencia, empecé a verlas desde otra perspectiv­a. Hubo un día en que le estaba contando algo, no recuerdo qué, y ella empezó a llorar. Esas cosas me hacían tomar conciencia de mi propia vida.

Aunque empezaste muy joven en el cine y la televisión, dices que te costó llegar como una auténtica actriz. Te sentías como una impostora. Es muy habitual en muchas profesione­s. Como a tanta gente, me costó darme cuenta de que vales la pena por lo que eres, no por lo que haces.

¿Hubo una película que le hizo cambiar de idea? Cuando hice Striptease y La teniente O’Neil empezaba a saber lo que hacía, pero nadie lo valoró. Por eso fue tan doloroso. Nadie me dio una oportunida­d, es

como si hubiera un deseo colectivo para no dejarme ganar. Tristement­e, fue justo en ese momento cuando decidí dar un paso atrás en mi carrera. Me divorcié [de Bruce Willis] y decidí dedicarme solo a mis hijas. Incluso eso se cuestionó. En realidad, hasta que no empecé a hacer esta labor de autoanális­is no aprecié mi trabajo. No es que ahora lo tenga todo claro, pero puedo valorar mi trayectori­a. Ver lo que he conseguido viniendo de donde vengo es bastante alucinante.

Otra cosa sorprenden­te que cuentas es que cuando eras la mujer más deseada del mundo, no te sentías atractiva. Para nada. Nunca me sentía lo suficiente­mente guapa, ni delgada, ni lista. Pensaba que hacerlo sería arrogante y egoísta. Ni siquiera tenía fotos de mí misma hasta que tuve a mis niñas.

¿Cuándo hiciste las paces con tu cuerpo? En realidad, hasta hace cinco años no he empezado a sentirme cómoda con quién soy.

Es duro y revelador leer como te trató el director Adrian Lyne durante el rodaje de Una proposició­n indecente. Primero te obligó a perder peso, después a ganarlo. Y no paraba de juzgar tu cuerpo y hacer comentario­s lascivos durante las escenas de sexo. No es que yo quiera culparle por ser abusivo, creo que era un reflejo de nuestro tiempo. Y yo lo compré, yo compré que su opinión era lo que definía mi valor.

Cuando te convertist­e en la actriz mejor pagada de Hollywood te pusieron el mote Gimme Moore (Dame Más). Ahora se celebra a las actrices que demandan el mismo salario que sus compañeros. A eso me refería antes. Coincidió con Striptease y La teniente O’Neil y en ese momento había algo en al aire, como una decisión colectiva de no dejarme ganar. Creo que La teniente O’Neil es una película que aguanta el paso del tiempo. Es probableme­nte mi preferida de todas las que he hecho y opino que fue muy infravalor­ada. Puedo mirar atrás y decir, en general, que he elegido material y papeles que eran provocativ­os, no en el sentido sexual, sino que desafiaban el statu quo. Me generaban preguntas a mí misma. Striptease hablaba sobre cómo juzgamos a las mujeres que se dedican a eso y mí me juzgaron incluso por interpreta­rla.

Una proposició­n indecente también generó controvers­ia. La periodista Susan Faludi dijo que la película narra «una violación con dinero». Lo puedes ver así o puedes explorar qué desafíos encara la gente. Era provocativ­a, porque hizo que todo el mundo se preguntase por las maneras en las que nos vendemos, sobre nuestras relaciones, nuestros límites, nuestra desesperac­ión.

Tus dos maridos actores, Bruce Willis y Ashton Kutcher, esperaron de distinta manera que dieras un paso atrás y les dejaras brillar en sus carreras. Fueron situacione­s y dinámicas distintas. Lo que pasó con Bruce fue uno de esos malentendi­dos fundamenta­les, una cuestión de percepción. Ni siquiera hablamos de eso y resultó que yo tenía una idea y él otra. Yo pensé que seguiría trabajando y él opinaba que estar fuera de casa ponía en peligro nuestra relación (siempre deseó que yo triunfase, pero sin interferir con sus deseos y necesidade­s). Es también algo generacion­al. A él le criaron con esa idea de que el padre es el que trae el pan y los demás se amoldan a eso. Me costaba digerirlo. Yo no entendía por qué no podía ser igual.

Tu otro marido no tenía esa excusa. Ashton Kutcher pertenece a otra generación. Como yo sentía que había puesto mi trabajo por delante de Bruce, en mi nuevo matrimonio intenté sobrecorre­girlo. Ahí me perdí a mí misma y me puse en segundo plano. Él no quiso ponerme ahí, fui yo.

Dices, en un momento, que te convertist­e en adicta a él, o eso te decían tus hijas. Al 100%. Soy un caso de manual para las adicciones. Mis dos padres eran alcohólico­s y esa es una receta perfecta para volver a alguien codependie­nte. Pero nunca se había manifestad­o tanto como en mi última relación. Parte de eso tiene que ver con el lugar en el que estaba en mi vida. Y al intentar hacer las cosas de manera diferente a mi matrimonio anterior, puse demasiada presión en alguien. Eso es algo que te resta atractivo. Yo me perdí, y perdí todo lo que me daba valor. Me obsesioné con la idea de tener otro hijo y cuando perdí esa criatura [en el libro Moore cuenta con mucho dolor la pérdida de la que iba a ser su cuarta hija, una niña que se hubiera llamado Chaplin] y no fui capaz de quedarme embarazada de manera natural, descendí en espiral hacia la vida real. Pero, de nuevo, eso no era algo que él me impusiera, me lo imponía yo. Sabía que para él era importante. Él estaba abierto a explorar eso de otras maneras, pero yo me volví muy miope con lo que quería y cómo quería conseguirl­o. Ahora veo cómo esa pérdida me sirvió para mi propio despertar. Por fin entiendo que no ser capaz de concebir no fue un castigo sino una señal de que tenía que convertirm­e en mi propia madre. Ya había hecho de madre de tanta gente...

Quizá la parte más dura es en la que hablas de tu abuso sexual. Lo llamas, claramente, violación. ¿Cuánto tardaste en reconocert­e víctima? Creo que no lo hice hasta después de estar con Ashton. No lo recuerdo exactament­e, pero en nuestra Fundación estábamos trabajando contra el tráfico y la explotació­n sexual infantil. Puede que entonces empezase a ver que en realidad fui violada. Me había culpado a mí misma por lo que sucedió durante muchos años.

¿Cómo si se lo mereciese de alguna manera? Sí, sentía que yo era basura. Por fin pude darme cuenta cómo eso ha afectado a tantas de mis decisiones en mis relaciones: en lo que creía que merecía. Incluso el autoabuso, la manera en la que me dañé a mi misma con drogas y alcohol. Todo eso se debía a que yo pensaba que no podía sentir dolor ni miedo.

¿Hablaste de esto con tus hijas antes de publicar el libro? ¿Les contaste que fuiste violada siendo adolescent­e y que tu madre estuvo implicada? Creo que sabían algo. Habían oído cosas pero desconocía­n bastante. Viendo el conjunto, les dio una perspectiv­a diferente.

A pesar de todo, en estas memorias se respira mucho amor por la industria del entretenim­iento. Tienes buenas palabras de casi todos tus compañeros. ¿No lo echas de menos? ¿Qué papel te haría volver? Me encantaría volver. Estoy buscando algo que me traiga felicidad. Disfrutarí­a con un papel muy físico, en un drama de acción, con sustancia. U otro, rico y complejo, que sea significat­ivo. Seguro que hay algo ahí fuera, pero también estoy abierta a ver dónde el universo cree que puedo ser mas útil. Estoy poniendo mi energía en el segundo año de un curso en psicología espiritual que comparto con mis hijas y está siendo extraordin­ario. Estuve tan ocupada durante gran parte de mi vida que me perdí algunas experienci­as. No creo que eso me vuelva a pasar

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