DRESS CODE Por ANA GARCÍA–SIÑERIZ UN MES, UN SIGLO
No se imaginan lo que me ha costado escribir esta columna. Como bien saben aquellos que dominan los tempos de la prensa mensual, el columnista se sienta delante de la pantalla del ordenador un mes antes de que su texto llegue a los ojos del público lector. Un mes. Y en estos días de vorágine de cifras y de pandemia, pensar a un mes vista es algo así como tratar de acertar con lo que pueda ser pertinente en un año, un siglo. Nunca me han gusta las bolas de cristal, excepto, precisamente, La bola de cristal, mi programa favorito ever, en los años ochenta del siglo pasado. Así que prefiero centrarme en lo que está pasando hoy y pensar en el futuro con esperanza, en lugar de imaginar un distópico mañana en la industria de la moda.
En solo unas semanas nos hemos acostumbrado a que la gente vaya por la calle con mascarilla; sí, hemos escuchado unas mil millones de veces que no protegen de los contagios, pero las madres nos decían ‘cierra la boca’ cuando los catarros arreciaban y los grados bajaban en el termómetro de la terraza. Y sabe más una madre que toda la OMS junta. No sin mi mascarilla. Vuelven los guantes, y, a partir de ahora, todas seremos tan elegantes como Grace Kelly en La ventana indiscreta. De hecho, ¿por qué se fueron? Siempre he sido una forofa de este complemento. Los primeros fríos nunca
me pillaban sin al menos dos pares; doy por hecho que voy a perder al menos uno (nunca falla, siempre lo pierdo). No sin mis guantes, ni siquiera en verano.
El mono integral es la prenda más deseada de la temporada. Cerrado, de la cabeza a los pies. Herméticos, tecnológicos, más que ignífugos, impracticables: trajes de astronauta para atravesar galaxias de virus sin que estos accedan hasta nuestro interior. No sin mi mono. Debería ser así, sin excepciones, para todo el personal sanitario que se tiene que arreglar con prendas de fortuna, como los timones de los barcos apañados con lo que uno encuentra a mano. Quiero pensar que cuando estas líneas lleguen a los ojos de los lectores de Vogue hayamos pasado lo peor de esta crisis y recuperado, en lo posible, nuestras vidas. Y que los monos, los guantes y las mascarillas volverán al lugar del que no debieron salir: el armario del personal sanitario, héroes que merecerán nuestro aplauso, dentro de un mes, un año, la eternidad.