Cada vez más directivas ayudan a las nuevas generaciones.
¿Qué puede hacer una mujer cuando ya ha roto el techo de cristal con el que un día decidió acabar? Cada vez más directivas lo tienen claro: ayudar a las que vienen.
No puedes soñar con lo que no conoces». La frase, sucinta y certera, es de Karla Alarcón, directora de la fundación Everis. Da en la diana de una de las grandes cuestiones referidas al talento. ¿Puede una joven verse como directiva si nunca ha visto ninguna? ¿Qué ocurre cuando, en las etapas formativas de la vida, faltan espejos en los que reflejarse? ¿Cómo influyen los referentes en la formación de nuestras aspiraciones?
La mentoría trata de ser un mapa capaz de señalar todas las posibles sendas. Su fin no es decir por dónde ir, sino ayudar a desarrollar el criterio para elegir certeramente por nosotros mismos. Es una de las labores en las que se vuelcan las mujeres que, una vez han alcanzado sus metas laborales, desean devolver a la sociedad una parte de lo que ésta les ha dado. Aunque tiene un origen muy lejano (la figura de Méntor, que acuñó el término, aparecía en La Odisea), fue moldeada tal como hoy la conocemos en los 70 en Estados Unidos, como una rama del management. Por eso crece en paralelo a la cultura del emprendimiento, que tanto recorrido tiene por delante en nuestro país. «En realidad, la mentoría es el más básico de los gradientes de esponsorización», expone Susana Gómez Foronda, cofundadora y CEO de Smart Culture y experta en liderazgo y talento. «Es una relación privada. El siguiente nivel sería el de un estratega personal, que es quien comparte información relevante. Otro paso sería el de actuar como conector, que comparte sus contactos. Lo siguiente sería ser un generador, que es quien proporciona oportunidades. Y el último escalón es el de embajador, quien además de todo lo anterior, apoya públicamente a alguien». Por tanto, parece que aquí todavía quedan unos cuantos escalones que subir.
La mentoría se va abriendo camino como parte de un proceso que muestra a las mujeres más jóvenes unos referentes femeninos en sectores tradicionalmente masculinos, como el de las nuevas tecnologías. Es el caso de Adriana Botelho, CEO de KeepCoding, un centro de formación de alto rendimiento en programación y tecnología. Ella participa en el programa de mentoría Yo, jefa, puesto en marcha por la agencia de comunicación Trescom.
«Es muy interesante y muy gratificante. Mi mentee tiene 22 años y no solo un montón de buenas ideas, sino dos proyectos en marcha con los que quiere establecer las bases de la universidad del futuro, nada menos», comenta Botelho. «Ves que tienen toda la energía, pero les falta, como a todos los jóvenes, vivencia empresarial».Ana Vázquez, directora de cuentas de Trescom, es una de las impulsoras del citado Yo, jefa. «El programa surgió hace un año y medio más o menos, durante una conversación informal con la consejera delegada de la agencia, Isabel Lozano. A mí me encantaría que, cuando se les preguntase a las niñas en los colegios por lo que quieren ser, contestasen así: Yo, jefa. Está muy bien que quieran ser profesoras, pero también que puedan verse como directoras de un colegio, por ejemplo», apunta. Y reflexiona «‘Lo que no se ve, no se quiere ser’. Es una frase de Soledad Murillo que me encanta». «Es un programa que va a tener varias fases y que iremos entretejiendo según vayamos avanzando», añade Isabel Lozano, CEO de Trescom.
Mujeres con S, es el programa de mentoring de Banco Santander capitaneado por directivas, empresarias y emprendedoras. Rebasa el concepto de mentoría, ya que en él también se organizan actividades de networking. Este año se ha oficializado, gracias a La Red de Mentoring de España y a Womenalia. Otro de los grandes referentes es el programa Púlsar, de la Fundación Everis. «Nació hace cinco años para luchar contra la brecha de género», señala Karla Alarcón. «Diferentes análisis, incluido el informe PISA, revelan que las chicas se sienten menos preparadas para estudiar formación superior. Ponemos en contacto a estudiantes con mujeres que son referencias profesionales en sus respectivas áreas».
La mayoría de los programas de mentoría o mecenazgo oficiales parten de empresas muy sólidas o de personas que ya han alcanzado un determinado puesto. Eso tiene su explicación. «Para poder ejercer la mentoría, el mecenazgo o cualquier otra actividad altruista, se tienen que dar dos circunstancias», interviene Susana Gómez Foronda. «La primera es no estar en fase de supervivencia. Si un individuo no tiene sus necesidades básicas cubiertas, es muy difícil que ponga su mirada en algo que no sea sobrevivir. Pues en una organización, lo mismo. La segunda es tener un propósito definido. Si una empresa no entiende que existe para tener un impacto en el mundo y para dejar un legado, es imposible que pueda ir más allá de ganar dinero. Y pensar que una empresa solo existe para ganar dinero es como pensar que los humanos estamos solo para producir glóbulos rojos. En las empresas españolas todavía es complicado encontrar esos dos elementos, pero sí creo que las hay altruistas, porque a su frente hay personas que lo son». A fin de cuentas, las organizaciones son sus personas