El imparable fenómeno de las exposiciones de moda.
Al atractivo estético de las exposiciones de moda se une la familiaridad que todos guardamos con la indumentaria. Atributos que propician que, en muchos casos, este tipo de exhibiciones ya compitan en popularidad con las colecciones permanentes de los museos.
El debate que plantea si la moda es arte o no es casi tan viejo como el propio oficio de diseñador. Sin embargo, hace ya décadas que independientemente de la resolución del dilema, la indumentaria ha conseguido hacerse un hueco en museos y exposiciones demostrando con ello no solo su capacidad de admiración sino también su conexión directa con el público. De hecho, en el caso de museos como el Metropolitan de Nueva York o el Victoria & Albert de Londres, las exposiciones de moda se han convertido en uno de sus principales activos, superando incluso en popularidad a sus muestras pictóricas o escultóricas. «En general, las exposiciones más exitosas son aquellas que son accesibles y tienen un gran atractivo.
Si un tema es reconocible, es más fácil comprometerse con el público y hacer que atraviesen la puerta», explica Oriole Cullen, comisaria del Victoria & Albert, que confirma que desde que su institución se estrenase en la materia con una exposición dedicada a Cecil Beaton en 1971, la moda se ha convertido en un reclamo ineludible para el museo.
Si bien el diseño textil lleva décadas siendo parte habitual de las salas de exposiciones, lo cierto es que su ascenso hasta lo más alto del panorama cultural se ha forjado paulatinamente, hasta llegar al punto en el que nos encontramos en la actualidad, con exposiciones temporales repartidas por las grandes capitales internacionales y, más importante si cabe, con infraestructuras dedicadas exclusivamente a rendir tributo a las prendas y sus creadores. «La moda nos permite comprender cómo se articula una sociedad: su tecnología, sus valores y su estructura. Su estética. La moda cuenta todo esto y más, lo que la convierte en un foco enorme de conocimiento terriblemente atractivo para ser expuesto en instituciones culturales», defiende Helena López de Hierro, directora del Museo del Traje de Madrid, que junto con otras referencias, como el Museo Balenciaga de Guetaria, ha contribuido a la culturización en torno a la moda de nuestro país. Centros en los que, más allá del propio interés que pueda suscitar la materia o la temática tratada, han demostrado un atractivo infalible para el público general
gracias a la familiaridad y cercanía que garantiza un aspecto tan universal como es la indumentaria pero, tal y como adelanta Jessica Regan, comisaria asociada del Costume Institute de Nueva York, no es el único aspecto extraíble de esta clase de presentaciones. «Una exposición de moda puede ampliar nuestra visión del oficio, y eso es lo que siempre intentamos hacer: animar a los visitantes a pensar de manera diferente», explica. «Intentamos que reflexionen sobre la moda más allá de su experiencia personal, viéndola como una forma de arte. Que consideren la artesanía, las ideas y conceptos detrás de los diseños», continúa. Por eso quizás, con conversaciones tales como la sostenibilidad, la artesanía o el consumo responsable sobre la mesa, el tándem moda-museo se ha convertido en un vínculo ya no solo relevante, también didáctico y necesario. Ya lo adelantaba Christian Louboutin, que precisamente este año ha presentado su primera muestra retrospectiva: «Los museos permiten que conozcamos no solo la estética, sino la historia detrás de los diseños». Y eso, arte o no, es siempre motivo de admiración