Los ganadores de la Ethical Fashion Initiative reinvindican la manufactura textil subsahariana.
El concurso acelerador de talentos de la ETHICAL FASHION INITIATIVE ya tiene ganadores. Cinco creadores y marcas llamados a reivindicar desde el respeto laboral y cultural la industria textil subsahariana, asfixiada durante décadas por las importaciones de ropa de segunda mano. Una apuesta de futuro ética y sostenible, al amparo de Naciones Unidas, con enorme potencial de negocio internacional.
Desde 1990, África ha sido el basurero de la moda de Occidente. Sobre los miles de toneladas de ropa usada que, en estas tres décadas, han inundado los países subsaharianos entre la beneficencia y el oportunismo se han cimentado auténticos emporios multinacionales (no pocos fraudulentos), surgidos tras la presión financiera internacional para liberalizar el comercio en la zona. Un lucrativo negocio que, en 2016, representaba el 35 % de las operaciones comerciales en el continente, según un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Fue entonces cuando, siguiendo el ejemplo de Ruanda, los estados organizados en la East African Community –un área con un valor de casi 150 millones de euros para el negocio de la segunda mano– decidieron pasar a la acción, gravando la importación de productos textiles y comprometiéndose a prohibirla definitivamente en 2019. «Nos han puesto en una situación en la que tenemos que decidir si seguir siendo contenedores de la ropa que otros no quieren o hacer crecer nuestras industrias textiles», decía el presidente ruandés, Paul Kagame, al presentar una propuesta que Donald Trump castigó con la suspensión de los privilegios arancelarios del país para acceder al mercado estadounidense. Ruanda no se arredró ante la amenaza, como tampoco Burundi, Tanzania y Uganda. Solo Kenia se ha salido del guion, de momento, alegando su imposibilidad económica para dar abasto a una demanda indumentaria que el mercado local no puede afrontar por sí solo.
Hoy son alrededor de una docena los estados que han incrementado sus impuestos sobre la importación de prendas y calzado de segunda mano, en un intento por frenar una actividad que la mayoría considera principal responsable del hundimiento del una vez próspero sector textil del África subsahariana. Cierto que no
pocos pequeños negocios y economías domésticas dependen aún de ella (véase el mercado de Kantamanto en Ghana, el más grande de los países del Golfo de Guinea, con un volumen de 15 millones de artículos usados desembalados a la semana para alimentar 5.000 puestos/puntos de venta y emplear a 30.000 personas), pero no lo es menos que la medida ha espoleado tanto los programas gubernamentales para la formación en confección y diseño como la proliferación de nuevas compañías de moda enfocadas en la producción local. «La única manera de devolverle la honestidad a esta industria es siendo justos y ofreciendo una condiciones laborales dignas», dice al respecto Simone Cipriani, director de Ethical Fashion Initiative, la plataforma concebida específicamente para el desarrollo creativo y empresarial de moda africana bajo el paraguas de Naciones Unidas.
Solo trabajo, no caridad», reza el lema de un proyecto que comenzó en 2013 con la intención de crear una red que conecte distintas fuerzas sociales y empresariales en países de economías emergentes, generando una entente de trabajo entre marcas internacionales y diseñadores, artesanos y microproductores africanos. «Creemos en la construcción de una moda responsable, consciente de su impacto. Por eso debe hacerse siguiendo un estricto código ético y entendiendo los condicionantes culturales. Además, no se trata solo de que estos trabajadores y artesanos obtengan un salario justo, sino también de que reciban la formación adecuada para responder a lo que exige hoy la industria y garantizarles un empleo duradero», continúa Cipriani, que dio forma a la Ethical Fashion Initiative mientras impartía talleres de marroquinería y calzado en Etiopía. Costa de Marfil, Malí, Eritrea y Uganda han sido los últimos países en incorporarse al que es el programa estrella del Centro de Comercio Internacional –agencia conjunta de la Organización Mundial del Comercio y la ONU–, y que cuenta con aliados del calibre de Stella McCartney, Vivienne Westwood, Fendi, o los grandes almacenes japoneses Isetan. En su empeño por seguir expandiendo horizontes, EFI presentaba a finales del pasado septiembre el nuevo Accelerator Programme, un cruce entre concurso de talentos y programa de becas al que concurrieron más de 250 creadores subsaharianos. Hirofumi Kurino, cofundador y consultor creativo del grupo nipón United Arrows; la actriz y activista nigeriana Dakore Egbuson-Akande, embajadora de Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Oxfam y ActionAid Nigeria; y la experta Susi Billingsley, por parte de la organización, eligieron a cinco finalistas que se beneficiarán de ayudas a la producción, desarrollo de planes comerciales y construcción de marca. «Queríamos incidir en las necesidades específicas de firmas ya establecidas, pero con un enfoque más empresarial, de manera que puedan acelerar sus negocios para posicionarse en el mercado global y resultar atractivos a los inversores», explica Billingsley. Por eso mismo, los seleccionados se han dado a conocer a través de una serie de vídeos en colaboración con Pitti Connect, la solución digital del salón Pitti Immagine Uomo de Florencia ante la imposibilidad de celebrar de manera presencial su edición de junio. La idea es que, si la crisis sanitaria del coronavirus lo permite, Margaux Wong, Reign, Lukhanyo Mdingi, Wuman y Jiamini presenten sus colecciones para el o/i 21-22 entre el 12 y el 14 del próximo enero, fecha programada por la feria internacional de moda masculina más importante para volver a la actividad física.
«Siempre intentamos participar en talleres, tutorías y programas de formación, no solo para seguir aprendiendo y poder trasladar ese conocimiento a quienes nos rodean, sino también para inspirar a otros», conceden Sipho Mbuto y Ben Nozo, dos licenciados en diseño de moda y textil por la Universidad Tecnológica de Durban (Sudáfrica) que decidieron refundir sus firmas homónimas en 2015 y lanzar Reing, una etiqueta que «continúa la narración de la cultura africana, reimaginada a partir del influyente rastro que han dejado occidentales y orientales». Un concepto que comparte su paisano Lukhanyo Mdingi cuando refiere la «visceralidad y honestidad» de su propuesta, con la que ya pasó por la feria florentina en 2016 como parte del proyecto Generation Africa. «Este es un viaje plagado de sacrificios, desafíos y sorpresas, por eso es imposible separar el producto resultante de nuestra herencia cultural, que ensalzamos de esta manera», expone por su parte el nigeriano Ekwerike Chukwuma, artífice de Wuman. Un tributo a las raíces que remite lo mismo a la sostenibilidad, caso de la burundesa Margaux Wong, que a la recuperación/modernización de técnicas ancestrales artesanas, como hace la keniata Jiamini. La nueva memoria de la moda africana parece asegurada