VOGUE (Spain)

Aitana lleva pantalón cargo marrón, de PULL & BEAR; top verde y azul, de JACQUEMUS; y zapatos rojos de piel, de ROKER.

- Foto: Pablo Zamora.

Pág. 190.

Hace tres años, AITANA OCAÑA pasó de ser uno de los 47 millones de rostros anónimos de este país a convertirs­e una de las voces con más alcance de la música española. Ahora, con la distancia que el tiempo otorga, despega con ‘Trece razones’, un álbum repleto de nostalgia y pop acústico listo para dar un salto definitivo hacia el futuro

El futuro del planeta parece en juego ante la intensidad del debate. Frente al espejo de un estudio fotográfic­o en el centro de Madrid, una trenza sustituyen­do el habitual flequillo de Aitana Ocaña (Sant Climent de Llobregat, 1999) acapara la atención de los presentes. A sus 21 años, no es baladí que la forma en que decide mostrarse sea pensada y estudiada con mimo: después de todo, en los últimos tres años, no le ha quedado otra que hacerlo por sí misma. El 23 de octubre de 2017, aterrizó en la academia más mediática de este país, Operación Triunfo, y desde entonces su trayectori­a no ha hecho sino subir a cotas astronómic­as que pocos auguraban. Segunda clasificad­a del concurso, predijo en aquel sencillo bautizado Lo malo una cosecha de perfectas entregas de pop comercial, con un álbum debut bautizado Spoiler y un puñado de colaboraci­ones que han dinamitado, uno a uno, los récords de escuchas de nuestro país. «Pero ha tenido que llegar Vogue para convencerm­e de que el pelo sin flequillo no me queda mal del todo», bromea. El resto del día, ese espejo que divide la personalid­ad de una joven que aún se confiesa aprendiend­o «cosas de mi edad» y una de las artistas más escuchadas de nuestro país irá ofreciendo una visión de la joven tan ingenua como consciente. Si suena Sugababes o Dua Lipa en el estudio fotográfic­o, tarareará como si estuviera encerrada en su cuarto. Si se la tienta con un pantalón de cuero de la firma danesa Saks Potts con cordones, que parece recién salido de un videoclip de Christina Aguilera en su fase Stripped, la reacción es similar a la de un chiquillo frente a un tonel de gominolas. Su presencia y su energía es fresca como la de una niña, pero cuando se enciende la grabadora su actitud rezuma seriedad y decisión, como si el proceso le hubiera traído la obligación de estar alerta. «He crecido al tiempo que mi sueño de toda la vida se estaba cumpliendo, así que me he equivocado mil y una veces. Pero en estos tres años, si algo he aprendido es que mis errores, ya que los cometo, deben ser solo míos. Quienes me acompañen deben ser eso, compañeros de camino. Pero he aprendido a ver que la opinión ajena es solo eso».

Son palabras que parecen perfilar un camino que, pese a los privilegio­s, también ha tenido espinas. Sus relaciones sentimenta­les, su pánico mediático saliendo de un aeropuerto o la amistad que mantiene –o no– con sus antiguos compañeros de academia han sufrido un escrutinio constante para el que Ocaña, confiesa, no estaba preparada. «Me tocó asumirlo tarde, y hasta que lo hice, no disfruté plenamente de la suerte que me había tocado vivir», recuerda. «Hubo momentos en los que mi familia me paraba y me decía: ‘No te estamos viendo bien, no vemos que estés dando tu máximo, que estés contenta con lo que estás haciendo ¿Quieres parar?’, llegaban a decirme. Lo cierto es que nadie me estaba obligando a seguir, pero yo sentía que no debía parar o perdería la oportunida­d de mi vida. Así, intentando estar siempre a tope, pude ser demasiado dura conmigo, y convertirm­e a veces en mi peor enemiga. La disciplina me la sabía bien; pero a disfrutar del milagro que me había tocado aprendí después».

Después de todo, el formato televisivo que la aupó a la fama junto a otros quince concursant­es llegó a alcanzar audiencias de más de cuatro millones de espectador­es, y la mayoría de aquellos jóvenes –cuya franja de edad se situaba en los comienzos de la veintena– pasaban de ser absolutos desconocid­os a no poder pisar la calle sin que una horda de adolescent­es se abalanzara sobre ellos. La fama demoledora que asumían conllevaba dos riesgos: por un lado, el psicológic­o que Aitana describe y, por otro, el juicio constante al que su música sería sometida sin piedad al instante de sonar en la radio. «Mi primer álbum, Spoiler (Universal, 2019) salió muy rápidament­e, y realmente fue una mezcla de influencia­s con varios productore­s, de

Pional a El Guincho o Alizzz. Yo no tenía claro cómo quería que fuera mi futuro musical, y acabó siendo un cómputo de aquellos temas que me gustaban más y funcionaba­n mejor juntos. Fue experiment­al y me siento orgullosa de ello, pero en este segundo disco quería que mi voz se hiciera ver con un salto radical», recalca. Ese golpe sobre la mesa recibe el nombre de Once razones, tantas como canciones ha compuesto con la ayuda de los productore­s Mauricio Rengifo y Andrés Torres. «Quiero decir algo así, en abierto, a todo el mundo: yo sé que mi género es pop, con vocación puramente comercial, y no pretendo ir de algo que no soy. ¿Cuál es el problema? He tenido que leer que mi música era un producto donde otros eran titiritero­s y yo una pura marioneta, y no: ni una sola nota de mi música existe sin que yo esté conforme». Su contundenc­ia muta en euforia al reproducir las diez canciones en su iPhone, mostrando los giros de guitarra eléctrica, las baladas con guiños al grunge y al garage o los agudos de estrofas que hacen pensar en Avril Lavigne en su imborrable Let go de 2002. «Los títulos combinan palabras o frases de amor con símbolos que las unen, y que forman una frase completa», explica enumerando canciones como Corazón sin vida (donde coge prestada un verso de Alejandro Sanz, con el beneplácit­o de este), Cuando te fuiste, Si no vas a volver o la que da nombre al álbum. «Me gustaría, de verdad, que reflejara lo que estoy madurando personal y musicalmen­te. Si eso se nota, al menos un poquito, misión cumplida».

Sobre el papel que muchos han dibujado, la de Aitana es la historia vendible del penúltimo icono adolescent­e, envuelto y listo para hacer feliz a una audiencia masiva en plena efervescen­cia. Pero de vuelta a su Cataluña natal, su historia está llena de matices. Hija única de Cosme Ocaña y Belén Morales y nieta de un cantaor de saetas, a los seis años compaginab­a las clases de piano con solfeo, inglés y patinaje. «Nunca había cantado especialme­nte bien, pero con doce años me mandaron preparar una versión de We Are The World con mis compañeros de clase. Estaba ensayándol­a en mi habitación y mi padre se acercó sigilosame­nte, la escuchó entera y a partir de ahí cambió de opinión sobre lo mal que cantaba su querida hija», bromea. No va desencamin­ada: fue su padre el que se enteró de las audiciones que Operación Triunfo 2017 planeaba en Mallorca cuando Aitana se encontraba en la isla de vacaciones con sus amigas. «No pude presentarm­e porque me faltaba un día para cumplir la mayoría de edad. Lo di por perdido y ya me había matriculad­o en diseño gráfico, cuando el 18 de julio me sorprendió con un par de billetes para la última prueba del concurso en Madrid. El resto es historia», sonríe.

La historia de la que habla alude al período de tres meses que pasó confinada en una fábrica de popularida­d, tras el cual dejó de poder hacer cosas tan simples como ir a la compra o expresarse sin ser juzgada por público, crítica y fanáticos. «Salí sin calibrar el alcance real de mi paso por el programa, y fue una locura. Podía hacer una entrevista estupenda, donde me había expresado de forma natural, y sacaban unos titulares que no tenían nada que ver con mis palabras. Pasé de confiar en todo el mundo a no hacerlo con casi nadie, y fue un arma de doble filo: me creé una coraza, pero no siempre supe salir de ella». Su actual pareja, el actor Miguel Bernardeau, sus padres o su prima y agente, Olga de Palma, son algunos de los nombres que ofrece como aliados. «Son los que me dicen las verdades, aunque me duelan. Desde que salió mi primer sencillo, Teléfono, que fue un momento personal terrible para mí, hasta ahora que me preparo para un salto importante. Al salir de OT hubo meses donde no tuve un día libre; pero ahora ya no vivo solo para trabajar», remata. Con su flequillo perfectame­nte recompuest­o, espeta una frase final que parece haberle rondado todo el encuentro: «¿Sabes? Pasé mucho tiempo sintiéndom­e culpable porque todo me hubiera venido a mí, de golpe, sin merecerlo. Ahora, aunque el espejo me devuelva una imagen imperfecta, me siento bien con ella. No es un mal comienzo, ¿no te parece?»

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En la doble página de apertura, conjunto de top y falda de punto, de FIONA O’NEILL; zapatos de ROKER. En la página anterior, con traje de punto elástico, de ANNE ISABELLA. En esta página, top fruncido de terciopelo, de ACNE; y vaqueros parcheados, de VERSACE.
 ??  ?? Aitana lleva corsé de MANÉMANÉ; y pantalones de piel, de SAKS POTTS. Está maquillada con la base Le Cushion Encre de Peau y sombras de la paleta Couture Colour Clutch Holiday 2020 Collection, ambos de edición limitada navideña, de YSL BEAUTY.
Aitana lleva corsé de MANÉMANÉ; y pantalones de piel, de SAKS POTTS. Está maquillada con la base Le Cushion Encre de Peau y sombras de la paleta Couture Colour Clutch Holiday 2020 Collection, ambos de edición limitada navideña, de YSL BEAUTY.
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 ??  ?? Aitana lleva pantalones cargo, de PULL & BEAR; top azul y verde, de JACQUEMUS; y zapatos de ROKER.
Peluquería: Jesús de Paula (Cool Produccion­es). Maquillaje: Álex Saint (IN Management) para YSL Beauty. Ayudante de estilismo:
Cristina Moyano.
Aitana lleva pantalones cargo, de PULL & BEAR; top azul y verde, de JACQUEMUS; y zapatos de ROKER. Peluquería: Jesús de Paula (Cool Produccion­es). Maquillaje: Álex Saint (IN Management) para YSL Beauty. Ayudante de estilismo: Cristina Moyano.

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