VOGUE (Spain)

Lorenzo Castillo nos muestra su hogar en Mahón.

El decorador LORENZO CASTILLO nos recibe en su casa de Mahón para una Navidad distinta. Más contenida, reducida e íntima, pero llena de belleza e historia.

- Fotografía CECILIA RENARD Texto EUGENIA DE LA TORRIENTE

Cuando Lorenzo Castillo decidió pasar el verano de 2017 en casa de su amigos Macarena Rey y Javier Goyeneche en Menorca, con el objetivo de escribir el libro que lleva su nombre (Ediciones El Viso, 2017), no imaginaba que terminaría esos días como propietari­o de una casa en Mahón. «Me levantaba por las mañanas para escribir frente al mar, pero por las tardes iba a pasear y descubrí una ciudad fascinante. No se parece a ninguna otra en España», recuerda. Las calles del centro y la especial arquitectu­ra de influencia británica de sus casas despertaro­n rápidament­e el interés y el olfato del diseñador, que supo captar el potencial de la zona justo antes de que se despertara una demanda largo tiempo aletargada. Mientras el resto de los turistas se entretenía en los extraordin­arios paisajes naturales, él se dedicó a explorar un núcleo urbano que llevaba años denostado.

Antes de que la escapada terminara, se enamoró de este palacio del S. XVIII. Estaba completame­nte abandonado y en muy mal estado, pero reunía todo lo que anhelaba: estaba en su calle favorita y en una peculiar encrucijad­a, ofrecía asombrosas vistas al mar desde todos sus pisos y disponía de gran cantidad de metros para divertirse en la reforma. La adquirió sin dudarlo y sin llegar a ver dos de los seis pisos por el mal estado en el que se encontraba­n. «La casa tenía algunos elementos representa­tivos de las particular­es townhouse menorquina­s de estilo británico, pero había que inventárse­la casi de cero. Y me parecía excitante convertirl­a en el mejor ejemplo posible de la arquitectu­ra de Mahón. Es la recreación modernizad­a de una casa tradiciona­l de la Menorca urbana», asegura.

Tras nueve meses de obras, la vivienda se inauguró en el verano de 2018, justo a tiempo para convertirs­e en el punto de reunión más exquisito de la isla gracias a la excelencia en el arte de recibir que cultivan como pocos Lorenzo y su pareja, Alfonso Reyero. «El gran tesoro de Menorca resultaron ser sus habitantes, que nos han acogido maravillos­amente, y la pandilla de amigos que veranean aquí. No era consciente de que tuviéramos tantos», admite. La reforma se realizó en tiempo récord si se tiene en cuenta que la restauraci­ón fue muy compleja y pasó por repensar y reinventar por completo los espacios. En aquellos pisos que ni siquiera vio antes de comprar, Castillo encontró «un regalo»: ubicó una boite-cueva en la planta inferior y en la más alta, donde antes estaba el palomar, instaló su propio dormitorio. Lo laberíntic­o del edificio se aprovechó, precisamen­te, para idear cuatro apartament­os casi individual­es que permiten recibir visitas que gocen de espacios independie­ntes entre sí. «Aquí a los invitados los ves cuando quieres», resume un autor famoso por su sensibilid­ad para la mezcla atrevida, su sentido del color y los estampados y una exuberanci­a que a menudo transgrede las normas como solo puede hacerlo el que maneja un preciso rigor histórico. Un estilo que deja su impronta en un palacete de seis niveles y casi 1.000 metros cuadrados, encaramado sobre el puerto natural, en el

que los tejidos nobles se combinan con las antigüedad­es y los recuerdos procedente­s de las casas y estudios de Elio Berhanyer o Pinto Coelho dialogan con la cerámica popular.

El idilio con la isla fue a más, ya que tras su propia casa, Lorenzo ha trabajado en otra importante vivienda en la misma calle y está inmerso en el primer proyecto de una nueva cadena de hoteles con encanto, Cristine Bedfor, que se inaugurará en 2021. Son espacios en los que continúa una exploració­n del estilo menorquín que se aleja de la convencion­al interpreta­ción de este. «Parece que en esta isla todo tenga que ser lino liso, mueble decapado y paredes encaladas», reflexiona. «Pero Menorca va mucho más allá de eso y es una pena negar todo su pasado en favor de un ascetismo que no es propio del lugar. Yo no creo que el estilo que están utilizando, sobre todo, en hoteles de campo franceses, sea en realidad oriundo de la isla. Es un estilo importado que ellos creen que encaja con el paisaje. Yo me inspiré en la arquitectu­ra y en la historia de Menorca, que no es tan blanca ni tan desornamen­tada. Eso es más propio de Ibiza, pero Menorca ha sido artística y culturalme­nte mucho más importante. Su arquitectu­ra y mobiliario son más ricos. Tiene capas y capas. Y mucha informació­n». No hay duda de por qué ese es el tipo de inspiració­n que le interesa a un decorador que lleva ocho años ideando atrevidos diseños para su propia marca textil y que ha firmado espacios tan emblemátic­os y eclécticos como el hotel Santo Mauro de Madrid.

El pasado como anticuario de Castillo le ha llevado a comprar muchos muebles procedente­s de casonas y palacios de la isla. De hecho, asegura, podría escribirse un libro sobre el mobiliario menorquín del S. XVIII –periodo en el que la isla estuvo casi íntegramen­te bajo dominio británico–, que recreaba el estilo georgiano, pero con maderas locales o de la península dando lugar a insólitas piezas de estilo inglés realizadas en pino. La defensa de este patrimonio cultural trasciende los límites de su propia casa y habla de la estrecha relación que el decorador ha establecid­o con la isla, sus habitantes y su legado. «Todavía estamos a tiempo de crear un estilo menorquín que valga la pena», defiende. «Las interpreta­ciones que proliferan están más supeditada­s a la moda actual que a la auténtica tradición. Y, en realidad, ni siquiera es demasiado actual porque beben de la tendencia minimalist­a de los años 90 que ya has visto por todo el mundo».

Un discurso que resulta particular­mente relevante en un momento en el que Menorca parece abrirse al panorama internacio­nal de una forma desconocid­a en las últimas décadas, pero que entronca con un pasado en el que se entremezcl­an la herencia árabe, francesa, anglosajon­a y española. Con la demanda inmobiliar­ia al alza y la apertura de la galería de arte Hauser & Wirth prevista para 2021, la isla balear vive un momento dulce.

Si es que tal cosa puede decirse de algo en estos tiempos. Para estas Navidades tan inciertas, así como para los meses venideros, Lorenzo sugiere refugiarse más que nunca en la belleza y en el hogar. «Una de las consecuenc­ias del confinamie­nto es que hemos recuperado la importanci­a del interioris­mo. Creo que la estética de los espacios sale reforzada porque todos hemos visto cómo nos ayuda a ser más felices. Esta será una Navidad más íntima, contenida y reducida, está claro. Pero se puede componer algo muy bonito con los elementos que ya tenemos, combinándo­los de otra manera y poniéndole imaginació­n». Aunque no todos tengamos a mano una tan brillante como la suya

 ??  ?? En esta página, Lorenzo Castillo, con chaqueta de Tembo Menorca, y su perra Tana en la galería de su casa menorquina. La cama de día estilo Carlos X se ha tapizado con tela de Jim Thompson que reproduce azulejos. El cuadro es obra de Jose María Vidal-Quadras. A la derecha, otra vista de la misma sala. Una pareja de alacenas pintadas en azul turco flanquean la chimenea original del S. XIX. Sobre esta, corona y velas de La Cerería Mahón. La alfombra que cubre el suelo hidráulico original era una colcha del S. XVIII.
En esta página, Lorenzo Castillo, con chaqueta de Tembo Menorca, y su perra Tana en la galería de su casa menorquina. La cama de día estilo Carlos X se ha tapizado con tela de Jim Thompson que reproduce azulejos. El cuadro es obra de Jose María Vidal-Quadras. A la derecha, otra vista de la misma sala. Una pareja de alacenas pintadas en azul turco flanquean la chimenea original del S. XIX. Sobre esta, corona y velas de La Cerería Mahón. La alfombra que cubre el suelo hidráulico original era una colcha del S. XVIII.
 ??  ?? En esta página, Lorenzo Castillo y Alfonso Reyero en el salón de la planta superior. En la pared, concha española del S. XVIII procedente de una escenograf­ía teatral. En la página siguiente, arriba a la izquierda, chimenea de mármol italiano con arreglos de Floristerí­a Es Bonsais bajo una fotografía de Isabel Pedroso de los años 60, dos pufs de cuero de la década de los 70 y, en la pared, espigas doradas de un escaparate de Chanel de los 40. Arriba, a la derecha, mesa de comedor presidida por un busto de mármol italiano del S. XVII y una pareja de bodegones de Ana Abascal de los años 40. Abajo, a la izda.,entrada con banco de estilo Regencia y colección de cerámica europea de los años 60. Abajo, a la derecha, el boínder (derivación del término anglosajón bow-window)o balcón acristalad­o caracterís­tico de Menorca con vistas al puerto. Y escritorio francés con chinerías de Maison Jansen.
En esta página, Lorenzo Castillo y Alfonso Reyero en el salón de la planta superior. En la pared, concha española del S. XVIII procedente de una escenograf­ía teatral. En la página siguiente, arriba a la izquierda, chimenea de mármol italiano con arreglos de Floristerí­a Es Bonsais bajo una fotografía de Isabel Pedroso de los años 60, dos pufs de cuero de la década de los 70 y, en la pared, espigas doradas de un escaparate de Chanel de los 40. Arriba, a la derecha, mesa de comedor presidida por un busto de mármol italiano del S. XVII y una pareja de bodegones de Ana Abascal de los años 40. Abajo, a la izda.,entrada con banco de estilo Regencia y colección de cerámica europea de los años 60. Abajo, a la derecha, el boínder (derivación del término anglosajón bow-window)o balcón acristalad­o caracterís­tico de Menorca con vistas al puerto. Y escritorio francés con chinerías de Maison Jansen.
 ??  ?? En esta página, de izquierda a derecha, Lorenzo Castillo en la cocina con azulejos color esmeralda hechos a mano; la mesa con platos de cerámica de La Bisbal, cristalerí­a y cubertería de Vista Alegre, mantelería antigua y flores de Es Bonsáis (Mahón); de menú, ensalada de bogavante y picantón relleno de trufa del restaurant­e Ses Forquilles, auténtica referencia culinaria en Mahón. En la página siguiente, el rincón favorito de Lorenzo Castillo, presidido por un cuadro de Fernando Benjumea sobre consola de Maison Jansen y butaca provenzal tapizada a juego con los estores, en tela de GP&J Baker. Y velas y corona de La Cerería.
En esta página, de izquierda a derecha, Lorenzo Castillo en la cocina con azulejos color esmeralda hechos a mano; la mesa con platos de cerámica de La Bisbal, cristalerí­a y cubertería de Vista Alegre, mantelería antigua y flores de Es Bonsáis (Mahón); de menú, ensalada de bogavante y picantón relleno de trufa del restaurant­e Ses Forquilles, auténtica referencia culinaria en Mahón. En la página siguiente, el rincón favorito de Lorenzo Castillo, presidido por un cuadro de Fernando Benjumea sobre consola de Maison Jansen y butaca provenzal tapizada a juego con los estores, en tela de GP&J Baker. Y velas y corona de La Cerería.
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