PÁGINA EN BLANCO PALOMA ABAD

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Cuando en la novela Una temporada para silbar (Libros del Asteroide), de Ivan Doig, el viudo Oliver Milliron se levantó al alba el día de Año Nuevo y felicitó el ídem a su ama de llaves, Rose, su hijo Paul hizo la siguiente reflexión: «No solía levantarse tan temprano, pero por algún motivo no me sorprendió. Creo que daba por hecho que el cambio de año podría marcar un nuevo comienzo para toda alma razonable, incluida el alma de un dormilón como papá». La frase la subrayé hace semanas, y no he dejado de pensar en ella desde entonces. ¿Es preferible no marcarse propósitos del nuevo año porque uno no los va a cumplir o acaso es mejor hacerlo y convertirse en una de esas almas razonables y esperanzadas? Sin duda ninguna, apuesto por lo segundo. El gran placer que me dan esos propósitos es el de encontrarme con una página en blanco para rellenar a mi antojo. En mí está el ser capaz de cumplirlos o fallar estrepitosamente al cabo de, como dicen muchos expertos, veinte días, porque del fracaso también se aprende. Ahora bien, jamás se me ocurriría ponerme como objetivo ir al gimnasio todos los días, o tomar quinientas piezas de fruta los días impares que no hago ayunos intermitentes. Hasta en las más eufóricas aspiraciones, hay que saber contextualizar en su justa medida el realismo mágico. Feliz 2021