El diseño ético de Bite Studios.
En 2016 un grupo de creativos desencantados con la industria puso en marcha BITE STUDIOS. Su compromiso total con la sostenibilidad y el diseño ético ha resultado ser premonitorio.
Decir que la industria de la moda es un sector globalizado puede que sea una perogrullada, pero en el caso de la firma Bite Studios, lo cierto es que la llevan tatuada en su ADN. ¿El motivo? Desde su nacimiento, sus integrantes han estado repartidos entre Londres, Estocolmo, Nueva York o Portugal. Y todo, bastante antes de que Zoom dejase su impronta en nuestras vidas. «Yo estoy en Suecia, tenemos gente en Nueva York, a consultores externos en otras ciudades y hay muchas pequeñas cosas que se deciden desde Londres también.
Así que estamos repartidos por el mundo», explica William Lundgren, fundador y presidente de la firma. Aunque, en realidad, el término más correcto sea el de cofundador, porque desde Bite se definen a sí mismos como «un colectivo de mentes creativas que pretende rediseñar la forma en que hacemos y usamos nuestra ropa». Y puede sonar extraño, pero en este caso no es solo palabrería. «Tratamos de trabajar con personas que son expertas en diferentes áreas, pero que quieren hacer realidad esta visión más amplia de la vida relacionada con la
eficiencia y la sostenibilidad que la industria no siempre ha sabido ver», explica Lundgren. «En mi caso, se trataba de combinar mis intereses personales con mi carrera. Quería trabajar en un lugar donde pudiera explorar la estética, pero también mi mentalidad empresarial y mis valores individuales», continúa Veronika Kant, directora de operaciones y una de los cuatro fundadores iniciales del proyecto.
Cuando empezaron, allá por 2016, ni William ni Veronika tenían experiencia en el mundo de la moda. De hecho, ninguno de sus fundadores la tenía. Sin embargo, hoy Bite no solo resulta una firma estéticamente excitante, sino que esos valores que en su día unieron a sus socios han conseguido que el 95% de sus tejidos sean orgánicos, reciclados o de bajo impacto –quieren alcanzar el 100%–, su producción se lleve a cabo de forma ética en el marco de la Unión Europea –algunas prendas se confeccionan a mano en Estocolmo y el resto se producen en sus fábricas de Portugal– y, no contentos con todo esto, acaban de poner en marcha la sección archive en su web, que ofrece a sus compradores la posibilidad de revender las prendas de la firma a la propia empresa por un 20% de su valor inicial. Un ejercicio de circularidad sin fisuras. «La idea es que el diseño tenga una vida lo más larga posible y que nuestras prendas se conviertan en una especie de armario cápsula de piezas atemporales que la gente pueda vestir durante años», desgrana Lundgren aludiendo al imaginario estético de la firma, cargado de prendas funcionales y minimalistas al más puro estilo escandinavo, pero con ese plus añadido que implica la sofisticación de sus tejidos, la gran obsesión de sus fundadores. «Dedicamos meses y meses a la investigación de nuestros materiales», subrayan.
Una filosofía que ni mucho menos es fruto del actual entusiasmo por la sostenibilidad, sino que lleva arraigada en la firma desde su concepción. No en vano, su propio nombre deja entrever el papel que juega su compromiso medioambiental, ya que Bite engloba las siglas de By Independent Thinkers for Environmental Progress [por pensadores independientes del progreso medioambiental]. «La sostenibilidad es una motivación interior para todos nosotros. Cuando empezamos, lo único que teníamos claro es lo que no queríamos: crear una marca que fuese simplemente normal», defienden. Cinco años más tarde, todo indica que lo han logrado