Frances McDormand estrena ‘Nomadland’.
FRANCES MCDORMAND ha conseguido lo imposible para una actriz: ser tan creíble y camaleónica como reconocible en cada uno de sus papeles. Su talento asciende a otro nivel en ‘Nomadland’, la película que ahora estrena, en la que se zambulle en la vida de aq
Es prácticamente imposible imaginar la localidad secreta donde se están tomando estas imágenes. Lo máximo que el equipo de Vogue puede decir es que se trata de una pequeña ciudad conocida por su belleza natural. Llegando desde el este, los bosques de secuoyas dan paso a un estuario plagado de garzas blancas y azules. Atravesando la laguna, llega el secreto: una pequeña península salpicada por casas rústicas y granjas idílicas que se extiende hasta el Pacífico. Cuando parece acabar, asalta un último detalle. A este lugar lo separa del continente americano una falla activa que lo deja, literalmente, en otra placa tectónica. Frances McDormand (Gibson
City, Illinois, 1957) se acerca quitándose la mascarilla, para ser reconocida (como si pasara desapercibida de la otra manera). Lleva una falda vaquera hasta los tobillos y un abrigo del mismo tejido, y calza unos zapatos de la firma española Satorisan. Aunque todas las prendas hayan sido fabricadas en este siglo, sobre su cuerpo cobran un valor atemporal. Su silueta, vista desde la distancia, parece sacada de un ferrotipo de hace dos siglos. McDormand apena ofrece entrevistas, un dato del que advierte a los 57 segundos de arranchar esta charla. El día que se tomaron las imágenes que acompañan este texto se clavó una astilla en la mano. El hecho volvió a repetirse en la mañana de la conversación. Con otra astilla
distinta, pudiendo convertirse, como temía, en una señal. «¿Qué viene ahora, una espina?», bromea. Lo cierto es que la entrevista, afortunadamente, ha acabado teniendo lugar gracias a la película Nomadland que ve la luz este mes en las salas de cine. Un largometraje impresionante, dirigido por Chloé Zhao, sobre un grupo de trabajadores itinerantes residentes en caravanas y tráileres. Estos nómadas son algo mayores que aquellos que suelen acompañar sus periplos con etiquetas en las redes sociales y, desde luego, bastante menos acaudalados. Su éxodo tiene muy poco que ver con Instagram y mucho con la imposible conciliación entre el actual nivel de los alquileres y el salario medio. Sin hipotecas a su cargo,
son libres para viajar por el país movidos por el tiempo y el trabajo, desde las cosechas de remolacha en Dakota del Norte al período vacacional en California. Como explica Jessica Bruder, la periodista que escribió el libro en que se basa el filme, «conducen alejándose de la zozobra a la que se enfrenta la clase trabajadora».
La mayoría de nómadas que aparecen en el metraje no son actores, sino personas reales encarnándose a sí mismas. McDormand interpreta a Fern, un personaje escrito y dirigido por Zhao (responsable de cintas como The Rider, estrenada en 2017). El estilo de la directora, reconocible por una combinación brillante de historias verídicas y detalles ficticios, se plasma a la perfección en el personaje de la actriz, una viuda que abandona su pueblo natal en la Nevada rural hasta encontrar su destino en los vientos cercanos al océano. Por momentos, durante la conversación con McDormand, cuesta diferenciar si se habla con Fran o con Fern.
En Hollywood, son muchos los actores que acaban encasillados. Otros, simplemente, se convierten en camaleones. McDormand está, por derecho propio, en esta segunda categoría. Cuando desaparece en un personaje, lo hace solo con la fuerza de su interpretación. Con todo, las mujeres que encarna son tan distintas y complejas que consigue que se las recuerde como personas a las que uno conoció en la vida real. Sus actuaciones son indelebles, como lo es una fotografía de Diane Arbus: retrata un lapso único y vivo de un individuo.
Uno de los primeros es Dot, su personaje en Arizona Baby, la cinta de los hermanos Coen de 1987. Ya entonces el mundo fue testigo de cómo ciertos estereotipos se vuelven únicos en sus manos. Pero, si hubiera que escoger uno solo de todos los alter egos de su filmografía, ese es Marge Gunderson, la policía embarazada a la que da vida en Fargo y que le dio su primer Oscar a las órdenes de los mismos directores en 1996. Joel, el mayor de ellos y pareja de la actriz desde hace 38 años, recuerda cómo escribieron aquel personaje para ella, «hasta el punto de incluir la cadencia y el ritmo de sus diálogos en el guion». Eso explica que, dos décadas después, algún espontáneo siga gritándole las frases que ella misma recitaba en la película cuando se cruza a la actriz por la calle.
Después vinieron Olive Kitteridge, la miniserie de 2014 basada en la novela homónima –y ganadora de un Pulitzer– de Elizabeth Strout, y otra oportunidad de darle un giro a los clichés de la maternidad en Tres carteles a las afueras (Martin McDonagh, 2017). El resultado: su segundo Oscar a la Mejor actriz protagonista.
No es especialmente común que un actor secundario se acabe convirtiendo en una estrella taquillera. Pero, ¿una mujer, que además supera los sesenta? La pregunta hace que el concepto ‘actriz de raza’ se le quede incluso corto. Lo importante es que, según describe, su objetivo es poner el foco en historias de personas marginales con relatos, en principio, poco vistos en el cine.
Su relación con este arte se remonta a cuando tenía 14 años y su profesora de inglés en el instituto de Monessen (Pensilvania) puso a los alumnos a interpretar algunas obras de Shakespeare. Frances hizo de Lady Macbeth y poco después se convirtió en la única alumna en conseguir una beca de teatro en la universidad de Bethany, en Virginia. A los pocos meses, estaba metiéndose en la piel de Desirée en el musical A Little Night Music, de Stephen Sondheim, y varios de sus profesores le ayudaron con las pruebas de acceso a la escuela de teatro de Yale, donde aterrizó en 1979. Después de graduarse, se mudó a Nueva York. Vivió en el Bronx y trabajó como cajera en un restaurante del centro de Manhattan. Su compañera de piso, la también actriz Holly Hunter, la recomendó para la primera película de los Coen, Sangre fácil, pero declinó la oferta al haberse comprometido con una obra teatral en Broadway. Frances, finalmente, acabó interpretando a Abby, una adúltera cuyo marido contrata a un asesino a sueldo para matarla.
La relación con los directores, huelga decir, cuajó y se repitió en Arizona Baby. Pero cuando en la tercera película de los Coen, Muerte entre las flores, el papel de Verna fue para Marcia Gay Harden, McDormand enfureció. «¿Por qué no he sido yo?, pensé. Pero aquello fue parte de mi proceso de aprendizaje, también como pareja [de Joel Coen]. Ambos tuvimos que trabajar bastante para salir de ello», recuerda.
No fue la primera vez que alguien le dijo, directa o indirectamente, que no era el prototipo de actriz protagonista de una gran película. «No he sido guapa, ni siquiera mona, ni tenía un cuerpo especialmente fotogénico». Eso hacía que, en muchas ocasiones, se viera haciendo de la amiga de la chica guapa, o de la novia de relación longeva de un hombre mucho mayor que ella. «No es que yo tuviera mucha voz en ello, estaba claro: eso era lo único que podía hacer si quería seguir en el negocio». Comenzó a trabajar con grandes directores como Robert Altman, en Vidas cruzadas, sin embargo, desde que llevara prótesis de silicona en Arizona Baby, todos los guiones que llegaban traían una nota que rezaba: «Para actrices con pecho grande». Se hartó y comenzó a llevar las prótesis a las audiciones, pero la falta de ironía de los productores hizo que hasta le llegaran a ofrecer un aumento de pecho para una película, si se luchaba un poco en presupuesto. «¿Os referís a una cirugía real?, les pregunté. Creo que no hizo falta respuesta». McDormand dejó de preguntar si tenía opciones de llevarse un papel en las películas de su marido (y cuñado) hasta que llegó Marge en Fargo, un papel que no la convenció desde el principio. «No tenía muy claro dónde residía su poder», concede. Viendo la película, la respuesta es obvia, pero pocos sabrán que dicha época coincidió con la adopción de su hijo Pedro, después de mucho tiempo luchando con asuntos de fertilidad. En la última escena, el marido de Marge toca su barriga y dice: «Dos meses más». En realidad, en el momento de rodarla la pareja sabía que su hijo nacería en Paraguay a los dos meses.
Han pasado 25 años, y sus apariciones públicas en los últimos tiempos se han convertido en potentes declaraciones de intenciones: no llevar maquillaje, no retocarse el pelo, o llevar sandalias Birkenstock a unos Oscar han sido algunas. Ella lo argumenta como un motivo
político pero, en realidad, su éxito es suficiente. Su autenticidad bien puede equipararse a la del personaje de Fern en Nomadland, pero también al de Lady Macbeth que interpretará en su próxima película, La tragedia de Macbeth, dirigida (de nuevo) por los hermanos Coen. De momento, desconoce cómo calará en la audiencia la primera, aunque espera que suponga una catarsis parecida a la que sintió al interpretarla. Un descubrimiento que le produce una intriga similar al significado de que una mujer como ella, a sus 63 años, ocupe la portada de una revista como Vogue, como ocurría en el número del pasado enero en la edición estadounidense. «Nunca me habría esperado que las mujeres pudiéramos seguir siendo relevantes culturalmente a los 63 años, y creo que es algo profundamente gratificante. Me gusta pensar que he tenido algo que ver en en haber dado forma a este momento histórico. Y vaya si estoy orgullosa»