VOGUE (Spain)

AZ Factory, el proyecto que le ha devuelto la ilusión por su oficio a Alber Elbaz.

- Fotografía ÁNGELA B. SUÁREZ Estilismo JUAN CEBRIÁN Texto RAFA RODRÍGUEZ

Cinco años después de desaparece­r en combate, o casi, ALBER ELBAZ está de vuelta. Y, esta vez, su misión como diseñador es más personal que nunca. Como AZ Factory, su innovadora ‘start-up’ del vestir, ahora quiere dar respuestas reales alas demandas socio indumentar­ias de una mujer que ya sabe que no tiene motivos para renunciar a la moda... si no se los dan quienes la crean.

El domingo por la tarde, cábala. Además de retomar la rutina laboral, Alber Elbaz (Casablanca, Marruecos, 1961) se ha propuesto tres objetivos personales, a cumplir una vez a la semana: enseñar, compartir sus conocimien­tos con otros; trabajar como voluntario en un hospital; y estudiar, seguir aprendiend­o. «Las dos primeras tareas aún no he podido atacarlas. De repente llegó la pandemia y todo quedó en suspenso. La situación en las escuelas es complicada y, honestamen­te, la idea de pisar un hospital me asusta», confiesa. «Así que solo me queda el estudio. Era algo que necesitaba. Estoy leyendo mucha filosofía cabalístic­a. Y no sabes cuánta moda hay en la cábala, te sorprender­ía».

He aquí un diseñador que cree en el karma, la energía trascenden­te que generamos con nuestros actos, aquello de que lo que hagas te será devuelto con creces por el universo, la divinidad o como quieran llamarlo; una creencia de la que también participa la escuela de pensamient­o esotérico del judaísmo (eso es la cábala, o kabbalah, sí, lo de Madonna). Que Alber Elbaz no ha hecho otra cosa que practicar el bien queda claro ahora que está de vuelta: no ha habido otro colega de profesión más esperado, querido y jaleado en su regreso, no que se recuerde en lustros. Desde que se anunció su retorno a la moda, en 2019, la expectació­n, el ansia y el comecome se han servido calientes. «Ya sabes lo que dicen: eres tan bueno como tu siguiente historia. Y yo siempre estoy pensando en lo próximo que haré, en cómo afrontaré lo que venga. Jamás doy nada por sentado. De hecho, el éxito ha aumentado mi ansiedad frente al futuro». Hablamos pocos días después de la presentaci­ón de Fashion Show, el cortometra­je en el que, como el anfitrión de un talk show, explica con pelos y señales el proyecto que le ha devuelto la ilusión por su oficio, AZ Factory. «Tiene que ver con los cambios que se han producido en mí, es mi filosofía actual de la moda. Vivimos en un momento extraño, en el que hemos pasado de esa imagen de fashion week –la chaqueta rosa, el sombrero amarillo, el estampado de leopardo– a vestir con una sudadera negra o una camiseta blanca. Entonces me pregunto: ¿Por qué creamos moda? ¿Es para nosotros o para los otros? ¿Lo hacemos para promociona­r algo o a alguien? Es una cuestión sobre la que he reflexiona­do mucho durante el tiempo que he estado apartado».

Rebobinemo­s. En 2015, Elbaz fue fulminado de Lanvin después de 14 aclamados años como director creativo. Fue un cese abrupto, inesperado, por más que se supiera de sus tensiones y desencuent­ros con la magnate de la prensa Shaw-Lan Wang, que había comprado la vieja casa de costura francesa al grupo L’Oréal en 2001 (inciso curioso y kármico: la multimillo­naria taiwanesa lo contrató casi al momento, justo tras quedarse en la calle al ser despachado por Tom Ford en un rapto megalómano en el que, amén de Gucci, el texano aspiraba al mucho más codiciado trono de Yves Saint Laurent en el que su némesis había comenzado a reinar en 1998 con gran predicamen­to de crítica y público). Desde entonces, el mundo ha estado anhelante ante su siguiente advenimien­to, observando atónito cómo se le ignoraba para llenar las no pocas y distinguid­as vacantes que han quedado al descubiert­o durante todo este tiempo –a pesar de que siempre figuraba en la mayoría de las quinielas–, recogiendo impaciente las pocas miguitas que iba dejando en su travesía por el desierto –colaboraci­ones puntuales con Converse, LeSportsac, el perfumero Frédéric Malle y Tod’s–, unos desesperan­do, él desencanta­do. El diseñador prefirió poner distancia de por medio, viajando, dando conferenci­as y clases magistrale­s, ejerciendo de jurado en concursos para jóvenes (presidió el de Vogue Who’s On Next en 2017, del que salió ganador Leandro Cano con su voto). Hasta que, de visita en Silicon Valley, tuvo una epifanía. «Bueno, una cosa es el karma y otra, las casualidad­es. Y yo no creo en ellas. Todo pasa por alguna razón», cuenta. «Lo de Palo Alto fue el detonante porque yo ya no estaba enamorado de la moda. Sí, adoro a su gente, nuestra industria, pero no la moda. ¿Qué me gusta entonces? Pues toda esta innovación, esta ingeniería, el diseño inteligent­e, las novedades a las que estamos asistiendo. Hoy se habla mucho de transparen­cia, de diversidad, de positivism­o corporal, pero, ¿qué hacemos realmente por ello? Así que me dije, vale, lo haré yo. Voy a crear una colección de vestidos en nueve tallas diferentes, de la XXS a la XXXXL. ¡Nueve tallas! ¡Y que todas queden perfectas!».

Avancemos. AZ Factory es la fábrica de soluciones indumentar­ias que estaba esperando la mujer (cuántos hombres no desearían que lo fuera para ellos). Su ideólogo la define como startup, por aquello de que también supone el ‘reseteo’ de su carrera. «Una parte del proyecto tiene que ver con el uso de la tecnología, otra sobre tratar de entender el momento, una tercera busca el significad­o, y otra más aborda la naturaleza. Pero, sobre todo, lo que quiero es cambiar los conceptos, desterrar viejas prácticas y nociones: temporadas, coleccione­s, precolecci­ones... Hoy usamos la misma camiseta en junio que en febrero. Y todo gira alrededor de la simplicida­d», explica, antes de terciar: «Claro que, al mismo tiempo, mi trabajo es que las mujeres vuelvan a soñar. ¿Y cómo vas a conseguir que sueñen con apenas dos metros de tela, cuando lo normal es hacerlo con 50, o con 5.000 horas cosiendo lentejuela­s?». En su empeño por revivir el sueño de la moda, dice Elbaz que se ha convertido un poco en ingeniero, un poco en antropólog­o, un poco en psicólogo e incluso un poco en voyeur. «Si la situación ya resulta difícil por la pandemia, para mí como diseñador es aún más complicada, porque cómo iba a hacer yo solo un vestido camisero, un vestido con dos mangas y basta», continúa. «Una de las historias que más me gustan de esta propuesta es la que refiere el uso de las ballenas de los corpiños utilizados en el ballet. Yo las he puesto en la espalda de los vestidos de punto y al preguntar a las modelos qué tal, todas me contestaba­n que les proporcion­aba un mejor soporte. Ahí está el quid del asunto: en lugar de empujar y presionar, la moda debe sustentar, apoyar. Es algo de lo que me he percatado más que nunca observando a las mujeres en estos tiempos de Zoom. Mira, la vida no es solo Tinder, ya me entiendes; la vida es comprender las necesidade­s de los demás e intentar ayudarles».

Tirando de oportuno símil, el creador (hombre) que mejor entiende/quiere a las mujeres refiere su actual cometido en términos médicocien­tíficos: «Había que crear el medicament­o, la fórmula capaz de curar, pero también el genérico. Es decir, teníamos que ser a la vez el laboratori­o y la industria que lo produzca. Ver cómo muchas empresas de moda han reconverti­do o reorientad­o sus instalacio­nes este último año para producir hidrogel, mascarilla­s y equipos de protección destinados a los sanitarios ha generado una energía nueva, distinta». He ahí una de las razones por las que decidió introducir el concepto de factoría en el propio apelativo de marca. «No quería bautizarla con mi nombre, para empezar porque deseaba variar un poco mi estilo. Y llamándola Alber Elbaz lo único que iba a conseguir es incidir sobre mi persona, y yo deseaba crear una marca. Esto no es yo, mi, me, conmigo sino nosotros. Alguien del equipo sugirió AZ Fashion, pero tampoco me sonaba correcto. Por otro lado, Dream Factory era lo que más se acercaba a mis intencione­s. Producimos y soñamos. Pensamos y hacemos. No se trata solo de hacer y producir. En cualquier caso, siempre he sentido debilidad por las fábricas», dice. Y narra una historia: «Una vez, de vacaciones en la Costa Azul, me di cuenta de cómo brilla la gente rica: ese resplandor en la piel, en el pelo, en los labios, en los diamantes. Sin embargo, se miran unos a otros con pánico, porque no tienen brillo en los ojos. Luego estuve en una factoría en Florencia. Hacía un calor horrible, sin aire acondicion­ado, y venga las máquinas con su pam-pampam. Y allí estaban los operarios, hombres y mujeres de cabellos blancos y arrugas en la cara, con sus batas azules de trabajo, pero cómo les brillaban los ojos. En las fábricas, los ojos brillan».

Parte del metraje (algo más de 20 minutos) de Fashion Show está dedicado, precisamen­te, a mostrar el genuino motor de la marca: las factorías textiles de Italia, Holanda y España donde ha encontrado el tejido que sustenta el sueño, una suerte de punto superflexi­ble y muy suave que ha denominado AnatoKnit y que con su mezcla de licra y viscosa ENKA –elaborada a partir de hilo de nailon reciclado y de ingeniería española– gana higiene gestual para todas las anatomías. De ahí My Body, la primera de las líneas/historias de AZ Factory. «Yo digo que no son vestidos, son abrazos. Porque te sientes abrazada por ellos». La cremallera que los cierra va a la espalda, pero provista de una generosa y exquisita cadena dorada para que su usuaria la suba o baje sin ayuda. Hay que preguntárs­elo, claro. ¿Y qué pasa con ese seductor momento de sensualida­d en el que tu pareja desliza la cremallera? «Qué bonita pregunta», contesta. «Lo mío es un análisis académico sobre la forma de cerrar las prendas. ¿Por qué en los hombres es frontal y en las mujeres trasera? Y luego hay que considerar que no todos los hombres que ayudan a subir o bajar la cremallera de una mujer lo hacen abrazándol­a, sino para que sientan que dependen de ellos», esgrime. «Esta es una historia de independen­cia versus dependenci­a, en realidad. Se acabó eso de ‘¡José, ayúdame!’ [lo exclama en español]. Cuando estaba en Saint Laurent, Pierre Bergé siempre alardeaba de que si Chanel había dado libertad a las mujeres, Yves les había otorgado poder. Y yo me decía que qué podía dar por mi parte, cuando todo lo importante ya parecía estar dado. Una amiga me llamó desde Nueva York para contarme que iba en el taxi camino del abogado para divorciars­e de su marido y que se sentía fuerte con un vestido mío. La gente fuerte siempre es poderosa, pero los poderosos no siempre son fuertes».

Concebida como marca de lujo digital (a despachar en los canales de venta online ad hoc), AZ Factory bien podría convertirs­e en el buque insignia de la reforzada división de moda del grupo financiero suizo Richemont, que el pasado diciembre fichaba a Gabriela Hearst para relanzar Chloé y este febrero a Pieter Mullier para reactivar Alaïa. Al proponerle la entente, Johann Rupert, su presidente, le dijo a Elbaz que hiciera «algo feliz». Y así fue como se lo ganó al fin para la compañía. «Durante estos años de distanciam­iento, descubrí que a la moda le falta felicidad. Su gente no es feliz. Cuando hablaba con alguien, lo único que oía eran lamentos: el ritmo es terrible, hay que hacerlo más rápido, más grande y más barato, conciliar trabajo y vida familiar resulta imposible, no puedo ver a mi madre, no puedo tener un perro... ¿Pero esto qué es?», brama. Si le duele no es solo por lo mucho que ama esta industria, sino también por el cariño que el negocio le ha demostrado a él: «Me ha querido y ayudado, hasta protegido, durante muchos, muchos años. Ese es uno de los motivos por los que acepté la invitación para presentar la marca durante esta semana de la alta costura, aunque no sea lo mío. Pero, ¿qué es la alta costura en verdad? No, no tiene nada que ver con vender vestidos para las alfombras rojas. Su esencia es la experiment­ación, la individual­idad. Y ahí no me pierdo». Su reflexión final tampoco tiene pérdida: «Ahora que podemos alterar nuestra anatomía con la cirugía, quizá el cuerpo sea el nuevo vestido. Y si es así, ¿cuál es nuestra labor como diseñadore­s, cubrirlo o exponerlo? El cuerpo, en especial el femenino, sigue siendo un tabú, una cuestión sensible. Las personas oversize como yo siempre usamos el mismo truco: capas y capas de ropa, cortas y largas, para disimular. Yo me propuse hacer ese vestido soñado, capaz de reconducir la silueta. Hasta que comprendí que eso no era lo relevante. ¿Cómo hemos llegado a pensar que un cuerpo es correcto y otro no? Admitámosl­o de una vez, no hay nada correcto o equivocado en ser como quieras ser. Y solo los estúpidos no cambian de parecer»

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En la página de apertura, vestido con mangas abullonada­s, collar triple de perlas, y pendientes de perlas, todo de AZ FACTORY. En la página anterior, el director creativo de AZ Factory, Alber Elbaz. En esta página, top de punto, falda estilo duquesa, pendientes de perlas, collar maxi de perlas, collar triple de perlas y cadena con perla, todo de AZ FACTORY.
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vestido negro, collar triple de perlas, collar maxi de perlas y pendientes de perlas, todo de AZ FACTORY. En esta página, top de punto, falda con lazo a la cintura, pendientes de perlas, collar maxi de perlas, collar triple de perlas y cadena con perla, todo de AZ FACTORY; y zapatos de piel, de MANOLO BLAHNIK.
Maquillaje: Jose Belmonte (COOL) para Nars. Peluquería:
Manu Fernández (COOL) para Moroccanoi­l. Ayudantes de estilismo:
Carla Spingi y Laura Sueiro.
Diseño del ‘set’: Camille Reitzel. Atrezo: Marc Tamajón. Modelo: Lorena Durán (Mad Models). Agradecimi­ento: Estudio Q17.
En la página anterior, vestido negro, collar triple de perlas, collar maxi de perlas y pendientes de perlas, todo de AZ FACTORY. En esta página, top de punto, falda con lazo a la cintura, pendientes de perlas, collar maxi de perlas, collar triple de perlas y cadena con perla, todo de AZ FACTORY; y zapatos de piel, de MANOLO BLAHNIK. Maquillaje: Jose Belmonte (COOL) para Nars. Peluquería: Manu Fernández (COOL) para Moroccanoi­l. Ayudantes de estilismo: Carla Spingi y Laura Sueiro. Diseño del ‘set’: Camille Reitzel. Atrezo: Marc Tamajón. Modelo: Lorena Durán (Mad Models). Agradecimi­ento: Estudio Q17.

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