‘Bailando sin sentido’, el antídoto contra el hastío de Mafalda.
Con una corta pero prolífica carrera a sus espaldas, MAFALDA se ha propuesto hacer de su música un antídoto contra el hastío. Y vaya si lo ha conseguido: su nuevo trabajo, ‘Bailando sin sentido’, es un cóctel melódico que confirma su proyección como una de las artistas con más futuro del firmamento musical.
La actual industria musical se rige por dos fórmulas: la de invertir en un álbum de larga duración, habitual en cualquier artista hasta hace una década; o la de urdir un goteo de sencillos que puedan constatar el éxito de un proyecto a medida que su autor va calando en el público. En el caso de Mafalda Sajonia-Coburgo (Londres, 1994), esta última le ha servido para ir fraguando su trayectoria de forma lenta, sin golpes de timón, con un paso firme. No hace mucho que su voz comenzó a sonar en las plazas musicales: «No estaba muy convencida de que pudiera dedicarme a esto hasta que, con apenas 22 años, compuse una canción llamada Don’t Let Go y la subí a una plataforma de audio en abierto, llamada SoundCloud, en el verano de 2015. Por algún motivo causó interés y me atreví a creer que yo también podía tener un hueco en esta industria», relata. Se atisba en su voz un halo de disculpa preventiva, como si tuviera que excusarse de que ese triunfo trajera después otros como el del tema Hate Me Right que se convertiría en el single de su primer EP, Daisy Chain, autoeditado en 2019. Pero si algunos podrían ver en su linaje –es hija del príncipe Kyril de Bulgaria y de la consultora de arte Rosario Nadal– un privilegio adquirido, en su actitud se percibe más humildad y discreción que cualquier gesto mínimamente pretencioso. Su familia influyó lo justo en su pasión por la música. De pequeña escuchaba con ellos a Françoise Hardy o Belle & Sebastian. Pero, de repente, descubrió a sus propios ídolos: «Recuerdo perfectamente que escuchaba a Dido sin parar, y después llegaron bandas como Coldplay, Arctic Monkeys o The Killers. De manera casi inconsciente, ya iba versionando algunos de sus temas con mi piano y mi voz», recuerda. No es baladí que algunas de ellas se colaran en sus primeros directos, con tributos a Amy Winehouse, Macy Gray o Justin Bieber.
En realidad, ese verano de 2015 por el que la artista pasa de largo fue el caldo de cultivo para su aprendizaje: fue el año en el que se mudó a Boston para estudiar en el Berklee College of Music y empezó a forjar un estilo que habla de rupturas y desencuentros con un pop rudo, sacudido y ralentizado a su antojo. «Por aquel entonces, prácticamente nadie sabía que yo cantaba, ni mucho menos que pretendía hacerlo de forma profesional. Estaba llena de vergüenza y, bueno, no fui a esa audición precisamente convencida de mi talento», rememora. Después de cantar un tema original y una versión de I’d Rather Go Blind, de Etta James, el jurado le demostró lo muy equivocada que estaba. Tres años después, hacía las maletas con destino a Nueva York.
Durante esa experiencia compuso las letras y los ritmos de Daisy Chain, urdidos con la ayuda de los productores Ian Barter y Doug Schadt. Si bien era un punto de partida idóneo para actuar en eventos de firmas como Michael Kors, Massimo Dutti o colarse en la banda sonora de anuncios televisivos (así fue como se alió con Springfield), Mafalda confiesa que en ocasiones también le pareció frustrante ver a muchos de sus colegas de profesión crecer a pasos agigantados mientras su propia evolución parecía estancada. «Mentiría si dijera que muchas veces pensaba: ‘¿Por qué ese artista y no yo?’. Pero creo que es algo intrínseco a esta industria. Aún así, reconozco que centrarme y eliminar el ruido de mi cabeza ha sido un reto bastante complicado. Por suerte, ya no pienso tanto en cómo será la reacción a este u otro tema que lanzo: simplemente intento crear, y ya veremos cómo y cuándo llegan las satisfacciones».
Es probable que, por ese motivo, haya salido algo tan redondo y disruptor como Bailando sin sentido de su cabeza, un segundo EP con el que añade oscuridad y experimentación a su corta pero prolífica carrera, un tema con el que se lanza finalmente al castellano. «Empecé a escribirlo en otoño de 2019. Por aquel entonces andaba obsesionada con el universo de la serie Euphoria y su compositor, Labrinth. Recuerdo la primera vez que escuché Miracle, y me explotó el cerebro. No tenía más intención que descargar las cosas que me rondaban, y poco a poco fue cobrando forma hacia un lugar más latino, más urbano y más oscuro que Daisy Chain». La pandemia apenas pudo frenar por unos meses un proyecto que ha acabado contando con la producción de Alizzz (Christian Quirante) o el andaluz Tunvao, y que ya ha recogido sus primeros frutos en las hipnóticas Decir adiós o Así lo hago yo, con ecos a Lana del Rey o al tropical house. Un formato audaz que no se estanca en un solo género, como ya hacen muchas artistas de su misma atmósfera, de Dora Postigo a Sandra Delaporte.
Su siguiente paso es trasladar ese sonido a los directos que la auparon en sus primeros años en la industria. «Es el mejor momento de todo el proceso. Subir a un escenario, que alguien al otro lado te escuche y que esa energía inunde ambos cuerpos. Con este trabajo, la intención era esa», recalca. «Bailando sin sentido está formado por cinco canciones que relatan la valentía de sacudirte de aquello que no necesitas, de dar puerta a lo tóxico y, por supuesto, del baile como catarsis de despedida. Puede que no lo hagamos junto a otras 20.000 personas, pero espero que este trabajo haga que el cuarto de quien me escuche se parezca, salvando las distancias, a su propia pista de baile»