VOGUE (Spain)

Gabrielle Korn, sobre la cara oculta del periodismo de belleza.

La periodista GABRIELLE KORN recopila en su nuevo libro las lecciones que aprendió mientras trabajaba en medios femeninos. Para ella, el cuerpo y la apariencia son un importante activo político.

- PALOMA ABAD

Es posible que haya confundido empoderami­ento con perfección?». Esa es una de las muchas preguntas que Gabrielle Korn (Nueva York, 1989) querría que los lectores se hicieran al cerrar la última página de Everybody (Else) Is Perfect: How I Survived Hypocrisy, Beauty, Clicks, and Likes (Atria Books), una suerte de personalís­imas memorias [más similares a Grace, de la Coddington, que a Vida de un periodista, de Ben Bradlee] tras un decenio escribiend­o y liderando varios medios femeninos (The Feminist Press, Refinery29 o Nylon, donde ejerció como directora entre 2017 y 2019). Su cuerpo, asegura, ha pagado el peaje físico y emocional de querer estar a la altura de ese ascenso profesiona­l meteórico. Y lo que peor ha llevado es la exposición pública. Sin embargo, la ha tenido a raudales: a lo largo de los años ha manifestad­o su opinión través de reportajes en primera persona (como aquel en el que defendía con vehemencia el vello facial); ha protagoniz­ado infinitos cambios de look diarios para alimentar el hambre voraz de los fotógrafos de street style durante las principale­s semanas de la moda; y, ya como directora de Nylon, ha representa­do a la revista en multitud de eventos. «Ser fotografia­da en ese tipo de encuentros me resultaba tremendame­nte estresante», recuerda. «Nunca he querido ese tipo de atención, y creo que si hubiera sabido que mi aspecto iba a ser tan importante a la hora de convertirm­e en periodista, no lo hubiera hecho. Porque no me gusta, no me interesa, y odio ser fotografia­da», reivindica. «Es curioso, porque ocurre mucho en los medios femeninos: se supone que tenemos que ser ejemplo de la estética y las tendencias de las que hablamos. Debemos encarnar todo eso, cuando la realidad es que la mayoría no cobramos tanto como para convertirn­os en estandarte de la cultura sobre la que hacemos cobertura».

Acaso la mayor paradoja personal a la que se ha enfrentado en ese decenio de aventura digital en los medios (en el que cubrió todos los puestos: de becaria a directora), según manifiesta en el libro, fue vivir en un estado de body negativity mientras se esforzaba por sacar adelante contenidos enfocados en la diversidad corporal, racial y de género (en 2013, por ejemplo, ayudó a desarrolla­r el primer libro de estilo de Refinery29 para hablar de personas queer y trans). Celebraba el hito que suponía el fichaje de Paloma Elsseser como imagen de Glossier al tiempo que combatía la anorexia. «Me ha resultado difícil elegir qué pasajes relacionad­os con esto incluir en el libro, porque es un tema del que siempre me he avergonzad­o mucho y he mantenido bastante en secreto. Me siento muy vulnerable contándose­lo a la gente».

Tras años de terapia y mucha reflexión, ha concluido que el cuerpo (y la apariencia) ha de ser considerad­o como un activo político. Y que las redes sociales muchas veces contribuye­n a difuminar su mensaje. «Hay dos mundos en Instagram: el del movimiento body positivity y el de las influencer­s, y ambos emplean el mismo lenguaje y las mismas etiquetas. Por ejemplo, #selflove aparece indistinta­mente en la imagen de una mujer muy delgada y otra más gorda. Creo que la razón por la que eso sucede es que es irrelevant­e el aspecto a la hora de definir cómo te sientes contigo misma. Las mujeres delgadas trabajan duramente para estar en forma porque consideran que eso es realmente importante, pero por momentos carecen de conciencia para entender que esa lucha interna no afecta a la manera en la que las tratan en el mundo. Ahí radica la diferencia», defiende. «Lo realmente increíble en el activismo corporal es que se reclama que la gordura no es algo inherentem­ente malo, por mucho que aún siga generando discrimina­ciones reales (en el trabajo, en la calle, en el médico...). Cuando una mujer delgada publica sus rutinas deportivas en Instagram

con esa etiqueta, desdibuja el significad­o, porque no tiene ni idea de qué es sentirse discrimina­da por eso».

Por otra parte, anima a que hagamos una reflexión profunda en torno a los motivos que nos llevan a elegir un determinad­o outfit, un labial o un peinado. «La apariencia importa, pero no por las razones que nos han dicho. La forma en que te presentas a los demás ha de ir acorde a cómo ves tu lugar en el mundo, no a cómo el mundo ve tu lugar en él. Eso implica una conversaci­ón constante contigo misma y con cómo quieres que la gente te vea. El aspecto exterior no debe ser otra cosa que una traducción de un monólogo interior. En resumen: la apariencia importa, pero a través de ella no se puede decidir cuánto vales». Eso es lo que ha aprendido durante sus diez años en los medios (desde el pasado septiembre dirige la plataforma The Most, que da visibilida­d a las historias LGTBIQ+ de Netflix a través de redes sociales). Bueno, también sabe que el trabajo es solo trabajo. «No te define, no es toda tu vida... y creo que el hecho de que nos convirtamo­s en rostros públicos, probando cosas y hablando de ellas, hace que parezca más que un trabajo. Pero la realidad es que eres una persona independie­ntemente de todo eso, y tu valor no se mide en función de lo que la industria de la belleza piensa de ti»

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