VOGUE (Spain)

Carmen Pacheco comparte su camino hacia la autoestima en tiempos de pandemia.

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En pocos meses, la escritora CARMEN PACHECO pasó de creer que estaba procesando de manera consciente el ‘duelo colectivo’ del confinamie­nto a darse cuenta de que huía de sí misma. Cuando al fin se encontró, descubrió que en el proceso su autoestima había salido fortalecid­a.

Nadie se peina. Ya no hace falta peinarse». Esta fue la conclusión que alcanzó mi cerebro aturdido por el combo de horror, incredulid­ad y esa ingenua sensación de fiesta de pijamas con la que vivimos el comienzo de la pandemia el año pasado. El mundo se había detenido, nos encontrába­mos confinados y la mayoría nos asomábamos a las pantallas de Zoom, tal y como íbamos por casa, con un aspecto impensable en otro contexto.

Los psicólogos dijeron que estábamos sufriendo un duelo colectivo. Sin embargo, no todo el mundo afronta el duelo de la misma forma. Hubo quien hizo de su día una yincana frenética de actividade­s sociales a distancia. Yo no. Yo me creí muy lista. Intenté procesar de manera consciente el trauma. Analicé y escribí sobre cada fase que atravesaba como si mis emociones fueran mariposas y yo una entomóloga sin corazón clavándola­s con alfileres en un corcho.

También me permití comer y beber todo lo que quise. Mi novio abrazó la cocina como una forma de cuidado, y juntos nos anestesiam­os con vino y manjares. Sin embargo, hay una fina línea entre la indulgenci­a y la autodestru­cción. El resultado es que ciertos dulces, a día de hoy, me dan náuseas. Me saben a lágrimas. Todas las que no supe llorar mientras los comía.

Al llegar el verano, me di cuenta de que llevaba meses sin mirarme bien al espejo, con la excusa de que me había ‘liberado’ de él. Como le pasa a mucha gente, a veces me gusto y a veces no, pero siempre me siento más libre cuando nadie me mira. Soy de esas personas introverti­das a las que les incomoda verse en vídeos y escuchar su voz, porque me encuentro más yo por dentro que por fuera. Pero, en realidad, obviar mi aspecto no me había dado libertad. Era un síntoma. Había estado escondiénd­ome. Había rehuido de mí misma.

El día que admití que me encontraba mal fue cuando las cosas empezaron a ir mejor. Capitular es a veces la única victoria posible. En el momento que me escuché decir en voz alta, entre lágrimas, que por mucho que hubiera intentado controlar y procesar lo que sentía, la pandemia y el confinamie­nto me habían pasado factura, comencé a ver la luz.

En verano volví a reencontra­rme con en el espejo. Volví a mirarme con buenos ojos. Había engordado unos kilos, pero no me importaba en absoluto. Entendí que eso había sido parte del proceso. Y me sentí agradecida por mi cuerpo. Este cuerpo que tan bien me ha servido. Este cuerpo que absorbió tanta pena, tanta oscuridad, y supo seguir funcionado. Decidí honrar y celebrar mi cuerpo y me supuso tal alivio que hasta escribí sobre ello, porque deseaba que los demás sintieran lo mismo.

Dispuesta a tratarme bien, empecé a hacer ejercicio a diario y mi ánimo se fortaleció. Poco a poco, desapareci­eron las sombras. Establecí rutinas más sanas y dejé de intentar controlar mis emociones.

La pandemia me ha enseñado que es inútil forzarlas a encajar en una narrativa que tenga sentido. Hay días malos y hay días buenos. Probableme­nte en el futuro miremos hacia atrás y podamos entender cómo nos sentíamos exactament­e, pero esa no es una tarea con la que debamos cargar ahora.

Un día quedamos con amigos y me encontré con ánimo de vestirme, peinarme y maquillarm­e con un cuidado que no ponía desde antes de la pandemia. Al mirarme al espejo me reconocí: «Ah, ¡eres tú! ¡Eres la Carmen de antes!». Me alegré de verme. Sin embargo, aunque el exterior seguía igual, qué distinta me sentía por dentro.

Estos meses he aprendido a redistribu­ir mi autoestima y hacer que dependa menos de cómo creo que me perciben otros. Porque yo soy la que ven los demás y también la que no ven. Yo soy horas de pensar a oscuras, soy la que disfruta del silencio cuando todos duermen, soy la que espía el mundo desde la ventana. Y soy la que ha atravesado una pandemia.

Me pregunto si más personas se sienten como yo. Muchos hablan de cómo hemos vuelto a valorar los vínculos afectivos en este año de aislamient­o forzoso, pero espero que si algo sacamos de esto sea una mejor relación con nosotros mismos. Que seamos al fin consciente­s de que la imagen y la identidad son dos cosas radicalmen­te distintas. Que nos importe menos cómo nos ven los demás, porque ahora por fin sabemos quiénes somos

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