‘Gorpcore’, la tendencia que busca la comodidad y la funcionalidad en nuestro día a día.
Pese a su merecida proclamación como uniforme incontestable del último año, ANA GARCÍASIÑERIZ no sucumbe a la tentación del chándal. Aquí, las razones de un histórico desencuentro.
Todo empezó, hace ya unos cuantos lustros, cuando el fitness y todo lo sano se pusieron de moda. No es que antes nos pudiera la mala vida, que va en gustos, pero ahí están las abuelas, con más de ochenta años, sin haber hecho ni una sentadilla si no era para cargar la lavadora, viendo The Crown y, pegándose sus buenos paseos para comprar el pan. Que el deporte, tal y como lo entienden algunas de las reinas del fitness de Instagram, sea equivalente a longevidad, no es una fórmula tan simple como la de dos más dos son cuatro.
Con esta moda del wellbeing, actrices, cantantes y modelos iban directas del gimnasio a casa, pasando por el SUV negro, vestidas con mallas y como único complemento, un líquido verde en un vaso gigante, que imaginamos supersaludable a la par que poco apetecible, como casi todo lo que tiene que ver con esto del corpore sano. De imágenes de paparazzi no teníamos más que o fotos de alfombra roja o escenas heroicas a la salida del gimnasio.
Por otro lado, y no menos relevante, el chándal, y todos sus derivados, prendas de tejidos más o menos elásticos, más o menos brillantes, más o menos cómodos y adaptados para las necesidades deportivas, pasaron, hace ya unas cuantas décadas, de las canchas, a convertirse en el uniforme oficial del preso. Relegado el pijama de rayas del entorno penitenciario a los tebeos de Ibáñez, banqueros y yuppies de los voraces 80, impecablemente vestidos como Michael Douglas en Wall Street, dejaban a la entrada del presidio las camisas de cuello y puños blancos y los gemelos de Bvlgari, para plantarse un chándal, y mimetizarse con sus compañeros de celda con la idea de sobrevivir. Y ya se sabe que, en moda, de las cárceles a la calle, no hay más que un paso, como han demostrado largamente tanto los tatuajes como los pantalones caídos de los raperos, inspirados en los presos a los que confiscaban el cinturón, como medida de precaución en cuanto entraban en chirona.
El atuendo deportivo traspasó fronteras, y de famosas, convictos y raperos llegó hasta el armario del más común de los mortales. Tanto que, incluso una hater del chandalismo como yo misma, se atrevió a salir a la calle (una o dos veces, lo más), con uno de esos modelitos deportivos de pata suelta y chaquetita ajustada con cremallera, con mi nombre bordado en el pecho.
Afortunadamente, no quedó constancia gráfica, solo constancia en el fondo del armario de lo que no te pones, pero no te atreves a tirar, como recordatorio de que, en cuestiones de moda, uno ha de ser fiel a sus principios, y no dejarse llevar por impulsos pasajeros ni estrellas del pop con pasado edulcorado en las filas de Disney. Sí existe constancia fotográfica de la misma guisa, en chándal de terciopelo, no solo azul sino verde, y hasta rosa chicle,
de Britney Spears, Paris Hilton y Jennifer Lopez (también conocida como Jenny From The Block), barriguilla al aire, en plan musas del
streetstyle, luciendo uno de esos conjuntitos aterciopelados de Juicy Couture, pintiparados para señoras que juegan al golf en Florida, pero en las antípodas de lo que llevaría cualquiera de los cisnes de Capote en un almuerzo en Nueva York.
Y entonces llegó la pandemia. El confinamiento en el que flotamos desde hace más de doce meses –vivimos en una eterna cárcel sin carceleros– no ha hecho más que convertirnos en reos de nuestras reuniones por Zoom, Teams, FaceTime y, por supuesto, el vídeo de WhatsApp, y apostar, por encima de todo, por la comodidad. Por la camiseta y el legging: el comfortwear. Para trabajar. Para estudiar. Para comer. Y al final, hasta para salir (poco, muy poco). Para todo, además de para entrenar.
El legging tuvo años de vergonzoso ostracismo; fue desterrado con oprobio de nuestros armarios. ¡Ay, de quien se atreviera a salir a la calle con ellos! Cualquier persona elegante que se preciara, en esos cuestionarios a los que tan aficionados somos en las revistas de moda, cuando se le preguntaba: «¿Qué prenda no te pondrías nunca?», respondía, indefectiblemente: «Un legging». Pero, caretas fuera, son comodísimos y calentitos. Y para estar por casa teletrabajando, cuando nadie te ve la parte de abajo, la verdad, ancha es Castilla.
Ventajas del Zoom. O de ser una supermodelo y tener tipazo. Ya en 2021, influencers y modelos se pasean de Los Ángeles a París, con mascarilla y sin complejos: enfundadas en sus ajustadísimos
leggings. Aunque, eso es cierto, todavía no se hayan atrevido a traspasar la última frontera (sin retorno) del comfortwear: la del jegging. Mezcla de jean y de legging, es una prenda muy desaconsejada si se quiere conservar algo de dignidad.
Así que, lector o lectora, si te sientes tentado por el mosaico de bonitas fotos de tendencia, con diversas versiones del comfortwear que acompañan a esta columna y vienes buscando una excusa para vivir la vida en chándal: forget it. Ni siquiera si ese eventual lector fuera Nicolás Maduro, o incluso Chávez, o Fidel Castro, desde el más allá, quienes consiguieron hacer del chándal el uniforme de una ideología; aquí se reivindica el vestirse para salir. Para comer. Para vivir. Nadie será capaz de negar que, incluso un revolucionario, de caqui militar de toda la vida, con gorra y estrella roja a lo Che Guevara, convence más y mejor a las masas que uno con chándal tricolor.
El año de la pandemia ha castigado duramente al sector textil, ropa deportiva aparte. Según la consultora McKinsey, la venta de prendas de moda sufrió una caída del 30% en el mundo, llegando casi al 40% en nuestro país, según la Asociación Empresarial del Comercio Textil y Complementos de la Comunidad de Madrid, ACOTEX. Y un mercado que ha padecido especialmente, y que ya venía tocado, por culpa del otrora vilipendiado legging, es el de los jeans. Curiosamente, muchas de las colecciones que han anticipado la primavera tienen el denim como inspiración. Hace meses –más de un año ya– que muchos zapatos de tacón acumulan polvo, muy seriecitos, unos al lado de los otros, junto a vestidos, camisas y pantalones de tejidos sin gota de elastán, y otras prendas del wear a secas, a la espera del día en que puedan salir a la calle a taconear. Los escaparates recuperan poco a poco la alegría. Queda nada, pero por fin, podremos salir a la calle, dejando pijama, bajo la almohada, y chándal, en la bolsa de gimnasia, de donde nunca debió de salir.
Bueno vale, quizás podamos llevar alguna prenda de estilo deportivo. En el fondo, cada vez hay diseños más apetecibles. E inevitablemente, forman parte de nuestro universo. Pero si salimos a la calle, hagámoslo vestidos, de verdad