Es el sentido más desconocido y ahora reivindica su poder de evocación.
Forma parte de la vida diaria de forma involuntaria e inconsciente, es capaz de generar emociones y emitir mensajes. Está en conexión directa con el cerebro y la memoria, posee un gran poder de evocación y, sin embargo, no se valora su importancia hasta que se pierde. La anosmia, una de las más comentadas secuelas físicas de la COVID-19 ha puesto en el punto de mira al sentido más desconocido.
No olemos con la nariz, olemos con el cerebro. Entre ambos hay una conexión directa y muy primitiva. Pura química. «Evolutivamente, el cerebro era olfativo. A partir de ahí se fueron desarrollando el resto de la corteza cerebral y todas las estructuras cerebrales. Cuando una molécula odorante llega a la nariz, más concretamente al epitelio olfativo –zona donde están las primeras neuronas que contactan con el exterior y las únicas situadas fuera del cerebro–, se produce un acoplamiento, como el de una llave y su cerradura. La información (moléculas químicas) pasa, se transforma en información eléctrica y llega al cerebro. Ahí está todo el procesamiento», explica la neurocientífica Laura López-Mascaraque, investigadora del Instituto Cajal del CSIC y presidenta de la Red Olfativa española, institución cuyo objetivo es dar visibilidad al sentido del olfato. «Este es el único que está en contacto directo con lo que llamamos cerebro emocional y además no tiene ningún filtro. Cuando procesamos la información visual o auditiva, esta pasa por una especie de filtro dentro del cerebro y luego llega a su destino. Sin embargo, esto no sucede en el sistema olfativo. Es totalmente irracional. Las neuronas que están en la nariz cogen directamente esa información y la llevan a la parte del cerebro donde están la memoria y las emociones». Su importancia es incuestionable desde el momento en que nacemos. «Un bebé solo se maneja a través de oler y chupar a la madre o lo que tiene a mano. Toda su comunicación inicial es química. Por el contrario, el resto de los sentidos son físicos. La vista, por ejemplo, opera a través de longitudes de onda», apunta la científica.
Esto es solo un avance de la relevancia del sentido más ninguneado de todos. «Es el más denostado en cuanto a investigación y poco valorado en general, ya que el 80% de la información que podamos recibir por vía visual es predominante frente a la que llega de otros sentidos», corrobora Daniel Figuero, Fragrance Ambassador internacional de Dior, psicólogo, escritor y autor de Contraperfume (Ed. Superflua), que sale este mes de abril. «No se aprecia su valor real hasta que se pierde». Y la Covid-19 nos lo está demostrando. Antes de aterrizar la pandemia, pocos conocían la palabra anosmia. Sabíamos como se llaman las personas que no ven o las que no oyen, pero ¿y las que no huelen?
En cuanto a la intervención social, el olfato también juega un papel destacado. Incluso a la hora de elegir pareja. «Se han hecho experimentos en los que se daba a oler a un grupo de personas camisetas de personas del sexo contrario que habían estado sin lavarse o sin usar desodorante durante dos o tres días, pidiéndoles elegir una por el olor. Asimismo, se les mostraba fotos de esas personas y se les pedía elegir visualmente. Al final, se observaba una mayor conexión con la persona elegida por el olfato que por la vista», refiere la neurocientífica. Un experimento que en la vida real adquiere significado cuando se habla de la química entre las personas. Y es que, aunque el flechazo se defina como amor a primera vista, sería más acertado hablar de amor al primer olfato.
Quizás una de las cosas más sorprendentes, señala la investigadora, es que cada uno de nosotros tenemos un olor totalmente distinto al de cualquier otra persona, excepto en el caso de los gemelos idénticos. Es como la huella digital. «Esta especie de huella olfativa permite, por ejemplo, detectar si una persona está en un momento determinado en un sitio. De hecho, los perros lo hacen. A un perro le das una camiseta y puede encontrar a una persona simplemente por el olor». Esta singularidad tiene un componente genético. «El sistema olfativo es muy peculiar. Entre el 3% y el 5% de todo el genoma humano se dedica al olfato. Tenemos una gran cantidad de genes, casi cuatrocientos, dedicados a esto», explica la científica y refiere que los millones de bacterias de nuestro organismo y la interacción que tenemos con ellas, sobre todo con las que se localizan en zonas como axilas, pies o manos, es lo que nos va a dar ese olor determinado. «Y por muchos perfumes que utilicemos, cada uno tiene su propio olor identificante».
Multitud de factores influyen en que unos olores nos atraigan o desagraden pero, en esto, asegura Figuero, prevalece la educación olfativa, el entorno familiar o local. «La emoción que nos genera una fragancia puede estar condicionada por los recuerdos. Podemos sentirnos arropados si nos cruzamos con alguien que lleva la misma que usaba nuestra abuela». Si la emoción inclina la balanza a la hora de categorizar un aroma, el contexto también desempeña un papel destacado: «Aporta estímulos que encajan con la información de la que disponemos. Por ejemplo, expone el embajador de Dior, podemos apreciar en una fragancia un aroma a limón aunque no lo lleve (puede tener otras notas cítricas, como mandarina o bergamota) y esa apreciación puede fluctuar si nos encontramos fuera o dentro de una perfumería, en casa o en un lugar desconocido». Esta mochila olfativa que cada uno lleva se construye básicamente en la infancia, y en ella hay que incluir también un componente cultural. Hay olores que gustan mucho en unos países y en otros, por el contrario, producen rechazo. «Recuerdo en Marruecos, el horrible olor de la zona donde trabajan con pieles y cueros. Pero ahí estaba la gente, pululando sin ningún tipo de problema, porque estaban acostumbrados y, de alguna manera, tenían ya saturados los receptores olfativos para ese determinado tipo de moléculas. Aún así, hablando con ellos, decían que no era algo que les molestase y echarían de menos el no tenerlo», cuenta la presidenta de la Red Olfativa española. Ese sesgo cultural, dice, también está presente a la hora de identificar o reconocer los olores y refiere un taller realizado en Estados Unidos en el que se daba a oler una mezcla de naranja y canela. «Al preguntar por el olor característico de la mezcla, en España, todo el mundo huele la naranja y, sin embargo, en Estados Unidos todos olían la canela, teniendo en ambos casos la misma concentración».
Por esa íntima conexión olfato-cerebro, los aromas han demostrado también su influencia en el estado de ánimo. Lo mismo que con los colores, hay una psicología de los olores. «Sabemos que los cítricos, por ejemplo, o algunas plantas como la menta tienen efectos estimulantes», explica Daniel Figuero, y constata cómo el pasado año, en pleno confinamiento, aumentó la demanda del perfume Escale à Portofino, «probablemente por el bienestar y la sensación de naturaleza que genera. La psicología de los aromas se dirige a descubrir las conexiones entre las fragancias y un amplio espectro de emociones, desde la felicidad hasta la autoconfianza. Es una ciencia joven que nació a principios de los ochenta. Japón encabezó esta investigación y marcó protocolos en los que se mide la actividad cardíaca, la temperatura corporal o la dilatación de las pupilas». No obstante, aún quedan muchos secretos por descubrir. «Se prevé una tendencia en la que los perfumes dejen de lado cierta unicidad estética para plantearse como aromas de bienestar, aportando sensaciones que van más allá de un olor agradable», resume Figuero. Y es que ese poder de despertar sentimientos y emociones es una de las facetas más fascinantes de los olores. «Aún me impresiona la rapidez con la que se generan estas reacciones: alegría, tristeza,
relajación, confort, energía. He llegado a ver personas llorar al oler un perfume», apunta Elizabeth Vidal, sillón Bergamota de la Academia del perfume y perfumista sénior de Puig.
Esto no ha hecho más que empezar. Según el estudio Reshaping the Future of Fragrance realizado por la plataforma de información de belleza Beautystreams, «sabemos que los diferentes aromas apoyan distintos tipos de actividad mental. No se pueden negar los efectos de la fragancia en la psique. Las neurociencias han revelado mecanismos neurológicos previamente desconocidos y han abierto posibilidades de dominar la génesis de las emociones y la forma en que se relacionan con los estímulos fragantes. Podemos imaginar que algún día seremos capaces de controlar el vínculo causal directo entre un olor específico y una emoción». Para los autores del informe, esto abrirá nuevas vías de innovación en lo que respecta a la personalización de fragancias. «El nuevo modelo está pasando de intentar coincidir con el gusto y la personalidad del consumidor para ajustarse a su ADN y código genético, gracias a una evaluación científica de su estado físico y mental. Ya es posible acelerar y potenciar las funciones cognitivas gracias a la potente sinergia con aromas específicos. Este es el nuevo antídoto para la estandarización».
Pero además de emociones, el olor transmite mensajes, hecho del que tampoco se suele ser consciente. «Muchas veces notamos malas vibraciones en una sala sin saber su origen, y tal vez haya habido antes una discusión acalorada. Las emociones generan cambios en nosotros que pueden modificar nuestro olor. Por eso conviene ventilar bien todas las estancias. Perfumarnos puede aportar ese extra de seguridad ante los conflictos y enviar ese mensaje», apunta Figuero.
Junto a la falta de reconocimiento, el sentido del olfato carece también de un lenguaje propio. Es muy difícil verbalizar los olores. Siempre se dice ‘huele como’, ‘huele a’... y eso se debe a que no hay un aprendizaje olfativo. «De pequeños a todos nos enseñan los colores, las palabras, pero nunca te dicen ‘huele algo’», expone la investigadora. «El problema está en que no hay palabras para definirlos muchas veces». Sin embargo, algunas tribus pueden definir más los olores y tienen más palabras que nosotros para precisarlos. En nuestra cultura normalmente utilizamos el término que define lo que estamos oliendo. Por eso, quienes trabajan con el olfato (enólogos, perfumistas...) entrenan la nariz para poder llegar a memorizar un olor y verbalizarlo.
Agustí Vidal es una de esas personas. Perfumista de la casa Symrise y ocupante del sillón Magnolia de la Academia del Perfume, este químico de formación llegó al mundo de los olores de forma tan casual que ni siquiera se había planteado la existencia de un personaje responsable de crear los perfumes cuyos frascos adornaban el tocador de su madre. Tras más de 40 años de carrera ha aprendido muchas cosas de este sentido oculto. Destaca dos: «El poder extraordinario a nivel fisiológico, pero más aún a nivel emocional, del olor; y la necesidad de trabajar la empatía con las necesidades y aspiraciones de los futuros usuarios de nuestras creaciones». En este sentido, reivindica la importancia de las bases culturales a la hora de desarrollar una fragancia. «Aunque la globalización puede tener grandes beneficios para las marcas, estas no deberían construirse en detrimento de la singularidad. El mundo es mucho más interesante con su diversidad de olores y los mercados deben estar atendidos también según su singularidad. Si algún día desaparecieran Nenuco, Moussel o Mistol del mercado español, algo huérfanos nos quedaríamos», sentencia.
También química de formación, pero con la convicción desde muy joven de hacer carrera en la perfumería, Elizabeth Vidal subraya cómo a base de entrenar y educar el olfato los narices adquieren la capacidad de interpretar un concepto, unos valores, un color o un ambiente a partir de una paleta extensísima de ingredientes –más de 2.000– y millones de combinaciones y proporciones posibles. «Esa generación inagotable de creaciones olfativas nos permite expresarnos partiendo de nuestra cultura, preferencias olfativas y experiencias». Asimismo, subraya como este sentido participa de forma involuntaria y casi inconsciente, pero muy activa, en nuestra vida diaria. «No solo interviene en la sensación de bienestar o autoconfianza, genera una atracción física, nos hace salivar y nos alerta sobre el peligro, sino que también contribuye a potenciar el sabor junto al sentido del gusto. Sin él, los alimentos no se perciben igual», explica la perfumista. Lo corrobora el chef dos estrellas Michelin Ramón Freixa. «Si bien un plato responde a los cinco sentidos, el gusto y el olfato juegan un papel protagonista. Ambos están estrechamente relacionados. La información que captan tanto las papilas gustativas de la lengua como los receptores olfativos de la nariz se comunica al cerebro y esto permite que los sabores sean reconocidos. Necesitamos no solo del gusto, también del olfato, para identificar la mayoría de los sabores. Si nos tapamos la nariz o estamos resfriados apenas somos capaces de percibirlos».
Todo huele, hasta el agua (aunque no seamos capaces de detectarlo) y lo mismo que hacen perfumistas y enólogos, cualquiera puede entrenar su olfato. «Es tan sencillo como oler las especias que tengas en casa mientras repites su nombre. Si coges la pimienta y estás 15 días oliéndola, al final eres capaz de oler un vino e identificar el aroma a pimienta y verbalizarlo», explica López-Mascaraque. Educar el olfato, desde luego, requiere memoria. También depende de los receptores olfativos. Por ejemplo, explica la investigadora, «una vez que te acostumbras a un perfume te saturas los receptores, entonces ya forma parte de ti misma y no te hueles. Como no hueles tu casa. Cada hogar tiene un olor característico y, sin embargo, entras a tu casa y no te huele a nada en general. No obstante, lo bueno que tienen estas neuronas que llevan la información al cerebro y se acoplan a las mucosas olfativas es que son de las pocas que hay en el cerebro que se están renovando cada 30 o 40 días. Algo parecido puede suceder por una exposición continuada a contaminación olfativa –olores muy fuertes de algunos químicos– que perturba la capacidad de procesar los olores, provocando una anosmia. Esta alteración que, desafortunadamente, se ha hecho muy popular con la COVID-19 y que ha sufrido hasta el 88% de los pacientes afectados por el virus, suele remitir de forma espontánea, pero en torno a un 20% no lo consiguen, o no del todo. Para estimular esa recuperación, los especialistas emplean la reeducación olfatoria. «Consiste en entrenar y rehabilitar el olfato para ejercitar la memoria olfativa y poco a poco ir recuperando el olfato (y el gusto). Para ello, explica el doctor Raimundo Gutiérrez Fonseca, secretario general de la Sociedad Española de Otorrinolaringología, exponemos al paciente a sustancias odorantes durante unos 30 segundos varias veces al día, según la fase, y lo acompañamos de un estímulo visual». En esta línea, se pueden encontrar en farmacias kits, como Olfae, de Arkopharma, compuestos por aceites esenciales para estimular la vía olfatoria y recuperar la funcionalidad perdida
En la doble página de apertura, la modelo lleva corsé vıntage; blazer de SÁNCHEZ-KANE; camisa de GUCCI; y medias de LATEX DISCIPLINE. En la página siguiente, chamarra, top, choker y cinturón, todo de PRADA; y pendientes de SWAROVSKI.
Peluquería y maquillaje: Ana G de V. Peluquería: Mariana Palacios. Estilismo: Chino Castilla. Ayudantes de estilismo: Ximena Moreno y Fabrizio Obregón. Ayudante de fotografía: Juan Ricardo Álvarez. Diseño del ‘set’: Sofia Rivera y Gabriela Salazar de La Musa de las Flores. Localización: jardín de La Musa de las Flores. Modelo: Sorachi (Wanted & Bang).