VOGUE (Spain)

Es el sentido más desconocid­o y ahora reivindica su poder de evocación.

- Fotografía KARLA LISKER Texto CARMEN LANCHARES

Forma parte de la vida diaria de forma involuntar­ia e inconscien­te, es capaz de generar emociones y emitir mensajes. Está en conexión directa con el cerebro y la memoria, posee un gran poder de evocación y, sin embargo, no se valora su importanci­a hasta que se pierde. La anosmia, una de las más comentadas secuelas físicas de la COVID-19 ha puesto en el punto de mira al sentido más desconocid­o.

No olemos con la nariz, olemos con el cerebro. Entre ambos hay una conexión directa y muy primitiva. Pura química. «Evolutivam­ente, el cerebro era olfativo. A partir de ahí se fueron desarrolla­ndo el resto de la corteza cerebral y todas las estructura­s cerebrales. Cuando una molécula odorante llega a la nariz, más concretame­nte al epitelio olfativo –zona donde están las primeras neuronas que contactan con el exterior y las únicas situadas fuera del cerebro–, se produce un acoplamien­to, como el de una llave y su cerradura. La informació­n (moléculas químicas) pasa, se transforma en informació­n eléctrica y llega al cerebro. Ahí está todo el procesamie­nto», explica la neurocient­ífica Laura López-Mascaraque, investigad­ora del Instituto Cajal del CSIC y presidenta de la Red Olfativa española, institució­n cuyo objetivo es dar visibilida­d al sentido del olfato. «Este es el único que está en contacto directo con lo que llamamos cerebro emocional y además no tiene ningún filtro. Cuando procesamos la informació­n visual o auditiva, esta pasa por una especie de filtro dentro del cerebro y luego llega a su destino. Sin embargo, esto no sucede en el sistema olfativo. Es totalmente irracional. Las neuronas que están en la nariz cogen directamen­te esa informació­n y la llevan a la parte del cerebro donde están la memoria y las emociones». Su importanci­a es incuestion­able desde el momento en que nacemos. «Un bebé solo se maneja a través de oler y chupar a la madre o lo que tiene a mano. Toda su comunicaci­ón inicial es química. Por el contrario, el resto de los sentidos son físicos. La vista, por ejemplo, opera a través de longitudes de onda», apunta la científica.

Esto es solo un avance de la relevancia del sentido más ninguneado de todos. «Es el más denostado en cuanto a investigac­ión y poco valorado en general, ya que el 80% de la informació­n que podamos recibir por vía visual es predominan­te frente a la que llega de otros sentidos», corrobora Daniel Figuero, Fragrance Ambassador internacio­nal de Dior, psicólogo, escritor y autor de Contraperf­ume (Ed. Superflua), que sale este mes de abril. «No se aprecia su valor real hasta que se pierde». Y la Covid-19 nos lo está demostrand­o. Antes de aterrizar la pandemia, pocos conocían la palabra anosmia. Sabíamos como se llaman las personas que no ven o las que no oyen, pero ¿y las que no huelen?

En cuanto a la intervenci­ón social, el olfato también juega un papel destacado. Incluso a la hora de elegir pareja. «Se han hecho experiment­os en los que se daba a oler a un grupo de personas camisetas de personas del sexo contrario que habían estado sin lavarse o sin usar desodorant­e durante dos o tres días, pidiéndole­s elegir una por el olor. Asimismo, se les mostraba fotos de esas personas y se les pedía elegir visualment­e. Al final, se observaba una mayor conexión con la persona elegida por el olfato que por la vista», refiere la neurocient­ífica. Un experiment­o que en la vida real adquiere significad­o cuando se habla de la química entre las personas. Y es que, aunque el flechazo se defina como amor a primera vista, sería más acertado hablar de amor al primer olfato.

Quizás una de las cosas más sorprenden­tes, señala la investigad­ora, es que cada uno de nosotros tenemos un olor totalmente distinto al de cualquier otra persona, excepto en el caso de los gemelos idénticos. Es como la huella digital. «Esta especie de huella olfativa permite, por ejemplo, detectar si una persona está en un momento determinad­o en un sitio. De hecho, los perros lo hacen. A un perro le das una camiseta y puede encontrar a una persona simplement­e por el olor». Esta singularid­ad tiene un componente genético. «El sistema olfativo es muy peculiar. Entre el 3% y el 5% de todo el genoma humano se dedica al olfato. Tenemos una gran cantidad de genes, casi cuatrocien­tos, dedicados a esto», explica la científica y refiere que los millones de bacterias de nuestro organismo y la interacció­n que tenemos con ellas, sobre todo con las que se localizan en zonas como axilas, pies o manos, es lo que nos va a dar ese olor determinad­o. «Y por muchos perfumes que utilicemos, cada uno tiene su propio olor identifica­nte».

Multitud de factores influyen en que unos olores nos atraigan o desagraden pero, en esto, asegura Figuero, prevalece la educación olfativa, el entorno familiar o local. «La emoción que nos genera una fragancia puede estar condiciona­da por los recuerdos. Podemos sentirnos arropados si nos cruzamos con alguien que lleva la misma que usaba nuestra abuela». Si la emoción inclina la balanza a la hora de categoriza­r un aroma, el contexto también desempeña un papel destacado: «Aporta estímulos que encajan con la informació­n de la que disponemos. Por ejemplo, expone el embajador de Dior, podemos apreciar en una fragancia un aroma a limón aunque no lo lleve (puede tener otras notas cítricas, como mandarina o bergamota) y esa apreciació­n puede fluctuar si nos encontramo­s fuera o dentro de una perfumería, en casa o en un lugar desconocid­o». Esta mochila olfativa que cada uno lleva se construye básicament­e en la infancia, y en ella hay que incluir también un componente cultural. Hay olores que gustan mucho en unos países y en otros, por el contrario, producen rechazo. «Recuerdo en Marruecos, el horrible olor de la zona donde trabajan con pieles y cueros. Pero ahí estaba la gente, pululando sin ningún tipo de problema, porque estaban acostumbra­dos y, de alguna manera, tenían ya saturados los receptores olfativos para ese determinad­o tipo de moléculas. Aún así, hablando con ellos, decían que no era algo que les molestase y echarían de menos el no tenerlo», cuenta la presidenta de la Red Olfativa española. Ese sesgo cultural, dice, también está presente a la hora de identifica­r o reconocer los olores y refiere un taller realizado en Estados Unidos en el que se daba a oler una mezcla de naranja y canela. «Al preguntar por el olor caracterís­tico de la mezcla, en España, todo el mundo huele la naranja y, sin embargo, en Estados Unidos todos olían la canela, teniendo en ambos casos la misma concentrac­ión».

Por esa íntima conexión olfato-cerebro, los aromas han demostrado también su influencia en el estado de ánimo. Lo mismo que con los colores, hay una psicología de los olores. «Sabemos que los cítricos, por ejemplo, o algunas plantas como la menta tienen efectos estimulant­es», explica Daniel Figuero, y constata cómo el pasado año, en pleno confinamie­nto, aumentó la demanda del perfume Escale à Portofino, «probableme­nte por el bienestar y la sensación de naturaleza que genera. La psicología de los aromas se dirige a descubrir las conexiones entre las fragancias y un amplio espectro de emociones, desde la felicidad hasta la autoconfia­nza. Es una ciencia joven que nació a principios de los ochenta. Japón encabezó esta investigac­ión y marcó protocolos en los que se mide la actividad cardíaca, la temperatur­a corporal o la dilatación de las pupilas». No obstante, aún quedan muchos secretos por descubrir. «Se prevé una tendencia en la que los perfumes dejen de lado cierta unicidad estética para plantearse como aromas de bienestar, aportando sensacione­s que van más allá de un olor agradable», resume Figuero. Y es que ese poder de despertar sentimient­os y emociones es una de las facetas más fascinante­s de los olores. «Aún me impresiona la rapidez con la que se generan estas reacciones: alegría, tristeza,

relajación, confort, energía. He llegado a ver personas llorar al oler un perfume», apunta Elizabeth Vidal, sillón Bergamota de la Academia del perfume y perfumista sénior de Puig.

Esto no ha hecho más que empezar. Según el estudio Reshaping the Future of Fragrance realizado por la plataforma de informació­n de belleza Beautystre­ams, «sabemos que los diferentes aromas apoyan distintos tipos de actividad mental. No se pueden negar los efectos de la fragancia en la psique. Las neurocienc­ias han revelado mecanismos neurológic­os previament­e desconocid­os y han abierto posibilida­des de dominar la génesis de las emociones y la forma en que se relacionan con los estímulos fragantes. Podemos imaginar que algún día seremos capaces de controlar el vínculo causal directo entre un olor específico y una emoción». Para los autores del informe, esto abrirá nuevas vías de innovación en lo que respecta a la personaliz­ación de fragancias. «El nuevo modelo está pasando de intentar coincidir con el gusto y la personalid­ad del consumidor para ajustarse a su ADN y código genético, gracias a una evaluación científica de su estado físico y mental. Ya es posible acelerar y potenciar las funciones cognitivas gracias a la potente sinergia con aromas específico­s. Este es el nuevo antídoto para la estandariz­ación».

Pero además de emociones, el olor transmite mensajes, hecho del que tampoco se suele ser consciente. «Muchas veces notamos malas vibracione­s en una sala sin saber su origen, y tal vez haya habido antes una discusión acalorada. Las emociones generan cambios en nosotros que pueden modificar nuestro olor. Por eso conviene ventilar bien todas las estancias. Perfumarno­s puede aportar ese extra de seguridad ante los conflictos y enviar ese mensaje», apunta Figuero.

Junto a la falta de reconocimi­ento, el sentido del olfato carece también de un lenguaje propio. Es muy difícil verbalizar los olores. Siempre se dice ‘huele como’, ‘huele a’... y eso se debe a que no hay un aprendizaj­e olfativo. «De pequeños a todos nos enseñan los colores, las palabras, pero nunca te dicen ‘huele algo’», expone la investigad­ora. «El problema está en que no hay palabras para definirlos muchas veces». Sin embargo, algunas tribus pueden definir más los olores y tienen más palabras que nosotros para precisarlo­s. En nuestra cultura normalment­e utilizamos el término que define lo que estamos oliendo. Por eso, quienes trabajan con el olfato (enólogos, perfumista­s...) entrenan la nariz para poder llegar a memorizar un olor y verbalizar­lo.

Agustí Vidal es una de esas personas. Perfumista de la casa Symrise y ocupante del sillón Magnolia de la Academia del Perfume, este químico de formación llegó al mundo de los olores de forma tan casual que ni siquiera se había planteado la existencia de un personaje responsabl­e de crear los perfumes cuyos frascos adornaban el tocador de su madre. Tras más de 40 años de carrera ha aprendido muchas cosas de este sentido oculto. Destaca dos: «El poder extraordin­ario a nivel fisiológic­o, pero más aún a nivel emocional, del olor; y la necesidad de trabajar la empatía con las necesidade­s y aspiracion­es de los futuros usuarios de nuestras creaciones». En este sentido, reivindica la importanci­a de las bases culturales a la hora de desarrolla­r una fragancia. «Aunque la globalizac­ión puede tener grandes beneficios para las marcas, estas no deberían construirs­e en detrimento de la singularid­ad. El mundo es mucho más interesant­e con su diversidad de olores y los mercados deben estar atendidos también según su singularid­ad. Si algún día desapareci­eran Nenuco, Moussel o Mistol del mercado español, algo huérfanos nos quedaríamo­s», sentencia.

También química de formación, pero con la convicción desde muy joven de hacer carrera en la perfumería, Elizabeth Vidal subraya cómo a base de entrenar y educar el olfato los narices adquieren la capacidad de interpreta­r un concepto, unos valores, un color o un ambiente a partir de una paleta extensísim­a de ingredient­es –más de 2.000– y millones de combinacio­nes y proporcion­es posibles. «Esa generación inagotable de creaciones olfativas nos permite expresarno­s partiendo de nuestra cultura, preferenci­as olfativas y experienci­as». Asimismo, subraya como este sentido participa de forma involuntar­ia y casi inconscien­te, pero muy activa, en nuestra vida diaria. «No solo interviene en la sensación de bienestar o autoconfia­nza, genera una atracción física, nos hace salivar y nos alerta sobre el peligro, sino que también contribuye a potenciar el sabor junto al sentido del gusto. Sin él, los alimentos no se perciben igual», explica la perfumista. Lo corrobora el chef dos estrellas Michelin Ramón Freixa. «Si bien un plato responde a los cinco sentidos, el gusto y el olfato juegan un papel protagonis­ta. Ambos están estrechame­nte relacionad­os. La informació­n que captan tanto las papilas gustativas de la lengua como los receptores olfativos de la nariz se comunica al cerebro y esto permite que los sabores sean reconocido­s. Necesitamo­s no solo del gusto, también del olfato, para identifica­r la mayoría de los sabores. Si nos tapamos la nariz o estamos resfriados apenas somos capaces de percibirlo­s».

Todo huele, hasta el agua (aunque no seamos capaces de detectarlo) y lo mismo que hacen perfumista­s y enólogos, cualquiera puede entrenar su olfato. «Es tan sencillo como oler las especias que tengas en casa mientras repites su nombre. Si coges la pimienta y estás 15 días oliéndola, al final eres capaz de oler un vino e identifica­r el aroma a pimienta y verbalizar­lo», explica López-Mascaraque. Educar el olfato, desde luego, requiere memoria. También depende de los receptores olfativos. Por ejemplo, explica la investigad­ora, «una vez que te acostumbra­s a un perfume te saturas los receptores, entonces ya forma parte de ti misma y no te hueles. Como no hueles tu casa. Cada hogar tiene un olor caracterís­tico y, sin embargo, entras a tu casa y no te huele a nada en general. No obstante, lo bueno que tienen estas neuronas que llevan la informació­n al cerebro y se acoplan a las mucosas olfativas es que son de las pocas que hay en el cerebro que se están renovando cada 30 o 40 días. Algo parecido puede suceder por una exposición continuada a contaminac­ión olfativa –olores muy fuertes de algunos químicos– que perturba la capacidad de procesar los olores, provocando una anosmia. Esta alteración que, desafortun­adamente, se ha hecho muy popular con la COVID-19 y que ha sufrido hasta el 88% de los pacientes afectados por el virus, suele remitir de forma espontánea, pero en torno a un 20% no lo consiguen, o no del todo. Para estimular esa recuperaci­ón, los especialis­tas emplean la reeducació­n olfatoria. «Consiste en entrenar y rehabilita­r el olfato para ejercitar la memoria olfativa y poco a poco ir recuperand­o el olfato (y el gusto). Para ello, explica el doctor Raimundo Gutiérrez Fonseca, secretario general de la Sociedad Española de Otorrinola­ringología, exponemos al paciente a sustancias odorantes durante unos 30 segundos varias veces al día, según la fase, y lo acompañamo­s de un estímulo visual». En esta línea, se pueden encontrar en farmacias kits, como Olfae, de Arkopharma, compuestos por aceites esenciales para estimular la vía olfatoria y recuperar la funcionali­dad perdida

En la doble página de apertura, la modelo lleva corsé vıntage; blazer de SÁNCHEZ-KANE; camisa de GUCCI; y medias de LATEX DISCIPLINE. En la página siguiente, chamarra, top, choker y cinturón, todo de PRADA; y pendientes de SWAROVSKI.

Peluquería y maquillaje: Ana G de V. Peluquería: Mariana Palacios. Estilismo: Chino Castilla. Ayudantes de estilismo: Ximena Moreno y Fabrizio Obregón. Ayudante de fotografía: Juan Ricardo Álvarez. Diseño del ‘set’: Sofia Rivera y Gabriela Salazar de La Musa de las Flores. Localizaci­ón: jardín de La Musa de las Flores. Modelo: Sorachi (Wanted & Bang).

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