El compromiso medioambiental llega a la nueva generación de fotoprotectores.
Una nueva generación de fotoprotectores se abre paso en los neceseres. Fórmulas limpias, cuya eficacia va más allá del escudo contra los efectos nocivos del sol y se amplía al cuidado y reparación del tejido con un sólido compromiso medioambiental.
Si el tratamiento de la piel se ha convertido en el objetivo central del autocuidado, las fórmulas de protección no son ajenas a este movimiento. Algo nuevo está sucediendo también bajo el sol. Lo primero y más relevante es que «la protección solar ha evolucionado de ser una categoría muy estacional, limitada a las necesidades de la playa y al aire libre, a uno que prospera casi todo el año, como un elemento urbano esencial» según señala un reciente estudio de la plataforma de análisis de belleza Beautystreams. Aun así, la dermatóloga Paloma Borregón advierte del todavía subyacente error de base entre gran parte de la población: «Para muchos, tomar el sol es estar tostándose en la playa vuelta y vuelta. No consideran que también lo sea pasear, hacer deporte al aire libre o incluso andar por la ciudad. Y lo es». Aun así, admite que hay mayor concienciación. En segundo lugar, las marcas están poniendo toda la carne el asador en investigar y desarrollar nuevas formulaciones. Hay mucho en juego: la salud y la belleza de la piel.
Entre los últimos descubrimientos, la farmacéutica y product manager de Eau Thermale Avène Cristina Alcoriza señala el efecto especialmente nocivo de una fracción de la luz azul. «La luz azul tiene dos tipos de radiación muy diferentes. La luz azul turquesa que es necesaria para regular los ritmos circadianos y el estado de ánimo a través de la señal ocular y la luz azul violeta, muy próxima al ultravioleta y de alta energía». Según recientes estudios, que comenzaron a raíz del daño producido en la vista a causa de la exposición a las pantallas, a los ordenadores y a los móviles, se fue tirando del hilo para analizar su efecto en la piel. «Y se ha visto que esta fracción de luz azul puede provocar fotoenvejecimiento y, a la larga, cánceres cutáneos», explica Alcoriza. A colación de estos hallazgos, los laboratorios Pierre Fabre, han desarrollado por ejemplo un filtro de nueva generación orgánico no soluble, que promete ser respetuoso con la piel y el entorno y es capaz de absorber, también, esta parte dañina de la azul-violeta visible de alta energía.
Además, señalan desde Beautystreams, hoy la protección solar no se limita a las fórmulas de los productos específicos sino que se está incorporando como un ingrediente más en los cosméticos de cuidado de la piel, del pelo y en el maquillaje. Paralelamente, apuntan, «el desarrollo de esta categoría está evolucionando hacia fórmulas de protección solar funcionales, nuevas e innovadoras, que se adaptan bien al maquillaje, son fáciles de reaplicar y promueven los beneficios multitarea, como salvaguardar la piel al mismo tiempo que abordan una variedad de problemas cutáneos, desde los signos de la edad a los brillos». No solo eso: esta nueva generación de fotoprotectores no se limita a frenar los efectos de radiación, sino que incluyen activos que fortalecen los mecanismos de autodefensa de las células de la piel y favorecen el trabajo de las enzimas de reparación del ADN, para mitigar aún más los efectos dañinos del sol.
Lo mismo que sucede en otras áreas de la belleza, las propuestas se están diversificando: para grupos específicos, diferentes condiciones climáticas, estilos de vida activos o distintos tonos de piel; sin olvidar la importancia de las texturas y la sensorialidad, porque de ellas depende una mayor afiliación a este tipo de productos. Se trata, en definitiva, de dar una respuesta a la demanda creciente de una protección solar más saludable, segura y eficaz, de fácil aplicación y que proteja del sol, de la luz y del agua, de forma amplia, duradera y sin dejar un velo blanquecino en la piel.
Por último, pero no menos importante, esta última generación de fotoprotectores también está abrazando la imperante corriente de belleza clean y ecorresponsable. Y el gesto no es baladí. Cada año, apunta Cristina Alcoriza, se vierten 14.000 toneladas de filtros solares al mar. Su impacto directo es especialmente dañino en los frágiles arrecifes de coral, base del sustento de muchos organismos marinos; pero también pasa a la cadena alimentaria humana a través del pescado que ingerimos