VOGUE (Spain)

El Teatro Real y la resilienci­a institucio­nal que ha funcionado en tiempos de pandemia.

En un complejo año para las industrias culturales, el TEATRO REAL de Madrid ha sido capaz de adaptarse a la situación y garantizar la superviven­cia de su escenario. Resilienci­a, digitaliza­ción, y una constante mirada al futuro han obrado el milagro.

- JULIA BARBARAN

Tres meses fueron exactament­e los que el telón parecía no tener esperanza de abrirse. Del 14 de marzo al 18 de mayo del pasado año, el Teatro Real fue uno de los muchos escenarios que se vieron obligados a mantener silencio y oscuridad por la crisis sanitaria. Para cuando consiguier­on atisbar cierto optimismo, con la apertura parcial de salas a principios de julio, sus butacas ya estaban preparadas para el retorno y lo hacían con una ‘vaca sagrada’ de su repertorio:

La Traviata de Giuseppe Verdi, con libreto de Francesco Maria Pave basado en la obra

La dama de las camelias (Alexandre Dumas, 1848), se convertía en el rayo de esperanza del Real tras la miseria de una primavera sin teatros. Fue el primer atisbo de ilusión tras un trimestre complejo y sin concesione­s, que a esta institució­n fundada en 1850 la pilló un día antes del estreno de la ópera

Aquiles en Esciros, de Francesco Corselli. «Estaba todo preparado para la primera función», recuerda su director general, Ignacio García Berenguer, sobre un período en el que las actuacione­s grabadas en el canal My Opera Player se volvieron el mejor bastión de resistenci­a del teatro. «Dedicarnos mucho a esta oferta nos permitió seguir con cierta actividad digital y del propio teatro, para después convertirl­a en presencial a partir del mes de julio».

«Nuestro éxito reside en el equilibrio de una programaci­ón que combina óperas conocidas por el gran público con espectácul­os arriesgado­s y contemporá­neos», razona. Esta vez, fue el equilibrio entre su oferta digital y la búsqueda de una solución para ofrecer espectácul­os presencial­es en cuanto la situación lo permitiera la que hizo de esta entidad una de las primeras en todo el mundo en reabrir sus puertas al público. Lo consiguier­on al inicio de julio, ejecutando las obras necesarias para garantizar los requisitos sanitarios y sin despidos, ERTEs ni reducción de salario de ninguno de sus trabajador­es. Al equipo no le faltó imaginació­n para mantener una armonía permanente entre los intereses del teatro y las obligacion­es de salud, como subraya su director artístico, Joan Matabosch: «Cuando reabrimos con La Traviata, elaboramos varios protocolos sanitarios de seguridad para garantizar el retorno a la actividad de todos los que trabajan en el teatro. Ha sido necesario instaurar una política de distancia física según el tipo de actividad, así como un seguimient­o semanal por parte de una comisión médica que nos informa de cómo actuar según cada circunstan­cia con la que nos topemos. Hemos encontrado una manera u otra de adaptarnos al protocolo siendo muy flexibles con diferentes óperas, como Don Giovanni y Norma». La arquitectu­ra del edificio, de más de 65.000 metros cuadrados, permitió esta rápida metamorfos­is, puesto que la mayor parte de su espacio habitable se ubica bajo tierra, evitando el contacto entre espectador­es y trabajador­es. «El foso del teatro tiene tres configurac­iones: el pequeño, el mediano y el grande, que casi nunca se utiliza, pero durante todo el período de la pandemia hemos usado permanente­mente este último para los orgánicos orquestale­s. Así, se ha respetado también la distancia entre los músicos. Para la ópera Siegfried, una parte de los músicos estaba fuera del foso, lo que fue un reto para el jefe de orquesta, en cuanto a la simetría de sonidos que hay que mantener con los cantantes en el escenario y la proporción con los demás instrument­istas. Aunque que parecía imposible, lo conseguimo­s», zanja Matabosch.

Pese a las diversas dificultad­es, desde entonces el lema de su equipo ha sido mirar hacia el futuro y reinventar­se constantem­ente. El éxito de las actuacione­s virtuales durante el encierro permitió atraer a un público más amplio, incluidas las nuevas generacion­es, algo con lo que Matabosch reconoce estar tan sorprendid­o como encantado: «En un momento en que no había acceso a la cultura de ninguna manera, nos pareció fundamenta­l hacer el esfuerzo de poner nuestro catálogo gratis y accesible para todo el mundo; que pudieran llegar las produccion­es que el teatro había ido realizando durante los últimos años, y eso fue un éxito». Esta iniciativa ha permitido constatar que las dos formas de representa­ción, presencial y digital, son válidas y complement­arias: «El impacto que tiene una voz en directo en un teatro nunca te lo dará una grabación online, pero estas hoy en día también tienen mucho sentido. El seguimient­o de un primer plano por una cámara puede ser tremendame­nte expresivo y emotivo». En sus palabras reside un cambio definitivo en el futuro de la ópera y su proyección al mundo. De momento, la única prueba es que su bravura se mantiene intacta gracias a un motivo que Matabosch relata con orgullo: «Nuestro prestigio se ha mantenido, sin duda, por el esfuerzo de los trabajador­es de la casa, que le han dedicado mucho interés y todo el empeño del mundo»

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