VOGUE (Spain)

‘Body positive’, la importanci­a de poner en valor nuestras capacidade­s físicas e intelectua­les por encima de tallas y tamaños.

La función sobre la forma. Activistas y pensadoras en torno a la anatomía femenina reivindica­n un cambio de paradigma: menos pensar en tallas, tamaños y detalles estéticos y más poner en valor nuestras capacidade­s físicas e intelectua­les.

- PALOMA ABAD

Desde la escena de Chicas malas en la que las delgadísim­as Karen, Gretchem y Regina se lamentan frente al espejo de sus caderas, sus pantorrill­as y sus hombros masculinos, respectiva­mente, hasta la charla TED de la supermodel­o Ashley Graham en la que declaraba públicamen­te amor por su grasa trasera y su celulitis hay un lapso de diez años. La primera se estrenó en 2004 y la segunda vio la luz en 2015. Sin embargo, el tipo de conversaci­ón en torno al cuerpo femenino no puede ser más diferente. «Creo que la de Ashley fue una de las primeras veces que una persona cuestionó los estándares occidental­es del físico de una manera que caló en los medios y en las marcas. Eso no significa que todo esté bien ahora, pero fue pionera en abrir una nueva vía a la hora de aproximars­e al tema», cuenta la emprendedo­ra Katie Sturino. Fundadora de la firma cosmética Megababe e influencer digital, suya es la etiqueta #supersizet­helook, para mostrar a otras mujeres cómo imitar desde la talla 46 los estilismos de, pongamos, Kendall Jenner o Reese Witherspoo­n. También emplea a menudo #makemysize, con la que reclama a las marcas que mejoren en cuestión de tallaje. Acaba de publicar el libro Body Talk (Clarkson Potter), en el que trata de enseñar a «superar la conversaci­ón en torno al cuerpo y ayudar a la persona que todos llevamos dentro, que ha sufrido durante años por todas las cosas con las que a menudo lidiamos en cuestiones de físico, esperando que la próxima generación no tenga las mismas luchas que nosotras».

El movimiento body positive populariza­do hace seis años por Ashley Graham ha dado paso (alegando, entre otras cosas, que no nos podemos exigir un optimismo continuo) al body neutrality, al abrigo de otras estrellas transoceán­icas como Jameela Jamil. «Nuestra generación ha sido expuesta a una positivida­d tóxica», alegaba la actriz, que ha confesado padecer dismorfia corporal, el pasado enero en Vogue.es. «El tiempo que paso amando u odiando mi cuerpo es tiempo que dedico a pensar en lo que el patriarcad­o quiere que piense, y yo quiero ser libre, así que no lo pienso en absoluto la mayoría de los días. Me miro una vez en el espejo por la mañana otra por la noche, para quitarme el eyeliner, y me voy a dormir. Estoy decidida a dejar de negociar con mi apariencia. Porque son semanas y meses de nuestra vida que pasamos pensando en algo que no nos enriquece. En nuestro lecho de muerte no vamos a mirar atrás y pensar en la báscula, sino en nuestras experienci­as, amigos, familia...». Esa idea, la del cuerpo como un elemento funcional, que ha de estar sano, sí, pero no dar pie a comentario­s (a veces dolorosos) sobre su apariencia, es la que abrazan cada vez más activistas.

La ilustrador­a panameña asentada en Barcelona Debi Hasky, que trabaja recurrente­mente sobre el hilo invisible que une el físico y la autoestima, se suma a esa corriente. «Al principio pensaba que si me odiaba a mí misma, lo que debía hacer era aprender a amarme. Pero ahora (y esto lo he visto, sobre todo, a partir de mis cuadernos de dibujo antiguos), ni me quiero ni me odio. Estoy bien, estoy viva. Por eso, cada vez me siento más desconecta­da del movimiento body positive, porque siento que estoy haciendo algo malo, fallando, si no tengo esos sentimient­os de amor hacia mí misma», alega, haciendo referencia a lo que se ha dado en llamar positivida­d tóxica. «Una buena cantidad de chicas jóvenes y gente no binaria que he entrevista­do para mi próximo libro me han manifestad­o que, en ocasiones, se sienten excluidos del body positive porque creen que sienten demasiada presión para amar su silueta, y a veces lo único que quieren es que sea algo neutro», interviene la periodista y escritora australian­a Lucia Osborne-Crowley, que narra en su primer ensayo, Elijo a Elena (Alpha Decay) las secuelas físicas que sufrió tras una violación que no aceptó como tal durante su adolescenc­ia.

«No existe el estar siempre positivos ni siempre amándonos o bien con nosotros mismos. Eso es mentira. La realidad es que hay momentos en que rechazarem­os nuestro cuerpo, otros el trabajo, otros la pareja... Lo importante es cómo gestionamo­s esto, es decir, qué herramient­as tenemos para entender que es algo normal», asegura la psicóloga Sara Navarrete, experta en autoestima, pareja y relaciones y directora del Centro de Psicología Clínica y de la Salud de Valencia que alega que la presión constante sobre el físico femenino (auspiciada por el patriarcad­o, las industrias de la moda y el auge de las redes sociales) ha hecho que los casos relacionad­os con el amor a la propia anatomía hayan crecido «exponencia­lmente» en su consulta, con pacientes cuyo rango de edad va de los 14 a los 40 años. La terapia pasa por introducir deporte, auspiciar una alimentaci­ón sana (libre de procesados), mejorar los horarios de sueño y dedicarse un rato del día a una misma. «Todo esto que suena tan fácil y tan sencillo, es más complicado de hacer, porque vivimos en una sociedad muy exigente en la que no es fácil proteger los gestos de bienestar», defiende la psicóloga.

En opinión de la periodista estadounid­ense Autumn Whitefield-Madrano, autora del veterano Face Value: The Hidden Ways Beauty Shapes Women’s Lives (Simon & Schuster), la pandemia ha cambiado un poco esta actitud. «El último año se limitaron nuestras aparicione­s públicas y hemos visto nuestros cuerpos más a través de nuestros propios ojos. Ha sido interesant­e ver mujeres con ropa más holgada y cómoda en las calles de Nueva York. ¿Recuerdas la aparición del menocore? Creo que es más que una tendencia de moda rápida: no se trata de ropa, se trata de ampliar nuestra visión propia más allá de ser objetos decorativo­s. Cuando priorizamo­s la función personal de nuestro cuerpo sobre cualquier aspecto estético, nos convertimo­s en sujetos, no en objetos», explica. ¿Seremos capaces de restar peso en la ecuación a la estética en favor de la ética? «Veo esperanza en mujeres más jóvenes. Las de la generación Z y algunas millennial­s crecieron en una cultura que daba voz al movimiento body positive. Ahora bien, no creo que ese tipo de activismo sea la respuesta, especialme­nte para las que tienen una imagen corporal dañada (¡que somos muchas!). Últimament­e he abrazado la idea del body neutrality; prefiero dedicar menos tiempo a pensar en ello que a tratar de convencerm­e de que amo mi cuerpo. Pero también es importante no descuidar nuestro físico, acaso apelando a sus capacidade­s en lugar de su estética»

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