VOGUE (Spain)

Mathilde Favier, directora de relaciones con celebridad­es de Dior, nos abre las puertas de su hogar en el tranquilo distrito XVI de París.

- Fotografía MATTHIEU SALVAING Texto NUALA PHILLIPS

En el tranquilo distrito XVI de París, MATHILDE FAVIER, directora de relaciones con celebridad­es de DIOR, nos abre las puertas de su hogar. Una casa en la que la francesa vive desde hace una década y que el pasado año protagoniz­ó una remodelaci­ón integral. Estampados, antigüedad­es y, sobre todo, equilibrio sientan las bases de su nueva vida.

Para la mayoría de los mortales, los periodos de cuarentena y aislamient­o vividos durante el último año se convirtier­on en la excusa perfecta para reconectar con el refugio del hogar. Pero ¿qué ocurre cuando la pandemia llega en medio de una remodelaci­ón doméstica integral? Esto mismo fue lo que vivió Mathilde Favier, directora de relaciones con celebridad­es de Dior desde hace diez años, que, tras lanzarse a rediseñar la que ha sido su casa durante el mismo periodo de tiempo, acabó aislada en un espacio cubierto de plásticos y trabajo por hacer. «La edificació­n cuenta con dos plantas, al estilo de las townhouses americanas, así que me considero una afortunada», puntualiza optimista. «Además, los meses de confinamie­nto me brindaron mucho tiempo para pensar en lo que quería y luego hacerlo realidad», reconoce la francesa, restando importanci­a al hecho de que, además, fue ella quien se encargó de idear la obra en su totalidad. «Diría que ahora este espacio representa realmente mi identidad. Esta casa soy yo y mis ganas de crear un lugar feliz y acogedor. Siempre me ha gustado sentirme cómoda en casa, pero ahora especialme­nte. Visualizo este espacio como una especie de madriguera», ríe. Una madriguera en la que los estampados se cuelan en paredes, suelos y detalles a través de los tapices kalamkari colgados en el salón y el comedor, o la gran alfombra de leopardo que preside el hall de entrada firmada por Casa Lopez. Un gusto que Favier atribuye a su pasión viajera. «¡Soy más como un alma vieja!», exclama cuando se le sugiere que la decoración puede evocar cierto exotismo. «En realidad no creo que la decoración tenga nada de foráneo. Yo me siento muy parisina. Pero en lo concernien­te a las mezclas de estampados, creo que la explicació­n tiene que ver con el hecho de que decoro como me visto», cuenta. «El principio es el mismo: no pensarlo demasiado».

Sin embargo, en esa actitud nonchalant­e tan francesa se esconde también el sentido estético innato de Favier. Porque frente a las piezas rotundas, los prints o las antigüedad­es inglesas, se encuentra un equilibrio que brindan detalles como el blanco inmaculado del recibidor o las piezas inesperada­mente modernas –como las sillas de los años 40 confeccion­adas en falsa rafia que componen el comedor–. «Una vez más, ocurre como con la ropa: necesitas mezclar, pero no puedes ponértelo todo. Corres el peligro de que se vuelva pesado y al final necesitas poder vivir en ese ambiente. Es una mera cuestión de equilibrio», insiste.

Un equilibrio que, en su caso, se encuentra también en la mezcla de estilos. Ese arte que, según la propia Mathilde subraya, ha heredado de su madre, aficionada a los mercadillo­s y las ferias de antigüedad­es. «¡Todavía hoy se levanta a las cinco de la mañana para presentars­e en los rastros y tiene 83 años!», exclama. «Ella lo lleva en la sangre y creo que mis hermanas y yo hemos heredado esa misma pasión. Tenemos una casa de campo y siempre que necesito algo, me escapo al rastro que se celebra en el pueblo en busca de alguna pieza especial. Lo último que compré fueron unos platos antiguos que pertenecie­ron a la princesa Mathilde, la prima de Napoleón III», continúa emocionada.

Vajilla de palacio aparte, Favier confiesa que a la hora de preparar una mesa perfecta, prefiere decantarse por la sencillez. «Siempre incluyo flores de temporada. Jamás pondría las mismas flores en enero que en junio y lo mismo ocurre con la comida: intento comprar todo lo orgánico que puedo y, por supuesto, de forma estacional. Diría que en general intento que las cosas sean lo más simples posibles, incluso aunque no lo parezca: man

telería de lino, vajilla y cristalerí­a vintage... No me gusta complicar demasiado las cosas. Para mí, pasarlo bien y compartir un buen rato es lo más importante», reconoce. Algo que, una vez más, achaca a su particular forma de ser y vivir: «Al final, esa es la base de mi trabajo: entretener y presentar a gente. ¡Y me encanta presentar a la gente! No invito a personas que no conozco a mi casa. Creo que es algo muy íntimo hacer que la gente venga a ti, pero reconozco que he corrido algunos riesgos últimament­e y ¡han ido bien!». Aunque de su última década en Dior, Mathilde arrastra algo más que su pasión por socializar.

No en vano, también algunos de los valores que la francesa identifica en la maison pueden encontrars­e en la suya propia. «Dior es elegancia, pasión, hermandad. Sobre todo, lo que me encanta es la mezcla de su herencia y la modernidad; esa audacia creativa hecha a la medida de las mujeres», defiende de la que ha sido su segunda casa la última década. «Admiro muchísimo el compromiso feminista de Maria Grazia Chiuri – directora creativa de Dior desde 2016–, es un gesto poderoso, más esencial que nunca, que apoyo de todo corazón. Esa visión se transpone en cada una de sus creaciones, que reinventan los iconos y códigos de la casa de una manera absolutame­nte singular. Dior encarna la feminidad pluralista y asertiva. ¡Dior es la libertad de ser tú mismo!», exclama. Y lo cierto es que si algo deja claro desde el momento en que uno se encuentra con ella, es que Mathilde es ella al cien por cien y su hogar es hoy la expresión de esa libertad. «El padre de mis hijos y yo contamos con Jacques Grange como decorador durante muchos años. De hecho, diseñó cuatro casas para nosotros. La verdad es que soy francesa y no es algo habitual para nosotros –confiar en un diseñador–, pero el padre de mis hijos es americano y había trabajado con Jacques, a quien yo también conocía de la infancia. Con Jacques aprendí muchísimo en términos de modernidad, de apreciació­n de la calidad e incluso comencé a perder el miedo a comprar. En esta casa quería poner todas esas lecciones en práctica. Ser yo. Expresarme. Por eso decidí que lo haría todo yo misma».

Una labor que se aprecia en el mimo con el que la relaciones públicas de Dior habla de cada rincón, pero también en la soltura con la que aborda determinad­os aspectos de la casa, como las piezas de arte que cuelgan de sus paredes. «Nunca me había interesado el arte contemporá­neo, me parecía caro e inaccesibl­e. Pero unos amigos, en los que confío en esta clase de asuntos, me animaron a conocer a una serie de artistas jóvenes –de unos 25 o 26 años– que me hicieron enamorarme de varias obras», recuerda para inmediatam­ente después regresar a su habitual naturalida­d: «La verdad es que tampoco te puedes tomar estas cosas demasiado en serio, por eso tengo alguna pieza incluso en la cocina. Al final es simplement­e un cuadro y tienes que vivir con él».

En el fondo, aún con kalamkari en las paredes y sillas de familias reales en los rincones, en esos cuadros entre fogones y en esas vasijas rescatadas de un rastro para el que se madruga, se encuentra la auténtica esencia del estilo de Mathilde Favier: un gusto marcado por la frescura y la naturalida­d que busca, ante todo, el pragmatism­o. «Simplement­e me atrae la belleza. Está en mi naturaleza», defiende ella para, tras una brevísima pausa, espetar un último destello de despreocup­ación en su habitual tono risueño: «Claro que, por otro lado, ¿quién te va a decir que se siente atraído por la fealdad?»

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 ??  ?? En la página de apertura, Mathilde posa en el portal de su casa, con gabardina y bolso, ambos de DIOR. En la página anterior, arriba, silla con detalle de la corona del Príncipe de Gales. En el centro, jarrón chino reconverti­do en lámpara con pantalla de NATHALIE FARMANFARM­A, y cristales, en la mesilla de noche. Abajo, hall con pintura de Milan Kunc y sofá tapizado con tela de LE MANACH. En esta página, arriba a la izda., Mathilde con total look de DIOR; a la dcha., foto de Mario Testino y colección de jarrones
vintage; abajo, a la izda.,
cocina con cuadro traído de China y mesa y sillas de KNOLL; a la dcha.,
comedor con tapices kalamkari y sillas de los años 4o.
En la página de apertura, Mathilde posa en el portal de su casa, con gabardina y bolso, ambos de DIOR. En la página anterior, arriba, silla con detalle de la corona del Príncipe de Gales. En el centro, jarrón chino reconverti­do en lámpara con pantalla de NATHALIE FARMANFARM­A, y cristales, en la mesilla de noche. Abajo, hall con pintura de Milan Kunc y sofá tapizado con tela de LE MANACH. En esta página, arriba a la izda., Mathilde con total look de DIOR; a la dcha., foto de Mario Testino y colección de jarrones vintage; abajo, a la izda., cocina con cuadro traído de China y mesa y sillas de KNOLL; a la dcha., comedor con tapices kalamkari y sillas de los años 4o.
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En la página anterior, arriba, detalle de la cocina, con las paredes pintadas en rosa pálido y ollas de LE CREUSET; abajo, hall distribuid­or con cuadro del Arco del Triunfo vintage que Mathilde encontró en el suelo de un mercadillo, escultura de CLAUDE LALANNE y alfombra de CASA LOPEZ. En esta página, arriba, Mathilde posa, con traje de chaqueta de DIOR, en el distribuid­or lacado en blanco para contrarres­tar el peso de los estampados; abajo, patio de la cocina, con cortinas de MADELEINE CASTAING; a la dcha., detalle del comedor con cortinas de tafetán de seda, de SIMRANE y tapices kalamkari que crean una composició­n de patchwork por toda la pared de la estancia.
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