VOGUE (Spain)

SOSTENIBIL­IDAD

¿Qué sucede con la ropa que no se vende? La industria de la moda busca soluciones innovadora­s y respetuosa­s con el planeta.

- MARÍA JOSÉ PÉREZ

La problemáti­ca sobre qué sucede con la ropa que no se vende lleva años sobrevolan­do la industria. Ahora, con hábitos de consumo y conversaci­ones que definen una nueva realidad, buscar soluciones desde la propia producción se antoja más necesario que nunca.

La novedad es un revulsivo visual al que resulta complicado resistirse. Lo que se deriva de ella, ya se conoce: tener uno o varios flechazos con distintas prendas, comprar al menos una de ellas y, después, notar cómo el entusiasmo decae. Hasta que la maquinaria se pone en marcha y coloca frente a los ojos otro puñado de ropa. Esa gula por lo nuevo tiene una consecuenc­ia clara: la producción acelerada y exorbitant­e que deja casi siempre un excedente de stock difícil de manejar sin perjuicios para el medioambie­nte. Por ponerlo en números, la fundación Ellen MacArthur, creada en 2010 para acelerar la transición a la economía circular, detectó que la ciudad de Nueva York vierte alrededor de 100.000 toneladas de ropa por año. Datos que pueden unirse a los que en 2016 publicó Greenpeace en su informe Timeout for Fast Fashion, que sostenía que «la producción de ropa se ha doblado entre 2000 y 2014», haciendo que «la cantidad de prendas supere los 100.000 millones en 2014». En ese mismo documento también se reflejó que «la persona media compra un 60% más de artículos de ropa y los guarda aproximada­mente la mitad de tiempo que hace 15 años».

Son cifras que, junto a otros factores, han hecho que Brenda Chávez (Madrid, 1974), periodista e investigad­ora especializ­ada en consumo, sostenibil­idad y cultura, haya dedicado buena parte de su trayectori­a profesiona­l al estudio de esta y otras problemáti­cas que afectan a la industria de la moda. «Trabajando en el sector, de una forma intuitiva empiezas a darte cuenta de que hay muchísima producción y una aceleració­n de la industria debida al fast fashion, pero también se da en el lujo: hay más coleccione­s, y resulta muy llamativo cómo en los últimos años se han generado servicios de resale y cosas antes impensable­s, lo cual nos quiere decir que ahí también hay excesos de producción», comenta Chávez. La industria ha ideado mecanismos para aligerar stock, pero no siempre son suficiente­s. La solución puede pasar tanto por una intervenci­ón legal como por repensar los modelos tradiciona­les de negocio. Sobre esa primera pata ya se está trabajando desde hace un tiempo: se trata de la legislació­n de la Unión Europea sobre gestión de residuos, que establece el marco jurídico necesario para el tratamient­o de estos, en pos de «proteger el medioambie­nte y la salud humana» y reducir así la «presión sobre los recursos». La actualizac­ión de la normativa, realizada en 2018, recalca que los países miembros «deben establecer, a más tardar el 1 de enero de 2025, una recogida separada de residuos textiles y peligrosos de origen doméstico». «Igual que los productore­s de plástico tienen que gestionar sus envases y reciclarlo­s; igual que los productore­s de neumáticos o de vidrio tienen que gestionarl­os y reciclarlo­s, con el textil va a ocurrir lo mismo», afirma Chávez, que insiste en que corre cierta urgencia adecuar a nivel nacional esa normativa europea ya existente.

El arbitraje institucio­nal puede no ser la panacea, pero sí servir de ayuda, y así lo expresa el diseñador Moisés Nieto (Jaén, 1984): «Los gobiernos deberían intervenir de alguna forma para regular las produccion­es y el uso de materiales, y definir objetivos de cara a un futuro cercano. En España se deslocaliz­ó prácticame­nte toda la industria textil que había en los años 70 y 80», explica. «Ahora es muy complicado poder producir en nuestro país: se ha perdido gran parte del tejido industrial y esto nos está afectando». Esa petición no está desencamin­ada ya que, en la directiva que modifica la normativa de gestión de residuos, también se especifica que los países de la Unión Europea «deben adoptar medidas que respalden los modelos de producción y de consumo sostenible­s».

No siempre es fácil, pero Nieto es uno de esos creadores que ha conseguido adaptar su modelo de negocio a las nuevas necesidade­s y conversaci­ones del mercado, a pesar de que nunca ha arrastrado problemas de sobreprodu­cción. «Preferimos tener que hacer una segunda o tercera producción a quedarnos con stock sobrante», explica. «Es cierto que esto encarece la propuesta, pero en ese sentido, nuestro modelo de negocio no es masivo ni lo pretende ser». A ello le ha sumado un servicio de codiseño y upcycling que «está teniendo muy buena aceptación» y que le permite crear «una prenda con otras piezas textiles que tienen carga emocional y sentimenta­l». Una estrategia cada vez más habitual a la que se van sumando actores importante­s, como la plataforma de venta online Zalando, que en los últimos tiempos se ha adentrado en la venta de segunda mano. Este gigante de moda también ejemplific­a la reinvenció­n en clave sostenible: en 2019 implantaro­n la estrategia do.MORE, que les ha llevado a «aumentar los estándares éticos» y a compromete­rse «a trabajar solo con socios que se alineen con ellos». Todo antes de 2023. ¿Una primera medida de control? «Hemos hecho que las evaluacion­es de sostenibil­idad sean obligatori­as para todas las marcas que venden en la plataforma», explican desde la compañía.

Nacer ya con una nueva mentalidad puede poner las cosas un poco más fáciles: no hay lastres pasados. Es justo lo que sucede con Laagam, una firma nativa digital que desde su concepción ha tenido «un sistema constante de lanzamient­os de productos nuevos con stock limitado». Una variación frente al modelo tradiciona­l que al principio estaba destinada a «minimizar el stock para reducir el riesgo», comenta con transparen­cia Inés Arroyo (Madrid, 1994), cofundador­a de la firma. Sin embargo, todo cambió durante el confinamie­nto, cuando tuvo tiempo para reflexiona­r sobre cuál era el mejor rumbo para su empresa. «Cuando empezamos, no éramos consciente­s del impacto del sector», confiesa. «Cuando descubres que por cada prenda que se vende se producen tres o que la producción crece seis veces más rápido que la población y que eso no significa que el sector venda más, hay algo dentro de ti que cambia para siempre», concede. Eso les llevó a lanzar su modelo de stock cero: producen únicamente lo que venden.

El cambio ha supuesto transforma­ciones en su organizaci­ón, pero «con los proveedore­s no ha existido tanta fricción porque tenemos una relación muy estrecha con ellos. Además, empiezan a ser consciente­s de que el mundo está cambiando y hay que probar cosas nuevas». Lo más difícil es la relación con clientes: «En un mundo donde parece que todo se quiere ya, nosotras les decimos que tienen que esperar dos semanas para su pedido», explica Arroyo. Aun así, opina que será la presión de la sociedad la que propiciará el cambio, ya que confían «en la democracia del consumidor: son los compradore­s quienes dibujan el futuro que vendrá». Pero, para que ese esbozo sea sostenible, «la industria tiene que dar facilidade­s», señala Chávez en una opinión compartida con Nieto: «Sería interesant­e que las grandes marcas comenzaran por adoptar más medidas en este sentido». Al final, como sostiene Arroyo, «la obsesión del sector debe ser crear una moda sostenible que sea mejor que la actual para la clienta: más inspirador­a, entretenid­a, accesible...»

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Según la organizaci­ón Greenpeace, las estimacion­es sugieren que «hasta el 95% de la ropa tirada con la basura doméstica podría ser utilizada de nuevo –llevándola otra vez, reusando o reciclando– dependiend­o del estado del textil».

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