TENDENCIA
‘Friluftsliv’, el poder de la naturaleza como fuente de bienestar en su versión noruega.
Los noruegos lo llaman ‘friluftsliv’ y los japoneses ‘shinrin-yoku’, pero ha tenido que llegar una pandemia para que el resto del mundo abrace el gran poder de la naturaleza como fuente de bienestar. Integrarla en la actividad diaria es una efectiva terapia ansiolítica, sin efectos secundarios.
Llevan años liderando el ranking de los países más felices del mundo; y el mundo ha empezado a mirar hacia ellos (al norte de Europa) en busca del secreto de esa felicidad. Si algo aprendimos con el hygge, la palabra danesa que estuvo en boca de todos hace casi una década, fue a descubrir el bienestar de las pequeñas cosas. En 2021, los analistas de tendencias han puesto en nuestro vocabulario otro término, esta vez noruego, friluftsliv. Desde The New York Times hasta National Geographic, pasando por la charla TED de Lorelou Desjardins o la cumbre mundial del bienestar, se han hecho eco de esta arraigada costumbre nórdica que venera el contacto con la naturaleza como fuente de felicidad.
Se trata de una filosofía de vida de rutinas simples al aire libre situadas en el centro de su día a día. Y esa es la clave, lo que diferencia esta práctica de nuestras esporádicas excursiones al campo o la montaña. También los japoneses, con su shinrin-yoku o baños de bosque, otorgan a la naturaleza un carácter terapéutico y la consideran fundamental para la salud física y mental. La pandemia ha abierto los ojos al resto del planeta, que empieza a ver esa conexión con la naturaleza como una tabla de salvación. Así lo refleja un estudio del Instituto Gund (de la universidad de Vermont) que expone que las personas experimentaron durante la covid–19 un cambio en sus valores hacia la naturaleza, reconociendo su papel central en el bienestar durante tiempos difíciles e inciertos.
«La crisis sanitaria ha transformado la forma de ver el mundo, de relacionarnos y de vivir. Nos ha forzado a cambiar las prioridades y hemos dejado espacio para incorporar algunas nuevas. Ahora, la salud prima por encima de todas las demás, amistades, ocio e incluso familia. En nuestra indiscutible capacidad de adaptación, hemos aprendido a disfrutar una herramienta que siempre ha estado accesible para generarnos bienestar, pero que no valorábamos o a la que no prestábamos la atención suficiente como es el caso de la naturaleza», afirma Alba Fernández, psicóloga de Emotium. Es más, en estos meses de cierres perimetrales, apunta, hemos aprendido a apreciar lo que tenemos dentro y a nuestro alcance. «Con ello, la naturaleza, los parques, rutas de montaña, paseos a caballo, respirar aire puro... se han convertido en un plan más que necesario para desconectar de la nueva normalidad. La naturaleza es invariable y ahora, emocionalmente, tienen mucho más valor aquellas cosas que nos recuerdan nuestra antigua normalidad». Lo corrobora Ana Villarrubia, psicóloga y autora de Aprende a escucharte (La esfera de los libros): «No solo las personas cuyas rutinas incluían la montaña, el verde y el agua lo han echado en falta. Entre muchos urbanitas ha brotado un nuevo impulso, el deseo o la necesidad de desahogo mediante la contemplación de la naturaleza o el descubrimiento de campos, lagunas y parajes cercanos pero desconocidos. La naturaleza representa para el ser humano, tanto en lo simbólico como en lo práctico, la máxima expresión de la libertad; y esa es la esencia de todo lo que hemos tenido que dejar de hacer y disfrutar». Eso explica, según Villarrubia, que recurrir a los espacios abiertos de manera intuitiva y espontánea haya sido una tendencia de muchos en ese proceso de búsqueda de equilibrio y de mejora de su estado emocional.
Y con todo ello el concepto de felicidad ha cambiado. Antes, desvela Alba Fernández, estaba más centrado en el largo plazo. En planificar y disfrutar de esas metas alcanzadas: un viaje, la reunión tradicional de viejos amigos, un fin de semana en familia... Hemos tenido que aprender a ser felices en el corto plazo. «Hemos hecho realidad el tópico de ‘vivir el momento’ y hemos aprendido a ser felices en la improvisación y la flexibilidad». En este sentido, para Ana Villarrubia esta actitud más adaptativa pasa por mirar a nuestro alrededor con una óptica diferente, «con una mirada que ponga en valor todo lo que antes dábamos por sentado o pasaba desapercibido. Por supuesto que hablamos aquí de cualquier estímulo físico del entorno (entre los cuales la luz y todo lo que nos hace vibrar a través de los sentidos es especialmente relevante para mantenernos activos) pero también todo lo que suponga estar en contacto con el entorno social. Porque hablamos, en definitiva, de mantenernos enganchados a la vida, y eso significa estar en contacto con todo lo que nos mueve y trasciende a nosotros mismos».
Como consecuencia de todo esto, hemos intentado integrar también la naturaleza en los hogares, le hemos abierto las puertas para dejar entrar plantas, muebles y objetos de materiales naturales, al tiempo que ha aumentado el interés por la jardinería. El objetivo, crear un entorno más amable y acogedor. Más hygge. «Tiene todo el sentido del mundo cuando la incertidumbre y la angustia dominan las emociones, cuando no puedo prever si mañana seguiré teniendo, o no, trabajo o si estaré protegido frente a la enfermedad. Entonces, me hago dueño de todo cuanto pueda hacer mío para no caer en la indefensión y no perder por completo el control; y se vehiculiza a través del impacto que podemos ejercer interna y externamente en nuestro entorno más cercano», refiere Villarrubia, quien contempla este afán por redecorar y hacer más agradable nuestros hogares como un mecanismo de afrontamiento absolutamente adaptativo. No deja de ser una forma de autocuidado