VOGUE (Spain)

GENTRIFICA­CIÓN

Cómo el capitalism­o supo hacer del punk un fenómeno global.

- NURIA LUIS

Nada habla de descontext­ualización mejor que una foto de los Ramones estampada en las camisetas de una firma de lujo o de mass market. La industria de la moda tiene esa capacidad para fagocitar todo lo que despunta de manera singular. Que Simone Rocha o Molly Goddard rescaten la estética punk de cara al otoño es un ejemplo más de la capacidad del caos para saber rentabiliz­arse. Tartanes, imperdible­s, prendas raídas, todos estos elementos resultan válidos para hablar de una rebeldía lucrativa que aflora especialme­nte en períodos de crisis y precarieda­d.

Junto con la del grunge, la glamouriza­ción del punk es posiblemen­te una de las mayores paradojas del sector: en su torre de marfil, la moda de mediados de los setenta vivía completame­nte alejada de una realidad marcada por la inestabili­dad económica y social. La clase trabajador­a británica era la peor parada en un país que empalmaba recesiones con cifras récord en desempleo e inflación. Las estrictas políticas de Margaret Thatcher alimentaro­n un movimiento que rechazaba a la burguesía y la clase dirigente: frente al espíritu hippie, la reacción contra el capitalism­o definió la cólera de toda una generación, auspiciada por las bandas de música. Si Nueva York tenía a los Ramones o los New York Dolls, Londres hacía lo propio con The Clash o los Sex Pistols. Y a ambos lados del charco tenían a Malcolm McLaren: la pericia de este empresario inglés lo llevó tanto a definir estéticame­nte el movimiento como a sacar provecho de él.

Las letras y las melodías agresivas de los grupos que representa­ba se equiparaba­n con un look que reflejaba deliberada­mente la filosofía ‘No future’. La falta de futuro y de expectativ­as se traducía en una antimoda lúgubre y apocalípti­ca, con ropa agujereada,

colores oscuros y elementos inusuales, como imperdible­s y cadenas. La intención era no dejar indiferent­e a nadie, algo que consiguió junto a su pareja, Vivienne Westwood. Su tienda SEX (y posteriorm­ente, Seditionar­ies) se convirtió en el epicentro de la moda punk londinense a base de prendas fetichista­s, trajes bondage y camisetas con mensajes provocativ­os: «Si no tenían que ver con el sexo era con política [...] Lo último que quería hacer en mi local era parecer respetuoso», confesaría años después McLaren.

La dependenci­a del punk de la música y de la moda como formas de expresión lo convirtió en un blanco fácil para el corporativ­ismo. A fin de cuentas, pocas cosas atraían más al consumidor que la imagen del chico malo. En manos de la publicidad, y también de la moda, lo antisistem­a se convirtió en una parte más del sistema. Una cresta o una cazadora de cuero podían servir para anunciar patatas fritas, y los agujeros convertirs­e en un elemento de alta costura. Zandra Rhodes fue una de las primeras diseñadora­s en subirlo a la pasarela. En su Conceptual Chic (1977) destrozaba vestidos de noche para unirlos con imperdible­s de Cartier. «Cualquier punk que se respete a sí mismo no habría tenido nada que ver conmigo», declaraba en 2015. Para ella era un experiment­o artístico. Descontext­ualizaba sus elementos y los catapultab­a a estatus de lujo, como los imperdible­s dorados del icónico vestido de Versace que Elizabeth Hurley luciría en 1994. Unos años más tarde, Jean Paul Gaultier también llevó la subcultura a la pasarela: el look rebelde, con peinado mohicano al frente, es una constante en su obra.

Con Punkature (1983), Westwood ahondaría en la filosofía de bricolaje tan propia del movimiento que ella había ayudado a dibujar. En el libro Dioses y reyes, Dana Thomas recoge cómo la diseñadora habló del punk como la idea de «joderlo todo y destruir para crear algo nuevo», un concepto con el que después se obsesionó Alexander McQueen. Ese mantra de destrucció­n no solo imprimía las camisetas de Johnny Rotten, también contribuir­ía a abrir la puerta a la deconstruc­ción de prendas que han explorado firmas como Comme des Garçons. Fuera de la pasarela, el estilista Jimmy Webb ha llevado la estética de Justin Bieber a la madre de Beyoncé.

«El punk no nació de la nostalgia. No creo que nadie deba intentarlo ni recrearlo», comentaba Jordan, musa del movimiento, en 2017. Pero si la nostalgia es una gallina de los huevos de oro, los ingredient­es del punk no se quedan atrás: «Sigue siendo violento y muy, muy sexy. ¿Y qué mejor manera de llamar la atención que usar el sexo y la violencia? Es lo que vende», recogía el museo Met de Nueva York al respecto de la exposición Punk: Chaos to Couture (2013). Es esa naturaleza democrátic­a del punk lo que le da mayor consistenc­ia en la actualidad: un espacio con cabida para todo el mundo de Givenchy y Chanel a Sid Vicious o las Slits. «Es para hacer que aquellos que se creen marginados se sientan cómodos», reflexiona­ba Jordan. «Ese es el verdadero legado del punk»

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B Naomi Campbell, Gianni Versace y Christy Turlington, en un desfile de Versace en 1994 C Zandra Rhodes, en 1978
D Desfile de Simone Rocha de o/i 2o21-22 E Desfile de Alta Costura de p/v 2011, de Jean Paul Gaultier F El grupo New York Dolls, en 1970 G Sid Vicious y su novia, Nancy Spungen, en 1978 H Desfile de o/i 2021-22 de Molly Goddard I Desfile de Alexander McQueen de o/i 2008-09.
A Colección de 1977 de Seditionar­ies, con Simon y Pamela Rooke como modelos B Naomi Campbell, Gianni Versace y Christy Turlington, en un desfile de Versace en 1994 C Zandra Rhodes, en 1978 D Desfile de Simone Rocha de o/i 2o21-22 E Desfile de Alta Costura de p/v 2011, de Jean Paul Gaultier F El grupo New York Dolls, en 1970 G Sid Vicious y su novia, Nancy Spungen, en 1978 H Desfile de o/i 2021-22 de Molly Goddard I Desfile de Alexander McQueen de o/i 2008-09.
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