OTRA MANERA DE HACER MODA ES POSIBLE
¿Quién impulsa el cambio en la industria indumentaria?
Son los nuevos referentes del cambio ideológico, ético, productivo y económico que se le demanda más que nunca a la industria del vestir. Una generación ‘centennial’ de diseñadores que está consiguiendo elaborar un discurso que apela a las estéticas políticas y, en muchos casos, desde los márgenes del sistema invisibles hasta ahora. Con ellos, mejor no dar nada por sentado.
De la estética a la política y de la política a la estética. No es seguro que Thebe Magugu haya leído a Jacques Rancière, pero las ideas del filósofo francés a propósito de las estéticas políticas –o las políticas estéticas, que esta es una senda de doble vía– resuenan como pocas veces se habían sentido en la moda con el joven diseñador sudafricano. «Con todo lo que está pasando me resulta muy difícil ignorar la realidad o crear una fantasía sobre lo que ocurre. Para mí, una colección debe reflejar, contar el momento, no mostrar una visión romántica, que es lo que mucha gente aún espera de un creador africano. Una vez, en Milán, un periodista me dijo que mis prendas no eran ‘suficientemente africanas’. Bueno, lo cierto es que son mucho más africanas de lo que la mayoría se cree, porque hablan de lo que de verdad sucede en África, no responden a ese estereotipo tribal que aún persiste». Magugu contesta así a la pregunta de si es posible no expresarse en términos políticos cuando uno viene de un país como el suyo. Podría tratarse de otra opinión preconcebida, en este caso por parte de quien escribe, pero a la vista de lo que acaba de poner en escena tampoco caben dudas.
Invitado especial del salón Pitti Immagine Uomo de Florencia en su edición número 100, Thebe Magugu es una de esas nuevas voces con la misión de resetear la industria de vestir. De ahí la expectación generada por su presencia en la vuelta a la normalidad de la primera feria indumentaria mundial tras año y medio de interrupción física por la pandemia, celebrada a finales del pasado junio. Que en lugar de la fantasía escapista/ optimista de rigor presentara una tan realista como dolorosa bofetada emocional fue algo que nadie vio venir en una convocatoria por otro lado pródiga en esos mensajes sociales prácticamente obligados hoy por hoy (sostenibilidad, diversidad, inclusión, ya saben). «Quería hablar de la corrupción, un mal endémico en África por culpa de las acciones insidiosas de sus gobernantes», explica el diseñador. «Todos esos millones que desaparecen día sí y día también a manos de los políticos y las familias que detentan el poder es algo que se ha normalizado en Sudáfrica. Lo hemos convertido en una anécdota que se cuenta durante las cenas, minimizando de esta manera las devastadoras ramificaciones que conlleva, del aumento de la brecha educacional y de igualdad a la mala gestión de fondos y servicios públicos, cosa que suele derivar en violencia». Cómo zafarse de la sacudida de sus palabras, sobre todo cuando, a continuación, refiere la corrupción como problema global, «que pone en entredicho el sentido de la justicia y deteriora la seguridad y la confianza en el estado». Tiene sentido que haya elegido su debut en territorio masculino (primavera/verano 2022) como vehículo de tamaña denuncia, inteligentemente expuesta en estrictos términos estéticos al apelar a la sastrería occidental y la iconografía ranchera de ascendencia española de la Gran Cuenca estadounidense para amplificar la repercusión de su discurso.
Hay muchos detalles que llevan a leer a Magugu como referente del cambio ideológico, ético, productivo y económico que se le demanda más que nunca a la moda. Consciente de la brutal tasa de paro juvenil que alcanza Sudáfrica (46,3 por ciento), no solo no tiene intención de abandonar Johannesburgo, donde estableció su firma en 2015, sino que además insiste en producir de forma local, dando trabajo a talleres y artesanos de su país. Para que conste, cada una de sus prendas incorpora un microchip que, mediante la aplicación Verisium, informa al comprador del proceso de confección, los tejidos utilizados, la historia que hay detrás y hasta le proporciona una fotografía de quienes se han empleado en ella. Es su manera de dar voz, dice, a aquellos que nunca la han tenido. Un empeño que traslada a su motivación/proceso creativo: si en Prosopography, la colección con la que ganó el LVMH Prize 2019, reivindicaba a las Black Sash, el contingente de mujeres blancas que hizo frente al apartheid en la década de los cincuenta del pasado siglo, en Doublethink, la versión del ‘doblepensar’ orwelliano que escenificó en Pitti, saca a relucir los testimonios de periodistas y funcionarios que han denunciado la corrupción política sudafricana a costa de sus reputaciones, puestos de trabajo y libertad (los llamados whistleblowers). «Cuando me presenté ante el jurado del Premio LVMH dije que mi sueño era crear
una marca global, que estuviera en todas partes, pero también dejé muy claro que no pensaba irme fuera para ello», recuerda. «Mi objetivo siempre ha sido mostrar la Sudáfrica contemporánea y acabar con los clichés facilones sobre la moda africana». Ahí donde lo leen, apenas tiene 28 años. Menudo altavoz.
Noeselúnico,claro, de una generación que, a efectos del negocio indumentario, se alza como un genuino movimiento sociocultural y, sí, estéticamente político, que centra sus esfuerzos en romper estereotipos y visibilizar otras formas de hacer, pensar y ser. «Pretendemos convertirnos en un vehículo de aprendizaje, sobre nosotros mismos y nuestra historia, pero también para esos chavales de tercera generación de inmigrantes que han crecido en las metrópolis occidentales», informa Daily Paper, la marca/ colectivo fundado en Ámsterdam, en 2010, por Jefferson Osei, Abderrahmane Trabsini y Hussein Suleiman, amigos desde la infancia con raíces comunes subsaharianas. Una herencia que han incorporado como parte intrínseca de su lenguaje creativo. «En realidad, somos una plataforma que va más allá del diseño de ropa. Representa un mensaje, una comunidad, una familia global de mente abierta y activa en la moda, la música y los deportes», concede Osei. Su modus operandi ‘à la’ Gen Z no tiene pérdida: economía circular, reciclaje y upcycling e iniciativas benéfico-solidarias como esas pop-ups anuales en las que ofrecen los remanentes de inventario a jóvenes de Acra (Ghana) y Johannesburgo. «La idea es devolver todo lo que podamos a aquellos lugares que consideramos nuestra casa, al tiempo que damos a Occidente una mayor perspectiva de la cultura africana a través del diseño», continúa. Con estas credenciales –que incluyen colaboraciones con marcas del alcance de Off-White–, Daily Paper ha sido elegida para participar en Voices of Fashion. Black Couture, Beauty and Styles, la exposición multidisciplinar con la que el Centraal Museum de Utrecht quiere saldar cuentas con los creadores racializados. «Se trata de una celebración de la cultura y el talento afro que espero que sirva para mover a la reflexión y, de paso, darle el crédito que merecen tantos diseñadores, modelos, fotógrafos y artistas afro que han contribuido a la moda», concede la activista Janice Deul, fundadora de Diversity Rules y co-comisaria de la muestra, que puede verse hasta el 15 de agosto en la ciudad de los Países Bajos.
El afroamericano Christopher John Rogers, finalista del LVMH Prize de este año y más reciente paladín de la inclusión; la indonigeriana Priya Ahluwalia, acreedora del premio Queen Elizabeth 2021 del British Fashion Council, que reconoce su «contribución activa para cambiar la industria a mejor» por sus políticas ecorresponsables mientras la señala como «líder de pensamiento progresista»; el nigeriano Kenneth Ize, que desarrolla sus tejidos y produce con artesanos de su país; o el propio Thebe Magugu son algunas de esas nuevas voces que se proyectan hacia el futuro en la exposición del Centraal Museum, junto a nombres ya inevitables tipo Pyer Moss, Virgil Abloh (por partida doble, como demiurgo de Off-White y director creativo de las colecciones masculinas de Lous Vuitton) y Telfar Clemens o veteranos como Ozwald Boateng y Xuly Bet. Aunque también hay hueco para aquellos que, operando desde las esferas de la supremacía blanca, no han querido descolgarse del signo de los tiempos: Alessandro Michele y su colaboración con Dapper Dan, el sastre pirata de Harlem, en Gucci; Maria Grazia Chiuri junto a Pathé Ouedraogo, el legendario diseñador de Burkina Faso, en Dior; y Pierpaolo Piccioli de la mano de la modelo Liya Kebede y su firma ética, LemLem (con base en Etiopía), bajo el paraguas de Moncler. «Involucré a Liya en este proyecto porque deseaba hacer algo honesto, que respondiera tanto a su sensibilidad como a la mía y la de Moncler. Conectar la diversidad es mi idea de la creación inclusiva», explica el director creativo de Valentino para espantar cualquier sombra de sospecha oportunista. La misma que persigue indefectiblemente a Abloh, que para la ocasión pretende demostrar que su trabajo como diseñador consiste en «permanecer fiel a mí mismo y a mi historia y abrir puertas a otros creadores negros. El futuro de la moda puede ser diverso, también como ventaja para el medioambiente». El problema es que la tan cacareada diversidad puede evidenciar cierta exclusión.
Sucede con marcas y diseñadores que, quizá por no figurar en la agenda sociopolítica caliente, suelen quedar fuera de los radares más mediáticos, aunque sus voces no solo no desentonen, sino que incluso tienen igual o hasta mayor potencia. Es el caso de Peter Do, el Margiela vietnamita, o Ader Error, colectivo anónimo surcoreano que lleva operando desde finales de 2014 con la intención de trasladar al mundo una visión de la cultura moderna que desprecia la idea de la moda como necesidad constante de consumo. «Ya no tiene sentido crear artículos sin significado, solo para vender por vender», expone este grupo de francotiradores del vestir, obsesivo en su observación de la cotidianidad y la imperfección como inspiración y fanático de las nuevas tecnologías y las revolucionarias prestaciones de las redes sociales. La desaparición de la construcción de género a través de la vestimenta es otro de sus caballos de batalla: «Preferimos hablar de prendas unisex. Se trata de aprender a prestar más atención al corte, la silueta, el color o los tejidos y materiales que a cualquier categorización de género específica. Así, resulta más fácil concebir la ropa de manera objetiva, desapegada del pensamiento convencional binario y vertical». Para comprobarlo, ahí está su actual colaboración con Camper, una colección cápsula para la línea Together de la firma mallorquina que, amén de calzado, incluye por primera vez camisetas, sudaderas, calcetines y bolsos. «Nos centramos en crear contenidos sencillos, pero distintos, para mostrar un nuevo horizonte de diseño», concluye el colectivo. «Más allá de la moda, siempre pensamos en cómo influir de forma positiva en el estilo de vida de la gente».
En idéntica longitud de onda opera Chopova Lowena, la etiqueta de Emma Chopova y Laura Lowena, estudiantes de la Central St. Martins londinense unidas por la creencia de que «hay una manera mejor de hacer moda y de que los consumidores lo entiendan». Para estas finalistas del LVMH Prize 2020, ‘la manera’ pasa por reciclar tejidos antiguos y de stock, que luego convierten en una fantasía folk-punk-rave producida en factorías de Bulgaria (de donde es oriunda Chopova, lo que puede entenderse como confección en proximidad, aun estando su base en la capital británica) y de tallaje inclusivo, que esperan ampliar todavía más a partir de la próxima colección. «La moda no solamente ha de adaptarse a estos nuevos tiempos, sino que, como todo hecho cultural, ha de ser también impulsora de esos cambios y actuar como revulsivo estético de la sociedad», aduce por su parte la española Tíscar Espadas, a la que tampoco le interesa sobreproducir. Jienense de Úbeda, 28 años, recolocada igualmente en Londres, acaba de presentar su tercera colección/capítulo en el marco de la semana del prêt-à-porter masculino de Milán, otra vuelta de tuerca a la tradición sartorial. «Estudié sastrería por una cuestión de técnica y oficio. Aunque diseño instintivamente pensando en el cuerpo del hombre, en realidad busco crear prendas sin género, que aspiren a lo humano y universal», contaba a Vogue España a finales de 2020. «El concepto mercantilista de la ropa como producto desechable y efímero, casi sin trascendencia en nuestras vidas, abocado a ser sustituido casi de inmediato, ha proporcionado ingentes beneficios a la industria, pero consecuencias devastadoras a la naturaleza, la sociedad y el desprestigio de la propia moda», concluye. «Ese modelo no me interesa en absoluto». A ella y, por suerte, parece que cada vez menos a todo el mundo