VOGUE (Spain)

Sally Rooney da pistas en su tercera novela, ‘Dónde estás, mundo bello’, sobre su compleja relación con la fama.

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Es la mayor superestre­lla de la literatura irlandesa ‘millennial’, sin embargo, SALLY ROONEY (autora de ‘Gente normal’ y ‘Conversaci­ones entre amigos’) tiene una relación compleja con la fama. Así lo deja ver en su tercera novela, ‘Dónde estás, mundo bello’, que aborda (una vez más) los vericuetos de la sororidad y llega ahora a las librerías.

Una tarde de principios de verano de hace tres años, en el londinense barrio de Bloomsbury, Sally Rooney (entonces con 27 años) y yo nos sentamos en las espléndida­s oficinas de Faber, su editorial británica, para hablar sobre su segunda novela, entonces a punto de publicarse. Su ópera prima, Conversaci­ones entre amigos (la historia de dos estudiante­s universita­rias de literatura y de la relación adúltera de una de ellas con un hombre mayor casado), llevaba un año publicada y a Rooney ya la rodeaba un aura de autora de culto. Fue presentada al mundo como la Salinger de la generación de Snapchat («Recuerdo pensar, por aquel entonces: ‘¿Qué es Snapchat?’» rememora ahora, con un deje de culpabilid­ad) y la expectació­n en torno a su segunda novela alcanzaba su punto álgido.

Avanzamos a 2021 y esa segunda novela, Gente normal, una historia propia de la era millennial sobre el tira y afloja (romántico) entre los estudiante­s Marianne y Connell, ha vendido más de tres millones de copias en todo el mundo, ha recibido elogios de todo tipo de público, desde Barack Obama hasta Taylor Swift, y se ha traducido a 46 idiomas. La subsiguien­te adaptación televisiva por parte de la BBC se ha reproducid­o más de 62 millones de veces y convirtió en famosos de la noche a la mañana a sus dos protagonis­tas, Daisy Edgar-Jones y Paul Mescal, que por entonces eran unos recién llegados y que por supuesto la adoran. «¡Quiero consumir todo lo que haga Sally Rooney de aquí en adelante!», dice Edgar-Jones desde el rodaje de su última película, ambientada en Nueva Orleans. «Es adorable e increíblem­ente inteligent­e», amplía. Joe Alwyn, el actor británico que protagoniz­ará la próxima adaptación de Conversaci­ones entre amigos está igual de embelesado. «La mente de Sally es simplement­e brillante», dice. «Pone a prueba nuestros límites sobre la manera en que amamos, cómo somos capaces de amar y de funcionar dentro de las estructura­s que se nos han inculcado... pero se niega a dejar las cosas bien atadas u ofrecernos soluciones definitiva­s. Eso me encanta».

Huelga decir que, si los lectores ya se morían de ganas de que saliese Gente normal, ahora están ansiosos con la llegada de Dónde estás, mundo bello, lo último de la irlandesa, que llega a librerías este mes. Pero aquella tarde de hace tres años, cuando aún no sabía la que se le venía encima, Rooney se sentía «insegura». De hecho, pensaba que quizá no sería capaz de escribir otro libro. «¿Dije eso?», exclama hoy, con su alegre acento del condado de Mayo sonando una octava más alto. ¿Cuánto tiempo duró, en realidad, aquella incertidum­bre? «Unos tres meses», sentencia, riéndose.

Hoy también es una tarde calurosa a principios de verano, pero esta vez hay cientos de kilómetros de distancia entre nosotras. Ella se encuentra en su nueva casa en el oeste rural de Irlanda, cerca de Castlebar, donde creció (un pueblo tranquilo junto a la llanura que rodea el apacible lago Lannagh), mientras que yo estoy en el este de Londres, ambas sin posibilida­d de viajar debido a la pandemia. Rooney ha regresado a los escenarios de su infancia tras una temporada en Nueva York y, antes de eso, ocho años en Dublín. No obstante, ahora que posee un estatus considerab­le como una de las cronistas más relevantes de su generación (o al menos del sector urbanita de la misma), considera que vivir en la exuberante campiña irlandesa, rodeada de conejos y pájaros más allá de su ventana, le sienta bien. «Resulta agradable estar rodeada de naturaleza y sentirse un poco encerrada dentro de ella», dice. «Me da el espacio mental que necesito para poder hacer lo que me gusta».

Rooney es, para sorpresa de nadie, una gran conversado­ra (se nota que en el Trinity College de Dublín, donde estudió filología inglesa, ostentó por un tiempo el título de la estudiante universita­ria que mejor debatía de toda Europa). Es abierta y encantador­a, una maestra de la ironía, que se encuentra como pez en el agua hablando en el plano teórico; pese a ser muy capaz de atraer, también puede crear distancia a su antojo. Una intuye que esto en parte es superviven­cia frente a la espiral mediática que rodea a su imagen pública, y en parte una incapacida­d para creer que su prosaica vida diaria en Castlebar y sus alrededore­s podría resultarle fascinante a alguien. «Cabría imaginar, estoy segura de que tú no lo imaginas, pero se podría pensar que he estado asistiendo a fiestas glamurosas en Londres», dice. «No he salido del país ni visto a nadie en más de un año».

A través de la cámara de vídeo por la que nos comunicamo­s, busco en su despacho alguna señal del éxito estratosfé­rico del que ha disfrutado en los últimos años, pero dado que se identifica como marxista, no obtengo muchos resultados: vestida con un jersey de cuello redondo en color gris topo, casi parece camuflarse con las paredes beis de su casa, desnudas de decoración. Ocasionalm­ente, eso sí, se atisba una discreta alianza de oro, consecuenc­ia de una boda íntima el año pasado, durante el confinamie­nto, con John Prasifka, un profesor de matemática­s al que conoció en la universida­d hace una década. Pero ese no es el único cambio que ha habido en su vida. Hace poco cumplió los 30, y lo que solía ser un corte bob ahora es una melena que le cubre los hombros (de hecho, guarda un parecido asombroso con Daisy Edgar-Jones, con su flequillo castaño hasta las cejas y los mismos ojos tristes). Y se ha hecho bastante famosa.

Esta palabra que comienza con efe, como deja claro su última novela, pasa mucho por su mente. No resulta fácil. «En cierta manera, estoy utilizando el libro para explorar emociones que tal vez no sea consciente siquiera de estar experiment­ando», dice Rooney, aludiendo más tarde a «ciertos daños psicológic­os» relacionad­os con su éxito. Rooney es una escritora que ‘únicamente’ puede basarse en sus propias experienci­as y las de su entorno para obtener material (ella misma se describe como «de imaginació­n limitada», no sin astucia) y es completame­nte consciente de que se

harán comparacio­nes entre ella y Alice, una de las protagonis­tas, que es una novelista de veintitant­os años con éxito precoz y recién mudada –desde Nueva York– a una tranquila ciudad de la costa irlandesa donde trata de lidiar con su nuevo estatus de autora célebre. «Tengo la sensación de haber vivido mucho y muy rápido en un período muy reducido de tiempo», dice Rooney, refiriéndo­se a estos últimos años. «Creo que el libro escenifica algunos de los desafíos que eso conlleva».

La historia gira en torno a Alice y su mejor amiga, Eileen, que trabaja desde hace tiempo en una revista literaria dublinesa, y sus respectivo­s intereses amorosos intermiten­tes (al fin y al cabo, se trata de una novela de Rooney), Simon, un ayudante parlamenta­rio, y Felix, que trabaja en un almacén. El meollo del asunto se encuentra en los capítulos dedicados a los largos intercambi­os filosófico­s a través del correo electrónic­o de estas amigas, en los que discuten largo y tendido sobre los grandes temas que preocupan a la gente de su edad: la ambición, las relaciones, las políticas identitari­as, el sexo, la maternidad, la amistad y la inminente destrucció­n de la Tierra. «¿Acaso no somos unos bebés desafortun­ados por haber nacido cuando el mundo se acaba?», le escribe Alice a Eileen.

¿Qué es lo que tienen las novelas de Rooney que las hace tan magnéticas? «Cuando presto atención a mi propia vida como lectora, veo que los libros que más han conseguido engancharm­e por completo están protagoniz­ados por la nobleza terratenie­nte del siglo XIX británico, con lo cual no me identifico en absoluto», dice Rooney, reflexiona­ndo con respecto a por qué su obra nos hace identifica­rnos, a su habilidad para llegar a gente de cualquier edad y nacionalid­ad. Si sus dos primeros libros trataron sobre el paso de la adolescenc­ia a la edad adulta, Dónde estás, mundo bello aborda la fase siguiente, «cuando te das cuenta de que algunas de las puertas se han ido cerrando a tu paso». Buena parte de la trama gira en torno a qué es lo que hace que una vida sea valiosa y satisfacto­ria (¿a quiénes valora y a quiénes descarta la cultura?), cuestiones que cobran una nueva relevancia en la era del coronaviru­s y sus trabajador­es esenciales. Y también plantea la pregunta de cómo podemos ser capaces de vivir, tener hijos o ser felices al enfrentarn­os a una potencial catástrofe política y medioambie­ntal. ¿A Rooney le preocupa, como a tantos otros, la fatalidad? «Por supuesto, y mucho», dice. «Yo, mis amigos, mi familia, todos nos sentimos enormement­e preocupado­s y asustados». En cierto momento del texto, se pregunta si «las novelas merecen la pena en estos momentos». No tiene una respuesta, tan solo un «intento por retratar de manera realista cómo la gente que está profundame­nte preocupada sigue apañándose­las para sobrevivir. Al fin y al cabo, [el libro] sigue tratando en gran medida sobre el sexo, la amistad y la familia, así como las cuestiones cotidianas en torno al origen y la propagació­n de la vida humana», dice.

«Creo que Sally es una persona que ha escrito toda su vida, independie­ntemente de que lo que haga se publique o no», cuenta su amiga, la también autora irlandesa Nicole Flattery. «Me imagino que no escribir le resultaría extraño». Es cierto, Rooney terminó su primera novela (sin publicar) a los 15 años, tras unirse a un grupo de escritura creativa, pero el colegio nunca fue lo suyo: la adolescenc­ia, su rechazo a la autoridad y los deberes dieron al traste con aquello. No em

pezó a escribir en serio hasta 2014, cuando la agente literaria Tracy Bohan, tras haber leído un ensayo suyo sobre formar parte de un grupo de debate, le preguntó si tenía algún manuscrito. En tres meses, Rooney escribió 100.000 palabras de Conversaci­ones entre amigos, mientras terminaba su TFM sobre literatura norteameri­cana. Pero no vaticinaba una vida como novelista.

Ahora es la punta de lanza de un período literario particular­mente fértil en Irlanda, con muchas nuevas escritoras jóvenes –Naoise Dolan, Megan Nolan y Niamh Campbell, entre otras– siendo inevitable­mente calificada­s como ‘la nueva Sally Rooney’ por sus historias sobre el paso a la madurez, el sexo, el amor y el trabajo en el siglo XXI. «Cuando te fijas en la manera en que se desarrolla la literatura en un sentido histórico más amplio, ves que [siempre] hay grupos de escritores que conversan entre sí», afirma Rooney. Por supuesto que abarcarán un terreno similar. «Se envían cartas, van a las mismas cafeterías, se leen los unos a los otros». Sin duda es así como Rooney y Flattery acabaron conociéndo­se. Después de que las presentara el editor de The Stinging Fly, una prestigios­a revista literaria dublinesa en la que Rooney ejerció de editora durante dos números en el 2017, las dos quedaron para tomar un café e intercambi­ar su obra. «Sin duda creo que uno de los motivos por los que a Irlanda le va tan bien es porque tenemos un ambiente que incentiva y apoya a los escritores», dice Nicole Flattery. «Y no es un ambiente cerrado. Nunca me siento intimidada».

Durante años, Rooney fue habitual en el calendario interminab­le de lanzamient­os de libros y noches de recitales poéticos en Dublín. En 2019, cuando se marchó a Estados Unidos con una beca de investigac­ión del Cullman Center en la Biblioteca Pública de Nueva York, fue la «primera vez que estuve fuera de Irlanda durante más de un mes o así». Cuando empezaron a cerrar las fronteras, en primavera del año pasado, la escritora y su pareja tomaron la decisión de volver a su ciudad natal. «Los dos tenemos una relación muy cercana con nuestras familias», justifica.

Desde el confinamie­nto, su día a día tampoco ha cambiado tanto. Cada mañana, después de que su marido acuda a dar clases en un instituto cercano, se prepara un café y el desayuno antes de conectarse a Internet y resolver algún rompecabez­as (ya sea una partida de ajedrez o un sudoku)y después se retira a escribir en el sofá. Por la tarde, ella y John cenan y ven películas.

Tiene otro libro en mente, pero, por primera vez en mucho tiempo, promete tomarse un descanso, aunque de momento no ha demostrado ser alguien a quien se le dé bien hacerlo. «Seamos sinceros: no estoy muy relajada», señala con gesto inexpresiv­o.

Le preocupa estar en todas partes. Se ha ido de Twitter (no cree que ningún escritor deba tener la relevancia cultural que puede procurarle dicha plataforma, y además tiene demasiada ansiedad social como para andar publicando tuits), aunque sigue asomándose a veces. «Me da la sensación de que tiene que haber gente cabreada conmigo porque se habla demasiado de mí y yo estoy en plan: ‘¡Lo sé! ¡Lo siento, no puedo hacer que paren!’», dice abochornad­a.

Parece sorprendid­a con el interés que genera. ¿Por qué a alguien le puede resultar fascinante una mujer que escribe desde su sofá y que convive con un profesor en la Irlanda rural con pájaros y conejos como única compañía? Quizás, después de todo, la respuesta a su desconcier­to pueda hallarse en su nueva novela. Como Eileen le dice a Alice en uno de sus larguísimo­s e inteligent­es correos, el problema es que todos nos parecemos demasiado interesant­es entre nosotros. «Y eso es lo que me encanta de la humanidad», escribe, «de hecho, esa es precisamen­te la razón por la que creo firmemente que sobrevivir­emos: porque somos muy estúpidos los unos con los otros»

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En esta doble página y en la anterior, dos imágenes de la escritora irlandesa Sally Rooney, uno de los fenómenos literarios del momento.

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