El hogar soñado de Christine D’Ornano: un dúplex con su propio jardín en la margen izquierda del Sena.
CHRISTINE D’ORNANO regresó a París en 2018, justo después de convertirse en vicepresidenta de SISLEY, la empresa familiar de cosmética. Tras una búsqueda incesante encontró su hogar soñado: un dúplex en la margen izquierda del Sena que tiene incorporado s
Christine d’Ornano pasó su infancia en París, en el muelle de Orsay situado en la Rive Gauche, pero ha vivido por todo el mundo. En un internado inglés, en Princeton durante la época universitaria y en Nueva York y Londres cuando trabajaba como ejecutiva en la compañía familiar, Sisley. Su etapa en la gran urbe terminó cuando escaló puestos dentro de la empresa, tras asumir el cargo de vicepresidenta en 2018. Fue entonces cuando abandonó Londres y regresó a Francia.
Una vez allí, prefería instalarse en la margen izquierda del Sena; el lado más próspero y artístico de la ciudad. Hace dos años, cuando andaba buscando un hogar, la invitaron a una cena en casa de un marchante en la Rive Gauche. Para acceder al piso «había que atravesar el jardín. Y pensé: ‘Menudo sueño es estar en el centro de la ciudad y tener tanta vegetación’. En Londres, la mayoría de las casas son ajardinadas. Pero en París resulta muy inusual», recuerda. Aquella noche se dio cuenta de que quería tener su propio jardín y la suerte quiso que encontrase uno en un lugar mágico de Saint-Germain-des-Prés: un piso a pie de calle situado en un hôtel particulier del siglo XVIII con terraza, árboles y un lecho de flores en la parte trasera. No obstante, cuando vio la vivienda, que descansa majestuosamente sobre un patio de adoquines, esta estaba hecha un desastre. Durante años había funcionado como oficina, con «tabiques, enchufes por todas partes y luces fluorescentes», detalla. «Hizo falta algo de imaginación para entender en qué podría convertirse». Afortunadamente, ella la tuvo. Pudo intuir que tras ese caos corporativo e impersonal se escondía una arquitectura noble esperando a ser redescubierta. Y desde el mismo instante en que vio el jardín supo que había encontrado su casa en París.
Primero se puso manos a la obra con el interior. Consiguió comprar también el piso de arriba y, con la ayuda de la arquitecta Brenda Altmayer, unió las dos alturas gracias a una escalera de comienzos del siglo XX que encontró en el mercadillo de Porte de Clignancourt. Reorganizó la parte superior para que acogiese tres dormitorios con sus respectivos baños –para ella y sus tres hijas adolescentes –, mientras que la cocina, el comedor y la oficina –que hace las veces de habitación de invitados– se situaron en la planta baja. Además, instaló en la cocina un mirador con vistas al jardín.
Lo siguiente fue decorarla. D’Ornano se crió en el piso de sus padres, los condes Hubert e Isabelle d’Ornano, que había sido decorado por el prestigioso interiorista Henri Samuel con un «estilo colorido, casi barroco y muy ecléctico», como ella misma define. También su casa londinense estaba llena de color, pero «al contrario que la casa de mis padres, en la que había muchos estampados, la mía se dividía en bloques cromáticos; una habitación tapizada en rosa, un salón lacado en gris...», rememora.
Sin embargo, en aquel momento pensó: «Quiero blanco». Pero no un blanco cualquiera. «Conté con un fantástico pintor artesano francés que mezcló la pintura con polvo de mármol para darle cierto brillo, y con yeso, para conseguir un efecto tiza. Todas las habitaciones son de un blanco ligeramente distinto, con
diferentes texturas. Mi madre vino a verlo y dijo: ‘¡Todo es blanco! ¡Nada más que blanco!’», recuerda d’Ornano, riéndose. «Pero yo quería que transmitiese calma».
Admite que con el paso del tiempo «el color se ha ido abriendo paso». Como el del terciopelo verde anís que cubre los armarios de su oficina, el binomio rojo-negro de los azulejos de la cocina, o el rosa fosforito del interior de las estanterías. «Brenda acababa de volver de la exposición de Francis Bacon en el Centre Pompidou y me dijo: ‘¿Los colores? ¡Los colores!’. Me enseñó fotografías de las pinturas y elegimos ese rosa». La ejecutiva se trajo algunas piezas desde Londres, entre ellas sus sillones favoritos de Howard & Sons. Prácticamente todo lo demás es nuevo, y encontró buena parte de ello en mercadillos. «Estoy obsesionada con ellos. Los visito habitualmente y suelo encontrar muebles para mis amigos. Es una de mis aficiones», confiesa.
Siempre que redecora un espacio (ya sea el interior del Institut Maison Sisley Paris, en la avenida de Friedland, o una casa nueva) «me intereso por un aspecto del diseño y profundizo en él», asegura. En el caso del dúplex de la Rive Gauche, se enganchó a la estética propia de la posguerra italiana. Compró una mesa de mármol para su vestíbulo y una lámpara con forma de palmera, ambas de Ettore Sottsass. Hay un par de sillas de madera en el salón obra de Paolo Buffa, y unas cuantas piezas de Angelo Mangiarotti, como una mesa de mármol con doble pedestal. La silla blanca con el respaldo ovalado frente a su escritorio es de Gio Ponti.
Gran parte de las piezas de arte son obras de amigos de la familia. Tiene montones de pósters de la serie Love, de Yves Saint Laurent, que el diseñador enviaba cada año a modo de tarjetas navideñas. Sus padres, que también fueron propietarios de la firma de moda Jean Louis Scherrer, conocían bien al argelino. «Recuerdo que el póster llegaba dentro de un tubo. Mi madre los guardaba y me regaló unos pocos. Ahora son objetos de coleccionista», dice d’Ornano.
En la pared del cuarto de invitados habitan unas ramas de flores en porcelana blanca, obra de la artista japonesa Kaori Tatebayashi. D’Ornano descubrió su trabajo en una exposición de temática botánica en la Tristan Hoare Gallery de Londres en 2019, y le gustó tanto que le encargó una serie de piezas basadas en las flores del jardín de Amanda Brooks en los Cotswolds. «Estuve en una comida en casa de Amanda y vi los arriates mixtos, completamente en flor, que había plantado su marido», narra. «Hice fotos de las flores, se las di a Kaori y ella creó las piezas. Me encantan. Son de lo más etéreas; son el plato fuerte de la habitación». Christine también se reconoce aficionada a coleccionar pinturas de nubes. Dice haberlo hecho de manera inconsciente hasta que «mi hija, cuando tenía seis o siete años, pintó una nube con acuarelas y escribió en ella: ‘Para mami, que colecciona nubes’». Ahora se encuentra enmarcada en la estantería del dormitorio principal.
Una vez que la casa estuvo avanzada, se ocupó del jardín, que estaba completamente tomado por las malas hierbas. «Planté una magnolia y parece que está feliz cuando florece», asegura. «Y como no da mucho el sol, añadí muchos helechos grandes, que son realmente bonitos, y enredaderas para las paredes (jazmines y algunas rosas), así como montones de hortensias y flox. Es bastante sencillo, en realidad». D’Ornano sabía que aprovecharía el jardín para recibir a las visitas: «Me encanta mezclar a todas las generaciones: a mis sobrinos adolescentes con mis amigos, mis hijas y sus amistades. Disfruto especialmente los almuerzos relajados con buffet en los que coges tu plato y comes donde quieres. Así es como mis padres recibían a las visitas, de manera informal», cuenta sobre su particular oasis en la Rive Gauche •