A CUATRO MANOS
Miuccia Prada y Raf Simons explican con detalle para ‘Vogue’ el proceso que ha dado vida a la nueva colección de Prada.
Los diseñadores MIUCCIA PRADA y RAF SIMONS, ambos igual de subversivos, imprevisibles y atentos a las contradicciones del presente cultural, explican con detalle para Vogue el proceso de polinización cruzada que ha dado vida a la nueva colección (conjunta) de PRADA.
AMiuccia Prada (Milán, 1949) no le gustan las colaboraciones. «¡Llevan una eternidad pidiéndome que haga alguna!», exclama, en su inglés con marcado acento italiano. «Siempre me ha parecido que solo se trata de vender más; clichés, banalidad... pero nada de ideas. Nunca me ha interesado eso». Se encuentra sentada en su oficina en Milán junto a su nuevo colega, el codirector creativo de Prada Raf Simons (Bélgica, 1968), mientras voy haciendo recuento de las contradicciones. No obstante, incluso sin la presencia de Simons aquí, en el centro neurálgico de la sede de Prada, seguiría quedándole claro a cualquier devoto que lo que le ha sucedido a la firma es sin duda una colaboración: desde febrero de 2020, momento en que se anunció por primera vez su asociación (provocando gran sorpresa e intriga), las señas de identidad de ambos diseñadores se han plasmado en todas las colecciones de Prada, resultando tan visibles a simple vista como el omnipresente logo triangular. El dúo ha producido hasta el momento dos colecciones de mujer. La de primavera/verano 2021 (presentada a través de un desfile propio de la época de la covid-19 emitido en directo el pasado mes de septiembre) se trató de una serie cuidadosamente seleccionada de siluetas minimalistas, faldas definidas y tejidos alegres. Entre tanto estampado monocromo y anoraks con bolso incorporado, la colección nos aportó un nuevo clásico de Prada: una glamurosa falda amplia con cinturón de seguridad de avión en la cintura –algo que de alguna manera consiguió ser tan propio de Miuccia Prada como del escultórico y espectacular Simons– irresistiblemente combinada con jerséis de cuello alto con perforaciones de lo más irreverentes.
En febrero, la casa italiana presentó su colección otoño/invierno 2021-22 (que vemos en este reportaje interpretada por parte de la nueva hornada de actrices británicas) ofreciéndonos un diálogo interminable entre looks que oscilaban entre el colorido psicodélico y la sensualidad optimista, entre la armadura defensiva y las botas de plataforma estampadas de color púrpura. El conjunto, toda una oda ‘multitextural’ al tacto, recordó a las colaboraciones de Prada con el teórico y arquitecto holandés Rem Koolhaas.
De qué manera exacta se unen estos dos diseñadores para crear conjuntamente estas colecciones (algo que intento sonsacar a Prada, de 73 años, y a Simons, de 53), eso sí, sigue siendo una cuestión gloriosamente esquiva. «Empezamos por el diálogo», dice Simons. «Hablamos sobre la última temporada, hablamos sobre ideas y sentimientos, y a partir de ahí empezamos a hacer que vayan creciendo las cosas pequeñas. Pero todo comienza con un diálogo».
«Eso es lo que hace que un diseñador sea bueno», añade Prada. «Primero tienes que tener buenas ideas, y luego tienes que poder traducirlas. Cuando aún no tengo una idea precisa, siempre me pregunto: ‘¿Qué es lo que de verdad me interesa?’. Tal vez sea un lugar, tal vez sea un color, tal vez sea una emoción. Y después me fijo en el tejido y trato de entender por qué me siento atraída hacia algo. En un sentido práctico, se empieza por la estética. El proceso dura meses».
«La parte colaborativa», añade Simons, «resulta fácil, fácil, fácil. Es muy sencillo. La naturaleza de la manera en que diseñamos no está muy desconectada entre sí. Hay diseñadores que se sientan en un escritorio y se ponen a bosquejar y demás. ¡Ninguno de los dos somos en absoluto así!». «Tenía la esperanza de que él pudiese hacerlo, porque yo no soy capaz» dice Prada, riéndose.
Siendo, como es, una mujer cuyas apariciones se analizan al milímetro como inspiración de estilo, desde luego en persona no decepciona. Luce una melena rubia hasta los hombros, dividida por sus suaves ondas laterales que dejan ver unos pendientes de piedras preciosas (quizás sea cornalina, que estimula la creatividad) engastadas en oro. Lleva un traje con pantalón de cuadros marrones y debajo una camisa rosa sin meter (hasta aquí bien, recatada) pero entonces llegamos al calzado: un par de sandalias peludas con perlas relucientes incrustadas de Miu Miu.
«Me encanta el look», dice Simons, que luce unos pantalones negros ajustados, botas minimalistas y utilitarias hasta los tobillos y su característico jersey oversize, con un cuello azul de camisa asomando por debajo. La admiración es tan real como recíproca.
Lo cierto es que no existen precedentes de dos diseñadores, cada uno de ellos tan exitoso por derecho propio (la firma de Raf Simons ya ha cumplido un cuarto de siglo y Prada no muestra signos de disminuir ni su influencia ni sus cifras de ventas) uniendo sus fuerzas de esta manera. La decisión surgió, según nos cuentan, tras un largo período de mutuo aprecio.
«Solo me gusta un número muy pequeño de firmas, y Prada es una de las pocas que me pondría», concede Simons, que al comienzo de su carrera se sentía incómodo llevando su propia marca, optando en su lugar por una ‘dieta’ a base de Prada y Helmut Lang. Después,
en 2005, la propia Miuccia Prada y su marido, el director ejecutivo del Grupo Prada, Patrizio Bertelli, nombraron a Simons como director creativo de Jil Sander.
«Eso es algo que nunca se olvida», dice Simons. «Mi marca era vista como la vanguardia de la moda masculina, y Jil Sander era algo muy distinto. Vieron en mí algo que nadie más había visto o por lo que nadie se había atrevido a arriesgarse». Los dos continuaron siguiendo el trabajo del otro, hasta que se reunieron después de un desfile de Miu Miu en 2015 en Tokio y tuvieron lo que ambos describen como «una conversación abierta». «Muy abierta», enfatiza Prada. «Pensamos: ‘¿Qué podemos hacer?’. Jugueteamos con la idea de intercambiar nuestros papeles; yo a la cabeza de Raf Simons, él a la de Prada», dice, de nuevo riéndose.
«Esta colaboración fue algo muy osado», afirma Koolhaas a través de Zoom. «Encaja perfectamente con el interés de Prada por la experimentación y sigue resultando sorprendente: todavía no hay una sensación de rutina (o de nada que se le parezca), así que todo parece repleto de posibilidades».
También explora la cada vez más relevante cuestión de qué significan hoy en día para la moda las colaboraciones. En esta antes inimaginable época en la que no solo Prada y Simons unen sus fuerzas, sino también Balenciaga y Gucci (si bien para algo descrito no tanto como colaboración sino como una suerte de hackeo aislado), resulta difícil evadir la idea de que ha habido un cambio profundo que se aleja de la imagen del autor como un único genio creativo singular y dictatorial para aproximarse a un enfoque más comunal, tanto en lo que al diseño como a las marcas se refiere (en la actualidad, Simons ejerce su papel como codirector creativo de Prada mientras sigue al frente de su propia firma, mientras que Prada mantiene su propia esfera de influencia en solitario en Miu Miu, donde Simons no desempeña ningún papel).
Linda Loppa, que contribuyó a la formación de Simons durante los 25 años que pasó al frente del departamento de moda de la prestigiosa Real Academia de Bellas Artes de Amberes, considera que la aventura emprendida por su antiguo alumno junto a Prada era algo prácticamente inevitable. «En realidad, no me sorprende que sean Raf Simons y Prada quienes estén haciendo esto», me cuenta Loppa, «porque estas dos personas no son las estrellas que esperamos que sean en su papel como diseñadores de moda. Son outsiders; han mantenido su personalidad y comparten parecer con respecto a cómo comportarse en una sociedad así de compleja. Estamos en un momento de cambios realmente importantes, y tenemos que reflejarlo en nuestra forma de trabajar».
La carrera de Simons ha estado salpicada de momentos sublimes basados en la cultura de los jóvenes más radicales: su colección Riot Riot Riot (2001) se inspiró en la generación postsoviética de los jóvenes de Europa del
Este, y su colección Techno Couture (2011) para Jil Sander, con Busta Rhymes como banda sonora y modelos irradiando una paleta de colores ácidos, fue aclamada como momento de transformación para la marca.
Las cuestiones –si no las respuestas– que plantea el momento cultural y político son algo que ha servido de impulso tanto para Simons como para Prada a lo largo de sus carreras, y uno no puede sino sentir que es su interés común en tratar de armonizar sus contradicciones lo que motiva tanto su amistad como su trabajo juntos. Parecen disfrutar especialmente de escarbar en lo que les disgusta, sus miedos y sus inquietudes, ya se trate del lino, que ambos manifiestan realmente aborrecer, o de algo más abstracto. «Primero odias algo, luego investigas por qué odias ese algo», dice Prada. «Eso es emocionante, y para la gente creativa emocionarse es la única manera que encuentra de hacer las cosas».
Lo que ahora mismo entusiasma a ambos diseñadores es la deriva hacia una política capitalista y populista. «La gente se está volviendo increíblemente conservadora», afirma Prada. «Quiero hacer un desfile al respecto porque esa es la verdad». Ni ella ni Simons dicen nada más, pero ambos intercambian miradas cómplices mientras indago sobre si su colección para primavera/verano 2022 satirizará a los movimientos de derechas.
«Creo que a los dos nos interesa mucho tratar de entender el mundo y la manera en que está evolucionando», dice Simons, «y cómo se refleja en la manera en que la gente percibe la moda y la ropa. Está cambiando mucho y es algo generacional».
Prada, que se ha pasado toda su célebre carrera trastocando tanto las expectativas como las ideas en torno al lujo, se hace eco de esas mismas ideas. «A través de mi trabajo muestro mis pensamientos», dice. «Así que me tomo mi trabajo muy en serio».
Y después de más de cinco décadas en Prada, la idea de no hacer ese trabajo no es algo que se plantee. «¿Por qué hay que dejar de trabajar?», cuestiona enérgicamente. «Estoy haciendo lo que quiero»