Megane Mercury, calidez de barrio
El músico le canta al DESAMOR sin renunciar a la SENSIBILIDAD POP ante un público ávido de experiencias nuevas pero compartidas. Fotografía DANIEL DE JORGE. Estilismo BERTA ÁLVAREZ. Por ALEXANDRA LORES.
Megane Mercury (Móstoles, 1996) dejó sus estudios de Comunicación audiovisual y Periodismo para montárselo por su cuenta. Como muchos de los miembros de la Generación Z a la que pertenece, ha hecho del emblema Do it yourself (que nació en la década de los 50) una manera de entender la vida que se puede palpar en cada una de sus aproximaciones al arte. Porque Megane no tiene miedo a tocar todos los palos, aunque él trate de restarle importancia a su innegable talento. “Esto es lo que pasa cuando eres pobre”, asegura. Esta naturalidad se re eja también en su manera de entender su trabajo: porque Megane comenzó a hacer música casi sin pensarlo. “Hice una versión en español de la rapera CupcakKe, que a su vez es un remix de una canción de Lil Nas X. Un conocido de mi amiga Navaja me ayudó con la producción”, aclara. Pero lo que realmente deslumbró al público fue el videoclip que acompañaba al tema: en él, el cantante aparece semidesnudo, con unas orejas peludas, un rabo ondeante y unos calentadores blancos. “Lo lancé un mes antes del Orgullo. De repente, me encontré con tres conciertos por delante y miles de seguidores nuevos en mi cuenta de Instagram”.
Era 2019 y el mundo como lo conocíamos aún no había empezado a desintegrarse. “Cuando se desató la pandemia, yo estaba deprimida total. Había pasado un año terrible después de una ruptura y, en aquel momento, no encontraba nada con lo que evadirme”, recuerda Megane,
que usa tanto el pronombre masculino como el femenino. Por suerte, encontraría recursos a un solo clic. “Empecé a usar el Logic Pro [un programa de software para editar pistas de audio] para hacer mi música. En aquel momento, vivía con mi hermana y su exnovio; y era ella la que me animaba a salir de casa para ir a la compra. Si no hubiera estado bien, no podría haber hecho un EP. Mi segundo tema trata sobre eso”, con esa. Ahora, ya recuperada, su dedicación es total. “Me encargo de los moodboards; hago la dirección creativa, la producción y decido las sinopsis de los videoclips”. Además, Megane realiza un trabajo diario de investigación. “Soy una viciada de Spotify, siempre estoy digueando [anglicismo para investigar]. Escucho siempre el Descubrimiento semanal de Spotify”, reconoce. Allí, se encuentra con grupos nuevos que pronto se convierten en sus favoritos, como Marta Movidas, Infanta, o Ghouljaboy, pero también le proporciona acceso a estilos musicales totalmente alejados de las tendencias habituales, como el post-punk ruso. In uencias que se harán visibles en un nuevo álbum que verá la luz el próximo febrero.
Mientras tanto, Megane, que acaba de actuar en el Mad Cool (tras ganar un concurso de talentos), da rienda suelta a otras de sus pasiones: la fotografía. En este caso, el Centro Internacional de Fotografía y Cine (EFTI) tampoco colmó sus expectativas. “No era lo mío”, comenta sobre esta etapa formativa. Un desencuentro que no mermó la buena salud de su relación con esta disciplina. Prueba de ello es que el pasado julio inauguró su primera exposición individual, que tiene como protagonistas a los migrantes y refugiados que se reúnen una vez a la semana en la sede de una ONG madrileña. Pero la fotografía y su importancia en su obra trascienden el terreno laboral. Cuando nos recibe en su piso, situado en un vecindario de Leganés (Comunidad de Madrid), un retrato en blanco y negro de su abuela preside la estancia; su gura resulta fundamental en la vida de Megane. “Es profesora de universidad y la invitan a muchos congresos, por eso tiene tanta ropa. Mi tía es costurera y le hace trajes, aunque ella no los usa, así que, cuando voy a Guinea Ecuatorial, se los robo”, bromea. Tanto ella como las demás mujeres de su familia han resultado fundamentales para su aprendizaje sentimental y estético. “Llevo a tope con Kanye West desde que tenía diez años. Mi hermana, que me saca trece y es casi como mi madre, escuchaba entonces todo lo que les gustaba a las chicas negras: Beyoncé, Pharrell Williams, Snoop Dogg, Foo Fighters... Ella, a su vez, llegaba a toda esa música a través de amigas que vivían en Londres”, recuerda el cantante.
En el terreno audiovisual, además de su a ción por los animes , los títulos que ve suelen incluir narrativas y personajes LGTBIQ+. “Dentro de un tiempo, me gustaría hacer películas, así que veo muchos documentales y me jo en ellos, pero también me gustó mucho Los Bridgerton. Me la he visto sintiendo todas las cosas”, comenta. Pero no todas sus in uencias son culturales; otras atesoran un gran componente vivencial. “Estas son casas de protección o cial y se asignaban por sorteo”, explica. “Hay urbanizaciones, como la de aquí enfrente, de un nivel adquisitivo mayor. Somos de distintos países: dominicanos, marroquíes…”. Una diversidad que se asume con naturalidad en un barrio que él nunca ha abandonado. Fue aquí donde conoció a muchas de sus actuales amigas.“Los chavales del barrio no me interesaban pero con las chicas siempre me he llevado muy bien”, resume Megane, que se siente parte de aquello, aunque no todos celebren su aspecto.
Por suerte, cuenta con el apoyo incondicional de su amiga Navaja, con la que queda siempre que puede en un enclave natural junto al cementerio para ver las puestas de sol. “Hace música y es tatuadora”, describe. “Uno de mis tatuajes, el que pone ‘Me duele como un Dios la ciudad’, me lo hizo ella. Es de una canción argentina que le gusta”. No es el único río de tinta que adorna su cuerpo. Cuando su hermana se fue de casa, decidieron buscar un elemento que los mantuviese unidos y, a pesar de la diferencia de edad, Dragon Ball consiguió acercar a ambas generaciones. “Ella se hizo a Gohan y yo a Trunks”, revela Megane. Narrativas pop que nos protegen, como sus melodías; un refugio cálido en tiempos inciertos.